IXXX| El error de bajar la guardia
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El error de bajar la guardia
La negrura incierta y escalofriante había sido su única compañía durante no sabía cuánto tiempo.
Los ruidos a su alrededor acabaron siendo silenciados por algo o alguien. En ese momento no le importaba. Solo era capaz de escuchar su acelerado corazón y el sonido que hacía al inhalar y exhalar aire con rapidez. Notaba las piernas entumecidas y los brazos agarrotados del agotamiento de haber estado mucho tiempo en la misma postura.
Un río de sudor descendía por su rostro, recorriendo su cuello, clavícula y terminando el camino a través de su espalda, la misma que sentía como si le hubiesen propinado varios golpes en ella. No estaba muy segura de si era algo real u otro juego de su mente.
Intentó estirarse, pero notó algo metálico y frío que se lo impedía. El terror de saber que estaba enjaulada de nuevo invadió cada célula de su cuerpo, dejando que la ansiedad comenzará a carcomerla cada vez un poco más.
Solo era capaz de reconocer el calor familiar que se desprendía en el ambiente.
A pesar del miedo, la sensación de estar en casa logró calmarla un poco, incluso estando encerrada, sin poder escuchar nada y no saber a dónde la llevaban.
La jaula en la que se encontraba no dejaba de moverse bruscamente de vez en cuando, habiendo momentos donde se golpeaba por no estar atenta y, también el ser capaz de percibir un suave susurro que no tardaba en desaparecer, dejándola de nuevo en ese silencio que parecía infinito.
Acercó las rodillas a su pecho, rodeandolas con los brazos y apoyó la cabeza sobre ellas. Cerró los ojos con fuerza, desesperada por conciliar el sueño o despertar por fin de la pesadilla en la que se encontraba.
Lo primero lo logró y lo segundo no sucedió.
La bruma del sueño fue desvaneciéndose. Fayna parpadeó un par de veces, apareciendo en su campo de visión una cabellera rojiza junto a una mirada castaña que desprendía un cariño demasiado familiar. Sintió que unos dedos alargados acariciaban su pelo con delicadeza y como una voz melodiosa, que no tardó en reconocer como la de su madre se hacía escuchar por encima del ruido, cantándole una nana en un suave murmullo.
Entonces, unos labios cálidos se posaron sobre su frente, dejando un pequeño beso.
Al separarse, todas las emociones que había sentido al tener a su madre tan cerca y tangible desaparecieron, siendo sustituidas por un único sentimiento: el vacío.
Fayna se removió de nuevo, abriendo los ojos de golpe. Siendo consciente poco a poco de los sonidos que la rodeaban y que no reconocía. Una voz grave resonó por encima del resto, destilando una autoridad que imponía frente a una más aguda e infantil, que temblaba al hablar.
—¿Cuánto tiempo tengo que esperar? —escupió la voz grave.
—P-poco —tartamudeó la aguda.
—No puede haber errores —volvió hablar la grave, haciendo una pausa entre frase y frase—. Sabes perfectamente las consecuencias que te ocurrirán si los hay.
Fue capaz de oír un pequeño sollozo antes de que alguien sorbiera por la nariz. Unos pasos pesados empezaron a resonar sobre su alrededor, mientras que parecía dar vueltas alrededor suya. Un nuevo escalofrío la recorrió por completo, poniéndose los pelos de punta. Cada vez que los escuchaba cerca, se movía todo lo que podía al lado contrario hasta que en una de esas veces se clavó algo entre los omoplatos.
Miró por encima de su hombro y escrutó como pudo, debido a la oscuridad en la que estaba sumida y lo incómoda que era la postura, su espalda en busca de algún rasguño. Aunque, descubrió que esta se encontraba oculta por unas grandes alas, de plumaje oscuro con las puntas de un tono más claro, que eran capaz de brillar junto a dos garras en la parte superior.
Ahogó un grito en el que el horror estaba entremezclado con el asombro.
Con cautela, recorrió una de las alas con los dedos, sintiendo a la perfección el tacto de su piel contra el plumaje. Eran sorprendentemente suaves. Recorrió cada una de las plumas que tenía a su alcance, sin ser capaz de asimilar que salían de ella.
Que formaban parte de ella.
De repente, la luz la cegó por completo, teniendo que parpadear un par de veces hasta acostumbrarse. Sin saber cómo ni por qué el manto negro que la había rodeado durante horas había sustituido por un impresionante cielo en tonos rojizos, casi pareciendo sangre. Estaba rodeada por altas paredes de roca negra, algunas más puntiagudas que otras, junto a edificios llenos de hollín que le daban un toque demasiado escalofriante y lúgubre al lugar. Estiró un poco la cabeza, percatándose de un río de un flamante color naranja que descendía a través de la ladera hasta hacer un recorrido entre los edificios.
«¿Eso era un río de lava?», se cuestionó mentalmente, tragando saliva con dificultad ante la perspectiva.
Se restregó las manos sudadas contra el pantalón mugriento, intentando deshacerse de la desazón que empezaba a embargarla. Volvió a pasear la mirada por todo su alrededor, sin terminar de creerse que un sitio así fuese real. Los sonidos que antes habían sido silenciados, llenaron por completo sus oídos, detectando diversas voces que no era capaz de reconocer.
Entonces, unos pasos pesados volvieron a retumbar muy cerca de ella y una figura vestida por completo de negro, arrastrando unas alas del mismo plumaje que las suyas apareció en su campo de visión. Fayna lo recorrió de pies a cabeza hasta darse de bruces con una mirada del mismo color que el crepúsculo.
