━ 𝐗𝐗𝐗𝐈𝐗: Una velada festiva
•─────── CAPÍTULO XXXIX ───────•
UNA VELADA FESTIVA
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LAS AFILADAS ESTACAS que apuntalaban el perímetro se desdibujaban contra las franjas sanguinolentas del cielo vespertino cuando se encendieron las primeras hogueras. El olor a carne asada no tardó en extenderse por todo el campamento. Allí el ambiente que se respiraba era alegre y dicharachero, tal y como llevaba siendo costumbre desde que se había vengado la muerte de Ragnar Lothbrok. Los miembros del Gran Ejército Pagano habían organizado un pequeño festejo para despedir a Björn Piel de Hierro, quien, junto a un nutrido grupo de guerreros y escuderas —entre los que se encontraba Halfdan El Negro—, partiría a la mañana siguiente hacia el mar Mediterráneo.
Eivør y Drasil se habían acomodado cerca de una de las fogatas, cuyas chispeantes llamas desprendían ascuas hacia el cielo estrellado. Junto a ellas había otras skjaldmö de más o menos su misma edad con las que platicaban animadamente en tanto bebían cerveza e hidromiel.
Mientras sus compañeras reían a mandíbula batiente ante un comentario de Runa, a quien ya empezaba a hacerle efecto el alcohol que había ingerido, la hija de La Imbatible echó un vistazo rápido a su alrededor.
Su mirada fue saltando de un individuo a otro. Decenas de personas se habían congregado en torno a las hogueras para comer y beber hasta reventar. Otras, en cambio, contaban historias, jugaban a juegos tradicionales, se enzarzaban en alguna que otra pelea o bailaban al ritmo de los tambores.
—Parece que Ubbe y Hvitserk Ragnarsson están disfrutando enormemente de la velada. —Aquella apreciación articulada por Liska acaparó irremediablemente la atención de Drasil, que la observó con una ceja arqueada—. Los veo muy bien acompañados —prosiguió la muchacha. Tenía un exuberante cabello rojizo que llevaba suelto sobre los hombros y su cara era angulosa, con una nariz larga y recta y unas facciones bien definidas. Sus labios eran carnosos y sugerentes, y sus ojos, de un bonito tono almendrado, vivaces.
En un acto reflejo, la mirada de Drasil salió disparada en la dirección que señalaba Liska, avistando a unos metros de distancia a ambos hermanos, quienes, al igual que ellas, estaban sentados en unos tocones de madera.
Todos sus músculos se contrajeron al vislumbrar a las tres mujeres que estaban con ellos. Estas eran bastante hermosas, tanto que casi parecían brillar con luz propia, de pechos generosos y curvas envidiables. Su actitud para con los Ragnarsson era pícara y salaz, sonriéndoles siempre que tenían la oportunidad. De vez en cuando aleteaban sus largas y espesas pestañas o adquirían alguna postura que les permitiera pronunciar el escote de sus fastuosos vestidos.
La castaña frunció el ceño, poblando su frente de arrugas, justo antes de volver la vista al frente. Al hacerlo, se topó con los penetrantes orbes de Liska, que la escudriñaba con sumo detenimiento, como si quisiera desentrañar sus más oscuros pensamientos.
—Las envidio —intervino Helmi con aire distraído.
Drasil bebió de su cuerno vaciado, sintiéndose tremendamente incómoda por el tema de conversación que habían abordado sus compañeras. A su lado, Eivør se mantuvo en el más absoluto silencio.
—Normal —secundó la pelirroja—, no todas tenemos la suerte de codearnos con príncipes. —Se apartó el pelo del hombro en un mohín despreocupado y volvió a posar la mirada en la hija de La Imbatible, que se había quedado relegada a un discreto segundo plano—. Aunque ahora que lo pienso... —apostilló, llevándose una mano al mentón—. Drasil se estuvo acostando con Ubbe durante un tiempo, ¿no es así? —Aquella alegación hizo que la susodicha comprimiese la mandíbula con fuerza.
Las intenciones de Liska eran claras: quería provocarla. De todas las escuderas con las que ella y Eivør solían reunirse para pasar el rato, la pelirroja era con la que peor se llevaba. Era codiciosa y sumamente competitiva, de manera que no lo dudaba a la hora de quedar por encima de los demás. Y, desde hacía un tiempo, Drasil se había convertido en la principal víctima de sus comentarios insidiosos.
Al principio comenzó como una simple rivalidad durante los entrenamientos, un constante tira y afloja por ver quién de las dos obtenía los mejores resultados, pero ahora parecía que aquella animadversión se había extrapolado también al ámbito personal.
