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━ 𝐗𝐋𝐕𝐈𝐈𝐈: Que los dioses se apiaden de ti

──── CAPÍTULO XLVIII──

QUE LOS DIOSES SE
APIADEN DE TI

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( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        LA PLAZA DEL MERCADO estaba a rebosar de gente. Aquella mañana los habitantes de Kattegat habían dejado a un lado sus quehaceres diarios para poder congregarse en el corazón de la ciudad, donde todo estaba dispuesto para llevar a cabo la ejecución del hombre que había intentado asesinar a Lagertha. Aquella turbulenta noticia se había divulgado a una velocidad apoteósica, llegando hasta al último rincón de la capital del reino, donde el ambiente estaba de lo más tenso y tirante. Los rumores y chismorreos —en su mayoría falacias que no podían estar más alejadas de la realidad— tampoco se habían hecho de rogar, colmando tabernas y otros establecimientos, saciando la curiosidad de los lugareños más morbosos.

Ese día Kaia se había despertado con el estómago del revés. La tensión y la incertidumbre a las que se había visto sometida la velada anterior, cuando Ragnild llamó a su puerta para comunicarle que habían atacado a Lagertha y que esta requería su presencia en el Gran Salón, le habían pasado factura. Su apetito se había esfumado, siendo reemplazado por unas terribles náuseas que poco tenían que ver con su estado, y una molesta presión se había instaurado en su pecho.

Como cabía esperar, apenas había podido conciliar el sueño. Se había pasado casi toda la noche en vela, dando vueltas sin cesar en su lecho. Su retorcida mente no le había dado ni un solo respiro; había estado horas y horas —hasta que los primeros rayos de sol comenzaron a despuntar en el brumoso horizonte— pensando en lo sucedido. Había sopesado todas y cada una de las opciones, desde que se tratase de un simple hecho aislado, fruto de la animadversión de un único hombre, hasta un posible complot.

Cada vez que reflexionaba sobre ello, que podrían estar enfrentándose al inicio de una rebelión —lo que no sería tan extraño, y más teniendo en cuenta la infinidad de altercados que habían sufrido desde que el Gran Ejército había partido hacia Inglaterra— el vello de la cerviz se le erizaba y la desazón de su pecho se hacía más palpable.

Sus fuerzas estaban muy mermadas. Los mejores guerreros y escuderas del reino habían acompañado a los Ragnarsson en su empresa de vengar la muerte de su padre, de modo que, en caso de sublevación, de amotinamiento por parte de aquellos que querían a Lagertha fuera del poder, ¿cómo se defenderían? ¿La milicia con la que contaban actualmente sería suficiente para mantener el orden hasta que Björn y los demás regresaran?

Pensó en la conversación que había mantenido esa misma mañana con la soberana, horas antes de que se citara a todo el mundo en la plaza del mercado. Lagertha le había comentado que el interrogatorio no había sido nada fructífero. El hombre se había negado a hablar, incluso cuando los métodos de la afamada skjaldmö se tornaron más... insistentes y persuasivos. Había evadido todas y cada una de sus preguntas, manteniéndose firme en su silencio autoimpuesto, impidiéndoles sacar nada en claro.

Aunque su falta de colaboración no había frenado a Lagertha, ni mucho menos. Al darse cuenta de que su prisionero no iba a proporcionarle la información que deseaba, les había encargado a sus hombres y mujeres de confianza que indagaran al respecto. Sin embargo, estos no habían descubierto nada más allá de su nombre y su ocupación.

Se llamaba Herrøld y era artesano.

—Kaia. —La voz de Hilda, que se hallaba de pie a su izquierda, hizo que saliera de su ensimismamiento. La Imbatible viró la cabeza en su dirección, topándose con los afilados ojos de la seiðkona, que la miraba con inquietud—. ¿Te encuentras bien? Estás muy pálida —consultó, tomándola suavemente de la muñeca.

Kaia parpadeó varias veces seguidas, para después asentir. Se zafó de su agarre y entrelazó las manos sobre su regazo. Echó un vistazo rápido a su alrededor, sus iris grises saltando de un aldeano a otro.

