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VIII | ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar?



Capítulo dedicado irmalopezl me encanta tenerte leyendo una historia más de las mías. Esperando a tus teorías una vez más jeje 😎


¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar?

Orión notó como la brisa fría de la mañana le erizaba la piel. Se remoloneó entre las sábanas y estiró el brazo hacia el lado izquierdo en busca de alguien, aunque no entendía muy bien por qué lo hacía.

Terminó levantándose de la cama y, sin preocuparse en si estaba vestido de manera apropiada o no, se acercó a la ventana.

Clavó la vista directamente en la ventana de Fayna, que, para su sorpresa, estaba haciendo lo mismo que él.

Al instante en que sus miradas se encontraron la sensación extraña que siempre le invadía cerca de ella, volvía a recorrerlo de pies a cabeza.

Al cabo de un par de minutos observó como Fayna, con el pelo blanco recogido en una coleta alta y vestida con ropa de deporte, se colocaba una bolsa encima del hombro y se marchaba hacia un callejón, saliendo de la avenida.

Solo necesitó ver como vestía para saber a qué lugar se dirigía y no le gustó nada.

Mucho menos que fuera sola, teniendo en cuenta que tenía a Leo pululando a su alrededor.

Se vistió con la primera camiseta que encontró y salió de casa con intención de alcanzarla. Una fuerte ráfaga de viento lo azotó y se arrepintió al instante de solo llevar una camiseta porque llamaría demasiado la atención, pero no tenía tiempo para entrar otra vez sin perderle rastro.

Siguió a Fayna manteniendo una distancia prudencial para que no se percatara de su presencia. Vio que se desviaba por otro oscuro callejón antes de llegar a un zona casi desierta salvo por el edificio de dos plantas que se encontraba frente a ellos.

Conocía esa zona a la perfección y por ello era consciente de que no podía estar ahí.

Ella, a diferencia de él,  entró con tranquilidad a «Inferno».

Por mucho que quisiera, no debía acercarse más de lo que ya estaba.

Sentía el ambiente más denso a su alrededor.

Si daba un paso más estaría cruzando una línea invisible entre la seguridad y el peligro.

Sobre todo si alguien que rondaba por allí se percataba de lo que era en realidad.

Aun así, decidió arriesgarse.

La necesidad de protegerla le nublaba la razón y el sentido común.

Se acercó con paso calmado y anduvo rodeando el edificio sin apartar la mirada de las cristaleras en su búsqueda. Entonces la pequeña figura de Fayna, en comparación al resto de ctónics, captó su atención. Tenía los puños alzados muy cerca del rostro y en un rápido movimiento, dicho puño chocó con fuerza contra el saco de boxeo.

A pesar de la distancia era capaz de escuchar su respiración agitada y su corazón acelerado, también pudo oír como este se saltaba un latido al pegar ella un respingo frente a la presencia de una nueva persona.

De manera inconsciente, se puso en alerta y estuvo dispuesto a entrar a pesar de los ctónics que había en su interior, pero se relajó al instante cuando reconoció a Alkaid, con su característico pelo rojo con mechas negras. Él se colocó detrás de ella y comenzó a indicarle la manera adecuada con la que debía golpear antes de situarse al otro lado del saco.

Tras un golpe mal ejecutado, la comodidad que desprendía su expresión corporal cambió por completo.

Pocos minutos después, observó como Fayna salía con paso apresurado del «Inferno».

Aunque eso no fue lo que lo impulsó a ir tras ella, sino la sombra negra que le pisaba los talones sin que se percatara.

Estaba tan distraída con sus propios pensamientos que aun siendo capaz de escuchar pasos a sus espaldas, ni se preocupó. Orión acortó con más velocidad la distancia entre él y la sombra, sintiendo como se le tensaba cada músculo del cuerpo. Vio como Fayna se desviaba de nuevo por un callejón.

En el momento preciso en que la chica salió, Orión estampó a la «sombra» contra la pared.

—¿Qué quieres de ella? —escupió, furioso.

No sabía ni siquiera porqué se sorprendía al encontrarse con la mirada castaña que había repudiado desde el primer momento en el que se habían conocido.

—Tranquilo, tigot. No le haré nada a tu pequeña mayantigo. —Hizo una pausa, dibujando una sonrisa en su rostro—. Todavía.

Apretó aún más el agarre contra Leo mientras que este ampliaba su sonrisa en respuesta, consciente de la llama gélida de furia que estaba avivando.

No obstante, había algo que Orión desconocía, pero que Leo no.

—Ni se te ocurra hablar de ella. Y mucho menos acercarte. ¿Entendido?

La amenaza no surtió el efecto deseado.

La sonrisa de Leo dejó a la vista sus colmilllos y la paciencia de Orión era cada vez menor.

Quería alejarlo de Fayna todo lo que pudiese.

No sabía cómo lo haría, pero estaba dispuesto a todo para conseguirlo.

—No hace falta que gastes saliva en amenazas que no se van a cumplir. Será ella quién venga a mí y la estaré esperando con los brazos abiertos.

Lo apretó con más fuerza que antes, de una manera que conseguiría hacerle imposible el hecho de respirar a un mago a estas alturas, pero que a desgracia de Orión, no a alguien como él. Se le tornaron blancos los nudillos debido a la presión mientras que las ganas de golpearlo no dejaban de incrementar.