Aunque Liska no era la única que se dedicaba a lanzar su ponzoña contra ella. A raíz de que se divulgara el rumor de que ella y Ubbe eran amantes, la gente no había dejado de hablar a sus espaldas, y lo que decían no era precisamente agradable. No cuando ella servía a la mujer que había asesinado a sangre fría a Aslaug, dejando a sus hijos completamente huérfanos.
Algunos la consideraban una traidora, otros una interesada cuyo único propósito era ascender en la pirámide social. Fuera como fuese, su reputación no era la mejor en aquellos momentos.
Drasil optó por no pronunciarse al respecto, puesto que era algo de lo que prefería no hablar. Y menos con Liska delante, que seguro aprovecharía hasta el más mínimo detalle para dejarla en evidencia.
Debido a su mutismo, la pelirroja esbozó una sonrisa viperina.
—Bueno, pasara lo que pasara entre vosotros, está claro que ahora sus intereses son otros —manifestó con ilusoria candidez. Veneno en estado puro.
Drasil cerró la mano que tenía libre en un puño apretado, clavándose las uñas en la palma, que le había empezado a sudar a causa de la creciente tensión. Por el rabillo del ojo pudo ver cómo Eivør se ponía rígida, indignada por el rumbo que estaba tomando aquel coloquio.
Inspiró por la nariz. Sabía que no debía permitir que ese tipo de comentarios le afectaran, que no podía darles esa satisfacción a quienes los hacían. Y lo intentaba, solo los dioses sabían cuánto... De hecho, podía aguantar todo tipo de vejaciones, ya que los insultos y las burlas hacia su persona solían caer en saco roto para ella. Lo que no soportaba, sin embargo, era que utilizaran a terceras personas para hacerla daño, especialmente a Ubbe.
El momento de conexión que tuvieron durante el funeral de Sigurd había servido para que la castaña se diera cuenta de ciertas cosas, entre ellas lo mucho que le importaba el primogénito de Ragnar y Aslaug. Él la hacía sentir cosas que nunca antes había experimentado con nadie, ni siquiera con otros hombres.
Cada vez que estaba con Ubbe, sus pulsaciones se disparaban y el corazón se le encogía. Cada vez que le dedicaba una de sus resplandecientes sonrisas, el tiempo parecía detenerse, como si nada más existiera a su alrededor. Cada vez que sus manos rozaban las suyas, era como si una llama ardiente se prendiera en su interior, intensa y sofocante. Y siempre era así cuando lo tenía cerca o lo evocaba por las noches, tendida en su frío lecho sin poder conciliar el sueño. Hasta que la culpa volvía a superponerse a todo lo demás y el miedo la apresaba entre sus garras, oprimiéndola, asfixiándola, haciéndola sentir completamente fragmentada, como pendiendo de un hilo.
Drasil tuvo que morderse la lengua para no caer en sus provocaciones.
—Oh, ¿te ha molestado algo de lo que he dicho? —inquirió Liska tras unos instantes más de fluctuación. Las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba al reparar en el rictus contrito que había crispado la fisonomía de la más joven—. Lo siento, no era mi intención incomodarte. No sabía que este tema te afectara tanto, dadas las circunstancias... —Se llevó una mano al pecho en un gesto melodramático. Sus palabras no iban acordes con el brillo de sus ojos, que centelleaban con perversa diversión—. Pobre... Debe ser muy duro estar en tu situación —continuó diciendo, ocasionando que Eivør le lanzara una mirada cargada de advertencias—. Encontrarse en medio de dos bandos enfrentados... —Chasqueó la lengua con desaprobación.
Drasil tragó saliva, en un intento por deshacer el molesto nudo que se había aglutinado en su garganta, constriñéndole las cuerdas vocales. Sus uñas se habían hundido con saña en la palma de su mano derecha, hasta el punto de hacerse daño. Pese a ello, no disminuyó la presión con la que cerraba el puño.
Respiró hondo y exhaló despacio.
—Tu preocupación me conmueve, Liska —declaró Drasil, exhibiendo sus dientes en una sonrisa forzada—. Pero no sufras por mí. —Dio un sorbo a su hidromiel en tanto su expresión se dulcificaba—. Para ofenderme, primero tu opinión tendría que importarme.
Poco después el grupo se disolvió. Liska se marchó con la cabeza bien alta y los labios fruncidos en una mueca desdeñosa. No volvió a cruzar miradas con Drasil, y mucho menos a dirigirle la palabra. Helmi, Var y Sigil la siguieron entre continuos cuchicheos, como ovejitas torpes y descarriadas, mientras que Iben y Runa se quedaron con Eivør, que a poco había estado de encararse con la pelirroja cuando esta empezó a rezongar por lo que le había dicho la hija de La Imbatible.
Drasil, por su parte, había ido a por algo de comer, dado que estaba hambrienta. Se había disculpado con sus tres amigas, para posteriormente poner rumbo hacia la zona en la que se estaba sirviendo la comida que se había preparado para esa noche.
