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━ 𝐗𝐂𝐕𝐈: No quiero matarte

N. de la A.: cuando veáis la almohadilla #, reproducid el vídeo que os he dejado en multimedia y seguid leyendo. Así os resultará más fácil ambientar la escena.

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─── CAPÍTULO XCVI──

NO QUIERO MATARTE

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( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        LA SANGRE RUGÍA EN SUS OÍDOS y palpitaba en sus sienes. Kaia tenía la garganta seca, la lengua como esparto y un agujero en el estómago, pero, aun así, no dejó de moverse en ningún momento. Con su espada y su escudo en ristre, La Imbatible repartía estocadas a diestro y siniestro, pasando por el filo de su arma a cualquier adversario que se le pusiera por delante. A su alrededor todo era caos y ruido, muerte y destrucción. La explanada que colindaba con el bosque se había convertido en una marea de acero, sangre y cadáveres. Ambos ejércitos habían desplegado sus fuerzas contra el otro, librando en aquellos verdes pastos la batalla decisiva, aquella que determinaría el destino de Kattegat... Y de toda Noruega.

No sabía cuánto tiempo llevaba combatiendo, puesto que, una vez que te sumías en la lucha, perdías todo tipo de noción, pero era el suficiente como para que sus músculos y articulaciones comenzaran a resentirse. A pesar de la adrenalina que corría anárquica por sus venas, vigorizándola, aquel molesto hormigueo que tantas veces había experimentado a lo largo de su vida estaba empezando a expandirse por su cuerpo, entumeciendo sus extremidades. Y es que las skjaldmö no solo peleaban, sino que además debían demostrar una gran resistencia física para poder mantener en alto sus broqueles, que no eran precisamente ligeros.

Se tomó unos segundos para poder mirar en derredor, a la cruenta batalla que, sin duda alguna, estaría haciendo llorar hasta a los mismísimos dioses. Las primeras saetas fueron disparadas al alba, cuando el sol naciente se asomaba perezosamente por encima de los nudillos rotos de las montañas del este. Ahora la claridad del nuevo día alumbraba cada rincón de Midgard, aunque una densa niebla se había apoderado del claro, dificultando la visión y aumentando la tensión y la incertidumbre que podían palparse en el ambiente. Parecía una señal de los Æsir y los Vanir para que se detuvieran, para que no siguieran adelante con aquella carnicería.

Con el corazón latiéndole desbocado bajo las costillas, Kaia buscó con la mirada a una figura en particular. Sus orbes grises, fríos e implacables como el hielo, saltaban de un beligerante a otro con una urgencia desesperada, ansiando reconocer a su hija en cualquiera de las siluetas que gritaban y berreaban a su alrededor. La última vez que había visto a Drasil había sido antes de que los guerrilleros que conformaban ambas huestes echaran a correr los unos hacia los otros. Y aunque procuraba no desesperar y mantener la mente despejada, como siempre hacía cada vez que portaba una espada y un escudo, su faceta como madre no podía evitar preocuparse por el único retoño que le quedaba con vida.

Había tratado de mantenerse a su vera, de tener a Drasil lo más cerca posible para poder vigilarla y asegurarse de que no le ocurría nada malo, pero eran muchas las personas que se habían aglomerado en aquella llanura —luchando por lo que creían correcto— y la neblina que se había cernido sobre ellos era cada vez más espesa. Lo único que la consolaba y que impedía que perdiese la calma era saber que Ubbe también estaría pendiente de la que ahora era su esposa. Confiaba en el primogénito de Ragnar y Aslaug y sabía que daría su vida por Drasil de ser necesario.

No le quedó más remedio que posponer su búsqueda cuando un soldado franco se le acercó escabrosamente por la espalda. Por suerte para ella —y desgracia para él—, Kaia fue rápida y, tras detectar un exceso de movimiento por el rabillo del ojo, dio un giro de ciento ochenta grados que le permitió salir de la trayectoria del hombre, que enarboló su espada con tanta fuerza que esta se clavó en el suelo con un ruido sordo.

