━ 𝐕𝐈𝐈𝐈: Algo pendiente
•─────── CAPÍTULO VIII ───────•
ALGO PENDIENTE
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DRASIL SUSPIRÓ POR TERCERA VEZ CONSECUTIVA, mientras Astrid, que estaba al corriente de lo que Lagertha le había pedido que hiciera, le recordaba que, a su señal —una vez cumplida su parte—, ella, junto a un grupo de cuatro escuderas, irrumpiría en la alcoba para llevarse a Ubbe a otra estancia que habían preparado exclusivamente para su encierro. La más joven tuvo que hacer un grandísimo esfuerzo para no poner los ojos en blanco, puesto que si ya de por sí aquella situación le resultaba ultrajante, la implicación de la morena no mejoraba las cosas.
Así pues, tras intercambiar unas últimas palabras con Astrid, Drasil giró sobre sus talones y se adentró en el pasillo que conducía a los aposentos del primogénito de Ragnar y Aslaug. Casi de forma inmediata, sus pulsaciones volvieron a dispararse, causándole un gran agobio.
No fue hasta que sus pies se detuvieron frente a la puerta del dormitorio que se obligó a mantener la calma. Volteó la cabeza y miró por encima de su hombro, vislumbrando al final del corredor a Astrid, que se había asomado a la esquina para asegurarse de que no se confundía de habitación. Esta le sonrió de forma conciliadora, dándole ánimos, a lo que Drasil respiró hondo y volvió la vista al frente.
Era consciente de que se había ganado a pulso aquel castigo, que había tentado demasiado a la suerte, pero aun así le repateaba tener que pasar por algo en lo que no quería verse involucrada. Se había aprovechado del fuerte vínculo que mantenía unidas a su madre y Lagertha, llegando a creer que debido a ello era intocable, y se había dado de bruces con la realidad al darse cuenta de que la condesa no sentía favoritismos por nadie, ni siquiera por la hija de su mejor amiga.
Tras unos instantes más de fluctuación, la castaña se relamió los labios y llamó a la puerta. En tanto esperaba, enderezó la espalda, cuadró los hombros y borró de su semblante cualquier atisbo de disconformidad que pudiera levantar sospechas.
Al otro lado del umbral apareció Ubbe.
—Drasil. —El chico alzó las cejas con desconcierto—. No te esperaba —confesó mientras apoyaba un brazo en la jamba de madera. Sus ojos, tan azules como el mar en calma, no tardaron en recorrer de arriba abajo el cuerpo de la skjaldmö.
—¿Puedo pasar? —preguntó Drasil en un tono inusualmente meloso.
Ubbe esbozó una sonrisa mordaz antes de asentir.
La joven ingresó en la alcoba con paso firme y decidido, tratando de aparentar la seguridad que no tenía. Estaba hecha un manojo de nervios, de ahí que las manos no dejaran de temblarle y que el corazón le latiese con fuerza bajo las costillas.
Echó un vistazo rápido a su alrededor, a fin de familiarizarse con el entorno. Aquel lugar contaba con una decoración bastante simple, pero no por ello menos acogedora. Había un armario, una mesa con varias sillas, un elegante baúl y una cama de grandes dimensiones que permanecía coronada por un bellísimo cabecero de madera oscura.
Una vez finalizado el chequeo, Drasil se volteó hacia Ubbe, que ya había cerrado la puerta.
—¿Qué haces aquí? —quiso saber el muchacho, presa de la curiosidad. Tal y como hizo la primera vez que la vio, la devoró con la mirada, perdiéndose en sus prominentes curvas y en el intenso brillo de sus iris verdes. Ni siquiera se molestó en disimular su atracción por ella; a esas alturas era más que evidente que ansiaba hacerla suya.
La aludida sonrió en tanto contoneaba grácilmente las caderas, sabedora de que aquello excitaba al príncipe —y, por norma general, a todos los hombres—. No le había pasado desapercibida el hacha que llevaba amarrada a su cinturón, por lo que si no quería correr riesgos innecesarios, iba a tener que ingeniárselas para desarmarle y privarle de la posibilidad de defenderse.
