━ 𝐗𝐗𝐗𝐈𝐕: Yo jamás te juzgaría
•─────── CAPÍTULO XXXIV ───────•
YO JAMÁS TE JUZGARÍA
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LO PRIMERO QUE SINTIÓ nada más abrir los ojos fue una intensa sequedad en la boca. Sus músculos permanecían contraídos de puro dolor y una terrible sensación de agotamiento le entumecía el cerebro. Todos sus sentidos estaban embotados, pero poco a poco su mente fue recuperando la lucidez de la que siempre hacía gala. El pitido de sus oídos había desaparecido, aunque sus sienes palpitaban a causa de un incipiente dolor de cabeza. Parpadeó varias veces seguidas, a fin de recobrar la nitidez, y se removió bajo la gruesa manta que la cubría. Se relamió los labios, que estaban secos y agrietados, y contempló con sumo detenimiento lo que parecía ser el techo de un edificio construido en sólida roca.
El aire se le quedó atascado en los pulmones al no encontrar familiar aquella fría estructura. Trató de recapitular los últimos acontecimientos, en un intento desesperado por recordar qué había sucedido y cómo había llegado hasta allí, pero no consiguió sacar nada en claro.
Una molesta presión se instauró en su pecho. Se sentía confundida y desorientada, tanto que su corazón aumentó considerablemente el ritmo de sus latidos, alcanzando una cadencia casi frenética.
Luego de despejar las últimas brumas de la inconsciencia que todavía se aferraban a ella, volvió a retorcerse sobre sí misma, esta vez con mucha más brusquedad, provocando que una punzada de dolor le atravesara el costado izquierdo.
Comprimió la mandíbula con fuerza, haciendo rechinar sus dientes, y cerró las manos en dos puños apretados. Las uñas se le clavaron en las palmas, donde dejaron una serie de muescas con forma de media luna, y sus nudillos se tornaron blancos como la nieve recién caída.
Fue entonces cuando percibió movimiento a su derecha.
Reprimiendo el temor y la confusión que mordisqueaban sus entrañas, viró la cabeza en esa dirección. Frunció el ceño y entornó ligeramente los ojos. Su visión aún era algo deficiente, pero ya no estaba tan enturbiada como al principio, lo que le supuso un enorme alivio.
Una silueta borrosa se delineó hasta convertirse en un cuerpo esbelto. Sintió un inconmensurable alivio al reconocer a la persona que se hallaba sentada a su lado, con las piernas cruzadas sobre el suelo. En sus manos pudo apreciar un hacha y una piedra de amolar; el chirriante sonido que produjeron al entrar en contacto le puso el vello de punta.
Al reparar en que estaba despierta, Eivør se apresuró a soltar ambos objetos, dejándolos en el hueco que había entre sus piernas. Se inclinó hacia delante y estiró los brazos hacia Drasil, que había aprovechado aquellos segundos de atolondramiento para tratar de incorporarse.
—Despacio —indicó la mayor. Tomó a su compañera por los hombros y la instó a tenderse nuevamente en el improvisado jergón que le habían proporcionado. Drasil dejó escapar un exabrupto cuando el dolor que provenía del lado izquierdo de su abdomen se hizo más intenso y sofocante—. No debes hacer esfuerzos —continuó diciendo Eivør—. La herida está muy reciente todavía. Podrías hacer que se saltaran los puntos.
Las palabras de su mejor amiga, aderezadas con la ardiente molestia que le había producido el simple hecho de intentar adquirir una posición vertical, la indujeron a mantenerse inmóvil. Hasta ese momento no había caído en la tirantez que provenía de su flanco izquierdo.
En un acto reflejo, se cubrió la zona afectada con una de sus manos.
—¿Qué... qué ha pasado? —logró articular tras unos instantes más de mutismo. Tenía la voz ronca y pastosa, como si hubiera estado años sin hacer uso de ella—. ¿Dónde estamos? —quiso saber mientras echaba una rápida ojeada a su alrededor.