—¿Leo? —musitó con voz pastosa, por la falta de uso.
Este la miró de arriba abajo con una mueca que estaba entre el aburrimiento y el asco. Chasqueó la lengua al apartar la vista de ella e hizo un gesto con la mano que no comprendió.
De un momento a otro los barrotes que la rodeaban desaparecieron al convertirse en cenizas que fueron volatilizados por el viento. Cautelosa, estiró las piernas temblorosas, todavía sintiendo todos sus músculos agarrotados y como su cuerpo se quejaba ante los leves movimientos que hacía, poniendo todo esfuerzo y concentración en ser capaz de ponerse de pie. Intentó no hacérselo notar demasiado.
Tenía la sensación de que no podía mostrarse vulnerable ante él.
Ante nadie.
Nunca más.
—Princesa —soltó Leo, cuando Fayna fue capaz de mantener el equilibrio.
Entonces, a sorpresa de ella, hizo una reverencia en un elegante movimiento, aunque fue capaz de detectar el brillo burlón en sus ojos.
Antes de siquiera poder hacer nada, sintió que le rodeaban los brazos, arrastrándola a través del acantilado de arenisca oscura hasta llegar al filo. Debajo de este no se encontró el mar azul y las olas chocando contra el muro de piedras, como sucedía en Adar, sino que se encontró con la lava lamiendo con violencia su alrededor, dejando un halo de calor a su paso, refulgiendo con intensidad.
Fayna se removió inquieta, intentando zafarse del agarre sobre ella, pero consiguió todo lo contrario. Los dos desconocidos lo afianzaron con más fuerza, llegando uno, incluso a clavarle las uñas en la piel.
—¡Espléndida reunión familiar! —exclamó una voz femenina a sus espaldas que le resultaba extrañamente conocida.
Lo primero que captó por el rabillo del ojo fue su larga melena azabache y sus impresionante ojos sanguinarios, que la observaban con curiosidad. Aunque lo más llamativo de todo era lo joven que parecía. Fayna sintió un escalofrío recorriéndola de punta a punta cuando la mujer lo hacía. Entonces, curvó sus labios carmines en una sonrisa dejando un par de colmillos filosos a la vista.
La mujer miró por encima de su hombro, haciendo un gesto con la cabeza. Al cabo de unos segundos, aparecieron tras su espalda dos soldados alados —no sabía si hombres o mujeres— arrastrando a alguien que tenía el rostro cubierto por una bolsa negra. Caminaron un par de metros más cerca de Fayna, mientras que ella no era capaz de apartar la mirada de la figura desconocida.
—He aquí... nuestra invitada de honor.
A la misma vez que la mujer lo anunció con un deje divertido, los soldados retiraron la bolsa negra de la figura desconocida.
Dejando de serlo.
Su cabellera rojiza cayó sobre sus hombros, ocultándole ligeramente el rostro al estar cabizbaja. Sus alas eran del mismo color de su cabello y resplandecían bajo la luz de la luna. Sin embargo, cuando levantó la mirada ante el grito ahogado de Fayna, su mirada había dejado de ser castaña para ser igual de sangrienta que el resto de los que había a su alrededor.
Chaxiraxi parpadeó un par de veces, sin terminar de creerse que fuese Fayna quien estaba en frente de ella.
Paseó la mirada por el lugar, todavía desorientada sobre dónde se encontraba hasta que notó un peso asentándose sobre su pecho al comprenderlo.
Se encontraba en el Tizziri.
El lugar de los sacrificios y donde se llevaban a cabo los más desgarradores castigos.
La magia que reinaba en Tizziri hacía que los poderes del resto de los ctónics se desvaneciesen como el polvo con el viento. Solo la reina de Echeyde podía hacer uso de ellos, al igual que de sus alas.
También era el sitio idóneo para acabar con la inmortalidad. En la que, a veces, terminaban consumiéndose por completo.
El ctónic se colocaba en el filo del acantilado, dejándose caer en picado hasta hundirse bajo la lava, sucumbiendo a los lametazos del fuego, convirtiéndose en cenizas.
Al caer la noche, por otro lado, un rayo de luna se colocaba a través del cráter, iluminando de manera mágica el acantilado. Siendo ella, Tizziri, quien permitiría que dichas cenizas volaran hacia el cielo nocturno, huyendo de las profundidades del mundo o, en su lugar, se perdieran en el lago ardiente.
Fayna no era capaz de despegar los ojos de su madre.
Tampoco era capaz de controlar las lágrimas que se escapaban sin poder hacer nada para detenerlas, convirtiendo el suave sollozo en un sonoro llanto. El vacío en su interior que llevaba arrastrando durante meses se encontraba lleno de nuevo. Sintiendo la calidez que siempre le embargaba a pensar en su madre.
Ya no le dañaba, sino que la reconfortaba como nunca antes lo había hecho.
El movimiento de cabeza de Ker pasó desapercibido tanto para la madre como a la hija, pero no para los guardias que las tenían sujetadas.
Los cuatros soldados liberaron a Chaxiraxi y a Fayna a la misma vez.
La primera se quedó estática en su sitio, esperando a que algo malo ocurriera mientras que la segunda salió corriendo en su dirección.
Fayna seguía llorando, pero por un motivo totalmente distinto.
No pensaba dejar de correr, a pesar de lo cansada que estaba y los puntos negros que habían empezado a nublar su visión, hasta que no abrazase a su madre.
Su.
Madre.
Viva.
Entonces, ocurrió.
N/A: Lo siento? Lo siento jeje
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