XIII | Realidad surrealista
Capítulo dedicado a dencyscc porque por tu culpa he actualizado tarde. Gracias por alegrarme la noche, me he echado unas buenas risas por tu estrés jiji. Tkm 🥹✨
Realidad surrealista
Fayna apenas podía moverse.
Era como si el sitio en el que se encontrara el espacio hubiera menguado con el transcurso del tiempo.
Hizo el amago de estirar los brazos, que empezaba a notar entumecidos por haber estado en la misma postura, cuando sintió un pinchazo en la espalda. Más concretamente en la zona de los omoplatos. Se mordió el labio inferior, ahogando el grito que se había formado en su garganta. Cerró los ojos con fuerza y soltó un suspiro antes de abrirlos y mirar por encima de su hombro.
Si no fuese porque estaba sentada en una especie de celda, se habría caído al suelo de golpe al darse de bruces con un par de alas.
Tragó saliva, sin apartar la mirada de ellas.
No podía saber de qué color eran debido a la oscuridad en la que estaba, pero sí pudo apreciar su tamaño y eran muy grandes. Majestuosas. No entendía cómo aquello era posible.
Sin embargo, no pudo estar mucho más centrada en ellas cuando debido a una turbulencia se golpeó la cabeza contra uno de los barrotes con fuerza. Las sienes no le tardaron en palpitar en respuesta mientras que ella intentaba sosegar el dolor, masajeándolas con suavidad.
Lo último que recordaba era haberse visto obligada a adentrarse en las llamas violáceas de una de las piedras de Yruene.
Podía rememorar a la perfección como se había sentido al estar tan cerca de ellas junto al calor asfixiante que desprendían, resultándole reconfortante. Familiar. Leo también había estado allí con ella.
Oh, no.
Esperaba que no le hubiera ocurrido nada malo.
Solo de plantearse la posibilidad sentía como se le cerraba el estómago, le sudaban las manos y las sienes le volvían a palpitar, pero por un motivo diferente.
En ese momento se arrepintió de haber ido a los pedruscos del Sur, como decía Nashira. Si no fuese tan testaruda como era, ahora mismo no estaría en una jaula, con unas alas en la espalda, dirigiéndose a un destino desconocido.
Escuchaba sonidos a su alrededor, estruendosos aleteos y el latido ensordecedor de su corazón, casi pareciendo que en cualquier momento se le podría salir del pecho. La cabeza le dolía, volvió a masajearse las sienes y la frente, notando entonces unos bultos extraños bajo su piel.
«¿Con qué se habría golpeado?», se cuestionó mentalmente.
Apartó las manos de su cabeza y observó la sangre que decoraba la punta de sus dedos. En respuesta, le entraron arcadas al verlo acompañadas de una sensación de hambre que se abría paso por su cuerpo.
No le importó.
Se restregó con fuerza los dedos contra el vaquero, intentando deshacerse del líquido de su piel. En esos momentos no le podía importar menos que fuera a dejar mancha o no en la prenda. Sentía todo el cuerpo agarrotado, sobre todo las piernas ya que tenía las rodillas abrazadas, haciéndose un ovillo.
Apoyó la cabeza encima y soltó un nuevo suspiro de cansancio.
Estar tanto tiempo en una misma posición era agotador, aunque no hiciera nada.
Cerró los ojos con fuerza y dejó que su mente divagara. No paró de preguntarse qué estarían haciendo sus padres, si se habrían dado cuenta de que ya no estaba y cuánto tiempo había pasado desde que había desaparecido. También se preguntó si Nashira lo sabría, e incluso si Orión se había percatado de su ausencia.
No dejó formar nuevas preguntas a las que no podía hallar respuesta.
Seguía notando los movimientos bruscos que hacían con la jaula en la que se encontraba al igual que el aumento de temperatura, aunque esto último extrañamente le reconfortaba.
Siempre le había gustado el calor.
Notó como el cansancio iba ganándole la batalla al estar consciente. Se rodeó las rodillas , acercándolas lo máximo que podía al pecho y volvió a apoyar la cabeza sobre ellas. Se retiró un par de mechones que caían rebeldes sobre su rostro y cerró los ojos, intentando acompasar su respiración al igual que los latidos acelerados de su corazón.
Estos últimos retumbaban con fuerza contra su oído.
