━ 𝐗𝐗𝐗: No te separes de mí
•─────── CAPÍTULO XXX ───────•
NO TE SEPARES DE MÍ
────────ᘛ•ᘚ────────
( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )
◦✧ ✹ ✧◦
LAS COSAS EN KATTEGAT estaban de lo más tensas y tirantes. Desde que el Gran Ejército había zarpado para poner rumbo hacia Inglaterra, hacía prácticamente tres lunas, Lagertha había puesto todo su empeño y dedicación en mejorar la defensa del reino. Había aumentado la seguridad, colocando centinelas en los torreones y en el portón principal para controlar la entrada y salida de los viandantes. Sin embargo, aquello no había impedido que se produjera algún que otro altercado, como el que había tenido lugar en la plaza del mercado.
Ya habían transcurrido cuatro días desde que un grupo de supuestos mercaderes había irrumpido en el poblado. Fue Torvi, quien esa mañana estaba de guardia, la que se dio cuenta de que algo no terminaba de encajar con aquellos misteriosos forasteros.
Sus sospechas se vieron confirmadas al enterarse de que, pese a asegurar que eran comerciantes, no se habían interesado en ningún producto del mercado, así como tampoco habían sacado a relucir su propia mercancía, lo que le llevó a la alarmante conclusión de que si se habían tomado la molestia de viajar hasta allí no era precisamente para comprar ni vender nada.
No se equivocó, puesto que, en cuanto se percataron de que les estaban vigilando, los hombres desenvainaron sus armas y acometieron contra todo aquel que se interpuso en su camino, generando un enorme revuelo. Gracias a los dioses —y a la rápida intervención de los guerreros y skjaldmö que estaban al servicio de Lagertha—, lograron abatirles antes de que el número de muertos fuera demasiado alarmante.
Como cabía esperar, aquello no le sorprendió lo más mínimo a la soberana. Al contrario que a sus súbditos, quienes todavía estaban conmocionados. Desde que se había hecho nuevamente con el trono, Lagertha había esperado que algo semejante sucediera. Kattegat se había convertido en un importante puesto comercial —uno de los más ricos de toda Noruega— y con un cambio en el poder tan reciente no era de extrañar que otros lo mirasen con envidia y como a un posible objetivo. Porque aquellos foráneos se habían presentado allí, fingiendo ser humildes mercaderes, con un único propósito: buscar puntos débiles en las defensas.
Kaia no había dejado de darle vueltas al asunto, consciente de que tan solo era cuestión de tiempo que aquel pequeño revés se convirtiera en algo muchísimo más sangriento y peligroso. Aquellos malnacidos habían sido enviados por alguien con el suficiente poder como para haberlos contratado, aun sabiendo que era muy probable que no saliesen con vida de Kattegat.
Lamentó profundamente la ausencia de rehenes, dado que la información que les hubiesen revelado habría sido clave para descubrir quién andaba detrás de todo aquello. Aunque una parte de ella —la más racional— sabía que, en el momento en que ocurrió todo, lo primordial era evitar que más gente inocente muriese.
Suspiró a la par que se masajeaba cuidadosamente las sienes, que le palpitaban a causa de un incipiente dolor de cabeza. Alzó el rostro, lo justo para vislumbrar a Astrid, que permanecía sentada delante de ella, fabricando flechas para su nuevo carcaj. Apenas un instante después, su mirada se desvió hacia su izquierda, donde una implacable Lagertha observaba con ojo avizor una enorme maqueta. La representación de la actual Kattegat.
No le costó intuir que ella también estaba inquieta, además de preocupada. Ambas habían vivido lo suficiente como para saber que las cosas no sucedían sin un motivo. Aquel extraño incidente tan solo era el preludio de algo muchísimo peor. Algo que, por mucho que se empeñaran en fortificar el reino, no iban a poder evitar.