La afamada skjaldmö aprovechó aquel giro de los acontecimientos para poder colocarse tras la figura del cristiano y propinarle una patada en la pantorrilla que lo hizo aullar como un berserker en pleno trance. El golpe lo desestabilizó tanto que soltó el mango de su espada —la cual continuaba hundida en la hierba— para tratar de mantener el equilibrio y fue ahí que Kaia impulsó hacia delante su broquel para poder estamparlo contra aquel pobre desgraciado que había tenido la mala fortuna de cruzarse en su camino.

El umbo metálico del escudo impactó de lleno contra el costado izquierdo del hombre, quien no tuvo tiempo ni de pestañear, dado que La Imbatible fue rauda a la hora de mover diagonalmente su espada. El sonido que producía el metal al entrar en contacto con la carne era música para los oídos de cualquier guerrero, al igual que el borboteo de la sangre al manar de una herida recién abierta.

El normando calló de rodillas al suelo, con la mitad de la faz deformada debido a un profundo corte del que no paraba de fluir un abundante río carmesí. El hombre alzó las manos, como si quisiera llevárselas a la cara, allá donde había recibido el frío beso del acero, pero lo único que hacían sus dedos era moverse en una extraña estereotipia que solo terminó cuando Kaia le asestó el golpe de gracia, terminando así con su agonía.

Solo entonces la mujer se permitió recuperar el aliento.

Tal y como habían imaginado —y temido—, el ejército de Harald, Ivar y Hvitserk les superaba claramente en número y armamento ahora que contaban con la ayuda de Rollo. Los soldados francos estaban mezclados con los escandinavos que apoyaban a Cabello Hermoso y al Deshuesado, pero estos eran fácilmente reconocibles gracias a sus lustrosas armaduras y a sus jubones azules.

Kaia tragó saliva, consciente de que eran muchos. Demasiados.

Su mirada fue a parar a la pequeña colina desde la que Ivar Ragnarsson lo observaba todo con sumo detenimiento, junto a un puñado de guerreros leales que ejercían de sus guardaespaldas. No le sorprendía que el joven no participase en la contienda —al fin y al cabo, la malformación de sus piernas le impedía moverse en condiciones—, pero debía reconocer que le molestaba que tantos hombres y mujeres honrados le siguieran tan ciegamente cuando ni siquiera iba a mancharse las manos, quedándose relegado a un discreto segundo plano. Un auténtico líder no enviaba a sus soldados al matadero, aguardando a que otros le hicieran el trabajo sucio, sino que sudaba y sangraba como el que más. Un verdadero caudillo vikingo predicaba con el ejemplo, y Ivar lo único que hacía era avivar la llama del odio y la ambición.

Volvió la vista al frente, a los guerreros y escuderas que aún continuaban en pie, luchando con gran fervor y determinación... Y fue ahí que lo avistó. Al principio le costó reconocerle, puesto que no estaba acostumbrada a verle vestido de esa manera, con armaduras y protectores de cuero, pero toda duda se despejó de su mente cuando el hombre que la había traicionado dejó de darle la espalda.

Trygve hundió su portentosa hacha en el abdomen de una skjaldmö que había perdido su broquel. La mujer profirió un grito desgarrador que se vio reducido a un simple alarido cuando el pescador extrajo su arma de un brusco tirón, haciendo que se desplomara al suelo. El hachazo había sido tal que no fue necesario un segundo golpe para rematarla.

Entonces Trygve giró sobre sus talones, jadeante. Sus iris zarcos estaban muy abiertos y centelleaban con vigor a causa de la adrenalina que lo espoleaba. Sus facciones, por otro lado, se habían contraído en una mueca grotesca, con varias manchas de sangre tiznando su bronceada piel.