Al estar tumbada a ras de suelo, apenas pudo inspeccionar la estancia en la que se encontraban, pero vio lo suficiente como para saber que esta era bastante amplia y espaciosa. Varios hombres y mujeres permanecían recostados en lechos de paja, lo que le llevó a la conclusión de que se hallaban en una especie de dispensario. Algunos estaban acompañados, como era su caso, pero otros sufrían en la más absoluta soledad debido a las heridas que les habían sido infligidas durante la contienda.
Sus sienes parecieron martillear con más virulencia al rememorar la batalla que habían librado contra el príncipe Æthelwulf y sus hombres. A pesar de la desigualdad numérica entre ambos bandos, había sido una lucha encarnizada, donde todos y cada uno de los combatientes habían dado lo mejor de sí. Freyr no había sido clemente con ellos, dado que la lluvia y la niebla habían dificultado bastante las cosas, pero al menos habían salido victoriosos de la reyerta.
Volvió a clavar sus iris verdes en Eivør, que la observaba con atención. Podía percibir el alivio que expelía por cada poro de su piel, así como sus ganas contenidas de abrazarla. Se preguntó por qué no lo habría hecho ya, el motivo por el que aún no la había apretujado hasta la asfixia. Aunque enseguida dio con la respuesta: temía hacerla daño.
—¿Qué es lo último que recuerdas? —preguntó la morena.
Drasil se encogió de hombros.
Todo era bastante difuso.
—Recuerdo al cristiano que me hirió —masculló entre dientes. Aquel malnacido no la había enviado al Valhalla por muy poco—. También recuerdo el momento en que culminó el enfrentamiento. Quise buscarte, pero estaba demasiado conmocionada... Apenas era consciente de lo que ocurría a mi alrededor. —Realizó una breve pausa, lo justo para tomar una bocanada de aire—. Aven me encontró y... yo me desmayé. A partir de ahí no recuerdo nada más.
Eivør asintió. No le había pasado desapercibido el hecho de que no había nombrado el momento que había compartido con Ubbe en el bosque. Ya habían transcurrido dos días desde aquello, pero su hiperactiva mente no había dejado de darle vueltas al asunto. Había sacado sus propias conclusiones, sin embargo, prefería esperar a que fuera Drasil quien se pronunciase al respecto.
—Estamos en el castillo del rey Ecbert —le comunicó, a lo que la hija de La Imbatible alzó las cejas con asombro. ¿Tanto tiempo había estado inconsciente? Eso parecía, aunque todo tipo de noción se difuminaba a su alrededor, aturdiéndola más de lo que ya estaba—. Tras la batalla contra los sajones nos guarecimos en el bosque para atender a los heridos y recuperar fuerzas. Björn no quería partir hacia la fortaleza hasta asegurarse de que estabas fuera de peligro. —Drasil se enterneció ante ese último comentario—. Cuando regresaron a por nosotros ya había anochecido.
Eivør le puso al día de todo lo que había sucedido mientras había estado convaleciente. Le contó que cuando los Ragnarsson y el resto de las huestes nórdicas arribaron al castillo, tanto este como la ciudadela estaban desérticos. Los cristianos habían huido con el rabo entre las piernas, de nuevo liderados por el príncipe Æthelwulf. Tan solo se quedaron allí Ecbert y un obispo orondo y rubicundo al que no tardaron en rajar el gaznate.
Aquello sorprendió bastante a Drasil, puesto que no terminaba de entender por qué el monarca de Wessex había cometido semejante estupidez. Sabía a lo que se estaba exponiendo, la suerte que correría de caer en manos de los paganos, más concretamente de los hijos de Ragnar Lothbrok. Porque fue él quien entregó al caudillo vikingo al rey Ælla, aun sabiendo las atrocidades que este le haría. Entonces, ¿qué sentido tenía dejarse atrapar por aquellos que le sentenciarían a una muerte lenta y dolorosa? ¿Es que acaso no apreciaba su vida?