Hilda la observó no muy convencida, pero no insistió. En su lugar, tomó una bocanada de aire y volvió la vista al frente, donde Herrøld —maniatado y ensangrentado— aguantaba con estoicismo los insultos y los comentarios vejatorios que le dedicaban algunos hombres y mujeres libres. A su derecha había dos escuderas que no le quitaban el ojo de encima, cuidando que no cometiera ninguna estupidez, y a su izquierda un hombre alto y fornido, con la cara y los brazos llenos de cicatrices. Este sostenía en sus gruesas manos una gigantesca hacha, cuyo filo destellaba a la luz del sol matutino.

Un verdugo.

Los músculos de ambas se contrajeron cuando vieron aparecer a Lagertha, que permanecía respaldada por Astrid y Torvi. Las tres mujeres se detuvieron junto a Herrøld, quedando de cara a la aglomeración, que no tardó en enmudecer.

Kaia escrutó con sumo detenimiento a la reina, cuyo rostro, que parecía amortajado en piedra, no revelaba absolutamente nada. Su mirada era fría y calculadora, y cada palmo de su cuerpo exudaba poder. El vestido y las joyas que lucía tan solo eran un vago recordatorio de quién era y lo que podría hacer con tan solo chasquear los dedos.

—¡Pueblo de Kattegat! —pronunció Lagertha, alzando la voz para que todo el mundo pudiera oírla. Astrid y Torvi se situaron a sus costados, flanqueándola—. El motivo por el que estamos aquí reunidos no es otro que el de impartir justicia, tanto a ojos de los hombres como de los dioses—. Se enderezó en toda su altura y levantó la barbilla, adoptando un porte regio e impertérrito—. Como bien sabréis, anoche intentaron matarme. El hombre que lo hizo, este hombre —dijo, señalando con un suave cabeceo a Herrøld, a quien habían postrado de rodillas—, asesinó a dos de mis skjaldmö y trató de hacer lo mismo conmigo.

Ante la mención de Nilsa y Skule, cuyos funerales habían tenido lugar al alba, varios lamentos llenaron el aire. Sus familias habían quedado destrozadas luego de recibir tan trágica noticia.

—Sé que estamos atravesando un momento complicado —prosiguió la soberana, acallando nuevamente los murmullos—. Soy consciente de que Kattegat ha sufrido muchos cambios en muy poco tiempo. Pero lo que no voy a permitir es que se ponga en riesgo, ya no solo mi propia vida, sino también la de aquellos que me sirven. —Varias personas aclamaron y vitorearon sus palabras—. Y es por ello que condeno a Herrøld Jogeirsson a morir —sentenció en tanto se volteaba hacia el susodicho, que le enseñó los dientes en una mueca feroz.

Desde su posición, La Imbatible observó a Herrøld con una rabia incontenible congestionando su semblante. La displicencia con la que estaba sobrellevando todo aquel asunto, incluso cuando era perfectamente consciente de que no habría redención para él, hizo que una llamarada de enfado la recorriera de pies a cabeza.

—¿Tienes algo que decir al respecto? —le preguntó Lagertha.

El artesano escupió a sus pies. Sus facciones, pese a estar hinchadas y amoratadas a causa del interrogatorio, se contrajeron en una mueca de aversión que hizo que la rubia suspirara y que a Kaia le entraran ganas de romperle los dientes de un puñetazo y hacérselos tragar.

—En ese caso, que los dioses se apiaden de ti.

Dicho esto, Lagertha le pidió al verdugo que procediera. Este obedeció al instante; agarró a Herrøld por el cuello de su camisa, forzándolo a ponerse en pie, y lo condujo hacia un tocón de madera. Le propinó un golpe seco en la pierna, provocando que el acusado volviera a caer de rodillas, y se detuvo a su vera, tan inmutable como una estatua. Acto seguido, le ordenó que apoyara la cabeza en la astillada superficie y que se retirase el pelo de la nuca. Todo ello con su portentosa hacha entre manos.