El antiguo pescador de Kattegat no pareció reparar en su presencia, aunque pronto lo haría. Si bien lo había visto en la primera batalla —aquella que tuvo lugar dos semanas atrás—, no había tenido la oportunidad de enfrentarse a él, de volver a tenerlo cara a cara. Por más que lo hubiese buscado, ansiosa como estaba por saldar la cuenta que tenían pendiente, los dioses no le habían permitido llevar a cabo su venganza.

Cosa que pensaba cambiar ese día, en ese momento.

Kaia inspiró por la nariz, sintiendo cómo la rabia empezaba a opacar todo lo demás, extendiéndose por su organismo como el más letal de los venenos. Su mano derecha, aquella en la que sostenía la espada, apretó con fuerza la empuñadura revestida de cuero, hasta el punto de sentir un lacerante dolor en la palma.

Las imágenes de lo que había vivido junto a Trygve, de todo por lo que había tenido que pasar por su culpa, comenzaron a desfilar por su mente como un puñal recién afilado: sus intentos de cortejarla, las noches de extenuante pasión que habían pasado juntos, la posterior noticia de su embarazo, el descubrimiento de la traición del hombre, su desaparición junto a Harald... Y la pérdida de su hija nonata. Todos aquellos recuerdos hicieron eco dentro de su cabeza, provocando que la sangre se caldeara y burbujeara en sus venas. Su semblante, antes inexpresivo, ahora destilaba aquella furia ciega que llevaba corroyéndola desde que cometió el grave error de no detener a Trygve la noche que lo dejó al descubierto.

Pero no pensaba cometer la misma equivocación dos veces. Y así lo demostró cuando forzó a sus piernas a que se pusieran nuevamente en movimiento, acortando cada vez más la distancia que la separaba de aquel hombre al que había jurado matar.

Costara lo que costase.

Kaia ancló los pies en el suelo terroso, deteniéndose tras la corpulenta figura de Trygve, quien todavía no se había percatado de que estaba allí. Los orbes cenicientos de La Imbatible no se despegaban de la amplia espalda del pescador, cuyos hombros subían y bajaban con rapidez, ello debido a la agitación del combate.

Las falanges de Kaia se cerraron con fuerza en torno al mango de su espada, buscando controlar esa rabia y frustración que se habían reactivado en ella tras reencontrarse con Trygve. Juró ante la tumba de Yrsa que se vengaría de él, que le haría pagar por todo el daño que le había causado... Y pensaba cumplir su palabra. No había hombre ni deidad que pudiera detenerla, no ahora que por fin volvía a tenerlo frente a frente.

—Debí matarte aquella noche —masculló la mujer entre dientes. El traidor se volteó hacia ella de inmediato, con una expresión alarmada contrayendo su atractiva fisonomía. Estaba más delgado y tenía el pelo y la barba más largos que la última vez que se vieron—. No hay ni un solo día que no me arrepienta de ello —añadió, soltando todo su veneno.

Trygve inhaló profundamente. Varias gotas escarlata salpicaban su tez cetrina, confiriéndole un aspecto macabro. Pero a ella no la intimidaba ni le causaba ninguna impresión, ni siquiera con esa enorme hacha pendiendo de su mano derecha. Por más que su envergadura pudiera compararse a la de un berserker o un úlfheðinn*, a Kaia no la amedrentaba. Nunca lo había hecho y no iba a empezar ahora.

—Kaia... —bisbiseó él en un tono ronco y gutural.

La susodicha compuso una mueca de aversión al escucharle pronunciar su nombre con tanta impunidad. Llevaba lunas sin oír su voz y ahora que volvía a hacerlo tan solo deseaba arrancarle la lengua para que no volviera a soltar más mentiras por esa sucia boca.

Le odiaba. Le detestaba a más no poder.

—Te libraste en la primera batalla —prosiguió la skjaldmö, quien había empezado a dar vueltas alrededor de Trygve, acechándolo como un depredador haría con su presa—. Tuviste suerte de que no te cruzaras en mi camino... O puede que lo hicieras a propósito, evitándome como el cobarde que eres. —Sonrió con malicia, puesto que algo le decía que no iba desencaminada en sus suposiciones—. Pero hoy no te me escapas. Hoy te haré sufrir y sangrar.