Se puso en pie con la elegancia que le caracterizaba y se aproximó a la rubia, que se había llevado una mano al mentón en un mohín pensativo. Kaia bordeó la mesa en la que se hallaba la maqueta y se detuvo al lado de su amiga. Sus iris grises no demoraron en recorrer aquel prototipo tan fidedigno de la capital, donde estaban representadas las almenas, las talanqueras, las casas y hasta incluso el muelle.
—Podríamos construir más torres defensivas aquí —propuso La Imbatible mientras señalaba con el dedo índice una zona concreta de la maqueta—. Y aquí también. —Cruzó los brazos sobre su pecho, meditabunda.
Lagertha asintió, de acuerdo con ella. Siempre había valorado sus consejos, al igual que su pragmatismo a la hora de actuar. Y es que rara era la ocasión en que Kaia no demostrase estar a la altura de las circunstancias.
—Y tal vez deberíamos aumentar la seguridad en el portón —pronunció la rubia, apoyando las manos en el borde de la mesa—. Duplicar las guardias y establecer patrones de registro.
Kaia asintió del mismo modo en que su interlocutora lo había hecho segundos antes, dando su aprobación. Estuvo a punto de retomar la palabra, de agregar que también sería recomendable profundizar las zanjas y añadir más estacas, pero el inconfundible sonido de un cuerno hizo que el aire se le quedara atascado en los pulmones.
En un acto reflejo, sus músculos se contrajeron en anticipación a lo que iba a sobrevenir, a lo que aquella simple señal significaba.
Sus predicciones se habían cumplido.
Por el rabillo del ojo miró a Lagertha, que también se había puesto en guardia. Su amiga tenía el ceño ligeramente fruncido, lo que propiciaba la aparición de algunas arrugas en su frente —sobre la que podía advertirse una fina capa de sudor—, y los puños apretados y pegados al cuerpo.
—Ya están aquí.
Ante el comentario de la reina, Astrid se levantó de un salto, con la respiración entrecortada y el corazón latiéndole con fuerza bajo las costillas. Giró sobre sus talones y alternó la mirada entre las otras dos mujeres, que avanzaron a grandes zancadas hacia ella.
—Vamos —volvió a hablar Lagertha, acaparando nuevamente la atención de sus compañeras. El cuerno había sonado dos veces seguidas, lo que significaba que Kattegat estaba siendo atacado—. No hay tiempo que perder.
El caos reinaba en el portón principal.
Decenas de guerreros y skjaldmö se habían congregado allí para poder hacer frente a los asaltantes, quienes habían conseguido eludir la primera línea defensiva con una facilidad insultante. Los fosos no parecían suponerles ningún obstáculo, puesto que habían traído tablas de madera para utilizarlas a modo de puente y así poder sortear las afiladas estacas que les aguardaban en la parte más profunda de los socavones, y las empalizadas de poco habían servido.
Era evidente que estaban actuando a conciencia, que sabían lo que estaban haciendo. Habían venido equipados con todo lo necesario para que el asedio resultase un éxito rotundo. Y eso solo significaba una cosa: que había sido algo premeditado. Alguien estaba moviendo sus hilos desde fuera para hacerse con el control de Kattegat, probablemente la misma persona que andaba detrás del incidente del mercado.
Mientras Lagertha subía a uno de los torreones para disponer de una mayor visibilidad, Kaia y Astrid se reunieron con Torvi en el portón, donde cada vez era más complicado contener a los intrusos. Allí la rubia les comentó que habían salido de la nada y que eran muy numerosos.
La Imbatible no lo dudó a la hora de enarbolar su espada contra un hombre que se le había acercado peligrosamente por la espalda. Se agachó, esquivando con gran maestría la estocada de su adversario, y antes de que este pudiera arremeter de nuevo contra ella hundió el filo de su arma en su pecho.
El sujeto cayó al suelo tras proferir un grito agónico. Su cuerpo se convulsionó con violencia en tanto sus pulmones se encharcaban de su propia sangre, asfixiándolo. Comenzó a boquear con frenesí, ávido del oxígeno por cuya falta su organismo agonizaba. Finalmente, tras varios instantes de tortuosa agonía, dejó de respirar y, por tanto, de moverse.