Herrøld hizo todo lo que se le pidió, sin ceder en ningún momento a la desesperación propia de quien sabe que está a punto de morir. Sus nervios de acero continuaban asombrando a la reina, que se mantuvo relegada a un discreto segundo plano, junto a Astrid, Torvi y las otras dos escuderas. Hasta que una voz femenina rompió el aciago silencio que se había adueñado de la plaza, llamándolo por su nombre y haciendo que su máscara de impasibilidad cayera.

—¡Herrøld! —exclamó una mujer mientras se abría paso entre la multitud.

El hombre alzó inmediatamente la mirada. Sus mejillas perdieron el color cuando vio de quién se trataba.

—Ronja, no. —Su voz fue más bien un gruñido.

La mencionada rebasó la última fila, quedando expuesta ante la enorme concurrencia, que no demoró en empezar a cuchichear a sus espaldas. Llevaba un pañuelo oscuro que ocultaba casi todo su cabello, pero algunas hebras grises asomaban junto a sus pómulos como manzanas marchitas.

Lagertha entornó los ojos.

—¿Eres la esposa de este hombre? —inquirió.

Ronja asintió. Sus orbes castaños, que se hallaban anegados en lágrimas, no se despegaban de Herrøld. Al percatarse del deplorable estado en el que se encontraba su marido, cuya piel expuesta revelaba el trato tan brutal que había recibido desde que había sido apresado, se llevó una mano al pecho y dejó escapar un entrecortado sollozo.

—Sí, lo soy. Por eso le suplico clemencia —manifestó la mujer, focalizando toda su atención en Lagertha, que no varió lo más mínimo la expresión de su rostro—. Él... él es lo único que me queda —apostilló con desasosiego. Parecía estar al borde del llanto—. Por favor, mi señora... Piedad.

La rubia cruzó miradas con Torvi, y luego con Astrid. Era evidente que la intervención de aquella aldeana las había pillado desprevenidas.

—Puedo llegar a entender tu dolor, pero ¿eres consciente de lo que tu esposo ha hecho? —Lagertha avanzó unos pasos, acortando la distancia que la separaba de Ronja, que no paraba de temblar. Le resultó imposible no sentir lástima por ella—. Él no tuvo piedad con Nilsa, ni tampoco con Skule —espetó con severidad—. Las asesinó a sangre fría, y debe pagar por ello.

El semblante de la aludida se retorció debido a la rabia. Comprimió la mandíbula con fuerza, ocasionando que un músculo pequeño palpitara en el lateral de su cuello, y arrugó el entrecejo. Sus ojos resplandecieron, mostrando el enfado que la corroía.

—Me arrebató a mi hija, y ahora quiere arrebatarme a mi marido.

Se hizo el silencio. Uno tenso y abrumador.

Kaia palideció ante esa última alegación. El aire se le quedó atascado en los pulmones y las palmas de sus manos comenzaron a humedecerse mientras se obligaba a mantenerse imperturbable en su sitio.

—Ronja —exhaló Herrøld.

—No. Quiero que lo sepa. —La mujer cuadró los hombros e irguió el mentón con altivez. Su cuerpo dejó de temblar y su mirada se tornó incisiva—. Quiero que sepa que por su culpa ahora nuestra hija está muerta —masculló entre dientes. No parecía la misma persona que antes había suplicado por la vida de su esposo—. Era escudera de la reina Aslaug. Cayó defendiendo Kattegat del asalto que tú perpetrarse para hacerte nuevamente con el trono. —La señaló acusatoriamente con el dedo índice, dejando atrás las formalidades—. Su sangre mancha tus manos, al igual que la de muchos otros.

La soberana tragó saliva, haciendo caso omiso del estallido de emociones en conflicto que se había desatado en su interior. Nadie se atrevió a decir nada. Nadie se atrevió siquiera a respirar.

Inmersa en el gentío, Kaia cerró los ojos con amargura, como si todo el peso del mundo recayera sobre ellos. Cuando los volvió a abrir instantes después, estos vislumbraron en la fila de enfrente a Trygve. El pescador, que no parecía haber reparado en su presencia, tenía la cara descompuesta y apretaba los labios con tanta fuerza que estos apenas eran una fina línea blanquecina.

—Ya basta. Lleváosla —dictaminó Lagertha.

Ninguno de los presentes osó mostrar el menor atisbo de contrariedad mientras arrastraban a una encolerizada Ronja fuera de la plaza. Y tampoco lo hicieron cuando el filo del hacha cortó el aire y la cabeza de Herrøld se separó de su cuerpo.

Kaia suspiró por tercera vez consecutiva. Se masajeó cuidadosamente las sienes, que le palpitaban a causa de un incipiente dolor de cabeza, mientras Hilda le servía en un vaso de cuerno una infusión de hierbas. Seguía teniendo el estómago cerrado, pero la völva había insistido en que le haría bien tomar algo para apaciguar un poco sus nervios.

—No puedo dejar de pensar en esa pobre mujer —bisbiseó La Imbatible. Se irguió en su silla y apoyó los codos en la mesa, colocando la barbilla sobre el dorso de sus manos unidas. Las imágenes de lo que había ocurrido durante la ejecución no paraban de repetirse una y otra vez en su mente.

Hilda se acomodó en el asiento que quedaba libre delante de ella. Sostuvo su propio recipiente en sus arrugadas manos —en las que podían apreciarse numerosos tatuajes tribales— y, con cuidado de no quemarse, dio un sorbo a su contenido. A ella también se le había quedado muy mal cuerpo.

—Su dolor no justifica su comportamiento, ni tampoco el de su marido —rebatió la anciana, inflexible. Kaia alzó la mirada hacia ella; la zozobra todavía crispaba sus rasgos—. Todos hemos perdido a algún ser querido: padres, hermanos, esposos, hijos, amigos... —Le recorrió la cara una sombra de atribulación tan real e interminable que a su interlocutora le resultó imposible no sentirla en su interior—. Y no por ello vamos segando otras vidas —añadió.

Kaia le dio un trago a su infusión, que olía a menta. Su estómago pareció agradecer la ingesta de aquel líquido caliente.

—Pero precisamente por eso la entiendo —musitó al tiempo que giraba el rostro hacia la ventana. El cielo había empezado a teñirse de rojo y naranja—. No justifico a Herrøld. Es más, le habría matado con mis propias manos de haber tenido la oportunidad. —Apretó los puños con fuerza, como si se estuviera recreando en aquel pensamiento—. Pero, de estar en su lugar, yo también habría hecho lo mismo. —Hilda la observó en silencio—. Si algo le llegara a pasar a Drasil... Si alguien osara causarle el menor daño —se corrigió—, reaccionaría igual. Puede que hasta incluso peor.

La seiðkona se removió con cierta incomodidad en su sitio al escuchar ese nombre. Ella también apoyó las manos en la superficie de la mesa, entrelazándolas después para poder aquietarlas, puesto que un ligero temblor se había apoderado de ellas.

Cuando volvió a clavar la vista en Kaia, algo dentro de ella se sacudió por la manera en que esta la escudriñaba: la castaña la miraba fijamente, como si intentara escrutar sus más oscuros pensamientos. Su semblante se había vuelto pálido y tenso, y su boca suave se había curvado en una mueca vacía.

—Sé que me ocultas algo —soltó Kaia en tono plano. El corazón de Hilda arrancó a latir desenfrenadamente al oírlo, pero hizo un esfuerzo y logró que la agitación de su pecho no se delatara en su expresión—. Y cada vez estoy más convencida de que ese algo tiene que ver con mi hija. —Se inclinó ligeramente hacia delante, como un depredador a punto de abalanzarse sobre su presa—. ¿Y sabes por qué estoy tan segura de ello? Porque cada vez que la menciono pones esa cara —puntualizó en tanto la señalaba con el dedo índice—. Las últimas veces que te he preguntado sobre ella me has contestado con evasivas o simplemente has cambiado de tema. Al principio no quise darme cuenta, pero ahora... —Realizó una breve pausa, lo justo para respirar hondo—. Ahora necesito saber qué has visto. Qué te han mostrado los dioses para que no quieras contármelo.