El pescador se movía a la par que Kaia, teniéndola siempre cara a cara. Ahora aquella monstruosa hacha era sujetada por sus dos manos, en cuyos dorsos podía apreciarse alguna que otra vena abultada, además del tatuaje que lo delató como el instigador del intento de asesinato de Lagertha. Lástima que su cabeza no hubiese rodado junto a la de Herrøld el día que la soberana impartió justicia en la plaza del mercado.

—No quiero matarte, Kaia —repuso Trygve con firmeza—. A pesar de todo lo que ha sucedido, no quiero hacerlo. —Negó con la cabeza, manteniendo una posición defensiva.

La Imbatible rio con desgana.

—Yo a ti sí —le espetó con brusquedad—. Y créeme que morirás hoy, aquí. Me encargaré personalmente de que así sea. —Le apuntó con su espada, sellando así su promesa. Primero le mataría a él y luego iría en busca de Harald, con quien también tenía un asunto pendiente—. Reza para que los dioses sean clementes contigo, porque yo no lo voy a ser.

No hubo más palabras después de eso.

Tan solo el sonido producido por el choque del acero contra el acero.

Trygve no sabía qué más decir o hacer para que Kaia entrara en razón. Había intentado explicarse, recalcar que no deseaba hacerle daño, pero la escudera estaba cegada por el odio que le profesaba. Odio que se había ganado a pulso tras descubrirse su traición. Si bien era cierto que no se arrepentía de lo que había hecho, de todo lo que había tenido que sacrificar para iniciar su propia espiral de venganza contra la actual reina de Kattegat, no se enorgullecía de haber convertido a Kaia en un daño colateral.

La mujer tenía razón al insinuar que la había estado evitando en el campo de batalla, posponiendo lo máximo posible su confrontación. Pero no lo había hecho por cobardía, ni mucho menos, sino porque realmente no quería matarla. Harald había hecho una jugada maestra al encargarle que se ocupara de La Imbatible, pidiéndole su cabeza a cambio de un condado en Vestfold. No obstante, él no se sentía capaz de llevar a cabo aquel escabroso cometido. Lo sentimientos que, sin siquiera pretenderlo, había desarrollado por Kaia se lo impedían.

Aunque de sobra sabía que Cabello Hermoso no le había hecho aquel encargo porque verdaderamente quisiera ver muerta a la experimentada guerrera, sino porque dudaba que, en caso de producirse un enfrentamiento entre ambos, fuera él quien saliese victorioso. Era una forma sutil de deshacerse de él, de no tener que cumplir su palabra. Pero Trygve no pensaba darle la satisfacción de morir, así como tampoco iba a continuar siendo su perro faldero. Ya se valdría de otros métodos para hacerle pagar el precio justo por haberle salvado el pellejo. Puede que hasta incluso hablase con Ivar Ragnarsson, cuya alianza con Harald duraría lo que el conflicto civil con Kattegat.

Pero ya pensaría en eso después.

#

Nunca había dudado de ello, pero ahora podía confirmar que Kaia era un hueso duro de roer. Llevaba más de media vida luchando, entrenándose en el arte de la espada y el escudo, y eso era algo que no pasaba desapercibido. La Imbatible no era como los otros guerreros y skjaldmö contra los que había peleado. Ella no era una inexperta en el tema, sino todo lo contrario, de ahí su apodo.

Kaia era paciente y calculadora, meticulosa. Analizaba al milímetro a su enemigo, buscando cualquier flaqueza que pudiera emplear a su favor, y eso era justo lo que estaba haciendo con él. La castaña sabía que se encontraba en desventaja en cuanto a fuerza y tamaño, pero Trygve la había visto combatir y entrenar lo suficiente como para ser consciente de que era perfectamente capaz de transformar cualquier debilidad en una fortaleza.

Él, por su parte, se limitaba a defenderse. Cada golpe de espada era contrarrestado por su hacha, sin embargo, nunca tomaba la oportunidad de realizar su propia contraofensiva. Se movía de un lado a otro, evasivo, como un bailarín en una danza macabra. Y aquello, como cabía esperar, solo servía para enfurecer aún más a Kaia, cuyas fuerzas no tardarían en empezar a flaquear.

—¡Lucha, cobarde! —bramó ella luego de recular un par de pasos. Una dolorosa descarga le había recorrido el brazo derecho tras impactar su arma contra el alargado mango del hacha de su oponente—. ¡¡Lucha!!

El filo de su espada destelló a la luz del sol y Trygve tuvo que alzar de nuevo su propia arma para que no le acertara. Podía percibir el odio y el rencor de la que había sido su amante en cada uno de sus envites, lo mucho que se estaba esforzando para acabar con su vida de una vez por todas. Aunque no la culpaba.

—Ya te he dicho que no quiero matarte —respondió el pescador. Le dolían los brazos, ya no solo de sujetar el hacha, sino de estar constantemente parando golpes—. No deseo hacerte ningún daño.

Kaia escupió a sus pies.

—Cierto. El trabajo sucio siempre se lo dejas a los demás, ¿no es así? —le recriminó la escudera en tanto recuperaba el resuello—. Como hiciste con Herrøld, ese pobre desgraciado al que le cegó el dolor por la pérdida de su hija... Tú, en cambio, preferías acostarte conmigo para tratar de obtener información que pudiera serte útil para tus planes regicidas, ¿verdad? —Una nueva risita se escabulló de su garganta, cada vez más reseca—. Debí verte venir.

Trygve volvió a sacudir la cabeza.

—No te lo tomes como algo personal —manifestó y pudo jurar que el rostro de la que se había convertido en su nueva adversaria enrojeció de la ira—. De todas sus skjaldmö, tú eres la más cercana a Lagertha. En quien más confía. —Se encogió de hombros con naturalidad, como si lo que acababa de decir fuera lo más obvio de los Nueve Mundos—. Eras la mejor vía de acceso al Gran Salón. Y también la fuente de información más fidedigna.

No pudo decir nada más, ya que una nueva lluvia de estocadas y golpes de broquel cayó sobre él como la peor de las tempestades. Logró sortear la mayoría de los ataques perpetrados por Kaia, quien no parecía estar dispuesta a darle un solo respiro, pero no se libró de recibir un fuerte empellón con el escudo. Sus musculosas piernas se movieron en un acto reflejo, retrocediendo para evitar perder el equilibrio.

—Estoy convencido de que tú habrías hecho lo mismo de estar en mi lugar —volvió a hablar Trygve. El metal que recubría los bordes del broquel había rasgado la tela de la camisa que llevaba bajo el peto, infligiéndole un pequeño corte en el bíceps derecho—. Lagertha no es ninguna inocente. Sus manos están manchadas de sangre... Sangre que no le importó derramar en pos de sus propios intereses. —Ahora que la distancia entre ambos era mayor, tuvo que alzar la voz para que La Imbatible pudiera escucharle. Y es que los gritos, los llantos y el choque del acero contra el acero no hacían más que intensificarse a su alrededor—. Por eso ha habido tantos problemas y revueltas desde que se hizo con el control de Kattegat. Tanto descontento entre los aldeanos —puntualizó—. Porque quienes pagamos el precio por su ascenso al trono fuimos nosotros, el pueblo llano.

Kaia relajó mínimamente su expresión corporal, aunque mantuvo su espada y su escudo en alto. Su pecho subía y bajaba a una velocidad desenfrenada y su corazón latía desbocado bajo su caja torácica. Frunció el ceño y se aventuró a decir en voz alta aquello que no dejaba de hacer eco en su mente... Y que acababa de cobrar sentido para ella.

—Perdiste a alguien el día que atacamos Kattegat —tanteó con un molesto nudo en el estómago—. Por eso quieres acabar con Lagertha, por venganza —apuntilló.