Kaia viró la cabeza hacia su derecha y miró por encima de su hombro, allá donde Astrid y Torvi luchaban contra otro par de beligerantes. Volvió la vista al frente, hacia las tranqueras; los asaltantes habían abierto varios agujeros en ellas. Era cierto que muchos de ellos se quedaban a medio camino gracias a los arqueros que les disparaban desde las almenas, pero aquello no les detendría. No pararían hasta lograr su cometido.
Los gruñidos de Torvi, que había sido acorralada por dos hombretones que la superaban en fuerza y tamaño, bastaron para que Kaia desenfundara el hacha arrojadiza que llevaba amarrada al cinto y la lanzase con todas sus fuerzas hacia uno de ellos, provocando que la hoja se le incrustara en la espalda, justo entre ambos omóplatos.
La rubia le dedicó una mirada cargada de agradecimiento en cuanto consiguió deshacerse del otro guerrero, a quien ensartó con su espada tras un exhaustivo forcejeo. La Imbatible tan solo asintió, para después enzarzarse en un aciago duelo con una escudera del bando contrario.
Fueron necesarios varios embistes y alguna que otra finta para lograr desarmarla. Kaia aprovechó aquella inminente oportunidad para asestarle el golpe de gracia. Desplazó linealmente su espada, realizando un golpe de barrido que la skjaldmö no pudo evadir.
Un tajo. Tan solo bastó un tajo para que la cabeza de la mujer se despegara de sus hombros y cayera inexorablemente al suelo. Su cuerpo decapitado también se desplomó segundos después.
La castaña compuso una mueca de aversión al reparar en cómo se le seguían moviendo los dedos de las manos, a pesar de que su cabeza ya no estaba conectada al resto de su ensangrentada anatomía. Aquella dantesca imagen hizo que la bilis le subiera por la garganta y que el vello de la cerviz se le erizase.
—¡Kaia! ¡Astrid! —La voz de Lagertha provocó que las mencionadas se voltearan hacia ella—. ¡Nos hemos equivocado! —bramó la soberana, quien había podido ver desde los torreones lo que verdaderamente estaba ocurriendo. Tanto Kaia como Astrid le instaron con la mirada a que les brindase más detalles—. Esto tan solo es una distracción, un señuelo. Vienen más del muelle —explicó. La frustración era palpable en su tono de voz.
La Imbatible masculló algo ininteligible, justo antes de acortar la distancia que la separaba de Lagertha, que parecía estar al borde de la histeria. Toda la tensión que la había embargado en el Gran Salón, luego de oír la señal que anunciaba que Kattegat estaba siendo atacado, se había maximizado. La situación se estaba complicando demasiado, alcanzando cuotas críticas.
—Quieren acorralarnos. Negarnos cualquier vía de escape —manifestó Kaia, que no dejaba de mirar a su alrededor. Sus ojos se movían erráticos de un lado a otro y sus manos asían con una fuerza colérica la empuñadura de su espada—. Pretenden cercarnos como a animales.
—No se lo permitiremos —impugnó Lagertha con la convicción grabada a fuego en sus titilantes pupilas. Si pensaban que iban a rendirse con tanta facilidad estaban muy equivocados—. ¡Torvi! —La susodicha se giró hacia ella, expectante—. Mantenlos a raya —dictaminó, a lo que su nuera realizó un movimiento afirmativo con la cabeza—. Kaia, Astrid. Vosotras conmigo.
A Kaia siempre le había gustado luchar. Desde que fue lo suficientemente madura para saber que quería convertirse en una gran escudera, había disfrutado de cada batalla, de cada enfrentamiento. Tales eran la pasión y el fervor con los que peleaba que se decía que contaba con el favor de los dioses. Muchos rumoreaban que eran los mismísimos Æsir quienes velaban por ella en cada una de las reyertas en las que participaba, quienes la protegían y cuidaban. Porque, tal y como su apodo indicaba, no había hombre o mujer capaz de abatirla.