Eivør también le comentó que los Ragnarsson todavía no lo habían ejecutado, sino que lo mantenían preso en una jaula en el salón del trono para así debatir qué hacer con él.
Obviamente el hecho de no haberlo matado había generado diversidad de opiniones entre los colíderes del Gran Ejército Pagano. Por un lado estaban Ivar y Sigurd, quienes ardían en deseos de hacerle el Águila de Sangre, ya que, según ellos, él era tan culpable de la muerte de su progenitor como Ælla, y por tanto merecían el mismo castigo. Y por el otro estaban Björn, Ubbe y Hvitserk, que querían pensar con la cabeza fría y actuar de la manera que más les beneficiase, aun si eso significaba no saciar debidamente sus ansias de venganza.
—Sigo sin comprender por qué continúa con vida. ¿Acaso no vinimos aquí para eso, para vengar la muerte de Ragnar? —farfulló la más joven. Su humor había caído en picado tras los últimos acontecimientos, y no era para menos—. De nada servirá negociar con los ingleses. En cuanto tengan la menor oportunidad nos expulsarán. —Su compañera había vuelto a coger la piedra de amolar y ahora afilaba con ella su hacha arrojadiza—. Jamás pensé que diría esto, pero... Estoy de acuerdo con Ivar. Ecbert merece morir.
Eivør esbozó una sonrisa mordaz. Puede que Drasil no le soportara, que sintiese una gran animadversión hacia su persona, pero era tan impulsiva y visceral como El Deshuesado. Ambos eran jóvenes e inexpertos, tenían demasiada confianza en sí mismos y eso les impedía analizar las situaciones con frialdad.
—Al parecer, Ecbert quiere negociar —señaló la morena—. Les ha ofrecido a los Ragnarsson la posibilidad de contar con derecho legal sobre estas tierras, más concretamente sobre un reino llamado Anglia Oriental. —Comprobó que su arma hubiera quedado bien afilada y, acto seguido, la volvió a asegurar a su cinto—. Ecbert es un monarca muy influyente en Inglaterra, o eso dice él. El caso es que con ese privilegio podríamos crear nuevas colonias para que nuestra gente tenga la oportunidad de vivir aquí también —apostilló en tanto flexionaba las piernas y las rodeaba con sus largos y delgados brazos—. Tengo entendido que aquí la tierra es muy fértil.
Drasil arrugó el entrecejo.
—¿Y qué quiere a cambio? —quiso saber.
—Solo lo dirá si acceden a su propuesta —contestó Eivør.
La castaña se quedó meditabunda.
—¿Tú te fiarías de él?
—No. —La respuesta de la mayor fue tajante—. Lagertha siempre ha dicho que es un hombre vil y traicionero, además de avaricioso. No lo dudó a la hora de destruir nuestra primera colonia —puntualizó con cierta aversión—. Mi abuelo siempre decía que no hay que fiarse de un hombre que está a punto de morir. ¿Sabes por qué? —Su interlocutora negó con la cabeza—. Porque ya no tiene nada que perder.
Drasil no tenía apetito. El dolor y el agotamiento le habían cerrado el estómago, a pesar de que había estado dos días sin probar bocado. No tenía hambre. Lo único que quería era acurrucarse en su jergón, taparse hasta arriba con la manta y aislarse del mundo exterior. No obstante, Eivør había insistido en que debía comer para fortalecerse, de ahí que, haciendo oídos sordos a sus continuas quejas, le hubiese traído un cuenco de lo que parecía ser sopa.
No le había quedado más remedio que ceder, dado que su amiga podía ser muy obstinada cuando se lo proponía. Se incorporó con su ayuda, maldiciéndose en su fuero interno por el daño que se hizo en el proceso, y apoyó la espalda en la pared que tenía justo detrás. Dejó el recipiente sobre su regazo y empezó a darle vueltas a su contenido con una cuchara de madera. Pudo discernir algunos trozos de carne y verduras flotando en el caldo humeante.
