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━ 𝐕𝐈: La sangre solo se paga con más sangre

────── CAPÍTULO VI ──────

LA SANGRE SOLO SE PAGA
CON MÁS SANGRE

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( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        EL CAMPO DE ENTRENAMIENTO de Hedeby estaba atestado de guerreros, quienes, a petición del Conde Ingstad, se habían reunido allí para pulir y desarrollar sus habilidades bélicas. Desde su última visita a Kattegat, hacía ya cuatro lunas, Lagertha se había encargado personalmente de formar a sus vasallos en el arte de la guerra, sometiéndolos a un duro adiestramiento que poco o nada tenía que envidiarles a los que ella misma había vivido en sus propias carnes, antes de convertirse en una de las mejores escuderas de toda Escandinavia.

La rubia, en compañía de Kaia, supervisaba los entrenamientos con ojo avizor, corrigiendo todo aquello que sus subordinados debían mejorar y brindándoles algunos consejos para que sus movimientos resultaran más certeros y eficientes.

Las dos pasaron junto a un par de aspirantes a skjaldmö que llamaron especialmente su atención, no solo por su falta de práctica a la hora de desenvolverse en un combate cuerpo a cuerpo, sino por cómo les estaba costando mantener sus respectivos escudos en alto.

Con los pies anclados en el suelo, Lagertha intercambió una fugaz mirada con Kaia. Esta última, sin precisar ningún apoyo verbal, le dio a entender que ya se encargaba ella de hacer las correcciones pertinentes, por lo que, luego de tomar aire, avanzó unos pasos y se situó al lado de las muchachas.

—¿Me permites? —le dijo a una de las chicas, refiriéndose a la espada y al escudo que sostenía en sus inexpertas manos. Esta, unos años menor que Drasil, le entregó las armas sin rechistar, haciéndose a un lado para no entorpecer la fortuita lección—. Atácame. —Esta vez se dirigió a la otra joven, que la miró con un destello de inseguridad en sus orbes azules—. Vamos, ven a por mí —insistió Kaia debido a las dudas que atenazaban a su contrincante.

La aludida tragó saliva, para finalmente echar a correr hacia ella. Enarboló su espada con la intención de embestir a la castaña, pero, como cabía esperar, esta contrarrestó su ataque sin apenas esfuerzo; giró sobre sí misma e hizo chocar su arma con la de la muchacha.

—Tienes que ser más rápida —señaló.

Nada más terminar de articular esas palabras, acortó la distancia que la separaba de la neófita, quien, en un intento por defenderse de la lluvia de estocadas que había caído sobre ella, tropezó con sus propios pies y se precipitó al suelo.

Kaia la observó desde arriba, con una expresión inescrutable contrayendo sus facciones y el filo de su acero amenazando su cuello. A su alrededor se habían congregado algunos guerreros y escuderas que no lo habían dudado a la hora de interrumpir sus propios combates para ver luchar a La Imbatible.

Muchas cosas se decían de ella, como que nunca había perdido una batalla o que muy pocas veces había salido herida de las contiendas en las que había participado, de ahí su apodo. Hasta la mismísima Lagertha, de quien había aprendido gran parte de sus conocimientos bélicos, la admiraba y respetaba como combatiente.

—El escudo siempre debe mantenerse erguido —apostilló mientras la que había sido su adversaria se ponía en pie, asintiendo a todo lo que decía—. Recordad que es vuestra única defensa contra los enemigos. —Le devolvió las armas a la otra chica, que no había perdido detalle del enfrentamiento que acababan de protagonizar, y adquirió una posición en jarras.

Kaia intercambió unas últimas palabras con ellas antes de regresar junto a Lagertha. En cuanto la alcanzó, ambas reanudaron la marcha.

—Recuerdo la primera vez que te vi combatir —pronunció la rubia, acaparando la atención de su amiga, que la miró con una sonrisa comedida en los labios—. Eras muy joven, ¿cuántos años tendrías?

—Uno o dos menos que Drasil —respondió Kaia, evocando con sumo cariño el día que se conocieron, hacía ya muchos inviernos, más de los que podía recordar. Por aquel entonces ella era una cría que aspiraba a convertirse en skjaldmö y Lagertha una mujer recientemente divorciada.

—Y aun así peleabas como nadie a tu edad —remarcó la condesa.

Kaia carcajeó a la par que negaba con la cabeza.

—¿Te estás poniendo sentimental, mi vieja amiga? —bromeó, a lo que Lagertha le dio un toquecito en el brazo, para después echarse a reír.

Acto seguido, las dos retomaron su papel de instructoras, centrándose nuevamente en los guerreros que batallaban a su alrededor, entre los que se encontraban Astrid, Eivør y Drasil.

No tenían tiempo que perder.

No cuando había un reino que conquistar.

Esa misma noche en el Gran Salón de Hedeby, Lagertha, junto a Kaia, Astrid, Eivør, Drasil y Hilda, una mujer ya entrada en años, caracterizada por su increíble astucia y su lengua afilada, permanecía sentada en torno a una mesa de madera oscura en cuya superficie había una gran variedad de alimentos, además de cerveza e hidromiel para animar el ambiente.

Las seis mujeres, tras una larga jornada repleta de duros entrenamientos, disfrutaban del nattveror* entre continuas risas y miradas de complicidad. Y es que, de vez en cuando, a Lagertha le gustaba reunirse con ellas para evadirse de sus problemas y preocupaciones, que no eran pocos.

Los lazos que había forjado con ellas eran inquebrantables. Por algo las cuatro primeras se habían convertido en sus más leales escuderas, a pesar de la corta edad con la que contaban Astrid, Eivør y Drasil. Hilda, por el contrario, no era ninguna guerrera, pero el don que le habían conferido los dioses la convertía en alguien de suma importancia para la rubia. 

Era su völva*, la persona a la que acudía cada vez que precisaba consejo o apoyo espiritual.

Hilda ejercía el seiðr, un tipo de magia muy poderosa. Y, al igual que el resto de seiðkonur* que poblaban las tierras nórdicas, estaba en contacto directo con Odín, Dios de dioses y Padre de todos, por lo que no era de extrañar que entre los habitantes de Hedeby fuera una mujer muy respetada, además de temida.

Al fin y al cabo, ¿quién no querría conocer su destino? ¿Saber lo que los Æsir y los Vanir tenían reservado para cada uno de sus siervos mortales? Aquello siempre se había considerado una gran fuente de poder. Daba a la gente la oportunidad de hacer planes para el futuro, de superar los tiempos difíciles, así como también servía para brindar esperanza.

Sin embargo, Hilda no se consideraba como el resto de völur* que erraban de aquí para allá, de aldea en aldea, ofreciendo sus servicios a cambio de un puñado de monedas. Ella, lejos de convertirse en una nómada, sin ataduras ni lazos familiares, se había casado y tenido un hijo. Había perseguido sus propios sueños y ambiciones, dejando de lado lo que, según los estereotipos que regían la sociedad vikinga, debía hacer, y eso era lo que más admiraba Lagertha de ella.

—He de anunciaros algo —articuló el Conde Ingstad, captando la atención de sus invitadas, que guardaron silencio para poder escuchar lo que tenía que decirles—. Voy a reconquistar Kattegat. Aslaug no sirve como reina, nunca lo ha hecho.

Ante sus palabras, Eivør y Drasil compusieron sendas expresiones de asombro. No eran estúpidas. Siempre habían sabido que, llegado el momento, Lagertha se cobraría su tan ansiada venganza y recuperaría aquello que le había sido arrebatado, pero eso no significaba que no se sorprendieran al descubrir que sus sueños de reconquista estaban tan cerca de hacerse realidad.

La expresión de Kaia, en cambio, no varió lo más mínimo, puesto que llevaba meses estando al corriente de los planes de la rubia. Habían ideado juntas una estrategia de ataque y esperaban poder llevarla a cabo pronto. Si todo salía según lo previsto, en unos días estarían festejando su victoria en el Gran Salón de Kattegat.

—¿Al fin vas a darle su merecido a esa zorra estirada? —Hilda bebió de su copa, sintiendo que el peso de todas las miradas, en especial la de Lagertha, recaía sobre ella—. Alabados sean los dioses —dijo, una vez que se hubo secado las comisuras de los labios con el dorso de la mano.

Su comentario pareció hacerle gracia a Astrid, que tuvo que morderse la lengua para no carcajear. Aquella mujer de aspecto sabio y elocuente siempre decía lo que pensaba, sin filtros de ningún tipo. Era natural y espontánea, y eso le gustaba.

—Así es, Hilda. —Lagertha realizó un gesto afirmativo con la cabeza—. Ha llegado el momento.

La anciana esbozó una sonrisa mordaz, justo antes de cruzar miradas con Eivør, su nieta. Ella era la única familia que le quedaba, su mayor tesoro, de ahí que estuviera tan orgullosa de la mujer en la que se había convertido. Veía en ella su propio reflejo, al igual que la sombra de Hrólfr.

—¿Y qué pasa con los hijos de Ragnar? —quiso saber Astrid.

—Son hijos de una arpía —farfulló Lagertha, irguiendo el mentón con altivez. Realmente poco le importaba lo que sucediera con ellos.

Al oírlo, un nudo se aglutinó en la garganta de Drasil, que no pudo evitar pensar en el primogénito de Ragnar y Aslaug. Ansiaba que Lagertha volviera a hacerse con el control de Kattegat, ya que, después de todo por lo que había pasado, se lo merecía, pero no quería que Ubbe sufriera ningún daño, ni él ni sus hermanos. Ellos no tenían culpa de nada.

—Pero también son hijos de él —terció Kaia, entornando los ojos.

La condesa inspiró por la nariz, para posteriormente ponerse en pie y dirigir sus pasos hacia el otro extremo de la estancia, donde se encontraba su preciada lechuza, a la que había puesto el nombre de Iðunn en honor a la diosa de la eterna juventud.

—Björn, Hvitserk y Ivar se han ido —señaló al tiempo que atusaba las hermosas plumas de la rapaz. Esta, de tonos claros con algún detalle amarronado, no lo dudó a la hora de posarse en su antebrazo derecho.

—Pero Ubbe y Sigurd no. —Esta vez fue Drasil quien habló, acaparando la atención de la rubia, que giró sobre sus talones para poder encararla—. ¿Vas a matarlos? —preguntó, consciente de que ambos defenderían a su madre a capa y espada.

Sin apartar sus orbes zafiro de los esmeralda de la muchacha, Lagertha se aproximó a la mesa y volvió a acomodarse en su asiento, aún con Iðunn sobre el brazo. Acarició su pico ganchudo y se humedeció los labios antes de retomar la palabra:

—Si es necesario, sí.

Drasil tragó en seco.

—La sangre solo se paga con más sangre, ¿de verdad quieres entrar en ese círculo vicioso? —le advirtió Hilda, llevándose una mano al mentón en un gesto inquisitivo.

—Querrán vengarse de mí igualmente —acotó Lagertha.

Aquella alegación bastó para que tanto Eivør como Drasil ataran cabos.

—Vas a matar a Aslaug —musitó la primera, leyéndole el pensamiento a su mejor amiga.

—No tendría sentido dejarla vivir. —El Conde Ingstad se encogió de hombros.

La sala quedó sumida en un silencio sepulcral.

A decir verdad, a ninguna le sorprendía la reciente confesión de Lagertha. Esta siempre se había caracterizado por ser sumamente orgullosa y vengativa, de modo que sus intenciones de acabar con la vida de Aslaug no eran del todo descabelladas. Había hecho cosas muchísimo peores, y todas lo sabían.

—Aun así, no creo conveniente deshacerse también de sus hijos —intervino Kaia—. Recuerda que son hermanos de Björn. —Cogió su jarra de cerveza y dio un largo trago, todo ello sin apartar la vista de la aludida, en cuyos ojos podía apreciarse cierto atisbo de duda.

Lagertha frunció los labios en una mueca desdeñosa, para luego suspirar. Por mucho que le costase admitirlo, sabía que su amiga tenía razón.

—Lo meditaré, pues —indicó, a lo que Kaia asintió.

Drasil, por su parte, se vio obligada a beber también de su copa para poder disimular el enorme alivio que le habían generado las últimas palabras de su jarl

No quería mancharse las manos con la sangre de Ubbe o la de cualquiera de sus hermanos. Aunque de sobra sabía que, en cuanto Lagertha asesinara a Aslaug, tanto ella como sus compañeras iban a ganarse el odio y el desprecio de los príncipes de Kattegat.

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· ANOTACIONES ·

—Los vikingos comían dos veces al día: una por la mañana, llamada dagveror, y otra por la tarde/noche, denominada nattveror. En la primera lo que más solían consumir eran cereales y algún que otro derivado lácteo, mientras que en la segunda lo que más abundaba eran el pescado (ya fuese seco o fresco) y las verduras. También comían mucha carne, pero esta solían reservarla para ocasiones especiales.

—Una völva (en plural, völur) era, en la sociedad escandinava, una sacerdotisa y profetisa, una hechicera y vidente itinerante que recibía un buen pago por sus servicios. La palabra völva deriva del nórdico antiguo vǫlva, que significa «portadora de la vara», puesto que era muy frecuente verlas con bastones o varas de madera.

Seiðkonur es el plural de seiðkona, término utilizado para referirse a aquellas hechiceras nórdicas que practicaban el seiðr. También se suele utilizar como sinónimo de völva, junto a vala fjǫlkunnig («llena de conocimiento»).

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N. de la A.:

¡Hola, corazones!

Vale, creo que este es mi capítulo favorito hasta el momento. No sé, he disfrutado mucho escribiéndolo, aunque me haya costado bastante estructurar la segunda escena (no sé cuántas páginas de Internet habré visitado para informarme sobre las völur xD). ¿Vosotros qué pensáis?

¡Primera aparición de Hilda! Tenía muchísimas ganas de que esta señora entrara en acción. Es muy puta ama y sus zascas me dan la vida, jajaja. Espero que a vosotros también os guste. Sus visiones van a dar mucho juego, al igual que su parentesco con Eivør.

Como habéis podido comprobar a lo largo de estos primeros capítulos, en esta historia va a haber mucho girl power. Mis personajes femeninos no van a ser damiselas en apuros, sino mujeres perfectamente autosuficientes. Esto no quiere decir que sean Mary Sues, al menos no desde mi punto de vista. Creo que muchas veces crucificamos a ciertos personajes femeninos por ser fuertes e independientes, cuando no debería ser así. 

En fin, que me enrollo más que las persianas x'D Espero que os haya gustado el capítulo y que estéis preparados para el salseo que va a haber en los siguientes. Esto tan solo es la calma que precede a la tormenta *sonrisa siniestra*.

Y eso es todo por el momento. No olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

¡Besos!

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