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━ 𝐗𝐈𝐈𝐈: Un amor prohibido

N. de la A.: cuando veáis la almohadilla #, reproducid el vídeo que os he dejado en multimedia y seguid leyendo. Prometo que no os arrepentiréis.

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────── CAPÍTULO XIII ──────

UN AMOR PROHIBIDO

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( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        A EIVØR LE ENCANTABA IR AL MERCADO. Aquel lugar, en el que la mayoría de los habitantes de Kattegat convergía para realizar sus compras rutinarias, podía resultar de lo más agobiante y opresivo para algunos, pero no para ella. La muchacha, a la que le gustaba estar rodeada de gente, disfrutaba deteniéndose en cada puesto, ya fuera para regatear el precio de algún objeto que hubiese captado su interés o simplemente para admirar lo que los diversos vendedores ambulantes ofrecían. A Drasil, por el contrario, aquella situación no podía parecerle más estresante.

Esa mañana, como muchas otras, Eivør había llamado a su puerta, con una cesta de mimbre colgándole del brazo derecho y una resplandeciente sonrisa en los labios, para pedirle que la acompañara al mercado. Al principio Drasil se negó en rotundo, dado que no le entusiasmaba la idea de verse acordonada por decenas de personas, aunque no le quedó más remedio que acceder cuando la morena comenzó a hacer pucheros y a batir sus largas y espesas pestañas.

«Te odio», le había dicho la menor a su mejor amiga, justo antes de abandonar el calor de su hogar para poner rumbo a la plaza. Eivør no hizo otra cosa que carcajear, provocando que Drasil blanqueara los ojos y mascullase algo ininteligible.

Sin dejar de caminar, las dos se arrebujaron en sus respectivas capas. Quedaban muy pocos días para que se iniciara el misseri* de invierno, la época más dura del año, de ahí que las temperaturas hubiesen caído en picado hasta el punto de obligar a las jóvenes escuderas a abrigarse para que el frío no les calara hasta los huesos.

Drasil exhaló un grácil suspiro.

Dos semanas habían pasado desde que Lagertha se había autoproclamado reina de Kattegat. Dos semanas en las que habían tenido lugar numerosos acontecimientos, desde el traslado a su nueva vivienda, que no quedaba muy lejos de la que compartían Hilda y Eivør, hasta la liberación de Ubbe y Sigurd Ragnarsson, quienes habían hecho un trato con la rubia, un acuerdo que les permitía quedarse en Kattegat y llevar una vida completamente normal siempre y cuando no atentaran contra ella ni contra cualquiera de sus preciadas skjaldmö. Por no mencionar que, días después de que los hermanos fueran redimidos, un barco sajón atracó en el muelle, trayendo consigo —aparte de a una decena de soldados cristianos— a un Ivar semiinconsciente que no dejaba de murmurar la misma palabra una y otra vez: «padre».

Aquello había originado un enorme revuelo en la capital, puesto que, según Aslaug, tanto su esposo como el menor de sus hijos habían perecido en una tormenta mientras navegaban hacia Wessex. Pero era evidente que la antigua soberana había errado en sus predicciones.

Ivar había regresado a Kattegat, pregonando la trágica noticia de que su progenitor, el afamado Ragnar Lothbrok, había sido apresado por el rey Ecbert, quien, a su vez, se lo había entregado al rey Ælla, aquel que juró vengarse del caudillo vikingo cuando este y sus guerreros atacaron su reino años atrás.

Ya en la plaza, las dos chicas se integraron en la multitud que había allí congregada. Drasil contuvo el aliento en tanto Eivør, que iba unos metros por delante de ella, se abría paso entre el gentío. No fue hasta que lograron detenerse frente a un tenderete lleno de piezas de orfebrería, abandonando así la zona de tránsito, que la castaña dejó escapar todo el aire que había estado conteniendo.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —pronunció Drasil al tiempo que paseaba la mirada por los diferentes elementos que había expuestos. Sus iris verdes se iluminaron por completo al vislumbrar un hermoso torque confeccionado con oro y plata.

—Ya sabes que sí —contestó Eivør, que no había podido resistirse a la tentación de tomar entre sus finos dedos un colgante del martillo de Thor. Lo examinó con sumo detenimiento, centrándose en cada detalle, para finalmente dejarlo donde estaba.

La hija de La Imbatible se abrazó a sí misma.

—¿Crees que Ragnar ha muerto? —inquirió sin poder disimular un timbre nervioso en la voz. El simple hecho de articular esos vocablos hizo que el vello de la nuca se le erizara.

Eivør dejó de prestar atención a las piezas de orfebrería que tanto le habían embelesado para poder observar a su compañera, que esperaba ansiosa una respuesta.

Muchas personas le daban por muerto —las malas lenguas decían que había obtenido su merecido, por haber huido como un cobarde, abandonando a su familia y su cargo como monarca—, pero había otras, como el caso de Drasil, que se negaban a creerlo.