Sintió el sueño cada vez más cerca y como los músculos, a pesar del reducido espacio y la incómoda postura, se relajaban.
Entonces, se dejó engullir por la oscuridad.
Esta vez no tuvo una pesadilla.
Soñó con él.
***
Un movimiento junto a unos fuertes gritos despertó a Fayna del agradable sueño en el que se había sumergido.
Abrió los ojos con pereza, todavía con el cansancio arraigado en sus huesos. Pestañeó un par de veces y no pudo evitar bostezar. Se fijó en que ya no estaba rodeada de oscuridad, aunque sí de barrotes.
Paseó la mirada por todo el lugar, sin perder detalle de nada.
No era capaz de ver a nadie, pero los gritos se escuchaban como si estuviesen en la mismísima habitación debido a su intensidad.
Frente a ella había un impresionante escritorio de caoba repleto de hojas de aspecto antiguo, con un sillón rojizo al igual que la sangre que había manchado sus dedos, presidiéndolo. Había también una copa de cristal, con restos de un licor carmesí. Dos sillones negros se encontraban al otro lado del escritorio, junto a las diversas estanterías con vidrieras que lo rodeaban, simulando el estilo de las ventanas que había al fondo de la habitación. Aunque lo que más le llamó la atención fueron los pergaminos enrollados y de tonos amarillentos que había en una esquina de la habitación. Parecían tener miles de años, incluso si supiera que aquello era imposible.
Inevitablemente, los barrotes captaron su atención de nuevo.
Buscó a ver si había algún candado o cerradura que pudiese burlar, pero no había nada. Hizo el amago de mover las manos por la frustración cuando notó como no era capaz de hacerlo. Volvió a moverlas de nuevo, con un grito de desesperación formándose en su garganta, cuando, otra vez, no pudo hacer nada.
Simplemente se retorcía en su lugar, sintiéndose inútil.
Miró por encima del hombro, en busca de alguna respuesta a su inmovilidad cuando se dio de bruces con la imagen de unas impresionantes alas de plumas rojas, con las puntas de estas de un tono dorado.
Se quedó inmóvil durante unos segundos, sin apartar la mirada de ellas.
Ya sabía que estaban ahí, las había sentido antes, pero sentirlas y verlas no eran lo mismo.
Mucho menos al ser capaz de observar cada detalle y como en la parte de arriba había unas uñas curvadas de color negro parecidas a las garras del más feroz lobo, haciendo contraste con el carmesí del plumaje.
Sus manos estaban ocultas bajo ellas, así que se resignó a mirar al frente, pero no por ello se rindió. Empezó a mover todo el cuerpo hacia delante y hacia atrás con la intención de mover la dichosa celda en la que la habían encerrado. Esta pareció tambalearse sutilmente ante sus movimientos, cuando se propuso incrementar la intensidad escuchó el crujir de una puerta siendo abierta y se paralizó.
Oyó pasos resonando sobre el suelo de mármol, en forma de eco debido al silencio que reinaba la habitación.
Entonces, frente a sus ojos, apareció una mujer alta y esbelta, con el cabello azabache y una mirada sanguinaria. Tuvo que parpadear un par de veces, debido a la sorpresa de ver a su madre frente a ella, aunque no lo fuese.
Las facciones de su rostro eran idénticas a las de Chaxiraxi, el pelo tenía una longitud parecida e incluso se atrevería a decir que vestían estilos similares.
La única diferencia notable que podía sacar en esos momentos era que su madre tenía el pelo cobrizo y sus ojos eran castaños, mientras que la mujer que había delante de ella tenía la melena oscura como la noche y los ojos inyectados en sangre.
La observó con desconfianza, mientras andaba alrededor de su jaula.
No despegó la mirada de ella en ningún momento, salvo las ocasiones que se ubicó a sus espaldas y no era capaz de girar tanto el cuerpo. Así que se limitaba a esperar que volviera a andar hasta acabar de nuevo en su posición inicial. Intentó tranquilizarse, pensando que más o menos tenía la situación controlada cuando oyó como la puerta se abría de nuevo y pasos más pesados resonaban a su alrededor.
Tragó saliva, sintiendo el nudo en su garganta afianzándose.
Al cabo de unos segundos el nuevo integrante de la reunión se colocó al lado de la tenebrosa mujer con una familiaridad, que terminó por descuadrar a Fayna por completo.