La anciana no se movió ni un ápice, ni siquiera cuando la voz de La Imbatible se tornó ronca y demandante. Le sostuvo la mirada con una entereza admirable, sopesando todas y cada una de sus opciones.

Pensó en mentirle, decirle que todo estaba bien y que no había nada de lo que preocuparse, que eran imaginaciones suyas, pero Kaia la conocía demasiado bien y enseguida sabría que no estaba siendo sincera con ella.

—Hilda —insistió la más joven sin la menor intención de dar su brazo a torcer. No pensaba marcharse de allí hasta que le contara todo.

—Saberlo no servirá de nada.

Kaia hundió las uñas en la superficie de la mesa, haciendo crujir la madera de la misma. Solo los dioses sabían lo mucho que se estaba conteniendo para no perder la compostura.

—Soy su madre. —Su respuesta fue tajante—. Estoy en todo mi derecho.

La skjaldmö solo esperó, usando el silencio para presionar a Hilda, cuyas barreras parecían estar a punto de caer. Era consciente de que no lo hacía con mala intención, que tan solo quería protegerla y ahorrarle el mayor sufrimiento posible, pero necesitaba saberlo. De lo contrario, acabaría volviéndose loca.

La völva emitió un suspiro, derrotada. Dudaba que aquello fuera lo correcto, pero no le quedaba más remedio que ceder. Por no mencionar que ella también era madre —o lo había sido—, de manera que le resultaba imposible no ponerse en su lugar. De estar en su situación, ella habría querido lo mismo.

Se relamió los labios, dispuesta a desvelarle toda la verdad.

—Tuve un sueño hace unas lunas —comenzó a explicar—. En él aparecía un campo de batalla. Todo era confuso y caótico. Había niebla. No pude discernir quién luchaba contra quién, pero el aire olía a sangre y muerte. —Kaia se puso rígida—. Había demasiado ruido. Gritos, alaridos, gruñidos, el sonido producido por el entrechocar de las armas... Era un maremágnum sombrío y calamitoso. —Posó la vista en su vaso; la infusión de hierbas había dejado de humear. No quería mirar a la castaña por temor a lo que pudiera encontrarse en sus iris cenicientos—. Pero entonces la vi a ella.

Kaia tragó saliva en un intento por deshacer el molesto nudo que se había aglutinado en su garganta. Aquella incertidumbre estaba acabando con ella.

—¿Qué sucedía después?

Hilda negó con la cabeza.

—No estoy segura. Todo estaba borroso. —Se llevó una mano a la sien derecha, como si estuviera tratando de hacer memoria—. Pero recuerdo ver a un zorro, y también a un lobo. Ambos acechando a Drasil desde las sombras.

Ante ese último comentario, La Imbatible arqueó una ceja.

—¿Un zorro y un lobo? ¿Eso qué significa? —cuestionó. No le encontraba ningún sentido.

—No lo sé. —La anciana se encogió de hombros.

—¿Qué más viste? —le instó Kaia a que prosiguiera. Pero Hilda se mantuvo callada, dudando entre si continuar o no—. ¿Qué más viste? —repitió, tan lentamente que cada vocablo parecía una frase independiente.

La seiðkona restableció el contacto visual con ella.

—Vi cómo la herían y cómo posteriormente se desplomaba sobre el suelo embarrado —reveló tras unos segundos más de fluctuación. Su compañera contuvo el aliento—. Y después... —La voz se le quebró.

El mutismo de Hilda alteró aún más a Kaia, que solo quería gritar y sacar todo aquello que había estado guardándose para sí misma desde que habían iniciado la conversación.

—¿Después qué, Hilda? —Una lágrima resbaló por su mejilla.

La mencionada se sorbió la nariz, cariacontecida.

—Después la vi caer en la más absoluta oscuridad. En un vacío frío e insalvable. —Lo recordó como si fuese un trueno que estremecía su memoria—. Y entonces todo se volvió negro. Ya no había ruido, ni caos... Solo silencio. Una funesta nada.