Arrugó la nariz con desagrado. Siempre había tenido dificultades para comer, lo que le había generado más de un quebradero de cabeza a Kaia. Pocos alimentos le gustaban, y los vegetales no se encontraban precisamente entre ellos.
—Quisiera ver a Björn —manifestó sin apartar la mirada del cuenco. Eivør no se había separado de ella desde que había despertado, hacía ya una hora—. Y a Helga.
Ante la mención de la esposa de Floki, los músculos de la morena se contrajeron. Esta se removió en su sitio con cierta incomodidad, aunque hizo todo lo posible para que su turbación no fuera demasiado evidente.
Helga había fallecido el mismo día que llegaron a la fortaleza. Fue el constructor de barcos quien la encontró en uno de los corredores del castillo, medio moribunda. A su lado yacía el cuerpo inerte de Tanaruz, la niña musulmana a la que habían acogido tras su estancia en Algeciras. Por lo visto, la chiquilla había terminado agrediendo a la rubia, a quien había apuñalado hasta en tres ocasiones, para posteriormente quitarse la vida.
Era consciente de la pequeña amistad que Drasil había forjado con Helga. Los dos meses que habían pasado a bordo de la misma embarcación habían contribuido a ello, a ese acercamiento entre ambas, de modo que podía imaginarse su reacción cuando se enterase de lo ocurrido. Por eso había decidido no decírselo, al menos por el momento. Porque no quería que se exaltara ni que aquella triste noticia afectase negativamente a su recuperación. Ya habría tiempo de contárselo, cuando las cosas estuvieran más calmadas.
—Avisaré a Björn, no te preocupes —dijo con cautela—. Pero primero debes comer. —Señaló con un suave cabeceo el cuenco de sopa, que permanecía intacto—. No me obligues a dártela a la fuerza, Sørensdóttir. Sabes que lo haré —amenazó con un deje burlón.
Drasil suspiró con resignación. Igual que una niña, continuó removiendo aquel caldo de aspecto tan poco apetitoso. Fueron necesarias dos amenazas más por parte de Eivør para que se llevara la cuchara a la boca. El sabor no era el mejor, ya que era bastante insípido, pero su estómago agradeció la ingesta de algo caliente.
—Dras —volvió a hablar la mayor, acaparando nuevamente la atención de la susodicha, que la miró por el rabillo del ojo—. Voy a preguntarte algo, y quiero que seas sincera. —Aquello último hizo que Drasil arqueara una ceja. Observó a su mejor amiga con expectación, a la espera de que le brindase más detalles—. ¿Qué hay entre Ubbe y tú? —soltó sin rodeos. Era cierto que, en un principio, su idea había sido aguardar a que fuera ella quien sacase el tema a colación, pero no podía esperar más. La curiosidad la estaba matando.
Casi de forma inmediata, el rubor se adueñó de las pálidas mejillas de la aludida. Esta batió sus largas y espesas pestañas y clavó la vista en sus manos, que estaban repletas de cortes y magulladuras. Sus uñas se habían hundido en el material del que estaba fabricado el recipiente que contenía aquella sopa tan desaborida.
Eivør aguardó con paciencia su respuesta.
—¿Qué va a haber? Nada —contestó Drasil, tratando de sonar lo más convincente posible.
La morena chasqueó la lengua.
—Te he pedido sinceridad —la reprendió sin variar lo más mínimo el tono de su voz. No quería que se sintiera presionada, pero ansiaba una explicación. La hija de La Imbatible, por su parte, se encogió sobre sí misma, haciendo que la herida de su costado se resintiera—. Cuando aún estábamos en el bosque vino a verte. Quería saber cómo estabas. —Decidió cambiar de táctica, a ver si así conseguía arrancarle alguna reacción que la delatara—. Fue ahí cuando empecé a sospechar. La forma en que te miraba era tan... sentida y profunda. Pude leer el miedo en sus ojos.