—Si es cierto que lo apresaron los ingleses, tal y como asegura Ivar, no hay muchas probabilidades de que siga con vida —respondió la mayor—. Su política de incursión y saqueo hizo que se ganara muchos enemigos, tanto en Wessex como en Northumbria —puntualizó.

Al escucharlo, la fisonomía de Drasil se crispó en un rictus amargo.

—No merecía acabar así —musitó, alicaída—. Era un gran hombre.

Eivør inspiró por la nariz.

—Así lo han querido los dioses —solventó.

Apenas un instante después, la morena entrelazó su mano con la de Drasil y la arrastró hacia el siguiente puesto, en el que se vendían tótems de los Æsir y los Vanir. 

Loki, Thor, Balder, Ull, Tyr, Freyja, Skaði, Frigg, Bragi... Había figuritas de madera de todas las deidades nórdicas, aunque, como cabía esperar, las más abundantes eran las de Odín, Dios de dioses y Padre de todos.

Con la curiosidad centelleando en sus orbes esmeralda, Drasil aferró uno de los tótems, concretamente el de la diosa Lofn, organizadora de matrimonios, incluso de los prohibidos.

—¿Es que acaso tienes pensado casarte? —bromeó Eivør, intercalando miradas entre su mejor amiga y la efigie que esta sostenía—. Qué callado te lo tenías —apostilló, divertida.

La aludida tuvo que morderse el labio inferior para no echarse a reír.

—Tendría que estar loca, o muy borracha, para atarme a alguien de por vida.

Debido a ese último comentario, Eivør carcajeó.

—Nunca digas nunca —repuso a la par que alzaba el dedo índice, enfatizando así sus palabras. Drasil le propinó un suave codazo, sin poder reprimir una sonrisilla pícara—. Por cierto, hablando de romances... Ese muchacho de ahí no te ha quitado el ojo de encima desde que llegamos. —Señaló con un suave cabeceo la herrería, desde donde un joven, que trabajaba en la forja de una espada, permanecía pendiente de todos y cada uno de los movimientos de la castaña.

Cuando Drasil miró en aquella dirección, procurando ser lo más discreta posible, sus ojos se cruzaron con los de aquel chico, que no vaciló a la hora de regalarle una efímera sonrisa.

—Parece que le gustas —volvió a hablar Eivør, asomándose por encima del hombro de Drasil, que chasqueó la lengua ante sus insinuaciones.

—Te lo estás imaginando —objetó la hija de La Imbatible.

—Yo solo digo lo que ven mis ojos —se defendió Eivør.

Drasil arqueó una ceja en una mueca escéptica. Puede que fuera cierto y que hubiese llamado la atención de aquel misterioso muchacho, pero ella no tenía ningún interés en él. En realidad, después de todo lo que había ocurrido con Ubbe —con quien no hablaba desde su última discusión—, no quería nada con nadie, y mucho menos con hombres.

—Pues lamento decirte que estás perdiendo facultades. —Rio entre dientes. Eivør enseguida la secundó, dejando escapar una sonora carcajada.

—No tienes remedio —dijo la mayor mientras negaba con la cabeza.

Con una expresión socarrona en el rostro, Drasil se encogió de hombros.

—Forma parte de mi encanto.

—¿Y si es verdad? —La voz de Astrid rompió el aciago silencio que hasta ese preciso momento había reinado en el Gran Salón de Kattegat, sacando de su ensimismamiento a Kaia, que permanecía sentada a su lado, y a Lagertha, cuyos iris celestes no se apartaban del fuego que ardía en el hogar.

—¿El qué? —quiso saber la soberana.

Astrid se mordisqueó el interior del carrillo antes de contestar:

—Que Ragnar ha muerto.

Al oírlo, el cuerpo de Kaia se tensó.

—Ragnar no puede haber muerto —espetó Lagertha, apretando con fuerza la jarra de hidromiel que sostenía en sus estilizadas manos.

La Imbatible la observó con un nudo en la boca del estómago. Podía apreciar en su voz, rota a causa de la represión de emociones, la inmensa desazón que le producía pensar en aquella posibilidad. Podía apreciar en sus ojos, en aquellos dos luceros que tanto la maravillaban, el vestigio de varias lágrimas reprimidas. Y podía sentir cómo, a medida que los días transcurrían sin obtener noticias de Ragnar, algo en su interior se iba marchitando poco a poco.

Astrid, por su parte, tragó saliva.

—Pero Ivar dijo...

—Ivar no lo vio morir —bramó Lagertha, clavando la vista en su amante—. No estaba allí. —La luz que emanaba de la chimenea iluminó parcialmente el semblante de la reina, que se había contraído en una mueca adusta.

Aquella imagen, la de cómo su amiga luchaba para no romper en llanto, hizo que a Kaia se le encogiera el corazón. Inconscientemente su mente viajó hacia su época más dura y oscura, cuando las personas que más amó en su juventud se marcharon de su lado, entre ellas su esposo. 