Leo estaba frente a ella.
Aunque era distinto a la última vez que se habían visto.
Ahora vestía de pies a cabeza de negro, provocando que las alas carmesíes que sobresalían de su espalda, destacaran gracias a su atuendo. Plumas que eran de igual color que su mirada.
preguntas se arremolinaron en la punta de su lengua, pero terminó por acallarlas todas al atar cabos y darse cuenta de que mientras ella estaba impedida de pies y manos, rodeada por barrotes, él estaba ahí, de pie y en libertad.
Entonces el pelirrojo besó la mejilla de la mujer antes de sonreír. La mujer le correspondió la sonrisa, mostrando sin pudor los afilados colmillos que tenía y le dio un pequeño apretón en su hombro.
—Leo, cariño, estas no son formas de tratar a nuestra invitada —le regañó con dulzura, aunque Fayna podía notar la burla en su expresión cuando posó de nuevo su mirada sobre ella. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral.
Todo aquello le daba mala espina.
Leo asintió ante el mandato de la mujer. Rodeó la celda, mirándola con suficiencia, como si en comparación a él, ella no fuera más que una sucia rata de cloaca y entonces sonrió, mostrando unos colmillos igual de largos que los de la mujer.
Vio como acababa a sus espaldas y lo escuchó hablar con una tercera persona que no era capaz de ver antes de volver a estar al lado de la mujer. No sabía quién era, o, en peor caso, qué era, pero estaba empezando a odiarla.
Odiaba como la miraba desde su altura, porque ella estaba arrodillada ante sus pies, odiaba como le sonreía y odiaba su voz dulzona cuando parecía ser todo lo contrario.
De repente observó que los barrotes a su alrededor desaparecían en forma de ceniza, siendo arrastrada por el viento y dejó de sentir esa presión extraña en los pies y en las manos, que la impedían moverse.
Abrió y cerró las manos y las posó sobre su pecho antes de suspirar, saboreando, aunque fuese efímera, la libertad de ser capaz de mandar sobre su cuerpo.
Sin embargo, no le permitieron disfrutar suficiente de aquella sensación antes de que dos hombres fornidos la agarraran con fuerza de los brazos, obligándola a ponerse de pie. Notó como se mareaba ante el movimiento brusco, pero no se permitió mostrarlo frente a ellos.
Ya sabían que era débil, no tenían por qué saber cuánto.
La manera violenta en la que le agarraban no disminuyó, sino que incrementó cuando la mujer comenzó a acercarse a ella. Fayna miró un momento uno de sus brazos, entreviendo como empezaba a formarse un moratón violáceo en su pálida piel.
Aprovechó también para mirar por encima de los hombros de ellos, encontrándose con la imagen de dos pares de alas, aunque a diferencia de Leo, la mujer o ella, estas eran de color negro, tan oscuro como el carbón, que apenas eras capaz de diferenciar donde acababa una pluma y donde comenzaba otra.
Apartó la mirada de ellas, y la elevó a los rostros de ellos dándose de bruces con la imagen de que estaban enmascarados y únicamente dejaban a la vista sus ojos rojos y su boca, de donde sobresalían ligeramente sus afilados colmillos.
Aunque no tardó en desviar su atención de ellos cuando la mujer habló.
—Fayna, confío en que eres alguien civilizada. Si me prometes comportarte, les pediré a estos amables caballeros que te suelten. —Y al igual que si se tratara de un control remoto, la fuerza que empleaban sobre sus brazos disminuyó un poco, pero no lo suficiente para que sintiera que volvía a mandar sobre su cuerpo—. Pero debes comportarte o que te sujeten de esa manera será el menor de tus problemas.
No daba crédito ante nada de lo que decía, de la situación, de las personas —si es que se les podía llamar personas— que la rodeaban e incluso de lo que era ella, porque humana, estaba segura que no.
Sin embargo, no dijo nada, porque, aunque no era de las que aceptaran las órdenes de nadie, sabiendo que su vida estaba juego en ese momento y que necesitaba salir de allí cuanto antes mejor, esta vez, solo esta, cedió. Asintió con la cabeza, resignada y vio como la mujer sonrió ampliamente mostrando los dos pares de colmillos que tenía, dos abajo y dos arriba.