Al escucharlo, el corazón de Drasil dio un vuelco. Un intenso hormigueo se aposentó en su estómago, seguido de la imperiosa necesidad de ver al primogénito de Ragnar y Aslaug, de preguntarle si de verdad había estado tan preocupado por ella.
Respiró hondo y exhaló despacio.
—Durante los días que has estado convaleciente nos hemos turnado para estar contigo —prosiguió Eivør, ocasionando que la castaña volviera a mirarla a los ojos—. Aven y yo nos quedábamos desde el amanecer hasta el atardecer. —Drasil sintió un ramalazo de culpabilidad al mentar al aprendiz de herrero—. Y Björn y Ubbe desde el crepúsculo hasta el alba —añadió al tiempo que se colocaba un mechón rebelde detrás de la oreja—. Ahí las piezas comenzaron a encajar.
No existían palabras para describir la vorágine de sensaciones contradictorias que en ese momento se agitaba en su interior. Sus orbes esmeralda eran una puerta abierta que dejaba ver todo lo que sus rasgos no permitían.
—No es Aven con quien te has estado viendo todas esas noches desde que llegamos a Inglaterra. —Aquello no fue una pregunta, sino más bien una afirmación. Eivør la escudriñaba con tanta intensidad que parecía ver a través de ella, haciéndola sentir desnuda e indefensa—. Sino Ubbe —aventuró.
Drasil depositó el cuenco en el suelo, para después abrazarse a sí misma. Tenía los ojos vidriosos a causa de la represión de emociones y las facciones crispadas en un rictus amargo.
Con un nudo constriñéndole las cuerdas vocales, se dispuso a contarle toda la verdad a su compañera, puesto que de nada servía seguir mintiéndole. Le habló del acercamiento que ambos tuvieron durante el Solsticio de Invierno, concretamente el último día, durante la quema del leño. Mencionó los continuos coqueteos e insinuaciones que sucedieron a esa especie de tregua y lo complicado que les resultó ocultar la atracción que sentían el uno por el otro. Hizo alusión al beso que le robó Ubbe en la puerta de su casa y también a lo que ocurrió en aquel pajar la noche antes de que partieran hacia tierras sajonas. Y también enumeró todos los encuentros furtivos que los dos habían protagonizado desde que habían acordado mantener su aventura en secreto.
Eivør la escuchó con atención, asintiendo de vez en cuando a lo que le decía. Era mucha información que asimilar.
—Debería haber confiado en ti. Contarte lo que estaba surgiendo entre Ubbe y yo —musitó Drasil con un hilo de voz. Se notaba que estaba arrepentida, que se lamentaba por no haberla hecho partícipe de sus idas y venidas con el Ragnarsson—. No tengo excusa... Simplemente tenía miedo. —Una silenciosa lágrima brotó de sus iris verdes—. Me aterrorizaba la idea de que me despreciaras o de que cambiaras tu opinión sobre mí.
Sus palabras lograron conmover a la morena, que no vaciló a la hora de arrimarse más a ella, ocupando el trozo de lecho que quedaba libre.
La hija de La Imbatible se sorbió la nariz cuando el pulgar de su mejor amiga siguió el trayecto inverso de la lágrima que había rodado por su mejilla izquierda. No vio contrariedad en su mirada, lo que le alivió enormemente.
—Oh, Dras... —Eivør apartó una hebra de cabello que se deslizaba serpenteante por la frente de la mencionada—. Yo jamás te juzgaría, ya deberías saberlo —repuso en tono cariñoso. Su otra mano atrapó las de Drasil, estrechándolas con suavidad—. No voy a mentir diciéndote que habría estado de acuerdo, pero ¿despreciarte? Eso nunca. —Le pasó un brazo por encima de los hombros y la apegó a ella, tal y como lo haría una madre.
La castaña apoyó la cabeza en su hombro en tanto luchaba contra sus propias emociones, que no parecían querer darle tregua. Por suerte, el aroma que desprendía su compañera, tan dulce y familiar, logró reconfortarla.
Eivør la envolvió como un escudo protector y ella se quedó dormida en sus brazos.