Dejó escapar un breve resoplido cuando atisbó la enorme concurrencia que se había aglomerado frente a los pucheros humeantes. Varios hombres y mujeres aguardaban su turno para poder degustar los sabrosos estofados que burbujeaban en calderos de cobre o la exquisita carne de jabalí que se doraba en improvisados asaderos.
Se posicionó detrás de un hombre que la duplicaba en tamaño y esperó. Mientras lo hacía, no pudo evitar pensar en Liska y en su inquietante afán por herirla y menospreciarla. Ella no le había hecho nada para que la tratase así, de modo que no entendía a qué se debía esa actitud tan frívola y arrogante.
Eivør solía bromear al respecto diciendo que le tenía ojeriza. Y aunque al principio Drasil no le había dado mucha importancia, puesto que no quería sacar conclusiones precipitadas, a cada día que transcurría tenía más claro que era verdad.
Arrugó el entrecejo, exasperada. Cada vez que rememoraba el encontronazo que había tenido con la pelirroja, la rabia bullía en su interior y el calor le subía a las mejillas y a las orejas.
—Huele de maravilla.
Drasil dio un ligero respingo, sobresaltada. Casi de manera inmediata giró sobre su cintura, quedando cara a cara con Ubbe, que se había situado detrás de ella, poniéndose en la cola.
La muchacha aguantó la respiración involuntariamente. El Ragnarsson llevaba una saya en tonos verdes con algún detalle amarronado que permanecía cerrada con un alfiler de hueso tallado. Su cabello oscuro, que le llegaba a la mitad de la espalda, estaba trenzado con esmero y su barba se hallaba bien acicalada.
—¿Me estás siguiendo? —preguntó Drasil, una vez recuperada la compostura. Había estado tan ensimismada en sus cavilaciones que no se había percatado de su llegada.
Ubbe carcajeó.
—Es lo que te gustaría, ¿verdad? —bromeó con fanfarronería.
Al escucharlo, la castaña lo miró con una ceja arqueada. Tuvo que apretar los labios en una fina línea para no echarse a reír. Definitivamente su ego no conocía límites.
Era un juego que llevaban trayéndose desde hacía unos meses. Él la buscaba a ella del mismo modo que ella lo buscaba a él. Aprovechaban la más mínima oportunidad para estar juntos, para disfrutar de la compañía del otro. Aunque la mayoría de las veces lo hacían de forma inconsciente, a través de impulsos y encuentros casuales.
—No has contestado a mi pregunta.
El caudillo vikingo hilvanó una sonrisa torcida. Cruzó los brazos sobre su pecho y negó con la cabeza, divertido. Sus iris azules, aquellos que había tenido la suerte de heredar de su padre, la recorrieron de arriba abajo con una calma premeditada, haciendo que la piel que escondía bajo la tela de aquel bonito vestido se calentara a su paso.
Las pulsaciones de Drasil se dispararon ante la forma en que la escrutaba, con tanta voracidad que las piernas le flaquearon bajo la falda del kirtle. Aunque procuró que la agitación de su pecho no se delatara en su expresión.
—No todo gira a tu alrededor, escudera —continuó picándola él.
La aludida alzó el mentón con aire combativo.
—Te digo lo mismo, Ragnarsson —contraatacó, justo antes de voltearse y darle la espalda. Ella también se cruzó de brazos, forzándose a no mirar atrás, donde sabía que encontraría el rostro sonriente de Ubbe. En su lugar, focalizó toda su atención en los anchos hombros del gigantón que tenía delante, como si estos fueran lo más fascinante que hubiese visto jamás.
El chico dejó escapar una nueva risotada.
—Siempre tienes que tener la última palabra, ¿eh?
Drasil no se movió ni un ápice. Mantuvo la postura erguida y la vista al frente. Aquello pareció hacerle gracia a Ubbe, que no lo dudó a la hora de chincharla. Ambos se enzarzaron en una guerra de alardes y presunciones que acabó con la skjaldmö estallando en estruendosas carcajadas, lo que provocó que la gente de su alrededor se les quedara mirando con una mezcla de curiosidad y extrañeza.
—Eres un idiota —farfulló Drasil mientras se secaba un par de lágrimas con el dorso de la mano. Le dolía la tripa de tanto reír—. Van a pensar que estamos locos.
—Que piensen y digan lo que quieran. —El joven se encogió de hombros, despreocupado—. Me da igual —sentenció.
La muchacha se abrazó a sí misma, haciendo que las esclavas de plata que llevaba en las muñecas tintinearan grácilmente. A Ubbe no parecía importarle lo que pensaran los demás, al contrario que a ella, quien se dejaba influenciar con demasiada facilidad.