O al menos eso era lo que los escaldos* se habían encargado de divulgar. Las morbosas historias que, desde que había empezado a forjar su propio destino, la habían acompañado. Cuentos para entretener a los más pequeños, quienes fantaseaban con ser algún día los protagonistas de sus propias aventuras, y amedrentar a los adultos. Como las canciones que se escuchaban sobre las hazañas del intrépido Ragnar Lothbrok o los poemas que enaltecían las proezas de una inconmensurable Lagertha.
Patrañas. Simples y llanas patrañas.
Al igual que todos los mortales que poblaban Midgard, Kaia estaba hecha de carne y hueso, de polvo y ceniza. Ya no era tan hábil como antes. Su resistencia y agilidad no eran las mismas que hacía once inviernos, cuando participó en la batalla de Frankia, antes de que Ragnar les abandonara a su suerte. Puede que su destreza con las armas continuara siendo envidiable, pero los años no le habían pasado en balde —ni a ella ni mucho menos a Lagertha—, y eso era algo que no podía obviar.
Estaba aprendiendo a hacer de aquella inevitable debilidad una de sus mayores fortalezas. Porque puede que no fuera tan joven y lozana como antes, pero lo que había perdido de vitalidad lo había ganado en astucia y sabiduría. Su vasta experiencia en todo lo relacionado con la guerra la había convertido en una rival difícil de combatir. Había aprendido a ser paciente, a no ceder a las emociones ni a la impulsividad propia de los neófitos. Y, sobre todo, había aprendido a conocer al enemigo, a saber cuándo actuar y en qué circunstancias.
El reguero de cadáveres que estaba dejando a su paso era una clara muestra de ello, de la supremacía que expelía por cada poro de su piel en comparación con todos aquellos que habían tenido la desgracia de cruzarse en su camino. Guerreros y skjaldmö que habían pecado de ingenuos y confiados.
Con el semblante cubierto de sangre y sudor, Kaia se tomó unos instantes para poder observar a su alrededor. Los continuos ataques efectuados por beligerantes del bando contrario hacia su persona la habían obligado a separarse de Lagertha y Astrid, quienes habían seguido su propio camino sin percatarse de que ella se quedaba atrás.
No las culpaba, dado que en aquellos momentos Kattegat estaba más agitado que nunca. Los gritos, las súplicas, los llantos, el choque del acero contra el acero... Todo aquello había propiciado que la ciudad se transformara en un maremágnum de terror y confusión.
Por suerte para ella, sabía hacia dónde se dirigían, cuál era su destino, de manera que no titubeó a la hora de ordenar a sus resentidas piernas que se pusieran en movimiento, encomendándose a todos y cada uno de los dioses para que les ayudaran a repeler la invasión y a hacerse con la victoria.
Los ojos de Kaia no tardaron en divisar en la lejanía la inconfundible figura de Astrid, a quien no le había quedado más remedio que quedarse rezagada para poder hacer frente a otro par de combatientes que le habían cortado el paso.
Durante unos segundos La Imbatible se limitó a contemplar llena de orgullo lo bien que se desenvolvía la muchacha en el campo de batalla. Atrás había quedado la chiquilla de catorce años que perdió a sus padres debido a una terrible enfermedad y que fue acogida por una Lagertha que juró cuidarla y protegerla. Se había convertido en una mujer hecha y derecha, en toda una guerrera. Al igual que Drasil, y que Eivør.
No obstante, aquella emoción se desvaneció para dar paso a una sofocante angustia que le constriñó el pecho. Un sonido ahogado brotó de su garganta al ver cómo Astrid, luego de deshacerse de los dos hombres que la habían forzado a separarse de Lagertha, era arrollada por un tercero que había emergido de uno de los recodos de la callejuela.