Sabía por lo que estaba pasando, lo mucho que estaba sufriendo, de ahí que no la culpara por empecinarse en negar lo evidente, por no querer quitarse esa venda que le impedía ver la cruda realidad.

Abatida, Lagertha se puso en pie y caminó hasta detenerse frente a uno de los muebles que decoraban la estancia. Dejó el vaso ya vacío en su superficie y suspiró.

—Lo siento —murmuró Astrid—. Lamento que tengas que pasar por todo esto, pero... si está muerto, ¿qué vas a hacer? —consultó al tiempo que se inclinaba hacia delante, apoyando los brazos en sus rodillas.

Kaia entornó los ojos, a la espera de una respuesta por parte de la rubia.

—Deberé cargar con el peso —indicó Lagertha, que continuaba dándoles la espalda.

—¿El peso? —repitió Astrid, confusa.

—De reinar —esclareció La Imbatible, haciéndose eco de sus pensamientos.

Lagertha apretó los labios en una fina línea. Pese a todos sus esfuerzos por mantener la calma, una lágrima descendió por su mejilla. Y luego otra, y otra, y otra. Con gran aversión, se las secó con el dorso de la mano, para finalmente sorberse la nariz.

—Ragnar lo odiaba, le hacía hundirse —comentó, una vez que hubo recuperado la compostura—. Puede que hasta le matara... —añadió con un hilo de voz.

Kaia y Astrid intercambiaron una fugaz mirada.

—¿Y por qué quieres hacerte eso? —preguntó la más joven.

Lagertha giró sobre sus talones para poder encararla.

—Creo que Ragnar está mirándome, y no puedo defraudarle —explicó—. Ni quiero defraudarme a mí misma. Ni a ti, ni a Kaia, ni a Torvi... Ni a ninguna de las escuderas que han muerto luchando a mi lado. —Realizó una breve pausa, lo justo para tomar aire—. Si ahora me retirase, ¿qué dirían de mí en el Valhalla o en el Fólkvangr? —Tras la formulación de aquella pregunta retórica, Lagertha volvió a acomodarse en su asiento.

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Al reparar en que de nuevo las lágrimas se habían agolpado en los ojos de la rubia, Kaia le dio a Astrid un toquecito en el brazo para que, muy a su pesar, fuera a reconfortarla, dado que de sobra sabía que en aquellos instantes lo que más necesitaba su amiga era un poco de cariño y consuelo.

La morena, que había captado al vuelo su indirecta, se levantó para poder arrodillarse junto a Lagertha. Con suma ternura, Astrid tomó sus manos entre las suyas y, luego de depositar un casto beso en ellas, las estrechó con fuerza, transmitiéndole todo su apoyo.

Y mientras Lagertha sonreía desvaídamente, susurrándole lo afortunada que se sentía por tenerla a su lado, Kaia las observaba con la zozobra reflejada en sus titilantes pupilas.

La Imbatible tuvo que apartar la mirada de ellas para mitigar el intenso dolor que se había instaurado en su pecho. En su lugar, se limitó a contemplar los grabados de su copa y a dejar de pensar en aquello que jamás tendría.

Porque ya no podía ocultar lo que saltaba a la vista. Ya no podía negar su fascinación por ese par de cuentas azules, por esos largos cabellos rubios que, debido a la edad, habían comenzado a encanecer. Por esa piel que, cada vez que entraba en contacto con la suya, provocaba en ella una vorágine de emociones imposible de describir con palabras. Por esos labios que parecían querer enloquecerla cada vez que pronunciaban su nombre...

Amaba a Lagertha.

La quería con todo su ser.

Al igual que Astrid.

La joven skjaldmö estaba perdida e irremediablemente enamorada de la rubia, y Kaia la apreciaba demasiado como para inmiscuirse en la relación que ambas mantenían por puro egoísmo. No quería hacerla daño, así como tampoco quería que Lagertha se viera en la tesitura de tener que elegir entre las dos.

Porque por mucho que le doliera, debía asumir que lo suyo con la soberana era algo imposible.

Un amor prohibido.

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· ANOTACIONES ·

—Los vikingos organizaban el año en dos estaciones, o misseri, igual de largas: el invierno o skammdegi («Los Días Oscuros») y el verano o nóttleysa («Sin Noche»).

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N. de la A.:

¡Hola, mis bellos lectores!

Pues hasta aquí el nuevo capítulo de Yggdrasil. Y con un título que, estoy segura, os habrá llamado mucho la atención, jeje. Lo cierto es que no tengo mucho que decir respecto al cap., solo que tenía muchísimas ganas de escribir la última escena u.u ¿A vosotros qué os ha parecido? ¿Habéis sufrido leyéndola tanto como yo sufrí escribiéndola? Porque, en serio, me ha dado mucha penita Kaia. A veces me siento mal por putear tanto a mis personajes... Pero sin drama no hay trama x'D

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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