Fayna tragó saliva, aterrada ante la imagen. Era mil veces peor que las pesadillas que había tenido a lo largo de sus dieciocho porque esta vez se había convertido en una realidad. Aun así no se permitió mostrar lo que sentía.
El miedo ya estaba en cada célula de su cuerpo, pero no se encogió cuando la mujer se acercó hasta estar apenas unos centímetros de ella. Instintivamente miró hacia Leo, sintiendo como la rabia se fundía con el terror.
Estaba en un lugar desconocido y el único aliado que había creído tener, resultaba ser un mentiroso.
La mujer le colocó uno de sus mechones blancos detrás de la oreja antes de hacer un gesto con la mano en dirección de los hombres y estos la soltaron.
Extendió los brazos, percatándose de varios hematomas que empezaban a decorar su piel. No estaba sorprendida en absoluto. Abrió y cerró varias veces las manos que sentía adormiladas y que poco después notó un cosquilleo recorriéndole desde las muñecas hasta la punta de los dedos. De manera inconsciente, también estiró las alas, que albergaban una envergadura mucho mayor de lo que había creído en un inició.
Simplemente eran impresionantes y no pudo evitar mirarlas fijamente, maravillada con la imagen.
Seguía sin entender cómo era aquello posible.
—Preciosas, ¿verdad? —dijo la mujer, interrumpiendo el silencio. Curvó los labios en una sonrisa de boca cerrada antes de beber del líquido carmesí de la copa que tenía en la mano. De una manera que distaba mucho de ser practicada y no casual, se tapó la boca y soltó una risita nerviosa—. ¡Qué modales los míos! Soy Ker, querida. Es un placer tenerte con nosotros por fin, Fayna.
Se le puso los pelos de punta en el momento en que su nombre escapó de los labios.
Aunque lo que más le imponía era el hecho de tener su mirada clavada en ella.
Dejó la copa sobre el escritorio y volvió a acercarse a ella con elegancia. Recorrió su cabello desde la raíz hasta las puntas con sus afiladas uñas y dibujó cada sección de su rostro, erizándose la piel ante el contacto de su dedo.
La observaba con un brillo extraño en sus ojos que temía comprender.
Desvío la mirada de Ker, clavándola en el suelo de piedras cenizas.
El nombre de Ker rondó por su cabeza, una y otra vez hasta que recordó donde la había escuchado antes. Dónde lo había leído antes. En el libro de la leyenda de Adar. En la sección de los ctónics. En el reinado de Guayota, que eran los gobernantes de Echeyde.
Ker se alejó de ella, pero Fayna ni siquiera se percató, porque seguía sin creerse del todo que estuviera en el lugar que pensaba que estaba, que se encontraba en Echeyde, que estaba frente a una de las hijas de gobernante del reino y que estaba rodeada de ctónics.
Que ella... era uno.
—Quiero hacer un trato contigo, querida —dijo, señalando uno de los sillones negros.
Fayna se acercó al señalado y se sentó, temerosa de hacer algo mal, aunque fuera un diminuto gesto. Leo acabó a su derecha, pero ni siquiera se molestó en dirigirle la mirada. Clavó la mirada en sus manos y volvió a tragar saliva, expectante a lo que le iba a proponer Ker. Las entrelazó y tomó una gran bocanada de aire, intentando tranquilizarse antes de elevar los ojos de nuevo.
En el fondo, ya se había mentalizado de que daba igual en qué consistiera aquel trato.
Si lo que quería era poder salir con vida de ahí, no había más opciones.
No podría elegir.
Solamente podía aceptarlo.
N/A: Yo lo dije... os advertí de que empieza lo bueno, si no me quisisteis escuchar, vuestro problema. 😱😱😱
Es broma, es broma.
Lo que sí es cierto es que ahora aparece lo bueno, han sido capítulos muy tranquilitos y esto no es una comedia romántica, es fantasía, aquí queremos sangre, muerte y lloros, no necesariamente en ese orden. Además de mucho salseo y mamarracheo.
Así que hoy, que estoy corta de imaginación, hacéis las preguntas vosotras:
Nos vemos el próximo domingo (a lo mejor), mayantigos 🖤
PD: Os recuerdo el anuncio que daré el 04/07 que a vosotras os va a interesar muuuuuucho.
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