Su rostro perdió el color cuando presenció cómo el cuerpo de la joven salía disparado a causa del impacto, golpeándose la cabeza contra la pared de una de las casas que conformaban aquel angosto tramo del poblado.
Astrid cayó al suelo, inmersa en un estado de semiinconsciencia que hizo que a Kaia se le saltaran todas las alarmas. La morena trató de ponerse en pie, empleando el muro con el que se había golpeado de apoyo, pero estaba tan aturdida y desorientada que no consiguió moverse ni un ápice. En su lugar, se llevó una mano a la zona herida, tiñendo las yemas de sus dedos de un líquido escarlata brillante y siseando debido a la molestia que le había producido aquel simple roce.
No fue consciente de que el individuo que se había abalanzado sobre ella había acortado la distancia que los separaba hasta que este apareció en su nublado campo de visión, con su hacha en ristre y la boca curvada en una escalofriante sonrisa.
El miedo hizo presa de ella.
Quiso defenderse, volver a empuñar su espada y acabar con aquel indeseable que parecía haberse empeñado en ser su verdugo. Pero todo le daba vueltas. Muchas vueltas.
Una traicionera lágrima resbaló por su mejilla cuando el guerrero echó hacia atrás su portentosa arma, dispuesto a rematarla. El corazón le arrancó a latir desenfrenadamente mientras el sudor se acumulaba en sus sienes y en la parte baja de su espalda. Entonces el sujeto propulsó su hacha hacia delante, ocasionando que un espeluznante silbido cortara el aire. Ella tan solo pudo cerrar los ojos, aterrada.
Esperó dolor. Un insufrible dolor antes de que las puertas del Valhalla o del Fólkvangr se abrieran para ella, antes de que las valquirias condujeran su alma hacia cualquiera de ambos salones.
Pero no hubo nada de eso.
Aún con el pánico burbujeando en su interior, entreabrió los ojos, topándose con una imagen que hizo que el estómago se le encogiera: Kaia se había interpuesto en el trayecto del hacha y ahora luchaba con uñas y dientes contra el hombre que había estado a punto de arrebatarle la vida.
La Imbatible se había hecho con un escudo que había encontrado en el suelo, junto al cadáver de una mujer a la que habían abierto en canal. Era gracias a él que podía resistir las brutales ofensivas de su nuevo contrincante, que era muchísimo más fuerte que ella.
Pese a ello, no se dejó amilanar. Puede que la superara en fuerza bruta, pero no en perspicacia, de eso estaba segura. Dejaría que fuera él quien tomase la iniciativa. Le permitiría seguir atacando, haciéndole creer que estaba perdiendo terreno, para así agotarle. Para que, cuando menos se lo esperase, fuera ella la que se hiciese con el control de la situación.
Con lo que no contó fue la bestialidad con la que la embestiría, la rudeza con la que se enfrentaría a ella, como si se tratase de un temible berserker*. Cada vez que su monstruosa hacha impactaba contra su escudo, una descarga de dolor le recorría todo el brazo, desde la punta de los dedos hasta el hombro. Tampoco sopesó la posibilidad de que, en una de las acometidas, su arma defensiva se partiera en dos.
La madera del escudo crujió, justo antes de romperse por la mitad.
Kaia reculó un par de pasos al tiempo que apegaba la mano con la que había portado el escudo a su pecho, que subía y bajaba a una velocidad desenfrenada. Sentía un dolor lacerante por toda la extremidad, como si cientos de cuchillos se estuvieran clavando en su piel.
«Bastardo», pensó en un arranque de ira.
Dejó escapar un sonido gutural en tanto su mente se ponía a trabajar a toda velocidad. Ahora que había perdido la única protección de la que disponía, no podía arriesgarse a que aquel maldito salvaje continuara descargando toda su furia contra ella.
Ya iba siendo hora de que cambiasen las tornas.