Aunque se negaba a caer al nivel de gente como él.

—Oh, no. No te equivoques, pequeño tigot —habló de nuevo, con sus peculiares aires de grandeza cuando no había magos alrededor. Ninguno de los dos apartó la mirada del otro. Leo era consciente de que, si la nombraba una vez más, Orión perdería los papeles. El mismo lo sabía—. Aunque quisieras golpearme, no podrías hacerlo. Es territorio ctónic.

Tenía razón.

Sabía las consecuencias de atacar a uno de su especie en su propio territorio. No le había ocurrido personalmente, pero sí había escuchado anécdotas horribles de otros.

Lo único que tenía claro de ellas era que los ctónics eran seres despreciables.

Sin embargo, entre ellos eran capaces de defenderse hasta la muerte y, por eso mismo, no tenían nigún tipo de miramiento a la hora de la verdad, por lo que nos les importaba que podría caer en consecuencia de sus acciones mientras que ellos se salvaran.

A regañadientes, aflojó el agarre y acabó liberándolo. Fayna a estas alturas debía estar en su casa. Se acercaría para asegurarse de que estaba bien cuando terminase con Leo y avisaría a Nashira para que no despegara los ojos de ella.

Sin embargo, no tuvo en cuenta la posibilidad de que, aunque tuviera prohibido el hecho de atacar a Leo, dicha norma no era aplicaba sobre él.

—Deberías controlar mejor tus impulsos de guardián la próxima vez. O pensarte dos veces a quién estás amenazando —advirtió, mostrando el par de colmillos al relamerse el labio—. ¡Bast! ¡Dagon!

De las sombras aparecieron una chica y un chico de piel oscura y cabellos rojizos. Se colocaron a espaldas de Leo, mientras que la sonrisa en el rostro de él no dejaba de ampliarse.

—Dadle una lección —ordenó con furia.

Leo se apartó del camino de los otros dos ctónics mientras que Orión intentaba imponer la mayor distancia entre ellos.

No podría transformarse porque destaparía su identidad.

Leo lo sabía e iba a aprovechar dicha ventaja.

También que a estas alturas no había nada más que hacer.

No podría atacarlos, tampoco defenderse.

Respiró hondo, siendo consciente de lo que ocurriría a continuación.

Lo único que le quedaba era intentar evitar los golpes o, a unas malas, darles la bienvenida de la mejor forma posible. No se hicieron demasiado de rogar y le propinaron la primera patada, que lo hizo encogerse hacia delante. Se tragó los gemidos de dolor y los gritos de frustración.

Sabía de sobra que aquello únicamente aumentaría la diversión que ya estaban experimentando.

Los ctónics no eran capaces de sentir lástima o arrepentimiento.

El sufrimiento ajeno era su pasatiempo favorito.

La únicas ctóncis que habían «cambiado» su percepción habían sido Chaxiraxi, la madre de Fayna, y su propia madre.

Orión sonrió con tristeza al recordar la forma en que aquella bondad había acabado llevándola.

Le comenzó a sangrar la nariz, goteando sobre el suelo. Ellos seguían pateándole y golpeándole el cuerpo.

Rezó mentalmente a Acharya y Achaman en busca de protección. Agradeció, además, las leyes que prohibían usar las armas de los Tres Mundos contra él en esos momentos porque sabía que sino esa paliza sería una caricia delicada en comparación.

Si hubieran usado un aranfaybo, esa espada ligera y muy fina, pero que con solo tocar la empuñadura siendo un tigot era un error mortal, no estaría respirando en esos momentos.

Sabía que de no haberlas, ahora mismo se habría convertido en polvo que se entremezclaría con la brisa que danzaba a su alrededor.

No disminuyeron su fuerza a pesar de que también comenzó a toser sangre. Si continuaban así, acabaría demasiado mal y daría igual cuanto chancerquen fuera capaz de untarse en cada una de las heridas, no sería capaz de moverse en un par de días.

No podía permitírselo.

El sonido de una sirena policial interrumpió sus pensamientos.

Dejó de sentir los golpes.

Intentó respirar mientras observaba como los ctónics se alejaban de su cuerpo. Sin embargo, el simple contacto de los pulmones contra sus costillas le obligaba a retorcerse de dolor. Alguien le agarró de la camiseta, levantándolo de malas maneras del suelo. La tela se rasgó en respuesta por culpa de la fuerza empleada.

—Esto no ha acabado —escupió Leo sin disimular el desprecio en su voz. Orión pensó que volvería a tirarlo al suelo y se marcharía, no obstante, él parecía querer atormentarlo un poco más —. Cuida bien de tu mayantigo.

Cada letra de la palabra se le clavó con fuerza.

Sabía la amenaza implícita que había en esa frase y lo que supondría: irían a por Fayna.


N/A: Vengo tarde, pero he venido jiji 🙃

Ya tenemos el mote, ¿sois capaces de adivinar cuál es?

Y ahora sí... HORA DE TEORÍAS:

Tengo pocas ideas para la nota de autora de hoy, pero espero que el capítulo lo compense.

El momento que todos hemos esperado... 🤨

TAN TAN TAN

TAN TAN TAAAAAAAAAAAAN

Nos vemos la próxima semana, mayantigos 🖤

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