La fisonomía de Trygve se ensombreció al escucharlo, como si un trueno hubiese estremecido su memoria. La tensión se apoderó de su mandíbula y un pequeño músculo palpitó en el lateral de su cuello.

Había dado en el blanco.

—A mi sobrino —reveló finalmente—. La única familia que me quedaba... Y a quien consideraba un hijo.

El corazón de Kaia se encogió ante sus palabras. El resentimiento que había desarrollado hacia el pescador le había impedido ser objetiva a la hora de analizar la situación. Jamás había llegado a sopesar aquella posibilidad, el hecho de que Trygve estuviera tratando de hacer justicia —a su manera, eso sí— para aplacar el sentimiento de pérdida. Siempre había dado por hecho que lo único que lo movía era la ambición, el deseo de escalar en la pirámide social... Pero estaba equivocada.

No era la avaricia lo que había desencadenado sus planes, sino el dolor.

Un dolor que ella conocía muy bien.

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· ANOTACIONES ·

—Pese a que dentro de la cultura nórdica el personaje más famoso es el berserker, en el mundo de las transmutaciones animales el más habitual es el hombre o guerrero lobo. El término «úlfhéðnar» (en singular, úlfheðinn) aparece no solo en iconografía desde tiempos inmemoriales, sino también en las diversas sagas escandinavas, donde se dice que vestían pieles de lobo cuando entraban en batalla.

Los úlfhéðnar a veces han sido descritos como los Guerreros de Odín, ya que los lobos están estrechamente vinculados a este dios. Además, los úlfhéðnar no empleaban espadas, sino que su arma predilecta era la lanza, siendo este otro atributo característico de Odín.

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N. de la A.:

¡Hola, corazones!

Ha pasado un tiempo desde la última vez que actualicé, pero aquí estamos con un nuevo capítulo de Yggdrasil... ¡El primero de los tres que van a centrarse en la batalla final del primer libro! Es el más cortito (y también el más light), ya que los dos siguientes van a ser bastante largos e intensos. Van a destruir la poca estabilidad emocional que nos queda, así que con eso os lo digo todo :') Y no, no estoy exagerando, porque lo que se viene en las próximas actualizaciones es muy, pero que muy fuerte. Lloré escribiendo los últimos caps. y espero haceros llorar (aunque solo sea un poquito) a vosotros cuando los leáis u.u

El caso es que este primer capítulo se ha centrado completamente en Kaia, de quien, ya os aviso, vamos a conocer una faceta que nunca antes habíamos visto *sonrisa maliciosa*. ¿Qué os ha parecido su reencuentro con Trygve? Porque más intensito no ha podido ser xP Parece que nuestra querida Imbatible está empeñada en hacerle pagar su traición, pero la pregunta aquí es: ¿Trygve es realmente un villano? ¿Es en verdad un antagonista? En caps. anteriores dejé caer que todas sus acciones han sido impulsadas por la pérdida de alguien que le importaba, pero no ha sido hasta ahora que hemos descubierto que su sobrino murió el día que Lagertha se hizo con el control de Kattegat. De modo que... ¿Realmente es un cabronazo egoísta o simplemente ha actuado como lo habría hecho Lagertha o hasta incluso Kaia de haber estado en su lugar?

Creo que ya lo he comentado en varias ocasiones, pero en Yggdrasil la mayoría de los OCs son de tonalidades grises. Amamos y apoyamos a las chicas, porque no dejan de ser las protagonistas y el desarrollo de las diversas tramas han hecho que empaticemos mucho con ellas, pero ninguna es una santa y eso es algo que deberíamos tener en cuenta antes de señalar con el dedo a otros personajes u.u

So... ¿Qué creéis que pasará en el siguiente capítulo? ¿Logrará Trygve obtener el perdón de Kaia o pensáis que ya es demasiado tarde para eso? Ya sabéis que me encanta leer vuestras teorías, así que no os cortéis ;)

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el cap. y que hayáis disfrutado de la lectura. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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