Viró la cabeza hacia su izquierda y clavó sus gélidos orbes en Astrid, que seguía tendida en el suelo, luchando contra su propio malestar. Una inmensa desazón volvió a atenazarla; había visto la virulencia con la que se había golpeado la cabeza y lo mucho que le estaba costando recuperar el control sobre sí misma. Era evidente que no estaba en condiciones de pelear junto a ella. Debía apañárselas sola.
Volvió a centrar toda su atención en el hombre que tenía frente a ella, quien parecía estar disfrutando en demasía de aquel giro que habían dado los acontecimientos.
Con un brillo feroz relampagueando en sus iris grises, se impulsó sobre la punta de sus pies para precipitarse hacia él, que adquirió una rápida posición defensiva. Kaia aferró con ambas manos la empuñadura de su espada y, tras proferir un grito colérico, la hizo chocar con el arma de su oponente.
Los dos se enfrascaron en un peligroso baile, una danza macabra en la que hasta el más mínimo error podía tener unas consecuencias nefastas. Un luctuoso juego en el que solo existían dos opciones: matar o morir.
—Veo que eres un hueso duro de roer —articuló el guerrero con voz ronca y gutural. Tanto él como Kaia caminaban en círculos, uno alrededor del otro, tratando de recuperar el aliento—. Aunque no lo suficiente.
Dicho esto, el individuo echó a correr nuevamente hacia La Imbatible, quien apenas tuvo tiempo de reaccionar. El filo de su hacha se acercó azarosamente a su brazo izquierdo, rasgando la tela de su camisa, que no demoró en mancharse de sangre.
En cuanto salvaguardó una distancia prudencial con su adversario, que permanecía sumido en un frenesí de furor, Kaia comprimió la mandíbula con fuerza, haciendo rechinar sus dientes. Un terrible ardor la obligó a bajar la mirada hacia la zona en la que el arma de aquel malnacido había sajado su carne.
Ignorando el dolor que provenía de su extremidad magullada, la castaña giró sobre su cintura y lanzó otro mandoble al aire. El hombre se bamboleó para sortear el cintarazo, aunque no se libró de un profundo corte en su pómulo derecho.
Dejó escapar un exabrupto que fue coreado por una risita desdeñosa por parte de Kaia. Asqueado, se llevó la mano que tenía libre a la mejilla y limpió el hilo carmesí que había manado de la llaga. Todo ello sin apartar la vista de la mujer, a quien comenzaban a flaquearle las fuerzas. Más ahora que poseía una herida sangrante.
No duraría mucho más.
No a ese ritmo.
—¡Kaia, agáchate!
La voz de Astrid la sobresaltó, provocando que diera un respingo, pero cumplió con lo que esta le había demandado. Ni siquiera se volteó para descubrir qué estaba tramando su compañera. Flexionó las rodillas y se dobló sobre sí misma.
Una saeta pasó volando por encima de su cabeza, finalizando su mortífero trayecto en el torso del hombre, que se quedó estático en el sitio. Todos sus músculos se contrajeron en el momento en que la punta de la flecha atravesó su peto de cuero endurecido, hundiéndose en su pecho, muy cerca del corazón.
Una vez superada la turbación inicial, sus manos soltaron el hacha y sus piernas flaquearon. El sujeto cayó de rodillas, con el semblante deformado a causa del horror y la sorpresa. Sus ojos desorbitados se posaron en Kaia, mientras de su boca salían varios esputos de sangre.
La Imbatible se irguió y se aproximó a él con lentitud, recreándose en su sufrimiento. Observó con satisfacción cómo el pánico se apoderaba del que había sido su rival, que intentó por todos los medios recuperar su arma, aquella cuyos agarrotados dedos habían sido incapaces de seguir sosteniendo.
Kaia aguardó unos segundos más antes de cercenarle la cabeza de un solo movimiento. Acto seguido, giró sobre sus talones y dirigió sus apresurados pasos hacia Astrid, que ya había logrado ponerse en pie. En sus manos pudo apreciar el arco que, hasta ese preciso momento, había llevado colgado a la espalda.
—¿Estás bien? —consultó Kaia sin poder disimular un timbre nervioso en la voz. La examinó con una preocupación maternal, en busca de cualquier otra herida aparte de la de la cabeza—. Astrid. —La tomó de los hombros y la zarandeó con brusquedad, a fin de obtener alguna reacción por su parte.
La mencionada parpadeó, todavía algo aturullada.
—Creo que sí... —musitó a la par que echaba un vistazo rápido a su alrededor. Aquella callejuela permanecía desértica, a excepción de ellas dos y de los cadáveres que había esparcidos por el suelo—. ¿Tú? —preguntó, volviendo a clavar sus orbes celestes en los platinados de la castaña—. Tu brazo —señaló, reparando en la llamativa mancha de sangre que podía vislumbrarse en la manga de su camisa.
Las facciones de Astrid se contrajeron en un rictus amargo.
La habían herido por su culpa.
—No es nada —contradijo Kaia, restándole importancia al asunto. Había tenido lesiones muchísimo peores—. ¿Puedes caminar? —Ante su interpelación, la muchacha asintió—. Bien. En ese caso, no te separes de mí.
▬▬▬▬⊱≼❢❁❢≽⊰▬▬▬▬
· ANOTACIONES ·
—Los escaldos eran poetas y narradores itinerantes que acompañaban a los reyes y a los grandes señores en sus viajes. Servían a los nobles, ensalzándolos en composiciones poéticas como los drápar, que principalmente tenían la función de exaltar su generosidad o el heroísmo que habían mostrado en alguna batalla. Sin embargo, el verdadero papel de los escaldos no era únicamente componer poemas. En la Edad Media también se les consideraba cronistas, escritores y testigos de la historia. Eran, en resumen, la versión nórdica de los trovadores.
—Los berserker eran guerreros vikingos que combatían semidesnudos y cubiertos de pieles de animales, normalmente de oso. Entraban en combate bajo cierto trance de perfil psicótico, casi insensibles al dolor y fuertes como toros. Existe la teoría de que su resistencia e indiferencia al dolor provenían del consumo de hongos alucinógenos, como la amanita muscaria, o por la ingesta de pan y/o cerveza contaminados por cornezuelo de centeno.
El trance que experimentaban los berserker se conocía como berserkergang, traducido a la lengua común como «furor o frenesí berserker» o «el movimiento del berserker». Esta furia consistía en acciones que de otro modo parecían imposibles para los hombres.
Se decía que llegaban a morder sus escudos y que no había fuego ni acero que los detuviera. Se lanzaban al combate con una furia ciega y sin armaduras de ningún tipo. Su sola presencia atemorizaba a sus enemigos e incluso a sus propios compañeros de batalla, pues en estado de trance no estaban en condiciones de distinguir aliados de enemigos. Cuando este estado psicótico pasaba, se producía un embotamiento de la mente y un debilitamiento general que podía durar varios días.
▬▬▬▬⊱≼❢❁❢≽⊰▬▬▬▬
N. de la A.:
¡Hola!
Este capítulo se ha hecho de rogar, pero al fin he podido publicarlo x'D Siento haberos hecho esperar tanto (un mes prácticamente), pero ya sabéis que la inspiración es muy puñetera y yo demasiado vaga, jajaja. Pero bueno, i'm back, pequeñines.
Lo cierto es que no tengo mucho que decir del capítulo. Solo que tenía muchísimas ganas de escribir nuevamente sobre Kaia. Me encanta demasiado esta mujer, jajajaja. Ya sabéis que las escenas de acción me traen por el camino de la amargura, pero espero que os hayan gustado las de este capítulo y que no se os hayan hecho muy pesadas.
Y eso es todo por el momento. No olvidéis votar y comentar, que eso me anima mucho a seguir escribiendo =)
¡Besos!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro