━ 𝐗𝐋𝐈: Cicatrices
•─────── CAPÍTULO XLI ───────•
CICATRICES
────────ᘛ•ᘚ────────
( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )
◦✧ ✹ ✧◦
EL CIELO ESTABA GRIS Y NUBLADO. Apenas había amanecido, pero el campamento ya bullía de actividad y dinamismo. Con la presencia del sol naciente despuntando en lontananza, los hombres y las mujeres que conformaban el Gran Ejército Pagano ya habían iniciado sus respectivas rutinas, yendo de aquí para allá con aparente ajetreo. La partida de Björn Piel de Hierro hacia el mar Mediterráneo era inminente, de modo que todo debía estar preparado para cuando los drakkar y los snekkar que componían su flota pusieran rumbo hacia el suroeste. Así pues, numerosos guerreros y escuderas subían a las embarcaciones las últimas provisiones, además de diversos tipos de armas y otros artefactos que les serían de utilidad durante la larga travesía.
Con la espalda apoyada en el tronco de un árbol y los brazos cruzados sobre su pecho, Drasil escudriñó el valle que se extendía más allá de la zona arbórea en la que se encontraba, perdiéndose en la línea recortada del horizonte. Lamentó que ese día el cielo estuviera repleto de nubes y desvió la mirada hacia la orilla del río, donde un grupo de cinco navíos aguardaba a que sus velas fueran izadas.
Mientras contemplaba los escudos que decoraban los costados de los barcos, no pudo evitar imaginarse a sí misma a bordo de uno de ellos, en compañía de Björn y Halfdan. Una parte de ella habría querido acompañarlos, puesto que no le bastaban las historias que el rubio le había contado acerca de aquellas exóticas costas. Quería verlo con sus propios ojos, comprobar por sí misma si de verdad se trataban de unas tierras tan maravillosas. Pero su otra parte, la más madura y racional, sabía que no podía hacerle eso a su progenitora.
Ya llevaba mucho tiempo fuera y no quería prolongar su ausencia más de lo necesario. No cuando ella también estaba preocupada por aquellos que había dejado en Kattegat, donde la situación estaba de lo más tensa y tirante.
No. Definitivamente aquel no era el mejor momento para marcharse.
Suspiró con languidez. Si se le hubiera presentado aquella oportunidad hacía poco más de un año, la habría aprovechado sin dudarlo ni un instante. Al fin y al cabo, era lo que siempre había soñado, con lo que más había fantaseado —aparte de con convertirse en una gran skjaldmö— desde que tenía uso de razón. Pero ahora ya no pensaba así. Desde que había resultado herida en el campo de batalla, veía las cosas de forma diferente. Era como si aquel angustiante episodio le hubiese abierto los ojos, como si le hubiera servido para darse cuenta de cuáles eran realmente sus prioridades.
Drasil se arrebujó en la fina capa que cubría sus hombros. Hacía fresco, más que otros días, y eso que estaban en pleno nóttleysa. La bruma de la mañana le rozaba los talones y humedecía sus botas y el bajo de su vestido.
—Aún estás a tiempo de venir con nosotros. —La voz de Björn, potente y atronadora, la sacó de su ensimismamiento.
La hija de La Imbatible viró la cabeza hacia su izquierda, topándose con la imponente figura del caudillo vikingo, que se detuvo a su lado con una resplandeciente sonrisa coloreando sus facciones. Inspiró por la nariz y expulsó el aire por la boca.
—Tal vez en otra ocasión —articuló ella, justo antes de volver la vista al frente.
Björn también se cruzó de brazos, extraviando su mirada en la lejanía. Desde su posición pudo vislumbrar a Halfdan, que conversaba con su hermano Harald. Ambos parecían soliviantados y cariacontecidos, sobre todo el mayor, que estaba más pálido de lo habitual.
—Es una lástima. —El Ragnarsson se atusó la barba, pensativo—. Espero que, al menos, a mi regreso seas oficialmente mi cuñada —manifestó en un improvisado tono jocoso. Miró a Drasil de soslayo, cuyas mejillas habían adquirido un tenue color carmesí. Tuvo que apretar los labios en una fina línea para no carcajear.
La joven masculló algo ininteligible.
Frunció el ceño, poblando su frente de arrugas, y hundió las uñas en las mangas de su vestido. La imagen de ella y Ubbe convirtiéndose en marido y mujer, intercambiando votos de amor y fidelidad en una ceremonia íntima y familiar, hizo que una sensación indescriptible la recorriera de pies a cabeza. Hincó aún más los dedos en la carne sensible de sus brazos para que la mente se le despejara.
—Sois como críos, ¿lo sabías? —volvió a hablar Björn, chasqueando la lengua. Su amiga lo observó con expectación, a la espera de que le proporcionase más detalles—. Tú y Ubbe. —Se encogió de hombros con naturalidad—. ¿Cuándo vais a admitir que queréis estar juntos? Porque es evidente que estáis hechos el uno para el otro —apostilló.
Drasil parpadeó varias veces seguidas, azorada.
Las mejillas le ardían, al igual que las orejas.
—Por todos los dioses, Björn...
—¿Acaso vas a negar que te gusta mi hermano? —inquirió el susodicho.
La muchacha se mordisqueó el interior del carrillo, consciente de que si lo hacía estaría mintiendo. Saltaba a la vista que se sentía atraída hacia Ubbe, por lo que de nada le iba a servir empeñarse en decir lo contrario, más que para engañarse a sí misma.
—No pienso hablar contigo de mis escarceos amorosos con tu hermano —rebatió Drasil, torciéndole la cara para no tener que mirarlo.
—No has contestado a mi pregunta —insistió Björn.
La castaña dejó escapar un breve resoplido.
—Es complicado —se limitó a decir.
—No, no lo es. Sois vosotros quienes lo hacéis complicado —contradijo el primogénito de Ragnar Lothbrok, para después recostarse sobre la porción del tronco que quedaba libre.
Drasil clavó la vista en el suelo, apesadumbrada. En el fondo sabía que tenía razón, pero no era tan fácil como su compañero lo pintaba. Tanto ella como Ubbe se encontraban en una encrucijada, en un callejón sin salida. Había mucho en juego y ella... Ella tenía miedo. Miedo de lo que pudiera llegar a ocurrir de tomar la decisión equivocada. No quería tirar por la borda aquello por lo que había estado luchando todos esos años, pero tampoco quería renunciar a sus sentimientos.
—Tu madre jamás aprobaría nuestra relación —acotó ella, tratando de mantenerse impasible. Su voz era serena, pero le habían empezado a temblar las manos. Las presionó contra sus costados para aquietarlas—. Ella es la reina.
Una sombra de dolorosa comprensión pasó fugazmente por los rasgos de Björn. Conocía a Lagertha mejor que nadie y sabía que eso era exactamente lo que pasaría si llegara a enterarse de lo que había surgido entre ellos, de lo que habían estado haciendo a sus espaldas.
—Y tú una mujer libre, Dras. Puedes hacer lo que quieras con quien quieras —remarcó el rubio, consiguiendo que la escudera lo observase de reojo—. Y mi madre deberá aceptarlo, esté de acuerdo o no. Que sea reina no le da derecho a inmiscuirse en la vida de los demás —prosiguió—. Tú eres la única que puede decidir qué hacer con el tiempo que se te ha dado. Solo tú, no lo olvides nunca. —Posó una mano en el hombro de su interlocutora y se lo estrechó con cariño—. Deberías hablar con Ubbe.
Ante sus palabras, Drasil hilvanó una efímera sonrisa. Sus intentos por animarla, por hacerla sentir mejor, habían logrado conmoverla. Aunque desgraciadamente no habían servido para quitarle el miedo y la inseguridad que la carcomían por dentro. Pese a ello, agradeció el gesto.
—Y tú deberías dejar de ser tan cotilla —bromeó.
Björn rio entre dientes.
—Solo quiero lo mejor para ti —indicó, retornando a una expresión neutral. La hija de La Imbatible supo que estaba hablando en serio por cómo la miraba, por la manera en que sus iris celestes la escrutaban—. Ya sabes que te quiero como a una hermana.
La sonrisa de Drasil se ensanchó.
—Lo sé, sí —bisbiseó. Su mirada se empañó a causa de las lágrimas, pero hizo un esfuerzo y logró contenerlas, al igual que el hipido que pugnaba por brotar de su garganta.
El Ragnarsson nunca había sido muy dado a las muestras de afecto, menos aún a expresar abiertamente sus sentimientos, pero en aquella ocasión había hecho una excepción. No sabía si volverían a verse, ni siquiera tenía garantías de regresar con vida del Mediterráneo, de ahí que hubiese aprovechado aquel íntimo momento para hacerle saber lo importante que era para él.
Björn la envolvió como un escudo protector y Drasil se acurrucó junto a él como cuando era pequeña y alguien la hacía rabiar. Su pecho era amplio y sus brazos cálidos y fuertes. La skjaldmö apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos.
—Cuando regreses a Kattegat —comenzó a decir el caudillo vikingo, ocasionando que la aludida alzara el rostro hacia él—. Dile a mi madre, a Torvi y a los niños que no hay un solo día que no piense en ellos. —Drasil asintió, complaciente—. Y dile a Kaia que lo lamento. —Aquel último comentario hizo que la joven arqueara una ceja. Al verlo, Björn sonrió con ternura—. Ella sabrá el motivo.
Eivør dejó escapar un suspiro de alivio cuando divisó a Björn en la lejanía, junto a otros hombres y mujeres que ultimaban los preparativos para soltar amarras. Su corazón pareció recuperar su ritmo habitual al comprobar que no había llegado tarde, que el primogénito de Ragnar Lothbrok todavía permanecía en tierra. Tomó una temblorosa bocanada de aire y echó a andar hacia él, procurando que su agitación no fuera demasiado evidente. Lo último que quería era llamar la atención en exceso.
Björn no fue consciente de su presencia hasta que giró sobre sus talones, quedando cara a cara con ella. Al verla allí parada, tragó saliva. Su fisonomía se había crispado en un rictus inquieto y turbado y una molesta tirantez se había apoderado de todos y cada uno de sus músculos.
—¿No pensabas despedirte? —pronunció Eivør.
Al despertar se había encontrado el otro lado del lecho completamente vacío. Su mano había buscado de manera inconsciente el cuerpo de Björn, pero su palma tan solo había tanteado el aire. Sus sospechas se confirmaron cuando, tras chequear las inmediaciones de la carpa en la que había pasado la noche, cayó en la cuenta de que las cosas del Ragnarsson no estaban.
No le había gustado aquella sensación, la angustia que se había abierto paso en su interior al creer que no podría despedirse de él. Y una parte de ella estaba dolida. Le molestaba que se hubiese marchado de esa forma tan abrupta y repentina, sin decirle nada. Como un vulgar fugitivo.
—No quería despertarte —respondió Björn, evasivo. Adquirió una posición en jarras y clavó la vista en el suelo. No se atrevía a alzar la mirada y encontrarse con sus ojos, no tenía fuerzas suficientes. No cuando sabía que en ellos habría decepción y enfado.
Contra todo pronóstico, la muchacha carcajeó. Aquello le brindó a Björn el aplomo necesario para restablecer el contacto visual con ella. Los hoyuelos que se formaron en sus mejillas lo encandilaron como nunca antes lo habían hecho y el de su barbilla despertó en él la imperiosa necesidad de atraerla hacia sí y besarla apasionadamente.
—Es la peor excusa que he oído en mi vida —repuso Eivør.
El rubio también rio, mucho más relajado. Poco a poco la tensión de sus hombros fue desapareciendo, así como la rigidez que se había adueñado de todo su cuerpo.
—Lo siento —se disculpó, una vez recuperada la compostura—. Nunca me han gustado las despedidas. —Se rascó la nuca con cierto nerviosismo, como si le estuviera costando encontrar las palabras adecuadas.
La realidad golpeó a la escudera con puño de hierro. De nuevo, la incertidumbre y el desasosiego hicieron presa de ella, provocando que su corazón arrancara a latir desenfrenadamente y que una desagradable presión se instaurase en su pecho.
El silencio pesaba entre ellos, tensándose con cada inspiración. Solo cuando Björn carraspeó, incómodo por no saber qué más añadir, Eivør se aventuró a retomar la palabra. Ni siquiera lo pensó. Su lengua fue mucho más rápida que su sentido común. Necesitaba saberlo.
—¿Te arrepientes de lo que ha pasado entre nosotros? —musitó.
El caudillo vikingo la observó con desconcierto. Sopesó durante unos segundos su respuesta, rememorando todos los momentos que había vivido con ella, tanto los buenos como los malos.
Sin importarle lo más mínimo lo que la gente de su alrededor pudiera pensar de ellos, dio un paso al frente y extendió un brazo. Sus dedos callosos y robustos se deslizaron por la sonrosada mejilla de Eivør, que no pudo evitar estremecerse ante su cálido toque.
—Lo único de lo que me arrepiento es no haberte conocido antes.
Aquel susurro desgarradoramente gentil provocó que las piernas de la morena flaquearan. Tenía las pestañas húmedas, pero mantuvo los ojos muy abiertos. No deseaba parpadear y que las lágrimas evidenciaran que su partida le afectaba más de lo que quería admitir.
En realidad, ni ella misma comprendía por qué le dolía tanto verlo marchar. Era como si no tuviera dominio sobre sus propios sentimientos, como si no fuera capaz de controlar aquella vorágine de sensaciones contradictorias que se sacudía en su interior.
Su mano atrapó la del rubio, que continuaba acariciando su mejilla.
—Adiós, Björn —consiguió decir, tratando por todos los medios de que no se le quebrase la voz—. Que los dioses te acompañen en tu viaje.
El mencionado sonrió desvaídamente.
—Adiós, Eivør. Hasta nuestro próximo encuentro.
La sociedad escandinava poseía un sistema estratificado de castas bastante rígido. En el primer escalafón se encontraban los poderosos konungr*, quienes, por norma general, eran elegidos por los condes y terratenientes de una determinada región. El segundo puesto pertenecía a los altos nobles, en donde se incluían a los jarls y a los hauldr* con sus respectivos séquitos. Después estaban los bændr*, el grueso de la población, conformado por campesinos y artesanos. Y en el último lugar los thralls, quienes estaban desprovistos de libertad.
La naturaleza de los esclavos era muy variada. Algunos debían vivir con aquella lacra por el mero hecho de haber nacido en una familia de thralls, otros por ser prisioneros de guerra. Había quienes incluso, para evitar la hambruna y la extrema pobreza, recurrían a la servidumbre para poder tener algo que llevarse a la boca. Fuera como fuese, los esclavos carecían de cualquier tipo de derecho y/o privilegio. Eran considerados alimañas, seres inferiores que no tenían ni voz ni voto. Desde el instante en que era comprado o capturado, la vida de un thrall pasaba a pertenecer a su amo, pudiendo morir cuando este así lo decidiera y considerase oportuno.
Lagertha había tenido numerosos esclavos a lo largo de su vida, siendo Athelstan, aquel monje cristiano que Ragnar capturó en una de sus múltiples incursiones a Inglaterra, el primero de todos. Y aunque no le agradaba el trato que recibían algunos a manos de sus dueños —y de la población en general—, sabía que su existencia era imprescindible para el correcto funcionamiento de las cosas. No en vano fue el dios Ríg quien procreó con tres mujeres diferentes para traer al mundo a las tres clases sociales: los jarls, los karls* y los thralls.
Sentada en el trono, la soberana escrutó con rigurosidad al hombre que se hallaba de pie frente a ella: un vendedor de esclavos.
El ataque perpetrado por el rey Harald Cabello Hermoso había generado numerosas bajas, no solo en las defensas, sino también en el pueblo llano y en el servicio. Por no mencionar que, tras contraer matrimonio con Hvitserk Ragnarsson, Margrethe había dejado de ser una thrall para convertirse en una mujer libre de pleno derecho.
—Reina Lagertha —saludó el individuo, inclinando la cabeza en su dirección en señal de respeto. Era pequeño y rubicundo, y bastante orondo. Tenía el pelo descuidado y grasiento y la cara picada por la viruela. Sus dientes torcidos y amarillentos relucían en una sonrisa solícita.
La susodicha cuadró los hombros e irguió el mentón con soberbia. No le gustaba aquel hombre, dado que su presencia era de lo más desagradable, pero era el mejor comerciante de esclavos de la comarca.
Desvió la mirada hacia las nueve féminas que había tras él. Todas ellas mantenían la cabeza gacha y la vista clavada en el suelo, con sus ropas harapientas y su voluntad coaccionada. Parecían títeres, muñecas inanimadas. De no ser porque de vez en cuando se movían, parecerían estatuas de piedra.
—Agradezco que hayas podido venir, Erlingr —habló Lagertha, volviendo a centrar toda su atención en el vendedor de esclavos—. He oído hablar muy bien de tus servicios. Dicen que tus thralls son los mejores de todo el reino —expuso.
La sonrisa de Erlingr se ensanchó al escucharlo.
—Me halaga, mi señora. —Se pasó una mano por la gran barriga que sobresalía por encima de su cinturón. En la otra sostenía una vara de madera, larga y gruesa. Sus dedos eran cortos y regordetes, en consonancia con su desaliñado aspecto—. No le han mentido respecto a mis esclavos. Todos ellos son jóvenes y fuertes, capaces de trabajar de sol a sol sin descanso. —Se volteó hacia las mujeres que aguardaban tras él en el más absoluto mutismo y les indicó con un movimiento de mano que se acercaran—. Puede comprobarlo usted misma, si lo desea.
Lagertha intercambió una fugaz mirada con Astrid, que se hallaba de pie a su lado, justo antes de levantarse. Elevó un poco la falda del hermoso vestido que llevaba puesto y descendió los cuatro escalones de la tarima con una elegancia envidiable. Pasó junto a Erlingr y se situó delante de la primera thrall, que no alzó el rostro en ningún momento.
Las fue examinando mientras el hombre le proporcionaba información de cada una de ellas, como su edad, su desenvoltura a la hora de llevar a cabo las labores domésticas y el tipo de temperamento que tenían. La rubia se limitó a guardar silencio, sacando sus propias conclusiones al respecto. La mayoría eran asustadizas y huidizas, y se tensaban cada vez que notaban la hedionda presencia de Erlingr a sus espaldas.
Finalmente Lagertha se posicionó frente a la última, que se mostraba igual de apocada que sus compañeras, puede que hasta incluso más. Tenía una exuberante mata de rizos dorados que le caía sobre los hombros y parte de la faz, ocultándosela parcialmente. Pero bajo aquella maraña de mechones rebeldes pudo atisbar dos ojos verde azulados bastante expresivos.
Su mirada continuó recorriendo sus facciones dulces y aniñadas hasta detenerse en la parte que permanecía cubierta por su indomable melena. Entre las hebras que cabello rubio discernió algo que llamó irremediablemente su atención.
—Ella es mi última adquisición —reveló Erlingr, situándose al lado de la joven, que se encogió sobre sí misma en un acto reflejo—. La compré en Suecia, ¿sabe? Su anterior dueño era conde —puntualizó a la par que hinchaba el pecho con orgullo—. Veinte inviernos. Mire, mire sus dientes. —Le apartó el pelo de la cara y le abrió la boca para enseñar su dentadura—. Y su piel. Sana como un roble. —La esclava se dejó hacer, permitiendo que la toqueteara y manoseara a su antojo.
Lagertha alzó las cejas con asombro. Aquello que había intuido bajo esa cabellera repleta de nudos se veía ahora con total claridad. Aguantó la respiración de manera inconsciente al vislumbrar las dos enormes cicatrices que surcaban la mitad de su semblante. Ambas comenzaban en la sien y descendían hasta la mandíbula. Una había sido hecha peligrosamente cerca de su ojo izquierdo, terminando en el pómulo, y la otra bajaba hasta su barbilla. La piel cicatricial tenía un extraño brillo y era de un tono rosado que destacaba contra su tez lechosa.
—¿Cuál es tu nombre? —quiso saber la reina.
La thrall, que no despegaba su mirada del suelo, tragó en seco. Entrelazó las manos sobre su regazo y comenzó a juguetear con ellas. Parecía un animalillo asustado y desvalido, una pobre criatura que tenía miedo hasta de su propia sombra.
—Guðrun —contestó. Su voz era dulce y melodiosa como el cantar de un pájaro.
Lagertha asintió, satisfecha. Extendió un brazo hacia ella y la tomó del mentón, forzándola a que girara la cabeza. La visión de sus cicatrices volvió a arrancarle un estremecimiento, aunque hizo todo lo posible para mantenerse inexpresiva. Astrid se detuvo a su vera, quizá sintiendo la misma curiosidad que ella respecto a aquella esclava.
—¿Cómo te las hiciste? —Sus dedos continuaban aprisionando la barbilla de Guðrun, que no hacía más que rehuir su mirada. Percibió la tensión que se había apoderado de su mandíbula y la soltó.
Esta vez la muchacha se mostró reacia a hablar. Se cogió los codos y frunció los labios en una mueca desdeñosa. Aquel arranque de rebeldía sorprendió a Lagertha y despertó la ira de Erlingr.
—¡Responde, esclava! —bramó el hombre, que no titubeó a la hora de golpearla con su vara. Aquel trozo de madera impactó con brutalidad en las costillas de Guðrun, que se dobló sobre sí misma mientras cerraba los ojos y apretaba los dientes.
—Es suficiente —ordenó la soberana. Con una sola mirada, conminó a Erlingr a que se apartara de la thrall. Esta se llevó una mano a la zona apaleada, para finalmente recuperar la verticalidad—. No volveré a preguntarlo. ¿Cómo te las hiciste? —repitió, dirigiéndose de nuevo a Guðrun, cuyos orbes glaucos relucían a causa de las lágrimas contenidas.
La esclava se sorbió la nariz.
—Fueron obra de mi anterior amo.
Al oírlo, Lagertha entornó los ojos.
—¿Y qué le llevó a cometer semejante barbaridad? —Una vez más, el silencio se instauró en el Gran Salón. Los dedos de Erlingr se cerraron con más fuerza en torno a la vara, lo que empujó a la skjaldmö a seguir hablando para impedir que descargara nuevamente toda su furia contra la chiquilla—. Puedes ser sincera conmigo —añadió, suavizando el tono de su voz.
Guðrun pareció vacilar, pero acabó cediendo:
—Me ordenó que me entregara a él, y yo me negué.
Lagertha soltó todo el aire que había estado conteniendo, sin poder evitar compadecerse de ella. Ninguna mujer, fuera de la clase social que fuera, merecía que la sometieran en contra de su voluntad.
—¿Te forzaba? —inquirió, indignada.
Por primera vez desde que había puesto un pie allí, Guðrun alzó la vista hacia ella, posando sus iris verde azulados en los de la soberana, que la observaba con lástima y comprensión. A Lagertha solo le bastó perderse en su tormentosa mirada para saber la respuesta. El dolor y la agonía, la rabia y la impotencia que transmitían sus rasgos faciales lo decían todo.
La reina respiró hondo y exhaló despacio. Se volteó hacia Erlingr, que se había quedado relegado a un discreto segundo plano, y señaló a Guðrun con un suave cabeceo.
—Me quedo con ella.
▬▬▬▬⊱≼❢❁❢≽⊰▬▬▬▬
· ANOTACIONES ·
—Konungr es un término en nórdico antiguo que se empleaba para referirse a los reyes vikingos de la época.
—Hauldr fue un título nobiliario usado durante la era vikinga en Escandinavia e Inglaterra. Eran terratenientes de élite con una importante suma de derechos individuales. Esta clase social era considerada una de las más importantes dentro de la sociedad nórdica, cuyos componentes pertenecían a antiguos clanes familiares de hombres libres con posesiones de carácter hereditario.
—En la época vikinga, los bændr (también denominados karls o bóndi) eran el núcleo principal de la sociedad, formado por campesinos y artesanos. Eran hombres libres que contaban con numerosos derechos.
▬▬▬▬⊱≼❢❁❢≽⊰▬▬▬▬
N. de la A.:
¡Hola, mis pequeños vikingos!
Ay, tenía muchísimas ganas de publicar este capítulo. Me costó mucho escribirlo en su día, sobre todo la última escena, que no sabía muy bien cómo enfocarla, pero he quedado bastante satisfecha con el resultado, jajaja. Pero bueno, mejor vayamos por partes, porque estas tres escenas tienen mucha chicha.
Debo confesar que se me cayó la baba mientras escribía la primera parte del capítulo. Björn y Drasil son tan monosos que krhgjtrkhj. En serio, súper bonita la amistad que les une. Y, como habéis podido comprobar, Björn se ha unido al ship Drabbe x'D Ahora solo falta que esos dos admitan que se aman y que quieren estar juntos, jajaja.
Ahora vayamos a la escena Eivörn. Me duele tener que separarlos, más ahora que parece que están surgiendo cosas interesantes entre ellos, pero tiene que ser así. Eivør jamás va a dejar sus propias ambiciones de lado por un hombre. Jamás. Por no mencionar que Björn aún está casado con Torvi, así que no le renta xD But, ¿tenéis alguna teoría de lo que podría pasar cuando se reencuentren? Porque recordad que a su regreso entra en juego la princesa Snaefrid, jeje.
Y, por último pero no menos importante, la aparición estelar de mi querida Guðrun. Tenía taaaaaaaantas ganas de que apareciera que madre mía. ¿Cuáles han sido vuestras primeras impresiones? ¿Qué papel creéis que tendrá de cara a la trama? Será un personaje bastante recurrente y con cierto peso en la historia. Podéis encontrar sus gráficos en el apartado de personajes, que seguro que la mayoría ni os acordabais de ella xD
Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =) Por cierto, en el siguiente cap. habrá bombazo (Lucy creando hype, jajaja), así que idos preparando (͡° ͜ʖ ͡°)
Besos ^3^
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro