━ 𝐋𝐗𝐗𝐕𝐈: Ya no estás en Inglaterra
•─────── CAPÍTULO LXXVI ───────•
YA NO ESTÁS EN INGLATERRA
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HABÍA EMPEZADO A PERDER LA NOCIÓN DEL TIEMPO. Ya llevaba casi tres meses en aquel lugar alejado de la mano de Dios, cinco desde que los escandinavos lo habían convertido en su prisionero. Los días comenzaban a entremezclarse y a tornarse difusos, siendo cada uno prácticamente igual al anterior, y sus rutinas se habían vuelto monótonas y mecanizadas, insustanciales a más no poder. Aunque no era de extrañar, teniendo en cuenta que tan solo se trataba de un simple esclavo.
«Esclavo...» Aquella palabra se le seguía atragantando, causándole una enorme aversión. Puede que ya llevara varias semanas privado de toda libertad, pero a su mente aún le costaba asimilar que ya no fuera un soldado al servicio del rey y la cristiandad. Que su vida y su destino hubiesen dejado de pertenecerle.
Y todo por cruzarse en el camino de esa joven pagana que tanto lo había descolocado en su momento. Su primer encuentro se había quedado grabado a fuego en su memoria, el cómo se habían enfrentado en una batalla de lo más sangrienta por la liberación de York.
Al principio le había costado entender por qué no lo había matado, el motivo por el que lo había dejado con vida, pero ahora todo estaba más claro. Había pasado el tiempo suficiente con Drasil para percatarse de que no era como sus compatriotas, que había algo especial en ella: una curiosidad y unas ansias de conocimiento que no parecían tener fin.
El rencor y el resentimiento por haberlo arrastrado lejos de su hogar continuaban ahí, así como el recelo y la desconfianza, pero no era estúpido. Sabía que era afortunado por haber acabado en manos de la castaña y no de cualquier otro vikingo. Y también era consciente de que, de haberse quedado en Inglaterra, habría corrido la misma suerte que los compañeros sajones con los que fue capturado. Ivar Ragnarsson lo habría torturado para arrancarle hasta el último pellizco de información, y luego lo habría matado. Y le repateaba admitirlo, pero... Drasil lo había salvado de tan funesto destino al convertirlo en su thrall y llevárselo consigo a Noruega, poniéndolo bajo su protección.
Ella, junto a su madre Kaia, le había brindado la oportunidad de empezar de cero, de sobrevivir. Le habían proporcionado ropa, alimento y un techo bajo el que dormir. Y aunque la realización de las tareas domésticas le resultaba sumamente tediosa la mayoría de las veces, no lo sobrexplotaban ni se aprovechaban de él. De hecho, Kaia, a quien conocían como «La Imbatible», solía despacharlo siempre que podía, enviándolo de vuelta a las barracas antes incluso de que acabase el día.
A Drasil, por el contrario, le gustaba exprimir al máximo su tiempo con él. Siempre que podía, la guerrera le enseñaba palabras y expresiones en su lengua. A él se le daba mejor entenderlo que hablarlo, pero estaba haciendo grandes progresos, sobre todo a raíz de desembarcar en Kattegat y comenzar a desempeñar su labor de esclavo.
Sin dejar de caminar, miró por el rabillo del ojo a la que ahora era su dueña, que permanecía inmersa en sus cavilaciones. Esa mañana Drasil le había pedido que la acompañara al mercado, de ahí que ambos se estuviesen dirigiendo a la plaza de la ciudad. El trayecto estaba siendo extrañamente silencioso, lo que era bastante inusual. La vikinga siempre solía hablar, ya fuera para trabajar en la superación de la barrera del idioma o simplemente para pasar el rato, pero aquel día —al igual que los anteriores— estaba demasiado callada.
Ya llevaba cuatro días así, sumida en un retraimiento que nunca antes había visto en ella. Y todo había sido a raíz de aquella noche en la que su prometido, Ubbe Ragnarsson, se había presentado en su casa, preocupado por algo que debía de haber sucedido en el Gran Salón, que era como una especie de casa comunal.
Como era lógico, había detalles que se le escapaban, pero estaba convencido de que el mal que aquejaba a Drasil tenía que ver con su futuro esposo. Lo más probable era que hubiesen discutido, de ahí el abatimiento de la muchacha y sus comentarios acerca del amor y las relaciones de pareja.