Aquello fue como un jarro de agua fría para La Imbatible, que negó con la cabeza, incapaz de asimilar lo que sus oídos acababan de escuchar. Sus ojos se tornaron vidriosos y a ella empezó a faltarle el oxígeno. Colocó una mano sobre su pecho, como si con aquel gesto pudiera librarse de la presión que la constreñía por dentro.

—No... no... Tiene que haber un error... —balbuceó.

Se puso en pie, tambaleante. Hilda no tardó en imitarla, tan alarmada que ella también había perdido el color.

Vio cómo Kaia se movía de un lado a otro como un animal enjaulado. Podía percibir la angustia que expelía por cada poro de su piel, ese miedo inconmensurable que le desfiguraba la cara. La anciana se acercó a ella, que había comenzado a gimotear y a farfullar cosas ininteligibles. Tomó sus temblorosas manos entre las suyas y las estrechó con fuerza.

—Lo siento mucho. —Fue todo lo que alcanzó a decir—. Lamento habértelo ocultado. Quería evitar esto —se disculpó. Se sentía tremendamente mal consigo misma.

Las lágrimas que había estado conteniendo desde que Hilda había iniciado su relato salieron en tropel de sus ojos, ahogándola en un mar de desesperación y culpa que hizo que cayera de rodillas al suelo, arrastrando a la völva con ella, que le acarició el pelo en silencio.

Fue entonces cuando Hilda lo sintió.

Su otra mano rozó accidentalmente el vientre de Kaia y algo semejante a una descarga eléctrica le erizó la piel. Su expresión mudó a una de auténtico desconcierto cuando notó aquella nueva vida creciendo en el interior de su amiga. Esa pequeña lucecita que titilaba con vigor en lo más hondo de sus entrañas y que se hacía más fuerte a cada día que pasaba.

—Oh, Kaia... Estás... —Volvió a abrazarla, incapaz de concluir la frase. Estaba demasiado conmocionada—. No tenía ni idea.

La Imbatible se aferró a ella, desconsolada.

—Mi pequeña... Mi pobre niña... —sollozó entre continuos hipidos—. ¿Qué se supone que debo hacer ahora? —El corazón le sangraba dentro del pecho ante la idea de perder a Drasil.

Hilda la arrulló con cariño.

—Me temo que no puedes hacer nada, querida —contestó, apegándola más a ella—. Tan solo esperar y suplicarles piedad a los dioses.

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N. de la A.:

¡Hola, corazones!

Bueno, bueno, bueno... Capítulo largo, intensito y lleno de respuestas. En su momento me costó un ovario y medio redactarlo. Tenía súper claro cómo iban a ser ambas escenas, pero no me salía expresarlo con palabras. Quería que la primera parte, la de la ejecución, se viera lo más realista posible y que la segunda transmitiera toda esa tensión y ese desasosiego que ha experimentado Kaia (mi pobre bebé). No sé si lo habré conseguido, but yo lo he intentado x'D

En lo referente a la primera escena, siempre me ha chirriado que en la serie nadie (refiriéndome al pueblo llano) pusiera ninguna objeción a que Lagertha volviera a ostentar el poder en Kattegat. Y más teniendo en cuenta el revuelo que montó para poder derrocar a Aslaug. De ahí toda esta trama que me he sacado de la manga, jajaja. Espero que os esté gustando y que no os resulte aburrida ni nada por el estilo >.<

Y, bueno, de la última escena solo puedo decir una cosa: drama. Por fin, después de no sé cuántos capítulos, sabemos qué es lo que vio Hilda. ¿Es posible que Lucy esté jugando un poco al despiste con todo este tema? Efectivamente. Pero ya sabéis que me encanta haceros sufrir, jeje.

También quisiera aprovechar esta nota de autora para instaros a comentar un poquillo más. Últimamente recibo muy poco feedback y me gustaría saber qué opináis de lo que llevamos de segundo acto. Recordad que los votos y los comentarios son lo que me animan a seguir publicando en esta plataforma. Siempre intento traeros un nuevo capítulo cada 15 días (si no me surge ningún imprevisto, claro), así que, please, manifestaos xD

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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