Ya había anochecido cuando Drasil despertó.
Bajo la atenta supervisión de Eivør, que se había convertido en su nueva sombra, una læknir le examinó la herida y procedió a hacerle las curas pertinentes. La skjaldmö comprimió la mandíbula con fuerza cuando la sanadora le pasó un paño húmedo por la laceración, rozando determinadas zonas que todavía estaban demasiado sensibles.
Esta le explicó que el primer día le aplicó un emplasto elaborado a base de corteza de fresno, salvia y ajo para reducir la inflamación y evitar el riesgo de infección y que, una vez que transcurrieron unas horas, le cosió la llaga con aguja de hueso e hilo de tripa. De manera que le aconsejó que no realizara esfuerzos innecesarios —tal y como le había advertido su mejor amiga—, ya que, de lo contrario, correría el riesgo de que la herida volviera a abrirse.
No fue hasta que la curandera se marchó para poder atender a los demás heridos, dejándolas de nuevo a solas, que Aven atravesó el pórtico de piedra que comunicaba aquel amplio habitáculo que ahora hacía la función de enfermería con el resto de la fortaleza. Drasil farfulló algo ininteligible cuando sus orbes esmeralda se posaron en la figura del aprendiz de herrero, que caminaba hacia ellas con una expresión de alivio contrayendo su atractiva fisonomía.
Miró a Eivør de soslayo, transmitiéndole con aquel simple gesto todo lo que no se atrevía a pronunciar en voz alta. Esta se encogió inocentemente de hombros, como queriendo desatenderse del asunto.
«Debes asumir las consecuencias de tus actos», parecían decirle sus ojos. Y tenía razón, pues claro que la tenía. Sin embargo, una parte de ella temía enfrentarse a la realidad. No estaba preparada para sincerarse con Aven, pero tampoco quería postergarlo más. No cuando el muchacho también podría haber atado cabos, al igual que había hecho su compañera.
Notó un leve apretón en el hombro antes de ver cómo Eivør echaba a andar hacia la arcada por la que había aparecido Aven. Al cruzarse con él, la morena le regaló una efímera sonrisa que no demoró en ser correspondida por otra de parte del aprendiz de herrero.
Drasil tomó aire antes de que el chico se detuviera a su lado.
—Hola —saludó Aven.
—Hola.
—¿Cómo te encuentras? —consultó el aprendiz de herrero luego de someterla a un riguroso escrutinio. Estaba más pálida de lo habitual, con unas prominentes ojeras marcando la parte superior de sus pómulos, aunque lucía mejor aspecto que la última vez que la vio, hacía prácticamente un día.
La hija de La Imbatible tapó su abdomen con la manta y entrelazó las manos sobre su regazo, a fin de que no se pudiera apreciar el ligero temblor que se había adueñado de ellas. Las palmas le habían empezado a sudar y el corazón le latía con fuerza bajo las costillas.
—He tenido días mejores —solventó con simpleza. Aven asintió, para después cambiar su peso de una pierna a otra en un mohín nervioso—. Me siento como si una manada de caballos salvajes me hubiera pasado por encima —agregó al percatarse de que había sido demasiado cortante—. Pero supongo que es normal.
—Debes tener paciencia —indicó el joven—. Una herida así no se cura de la noche a la mañana. —Drasil realizó un movimiento afirmativo con la cabeza, de acuerdo con él—. Pero me alegra que te encuentres mejor. Nos has tenido muy preocupados. —Aven tomó asiento junto a ella, quedando así a su misma altura. Dobló las piernas y apoyó los codos en sus rodillas, adquiriendo una pose desenfadada—. Yo... temía que no sobrevivieras —confesó con amargura—. Cuando te encontré en el campo de batalla, con toda esa sangre cubriéndote, el alma se me cayó a los pies. Y cuando te desmayaste en mis brazos el pánico hizo presa de mí.
Drasil clavó la vista en la frazada que la mantenía protegida del frío que traspasaba los muros del castillo. Esta era bastante gruesa y peluda, de tonos claros con algún detalle amarronado.
—Aven...
—No —la cortó el susodicho—. Llevo queriendo decirte esto desde hace unos días, y creo que este es el mejor momento para hacerlo. —Inspiró por la nariz y esbozó una sonrisa comedida—. Me gusta estar contigo, ya lo sabes. Eres hermosa e inteligente, y una gran guerrera. —La castaña fue perdiendo el color a medida que Aven hablaba—. El caso es que te has convertido en alguien muy importante para mí y... bueno, me gustaría demostrarte que puedo hacerte feliz.
Aquello fue como un jarro de agua fría para Drasil, que tuvo que hacer un grandísimo esfuerzo para no ponerse en pie y salir corriendo de allí. Se mordió el interior del carrillo con tanta intensidad que no demoró en degustar el férrico sabor de la sangre.
—Estás pálida —advirtió el aprendiz de herrero. Extendió el brazo hacia ella y pasó los dedos por una de sus mejillas—. ¿Quieres que avise a un sanador? —Hizo el amago de levantarse, pero la escudera se lo impidió agarrándolo de la muñeca.
—Aven, yo... —Calló, sintiendo que las fuerzas le flaqueaban.
El muchacho se arrimó más a ella, desasosegado.
—¿Qué ocurre? —interpeló, frotándole la espalda con suavidad.
—A mí también me gusta estar contigo, pero no de la forma en que piensas —articuló finalmente Drasil, atropellándose con sus propias palabras. Se sentía tan avergonzada que apenas podía mirarlo a la cara—. Me caes bien, de verdad. Eres dulce y atento, todo lo que una mujer podría soñar... Pero solo puedo ofrecerte mi amistad —sentenció, apesadumbrada.
Aven se apartó inmediatamente de ella, como si su simple contacto lo quemara. Compuso una mueca de desconcierto mientras trataba de digerir lo que acababa de escuchar. Instantes después frunció el ceño, poblando su frente de arrugas.
—De modo que es cierto —musitó en un tono completamente diferente al que había estado empleando hasta ahora con ella. Este era duro y severo, tanto que la joven no pudo evitar estremecerse—. Tienes algo con Ubbe Ragnarsson. —Ante ese último comentario, la skjaldmö entreabrió los labios para argüir algo en su defensa, pero Aven se le adelantó—: Llevaba un par de semanas sospechándolo, pero no quería creerlo. No quería creer que la mujer que me tiene tan encandilado haya estado manipulándome para... ¿para qué, Drasil? ¿Qué ganabas haciéndome pensar que tenía alguna posibilidad contigo? —La decepción era palpable en su voz, enronquecida y quebrada.
La aludida alzó las manos en un gesto conciliador. Como cabía esperar, el aprendiz de herrero había sacado sus propias conclusiones. Y es que la preocupación que el caudillo vikingo había profesado por ella esos dos últimos días los había dejado al descubierto.
—Esto no tiene nada que ver con Ub...
—¿Acaso lo vas a negar? —le recriminó el chico. Tenía las mejillas arreboladas y un músculo pequeño sobresalía en el lateral de su cuello—. ¿Niegas que has estado jugando conmigo todo este tiempo?
Drasil tragó saliva, en un intento por deshacer el molesto nudo que se había aglutinado en su garganta. Sus ojos habían vuelto a cristalizarse, aunque se prohibió derramar una sola lágrima. Aven estaba en todo su derecho a enfadarse con ella.
—No. —Ahora el que palideció fue el aprendiz de herrero—. Te he estado utilizando en mi propio beneficio —admitió, sabedora del daño que le estaba causando con aquella confesión—. No quería que nadie se enterase de mi aventura con Ubbe, así que aproveché el interés que sentías por mí para que nadie sospechara. —Se relamió el labio inferior, que había empezado a temblar de forma descontrolada—. Si me veían contigo, la gente no pensaría que me interesaba otra persona. Y yo no podía arriesgarme a que alguien lo descubriera, ni siquiera Eivør. —Nombró a su mejor amiga con la vana esperanza de que Aven se diera cuenta de que él no había sido el único al que había mentido, aunque eso no la dejase exenta de los demás errores que había cometido con él.
El muchacho cerró las manos en dos puños apretados, descargando así toda su frustración, que no era poca. Sus iris color miel se habían oscurecido y la línea de sus hombros estaba tensa.
—El rumor ha comenzado a divulgarse por todo el campamento —soltó, punzante—. La actitud de Ubbe respecto a tu estado no ha pasado desapercibida. De hecho, ha generado mucha controversia —expuso al tiempo que sacudía la cabeza con desaprobación.
Drasil se abrazó a sí misma, implorando a los dioses para que Eivør reapareciera y la ayudase a salir de aquella situación tan violenta e incómoda.
—Después de todo lo que te he apoyado... —bisbiseó Aven con la cabeza gacha. Estaba tan dolido que a la skjaldmö se le partió el corazón—. Pensaba que éramos amigos, pero ya veo que me equivocaba.
—Sé que he obrado mal —murmuró Drasil, recibiendo una mirada renuente por parte del aprendiz de herrero—. Me he portado muy mal contigo, y lo lamento. De veras que lo siento —se disculpó, abochornada—. Jamás fue mi intención hacerte daño.
Aven negó con la cabeza, resentido.
—Aléjate de mí, Drasil —dijo en tanto se ponía en pie—. No quiero volver a tener nada que ver contigo. —La señaló amenazadoramente con el dedo índice, justo antes de darse media vuelta y dirigir sus apresurados pasos hacia la salida.
La hija de La Imbatible lo vio alejarse con el llanto pugnando por brotar de su garganta. Se acurrucó en aquella esquina en la que la habían confinado y, reprimiendo un sollozo, ocultó el rostro tras sus temblorosas manos.
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N. de la A.:
¡Hola, mis pequeños vikingos!
Vale, creo que me he venido muy arriba con este capítulo. Tiene prácticamente 5000 palabras, así que me disculpo de antemano por si os ha resultado tedioso de leer >.< Con esta historia siempre procuro hacerlos más bien cortos, pero no sé qué me pasa últimamente que todos me salen de 4000 palabras o hasta incluso más x'D
Antes que nada, me gustaría puntualizar una cosilla que se me olvidó comentar en el capítulo anterior (para no variar xd). En la serie emplean mucho la cauterización para sanar determinadas heridas, pero investigando un poco llegué a la conclusión de que en esa época los vikingos no utilizaban todavía esa procedimiento de curación, ya que es bastante posterior. Por eso a Drasil no se lo hacen, porque es algo que aún desconocen.
Bueno, una vez aclarado esto, vayamos al contenido del capítulo. ¿Qué os ha parecido? ¿Os ha gustado? Porque, aunque no lo parezca, es bastante importante. Supone un punto de inflexión para nuestras chicas.
Para empezar, nuestra queridísima Eivør ha descubierto ya el pastel. Me ha encantado escribir esas dos primeras escenas, en serio. En mi opinión, creo que era bastante necesario que ambas tuvieran una conversación de ese tipo. Ahora bien, ¿Eivør se hará fan de Drabbe o cumplirá su papel de hermana mayor sobreprotectora? Hagan sus apuestas, señoras y señores.
¿Y qué me decís de Aven? También se han descubierto algunas cosillas respecto a él, como que ya sospechaba que había lío entre Drasil y Ubbe desde hacía tiempo. De hecho, en el capítulo 28 él ya empezaba a olérselo. Cuando Dras le pregunta que por qué es tan bueno con ella, la respuesta de él es una indirecta en toda regla. Tipo: no sé, tú sabrás, ¿acaso has hecho algo para que no lo sea? Y aunque amo a Drasil con todo mi corazón, no me gusta nada lo que le ha hecho al pobre Aven u.u
Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)
Besos ^3^
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