No lo iba a negar: le había sorprendido descubrir aquella faceta tan sensible de Drasil, tan humana. Su visión de los nórdicos siempre había sido cruda y descarnada. Desde niño los había considerado demonios carentes de escrúpulos que solo buscaban matar y saquear, pero ahora... Ahora ya nada tenía sentido para él.
Al estar conviviendo con ellos se había dado cuenta de que no eran más que personas. Personas que tenían sus familias, sus problemas, sus ocupaciones... No eran tan diferentes a los cristianos, a él. No vivían en el pecado ni cometiendo actos atroces diariamente.
Podría decirse que eran normales.
Extrañamente normales.
Por lo que había podido observar, los escandinavos poseían un sistema jerárquico bastante rígido. Al igual que Inglaterra, Noruega estaba dividida en reinos, siendo Kattegat uno de ellos. Sin embargo, allí el papel de la mujer era mucho más importante y trascendental que en su patria, donde apenas eran tenidas en cuenta. No en vano aquella región estaba gobernada por una fémina, una doncella escudera bastante famosa, según tenía entendido.
Lagertha, la primera esposa de Ragnar Lothbrok.
Los dos se adentraron en la plaza del mercado, que sorprendentemente no estaba muy llena, al menos de momento. Drasil no titubeó a la hora de tomar la delantera, con una gruesa capa sobre los hombros y una cesta de mimbre colgada de su antebrazo izquierdo. Él, por su parte, se limitó a seguirla en el más absoluto mutismo.
Pasaron de largo varios puestos hasta que finalmente la pagana se detuvo en uno en concreto. El sajón echó un vistazo rápido al mostrador de madera sobre el que había expuesta una gran variedad de hierbas y raíces. Una rica mezcla de olores se coló sin previo aviso en sus fosas nasales, lo que le hizo cerrar los ojos. Cuando los volvió a abrir, Drasil ya estaba hablando con la herborista, con quien parecía tener una buena relación.
No se molestó en prestar atención a la conversación que ambas mujeres estaban manteniendo, más que nada porque había cosas que no entendía y que le hacían perder el hilo. De modo que se limitó a esperar, quedándose relegado a un discreto segundo plano.
Los primeros minutos los pasó inmóvil, intercalando miradas entre la castaña y la tendera, hasta que el aburrimiento comenzó a hacer presa de él. Giró sobre sus talones y contempló el resto de tenderetes que había por los alrededores. Seguía sin haber mucha gente, pero poco a poco iban llegando más personas al mercado.
Fue entonces cuando sus ojos fueron a parar a un puesto en particular.
A una figura en particular.
No le costó reconocerla, saber de quién se trataba. Puede que en ese preciso instante le estuviera dando la espalda, pero aquella mata de rizos dorados era inconfundible y muy llamativa a simple vista.
Era Guðrun, una de las thralls con las que convivía en los barracones.
No sabía mucho de ella, por no decir nada. Nunca habían hablado o interactuado, ni siquiera se habían presentado formalmente. Si sabía su nombre era porque se lo había escuchado decir a otros, y es que aquella joven era tan —o hasta incluso más— reservada como él. Pocas veces la había visto relacionarse con sus otros compañeros esclavos; el poco tiempo que estaba en las barracas solía pasarlo en la más absoluta soledad, alejada de los demás. Y aquello, como cabía esperar, había despertado la curiosidad del inglés, cuya actitud en todo lo que respectaba a las relaciones sociales no era muy diferente.
No pudo evitar quedarse mirándola, detallando todos y cada uno de sus movimientos. Era nerviosa y asustadiza, y siempre estaba alerta. Podía percibirlo en su manera de actuar, en cómo estaba constantemente pendiente de todo lo que ocurría a su alrededor, de cada persona que se le acercaba. Y aquellas cicatrices en su rostro... Porque sí, por más que Guðrun se empeñara en ocultarlas con su cabello, resultaba imposible no verlas.
¿Cómo se las habría hecho? ¿Qué historia habría detrás de esas marcas?
Algo le decía que tenían más en común de lo que imaginaba, que ambos habían pasado por una serie de acontecimientos que les había dejado huella. Una huella profunda e imborrable.
Abandonó aquel hilo de pensamientos cuando un hombre se posicionó al lado de la rubia, que se tensó como un resorte. No necesitó verle la cara a Guðrun para saber que la proximidad con aquel desconocido la había incomodado enormemente. Solo había que fijarse en la rigidez que se había apoderado de sus músculos o en la forma en que se había encogido sobre sí misma, como si se sintiera intimidada.
Entonces el hombre empezó a hablarle.
Debido a la distancia no pudo entender lo que le decía, aunque tampoco fue necesario. El modo en que aquel desgraciado la miraba, devorándola con los ojos, lo dejaba todo muy claro.
Vio cómo la thrall comenzaba a agitarse.
Guðrun le dijo algo al tendero de aquel puestecillo de verduras frente al que estaba situada y este inmediatamente después le entregó un ramillete de zanahorias. Todo ello mientras el otro hombre continuaba pegado a ella, hostigándola con comentarios y miradas que no hacían más que incrementar su ansiedad.
La chica pagó al tendero con manos temblorosas, dispuesta a marcharse de allí lo antes posible, pero el tipo que la estaba molestando se lo impidió. Este se cruzó en su camino apenas Guðrun avanzó un paso, cortándole la retirada. Los labios de aquel malnacido volvieron a moverse, diciéndole algo a la rubia que hizo que bajara la mirada.
Su sangre burbujeó y se caldeó cuando los dedos del hombre apresaron el mentón de Guðrun con brusquedad, obligándola a restablecer el contacto visual con él. Una sonrisa maliciosa asomó al semblante de aquel tipejo, justo antes de bajar su mano dominante hacia el busto de la rubia, que, para su desconcierto, se mantuvo inmóvil. Las falanges de aquel cerdo se afianzaron en torno a uno de sus atributos, palpándolo por encima de la tela de su vestido.
Y fue ahí cuando algo se activó dentro de él.
Una furia catastrófica surgió y se retorció en el fondo de sus iris azabache. En aquellos momentos sintió tanta rabia y frustración... Pero sobre todo impotencia. Impotencia porque a nadie le importara lo que estaba sufriendo esa pobre muchacha, porque nadie interviniese a su favor. Pero entonces la realidad lo golpeó con puño de hierro: nadie hacía nada porque era una esclava, y para los nórdicos la vida de un esclavo no valía nada.
Suerte que él no fuera como ellos.
Sin importarle lo más mínimo que Drasil —quien seguía parloteando con la herborista— estuviera presente, forzó a sus musculosas piernas a que se pusieran en movimiento. Sus ojos volvieron a destellar con cólera y en pocas zancadas tuvo a ese desgraciado frente a frente.
Lo empujó, apartándolo de una trastocada Guðrun, y ahí mismo le asestó un fuerte puñetazo que lo envió directo al suelo.
Todo sucedió muy rápido.
Estaba hablando con Vigdis, la dueña de aquel puesto de hierbas con propiedades curativas al que solía acudir con bastante asiduidad —especialmente para conseguir remedios que le ayudaran a aliviar los dolores generados por el mal de mujer—, cuando vio por el rabillo del ojo cómo el cristiano se alejaba escabrosamente de ella. Escuchó sus rápidos y pesados pasos, seguido de una especie de gruñido que hizo que el vello de la cerviz se le erizara... Y poco después un ruido sordo.
La fisonomía de Vigdis se contrajo debido a la impresión de lo que quisiera que estuviese presenciando en aquel instante, lo que impulsó a Drasil a girar sobre sus talones. El aire se le quedó atascado en los pulmones cuando sus orbes esmeralda vislumbraron al que era su thrall agrediendo a un hombre libre.
El sajón derribó a dicho sujeto de un fuerte golpe en la mandíbula, justo antes de espetarle algo en su lengua que, a todas luces, parecía un insulto. Aunque la cosa no acabó ahí, ni mucho menos.
Una vez superada la turbación inicial, el otro hombre dejó escapar un exabrupto. Se llevó una mano a la zona apaleada y observó al inglés con un brillo letal en los ojos. Y entonces, a una velocidad sorprendente, se levantó y se abalanzó sobre él como un toro embravecido, aprovechando el impulso de ponerse en pie para poder lanzar un gancho de derecha que dio de lleno en su objetivo. Los nudillos de su mano hábil impactaron brutalmente contra la mejilla izquierda del esclavo, quien apenas tuvo tiempo de reaccionar.
El más joven reculó unos pasos, tambaleante.
El puñetazo lo había aturdido sobremanera.
La hija de La Imbatible no reparó en la presencia de aquella chica de cabello dorado a la que su thrall parecía estar defendiendo hasta que la vio moverse en un acto reflejo, retrocediendo a la par que el moreno. Ella también lucía perpleja, como si no diera crédito a lo que estaba ocurriendo.
Una nueva lluvia de golpes recayó sobre el cristiano, que se desplomó sobre sus rodillas en tanto el hombre libre —que claramente le superaba en fuerza y tamaño— se desquitaba con él, haciéndole pagar por su osadía. Los puñetazos no demoraron en transformarse en patadas que ocasionaron que el sajón bufara y bramase de dolor... Y que a Drasil le recorriera una riada de enfado que no sabía si iba a poder controlar, dadas las circunstancias.
—¡Vas a desear no haber nacido, maldito esclavo! —vociferó el individuo, fuera de sí. Estaba completamente desatado—. ¡Te voy a arrancar la piel a tiras!
La castaña no lo dudó: echó a correr hacia ellos y, en cuanto vio la oportunidad de inmiscuirse, se interpuso entre ambos. Su corazón aumentó considerablemente su ritmo cuando el puño del hombre libre quedó a escasos centímetros de su semblante, suspendido en el aire. A sus oídos llegó amortiguada la voz de Vigdis, que se había llevado una mano al pecho, desasosegada. No la había golpeado por muy poco.
Todos a su alrededor se sumieron en un silencio sepulcral.
—Basta. Es suficiente —pronunció Drasil, una vez recuperada la compostura. Ladeó la cabeza y miró por encima de su hombro, clavando la vista en el inglés. Este continuaba en el suelo, encogido sobre sí mismo mientras trataba de reponerse de los golpes.
El desconocido maldijo por lo bajo.
—¿Y tú quién diantres eres? —le espetó, mirándola con desdén. Bajó el brazo que tenía alzado, pero no se movió ni un ápice de su sitio, como si pretendiera verse intimidante—. Será mejor que no te metas donde no te llaman.
Una pequeña arruga se instaló en el entrecejo de Drasil, que tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no perder la paciencia. Cuadró los hombros e irguió el mentón con aire combativo, como solo ella sabía hacer. Iba a tener que esforzarse muchísimo más si de verdad quería amedrentarla.
—Casualmente soy la dueña de este esclavo —manifestó ella. Con gran disimulo llevó su mano izquierda a la empuñadura del seax de su tía Jórunnr, cuya vaina permanecía amarrada a su cinturón. Esperaba no tener que recurrir a él, pero no estaba de más ser precavidos—. Y no me gustaría que me lo dejaran inservible, así que... Apártate de él —añadió en un tono inflexible.
Al escucharlo, el hombre comprimió la mandíbula con fuerza, haciendo rechinar sus dientes. Volvió a cerrar las manos en dos puños apretados y los pegó a ambos costados de su cuerpo, todo ello sin romper en ningún momento el contacto visual con Drasil. La sombra de un verdugón ya empezaba a atisbarse muy cerca de su barbilla.
—Tu sucio thrall me ha golpeado —farfulló con evidente irritación. Era mucho más alto que ella, y también más fuerte—. ¿Qué tienes que decir a eso, eh? —le recriminó, señalándola acusatoriamente con el dedo índice—. Si tú no eres capaz de controlar a tu esclavo, yo le enseñaré cuál es su lugar aquí. Estoy en todo mi derecho.
La hija de La Imbatible inspiró por la nariz. Percibió movimiento a su espalda, por lo que supuso que el cristiano ya se habría puesto en pie.
—Te ha golpeado y tú te has defendido. Ya ha tenido suficiente escarmiento, ¿no crees? —contrapuso Drasil al tiempo que se cruzaba de brazos. Mucha gente había vuelto ya a sus quehaceres, pero algunas personas continuaban pendientes de ellos—. ¿O acaso me vas a pagar la compensación correspondiente después de matarlo? —soltó, punzante—. No me hagas repetirlo más veces, porque me estoy cansando de ser amable.
Su voz cambió al articular eso último, al igual que su mirada. Hasta ese momento se había estado conteniendo. Había estado reprimiendo esa vena rebelde que tanto le caracterizaba y que luchaba por tomar el control de la situación, pero aquel tipo no parecía ser de los que hacían las cosas por las buenas y ella andaba bastante escasa de paciencia.
Tras una batalla de miradas en la que ella no cedió lo más mínimo, dejando muy clara su postura, el hombre profirió un breve resoplido. Se pasó una mano por la barba rubia y se apartó de Drasil, que inconscientemente soltó todo el aire que había estado conteniendo. La observó a ella, y luego al inglés. Sus ojos aún resplandecían de la rabia y la indignación.
—La próxima vez no pararé. —Esas fueron sus últimas palabras, lo último que dijo antes de girar sobre sus talones y marcharse apresuradamente de allí.
Drasil cerró momentáneamente los ojos, aliviada. Poco a poco la tensión que la había embargado fue desapareciendo, dando paso a una sensación de pesadez que se apoderó de todos y cada uno de sus músculos. Las sienes le palpitaban a causa de un incipiente dolor de cabeza y su respiración continuaba estando algo agitada, pero, gracias a los dioses, lo peor ya había pasado.
Aunque eso no significaba que fuera a dejarlo estar.
Lo que había hecho el sajón era muy grave, tanto que bien podría haber acabado muerto. De hecho, de no haber estado ella allí, probablemente aquel hombre lo habría matado a golpes.
Por el amor de Odín, ¿en qué diantres estaría pensando? ¿Cuándo dejaría de comportarse como un idiota?
Estaba tan enfadada que fue incapaz de contenerse, de mantenerse serena. Se dio media vuelta y acortó la distancia que la separaba del thrall como una exhalación, para posteriormente aferrarlo por el cuello de su camisa.
Aquel gesto fue tan repentino e inesperado por su parte que la muchacha rubia —quien se había quedado paralizada en el sitio, presa de la impresión— se sobrecogió. El inglés, en cambio, trató por todos los medios de mantenerse firme, aunque era obvio que aquello lo había pillado con la guardia baja.
—¡Tú, maldito insensato! —bramó la skjaldmö a la par que estrujaba entre sus dedos la suave tela. Sus iris verdes recorrieron el ensangrentado rostro del inglés una y otra vez; tenía el ojo izquierdo hinchado, el labio inferior partido y una hemorragia nasal de lo más alarmante—. ¿Qué crees que estás haciendo? ¿Dónde te piensas que estás, eh? —Lo zarandeó con brusquedad, a lo que el moreno curvó la boca en una mueca desdeñosa—. Tienes que dejar de ser tan estúpido. Ya no estás en Inglaterra, y yo no voy a estar siempre para salvarte el pellejo. Aquí los esclavos no valen nada, ¿entiendes? Podrían matarte y nadie movería un solo dedo para impedirlo.
El aludido no dijo nada, ni la más mínima palabra. Se limitó a mantenerse callado, con sus orbes negros fijos en Drasil. Esta chasqueó la lengua y lo soltó, justo antes de pasarse una mano por la cara. Esa vez habían tenido suerte, pero no siempre sería así.
—Él solo quería ayudarme.
La thrall dio un paso al frente, captando la atención de los otros dos, que se voltearon hacia ella. Su menudo cuerpo todavía temblaba debido al miedo y a la creciente tensión, y su voz apenas era un susurro. Mantenía su canasto de mimbre pegado al pecho y la mirada gacha.
La hija de La Imbatible la examinó de arriba abajo, circunspecta. Había algo en aquella chica que le resultaba vagamente familiar... Hasta que reparó en las cicatrices de su semblante y entonces todo encajó.
La había visto sirviendo en el Gran Salón en varias ocasiones.
—Eres esclava de Lagertha —concluyó Drasil.
Su interlocutora realizó un gesto afirmativo con la cabeza.
—Guðrun, mi señora.
La guerrera entornó los ojos mientras la sometía a un riguroso escrutinio. No solo la conocía del Gran Salón, de haberla visto al servicio de la soberana de Kattegat, sino que su propia madre le había hablado de ella. Era la thrall que estuvo a su lado en el momento en que tuvo el aborto, aquella que dio la voz de alarma y que los días posteriores la estuvo visitando para hacerla compañía y ayudarla a sobrellevar mejor la pérdida.
Suavizó de forma inconsciente su expresión, queriendo agradecerle lo bien que se había portado con su progenitora en su ausencia, pero un nuevo quejido por parte del cristiano se lo impidió. Drasil lo observó con cierta preocupación, viendo cómo trataba de detener —sin éxito— la hemorragia de su nariz. Solo esperaba que no tuviese nada roto.
—¿Podrías llevarle de vuelta a las barracas? —le pidió a Guðrun, a quien pareció pillar desprevenida con aquella petición. No quería forzarle a trabajar en ese estado—. Debe curarse esas heridas. —La rubia no pudo hacer otra cosa que asentir, comedida—. Y tú —apostilló, dirigiéndose nuevamente al joven—, más te vale no meterte en más líos.
Se sentía estúpido, como un niño pequeño al que le habían dado una buena reprimenda. Le había descolocado tanto la reacción de Drasil, el cómo esta le había reprochado su impulsividad e ingenuidad, que se había quedado totalmente en blanco, sin saber cómo actuar. Una vez más la pagana lo había salvado, sacándole de un aprieto que bien podría haberlo enviado directo a la tumba. Aunque mentiría si dijera que se arrepentía, que había aprendido la lección.
Volvería a golpear a aquel indeseable las veces que hiciera falta, porque era lo menos que merecía.
El camino de vuelta a las barracas fue... extraño y bastante incómodo. Drasil lo había liberado de sus servicios ese día y le había pedido a Guðrun que lo acompañara para que no tuviese que hacer el recorrido solo. La esclava había accedido, mostrándose tan solícita y servicial como siempre, pero se notaba a la legua que no quería estar ahí. Que no quería estar con él.
Por suerte, a esas horas del día los barracones estaban prácticamente vacíos. La mayoría de los thralls con los que compartían techo estaban trabajando, sirviendo a sus respectivos amos o haciendo recados. Mejor, así no tendrían que aguantar las miradas indiscretas de nadie.
—Sestu niður. —La voz de Guðrun se coló sin previo aviso en sus oídos, haciendo que saliera de su ensimismamiento. Parpadeó varias veces seguidas y la miró con un gesto vacío de toda expresión—. Sestu... niður... —volvió a repetir la muchacha, tan despacio que cada vocablo parecía una frase independiente. Procuró vocalizar lo máximo posible para que le resultara más sencillo entender lo que le estaba diciendo—. Þar. —Señaló el lecho de paja que había en el suelo, junto a una de las paredes.
Aquel sitio era deprimente, el claro reflejo de la decadencia. Representaba a la perfección lo que ser un esclavo en tierras escandinavas suponía: un trato inhumano y carencias por doquier. Si bien cada uno tenía asignada una zona del cubículo, apenas contaban con lo necesario para subsistir. Sus camas eran una fina capa de forraje, sus mantas estaban roídas y apenas abrigaban y no poseían ningún tipo de intimidad. Por no mencionar a las ratas con las que tenían que convivir día tras día.
Obedeció, dejándose caer en el sitio que Guðrun le había indicado. No le costó llegar a la conclusión de que aquella debía de tratarse de su zona de descanso. Esta se encontraba al fondo del edificio, por lo que quedaba bastante lejos de la suya, la cual se situaba prácticamente junto a la entrada.
Mientras se acomodaba, le resultó imposible no dejar escapar un pequeño siseo. Le dolía todo el cuerpo, especialmente el abdomen, aunque nada podía compararse al ardor que sentía en la cara. Le palpitaba, literalmente. La notaba hinchada y algo adormecida en algunas partes, y tenía claro que solo era cuestión de minutos para que dejara de ver por su ojo izquierdo, cuyo párpado superior poco a poco iba reduciendo su campo de visión.
Al menos había dejado de sangrar por la nariz.
Sus iris azabache fueron a parar nuevamente a la rubia, que le acercó un cubo lleno de agua. Apenas un instante después, se hizo con un paño y se lo tendió, estirando el brazo para así no tener que acortar la distancia que los separaba. Aquello llamó especialmente su atención, dado que era evidente que no le gustaba la proximidad con otras personas. Y mucho menos el contacto físico.
Un ramalazo de culpabilidad le atravesó el pecho, dejándole sin respiración. Se había comportado de una manera muy violenta en el mercado, y quizá fuera eso por lo que ahora Guðrun se mostraba tan reacia a interactuar con él.
Retorció el trapo entre sus magulladas manos e inspiró profundamente.
—Fyrirgefðu —se disculpó en nórdico, acaparando la atención de su acompañante. Esta permanecía de pie frente a él, con los brazos cruzados sobre su pecho y la postura erguida—. Lamento lo de antes. No quería asustarte —añadió, esta vez en su lengua materna—. No debes tenerme miedo... Amh... —Se pasó una mano por la nuca en tanto formulaba mentalmente la frase en nórdico—. Þú mátt... ekki vera... hiddur við mig...
—Hræddur. Hræddur við mig —lo corrigió ella.
El sajón asintió.
—Tan solo quería ayudarte.
Guðrun entrecerró los ojos, como si lo estuviera sometiendo a algún juicio de valor. Sus orbes glaucos parecían querer traspasarlo, haciéndolo sentir completamente a su merced. Tenía una mirada penetrante... Además de hermosa. Ese tono verde azulado le recordaba al pequeño lago que había cerca de la propiedad de su padre, en el condado de Wiltshire.
Y entonces la chica volvió a hablar.
Pero de una forma que jamás habría esperado.
—Lo que hiciste fue una estupidez.
El inglés pestañeó, desconcertado. Su boca se abrió y sus tupidas cejas se arquearon a causa de la estupefacción que lo había invadido. Guðrun, por el contrario, se mantuvo firme e impertérrita. Parecía más relajada, aunque saltaba a la vista que todavía estaba alerta, que no bajaba la guardia ni un segundo.
—Espera un momento... ¿Hablas mi idioma? —inquirió, aún con la sorpresa grabada a fuego en su rostro. Definitivamente aquella joven era todo un enigma—. ¿Cómo es que...?
—No eres el primer esclavo sajón que conozco —le interrumpió Guðrun al tiempo que se encogía de hombros con simpleza. Si no lo había revelado hasta ese momento, era porque simplemente no había querido. Se notaba que era parca en palabras y que no le gustaba relacionarse en exceso—. No debiste haberte inmiscuido. Casi te matan por ello.
El aludido introdujo el paño en el cubo y lo humedeció, para luego llevárselo al labio partido. La frescura del agua le alivió la quemazón de manera inmediata, lo que le hizo cerrar los ojos —o el ojo, mejor dicho—. Acto seguido, volvió a repetir el proceso, pero esta vez con su nariz. Frotó la zona con suavidad, a fin de eliminar la sangre que se había quedado adherida a su pálida piel.
—No podía quedarme de brazos cruzados mientras veía cómo ese animal te trataba así. —Hizo un mohín con la boca, como si lo que acababa de decir fuera lo más obvio del mundo—. Nunca me ha gustado el abuso de poder —puntualizó, justo antes de volver a alzar la mirada hacia ella.
Guðrun enarcó una ceja en una mueca escéptica.
—No me conoces de nada —soltó la thrall, tajante—. ¿Es que acaso lo has hecho para que te deba un favor o algo del estilo? —cuestionó, sacando a relucir su vena desconfiada.
El moreno negó con la cabeza.
—No, nada de eso —le aseguró—. Simplemente necesitabas ayuda.
Guðrun volvió a entornar los ojos, que centelleaban con recelo.
—Si quieres sobrevivir aquí, debes aprender a preocuparte únicamente de ti mismo —remarcó la escandinava. Se arrimó a la pared que tenía a su derecha y se recostó sobre ella, apoyando la espalda en los fríos tablones de madera—. Lo que has hecho hoy... No es habitual. Aquí cada uno se ocupa de lo suyo.
Seguía sorprendiéndole lo bien que hablaba su idioma. Tenía un acento bastante marcado, pero se expresaba de una forma muy rica y fluida. Antes había mencionado que él no era el primer esclavo inglés que conocía... ¿Cuánto tiempo llevaría siendo thrall? Porque tenía la impresión de que no había nacido siéndolo. Y es que, pese a sus ropas sencillas y a sus manos agrietadas, destilaba una elegancia y una sobriedad naturales.
—Yo no soy así. —Ahora fue el turno de él de encogerse de hombros.
No mentía. Iba en contra de su naturaleza quedarse quieto mientras otros sufrían. Odiaba a todos aquellos que se aprovechaban de los más débiles por el simple hecho de poder hacerlo, por contar con la influencia suficiente para no tener que preocuparse por las consecuencias de sus actos, de ahí que no vacilara a la hora de salir en defensa de todo aquel que lo necesitase. Y realmente no le importaba ser un tonto a ojos de Guðrun o de cualquier otra persona en aquellas tierras lejanas. Lo único que importaba era que siguiera manteniéndose fiel a sus principios, que continuase siendo él mismo.