Emitió un suspiro y observó el cielo. La luna menguante apenas era visible tras una densa cortina de nubes, aunque varias estrellas titilaban como luciérnagas, otorgándole algo de claridad a aquel manto oscuro y siniestro en el que se había transformado la bóveda celeste.
—¿Tus amigas están hambrientas? —preguntó Drasil, tratando de sonar lo más neutral posible. No se atrevió a mirar al primogénito de Ragnar y Aslaug a los ojos, dado que temía ver reflejado en ellos lo que había insinuado Liska, por lo que se limitó a contemplar el fuego de los asaderos.
Ante esa última interpelación, una molesta tirantez se apoderó de todos y cada uno de los músculos de Ubbe. Este cambió su peso de una pierna a otra y se aclaró la garganta, soliviantado. La línea de su mandíbula estaba tensa y su cuerpo ligeramente entumecido.
—Apenas las conozco —rebatió.
El silencio se instauró entre ambos.
Poco a poco la cola iba avanzando. Las mujeres encargadas de servir el nattveror eran bastante rápidas a la hora de abastecer los platos de sus famélicos comensales, quienes no perdían el tiempo en buscar un lugar donde aposentarse. La mayoría se quedaba de pie, engullendo como animales.
—Son muy bellas —musitó la castaña con un hilo de voz—. Se las ve muy... entusiasmadas por estar con vosotros —puntualizó en tanto se colocaba un mechón rebelde detrás de la oreja.
—Dras...
La mencionada alzó una mano en un gesto conciliador.
—Ya, ya... Sé que no es asunto mío —se apresuró a decir, atropellándose con sus propias palabras. Se había puesto nerviosa—. Lo siento. —Agachó la cabeza como una niña a la que acababan de reprender.
—No me interesa ninguna si es lo que estás pensando —aseguró Ubbe, enternecido por su reacción. Solo entonces Drasil se atrevió a mirarlo a los ojos, a ese par de cuentas azules que tanto la encandilaban—. Yo no quería, pero Hvitserk se empeñó en que nos acompañaran. No pude decirle que no.
La hija de La Imbatible se mordisqueó el interior del carrillo. A decir verdad, apenas lo había visto interactuar con ellas. Se había limitado a conversar con su hermano y a beber de su jarra. Todo lo contrario a Hvitserk, quien no había titubeado a la hora de coquetear con las tres.
—Eres un hombre libre, Ubbe —remarcó Drasil, sintiéndose algo avergonzada. El guerrero estaba en todo su derecho a hacer lo que quisiera con quien le apeteciese—. No soy tu prometida, ni tampoco tu esposa. No tienes que darme explicaciones de nada.
Estaba siendo injusta con él, además de egoísta. Lo sabía, era consciente de ello, pero una parte de ella no podía evitar molestarse cada vez que lo veía con otras mujeres. La sangre le hervía ante tal posibilidad, ante el mero hecho de imaginárselo con otra persona que no fuera... ella. Y se odiaba a sí misma por no tener el valor suficiente para decírselo, por no ser capaz de dejar sus miedos e inseguridades a un lado y entregarse a él en cuerpo y alma. Por ser una maldita cobarde.
—Pero quiero hacerlo igualmente —insistió el Ragnarsson.
El calor volvió a concentrarse en las mejillas de Drasil.
—¿Por qué? —bisbiseó ella con voz trémula.
Ubbe se tomó unos instantes para poder admirar cada detalle de su hermosa fisonomía: su nariz pecosa y respingona, sus labios carnosos y rosados, sus ojos grandes y expresivos... La miró como si fuera la única mujer sobre la faz de la tierra, como si solo existiese ella. Sus orbes celestes se fundieron en un mar de serenidad con los esmeralda de la escudera, cuyo corazón latía desenfrenadamente bajo sus costillas.
—Ya deberías saber la respuesta.
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N. de la A.:
¡Hola, mis pequeños vikingos!
Pues aquí tenéis un nuevo capítulo de Yggdrasil. Me costó bastante escribirlo, ya que no sabía muy bien cómo enfocar ambas escenas. De hecho, no he quedado del todo conforme con el resultado, pero bueno, quería quitármelo de encima cuanto antes x'D Espero que a vosotros sí que os haya gustado =)
Decidme, ¿qué os ha parecido? ¿Cómo habéis visto esa primera escena con Liska? ¿A que es un amor de muchacha? xD Si bien no va a ser un personaje principal propiamente dicho, va a tener su relevancia en capítulos futuros. Así que iros acostumbrando a su lengua bífida y a sus comentarios malintencionados, jajajaja. ¿Y qué me decís de la escena Drabbe? Si es que, por mucho que lo intenten disimular, es evidente que están coladitos el uno por el otro. A nosotros no nos engañan u.u
Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)
Besos ^3^
P.D.: el próximo capítulo va a estar muy calentito (͡° ͜ʖ ͡°)
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