—Lo que eras antes, el cómo fuiste en tu anterior vida, ya no importa —impugnó la rubia en tono plano y monocorde, como si se tratara de un discurso aprendido—. Ahora eres un esclavo, tu destino ha dejado de pertenecerte. Si eres listo, aprenderás a mantenerte al margen. —Una corriente de aire se coló por una de las ventanas, provocando que su mata de rizos dorados se ondulara y que sus cicatrices fuesen aún más visibles. Parecía una señal, una muestra de lo que podría sucederle si seguía por ese camino—. Ver, oír y callar. De eso se trata todo ahora.
El muchacho se mantuvo silente durante unos breves instantes, rumiando lo que Guðrun acababa de decirle. Tenía razón, no lo iba a negar, pero a él todavía le quedaba esperanza. Él aún tenía fuerzas para seguir luchando, para no rendirse.
Se llevó una mano al cuello y tiró levemente del cordel negro que había a su alrededor, sacando de debajo de su camisa aquella cruz de madera que lo había acompañado desde que se había visto en la obligación de abandonar Inglaterra.
Su fe lo era todo. Lo que le mantenía a flote.
—Es cierto lo que dices: no puedes cambiar lo que es alguien sin destruir lo que fue —reconoció él tras unos segundos más de mutismo. Sus falanges aún apresaban la cruz, pero sus iris negros habían vuelto a posarse en Guðrun, que lo observaba con una mueca indescifrable contrayendo sus facciones—. Pero yo no pienso rendirme tan fácilmente.
—Entonces acabarás muerto.
El comentario de la pagana le hizo suspirar.
—Estoy dispuesto a correr ese riesgo.
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· ANOTACIONES ·
—El idioma empleado en este capítulo es el islandés, ya que es la lengua actual que más se asemeja al nórdico antiguo.
—Sestu niður: «siéntate».
—Þar: «ahí».
—Fyrirgefðu: «lo lamento».
—Þú mátt ekki vera hræddur við mig: «no debes tenerme miedo».
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N. de la A.:
¡Hola, mis amados lectores!
Bueno, bueno, bueno... Después de mi crisis existencial y de mis ganas de mandarlo todo a la mierda, aquí estamos de nuevo. Sigo algo desanimada, no os voy a mentir, pero ya no ando tan pesimista como semanas atrás (a ver lo que dura x'D). El caso es que me ayudasteis mucho con vuestros mensajes de cariño y apoyo, así que mil gracias por ello, de verdad =') A todo aquel que no sepa de qué estoy hablando, le recomiendo ir a la nota que hay al final de la tabla de contenidos, ya que en ella hablo de cosas bastante importantes que todos deberíamos tener en cuenta a la hora de leer en Wattpad ;)
Pero bueno, dejando de lado el drama, centrémonos en el capítulo de este mes, porque MADRE MÍA QUÉ CAPÍTULO. No miento cuando digo que me encantó escribirlo y que disfruté como una enana poniéndome en la piel del cristiano. Es que lo amo, no lo puedo evitar. Él y Guðrun son mis bebés protegidos <3
Debo reconocer que adoro ese tira y afloja que hay entre Drasil y el esclavito. Poco a poco van avanzando en su relación, aunque es evidente que todavía hay algo de recelo por parte de él, cosa que es totalmente comprensible, dadas las circunstancias. Pero al menos se muestra más receptivo que al principio xD ¿Qué pensáis de ellos? ¿Les veis futuro como amiguis? Porque Dras está constantemente salvándole el pellejo, jeje.
Por cierto, ¿voy abriendo ya el club de fans del cristiano? (͡° ͜ʖ ͡°)
¿Y QUÉ ME DECÍS DE LA BEBA GUĐRUN? ¿OS ESPERABAIS QUE HABLARA SAJÓN U OS HABÉIS QUEDADO TAN LOCOS COMO MR. BRITISH? Se me parte el corazón cada vez que escribo sus escenas porque la pobrecita mía lo ha pasado fatal y tiene muchos traumas que aún no ha sido capaz de superar </3 El caso es que me veis muy tranquilita y sosegada, pero poco a poco Lucy va preparando el terreno para ciertas tramas del segundo libro, jeje.
Y poco más tengo que decir. Solo que vayáis preparándoos mentalmente para el próximo capítulo, porque volveremos con el mega drama de pareja, y también que vayáis apuntando en vuestras agendas el cap. 83, porque ese va a ser EL capítulo. O sea, es el que estoy escribiendo actualmente y madre mía de mi vida, no os imagináis el hype y las ganas que tengo de poder compartirlo con todos vosotros :3
Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)
Besos ^3^
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