«Si te presentas ante él como lo que eres, una mujer joven y hermosa, no te resultará complicado pillarle con la guardia baja». Las palabras de Lagertha acudieron a su mente como un jarro de agua fría, recordándole lo que debía hacer para lograr su cometido.
—¿Acaso te sorprende? —lo incitó ella, juguetona.
—Un poco, la verdad. —Ubbe se encogió de hombros, para después cruzarse de brazos—. En la cena no has estado muy receptiva —apostilló con una ceja arqueada.
Drasil tuvo que morderse la lengua para que su fisonomía no se crispara en un gesto adusto. En su lugar, ensanchó su sonrisa y avanzó unos pasos, acortando la distancia que la separaba del primogénito de Ragnar y Aslaug, cuyo cuerpo no demoró en tensarse debido a la cercanía entre ambos.
—Tú y yo dejamos algo pendiente en Kattegat, ¿no crees? —susurró Drasil con voz calmada, sibilina, impregnándose de un aura mística y ponzoñosa de la que hasta ella misma se asombró.
—Refréscame la memoria. —Ubbe le siguió el juego, sin ser capaz de despegar la mirada de sus carnosos labios, que se le estaban antojando tremendamente apetecibles.
La escudera dejó escapar una risita algo estridente, fruto de la intranquilidad y el desasosiego que la carcomían por dentro. Posó una mano en el torso del muchacho y empezó a juguetear con la tela de su camisa.
—Sé que me deseas, lo veo en tus ojos —bisbiseó.
Al escucharlo, Ubbe esbozó una sonrisa lasciva, corroborando así sus palabras. No pudo contenerse más y, en un acto completamente impulsivo, tomó a Drasil por la cintura y atacó su boca con frenesí y desesperación, como un lobo abalanzándose sobre su presa. La castaña enseguida lo correspondió, enredando los brazos alrededor de su cuello.
Sentía cómo las manos de Ubbe subían y bajaban por su espalda, deteniéndose en ciertas zonas de su anatomía que hacían que la sangre le subiera a las mejillas y que algún que otro suspiro brotase de su garganta. Ella no tardó en hacer lo mismo: acarició sus brazos y su tonificado pecho, arrancándole varios sonidos placenteros, hasta llegar finalmente a su cintura, donde estableció contacto con el cinto del que colgaba su hacha. Sin dejar de besarle, se lo desabrochó. El sonido del arma cayendo al suelo apenas llegó como un simple eco a sus oídos.
En tácito acuerdo, los dos se aproximaron al lecho entre continuas caricias y miradas de complicidad. Durante el trayecto, Drasil le quitó el chaleco, mientras Ubbe desataba con gran maestría los cordones de su vestido, ansioso por admirar su desnudez.
El príncipe se acomodó en la orilla de la cama, justo antes de que Drasil se sentara en su regazo y volviese a fusionar sus labios en un apasionado beso. Ubbe gruñó al notar la fricción que ejercía la muchacha en su entrepierna, ligeramente abultada a causa de la creciente excitación.
Drasil echó la cabeza hacia atrás, permitiéndole a Ubbe enterrar el rostro en su cuello, y gimió cuando los dientes del chico se clavaron con suavidad en su hombro, dejando una marca apenas perceptible.
«Céntrate, Dras», pronunció una voz en su atolondrada mente.
Como si algo se hubiera activado dentro de ella, la skjaldmö parpadeó varias veces seguidas, recordando que si estaba allí era porque Lagertha se lo había ordenado. Se acomodó un mechón de pelo detrás de la oreja y tomó aire en tanto Ubbe continuaba besando su cuello.
Dispuesta a pasar a la segunda parte del plan, se llevó una mano al muslo izquierdo y levantó la falda de su vestido, dejando al descubierto el puñal que siempre llevaba consigo. Ahora que el príncipe estaba desarmado y a su merced, era momento de actuar, de acabar con toda esa farsa que ella misma había entretejido.
—No muevas ni un solo músculo —sentenció Drasil.
Aquellas palabras, así como el tono huraño con el que las había pronunciado, hicieron que Ubbe dejara de manosearla para poder alzar el rostro hacia ella, perplejo. El Ragnarsson no tardó en reparar en el objeto punzante con el que la castaña lo estaba amenazando.
—¿Qué estás haciendo? —Ubbe frunció el ceño.
Sin dejar de apuntarle, Drasil se puso en pie y reculó un par de pasos, salvaguardando una distancia prudencial con él. En sus ojos ya no podía apreciarse ese brillo jovial y seductor que la había acompañado desde que había irrumpido en la estancia. Había sustituido su expresión zalamera por una fría e impasible.
Quiso silbar para que Astrid y las otras cuatro escuderas entraran y se llevasen a Ubbe, dado que quería perderlo de vista cuanto antes y olvidar todo lo que había ocurrido entre esas cuatro paredes, pero no le quedó más remedio que ponerse nuevamente en guardia cuando el príncipe se levantó con claras intenciones de acercarse a ella.
—He dicho que no te muevas —bramó, adquiriendo una posición defensiva.
—Pues entonces explícame de qué va todo esto —le increpó Ubbe, que ya empezaba a perder la paciencia—. Es obra de Lagertha, ¿verdad? —tanteó, provocando que Drasil entrara en tensión, confirmando así sus especulaciones.
El joven se aventuró a dar un paso al frente, no obstante, Drasil enseguida le obligó a retroceder enarbolando su cuchillo con ferocidad. Pese a ello, Ubbe pudo apreciar en su mirada que aquella situación le gustaba tan poco como a él, lo que le brindó el aplomo necesario para seguir hablando.
—No me harás daño —dijo en un intento por apaciguar un poco el ambiente.
—Ponme a prueba —soltó ella, pérfida.
Sin perder de vista la daga que la skjaldmö empuñaba en su mano izquierda, Ubbe tragó saliva. Por suerte para él, Drasil destilaba inseguridad por cada poro de su piel, de modo que, aprovechando la inminente oportunidad, se abalanzó sobre ella.
Antes de que Drasil pudiera reaccionar, el príncipe la tomó de la muñeca, apretándosela con fuerza para que soltase el arma. La castaña bufó al notar cómo los dedos de Ubbe se clavaban sin piedad en su piel, ocasionando que una descarga de dolor le recorriera todo el brazo.
Furiosa, intentó golpearle con la mano que tenía libre, pero él la placó justo a tiempo, impidiéndoselo. Le atenazó ambos brazos y, de un brusco movimiento, la forzó a desasir el puñal, que cayó al suelo con un ruido sordo.
—No me obligues a hacer algo de lo que luego pueda arrepentirme —suplicó Ubbe.
Drasil lo miró con exasperación.
—No podrías hacerme daño ni aunque te lo propusieras.
Dicho esto, la escudera le propinó una fuerte patada en los genitales, lo que le permitió zafarse de su agarre y recuperar el cuchillo antes de que todo el aire que había estado conteniendo abandonase sus pulmones. Cuando volvió a encarar a Ubbe, vio que este permanecía doblado sobre sí mismo, con el semblante congestionado a causa del dolor.
Drasil se echó el pelo hacia atrás, consciente de que aquel puntapié lo había dejado fuera de combate, justo antes de relamerse los labios y silbar, emitiendo la señal acústica que previamente había acordado con Astrid. Apenas unos segundos después, la morena, en compañía de las otras cuatro escuderas, ingresó en el aposento.
Los orbes de Astrid escrutaron la habitación con sumo detenimiento, tal y como había hecho Drasil minutos antes. Sin embargo, su atención no tardó en desviarse hacia Ubbe, que continuaba reponiéndose del golpe.
—¿Estás bien? —le preguntó a la castaña, posicionándose a su lado. Esta, aún con la respiración entrecortada y la frente perlada en sudor, asintió. A Astrid solo le bastó ver la forma en que su amiga comprimía la mandíbula para saber que estaba mintiendo, que por mucho que se empeñase en disimularlo, se encontraba de todo menos bien.
Con un suave cabeceo, Astrid les indicó a las skjaldmö que prendieran a Ubbe. Esta vez el muchacho no opuso resistencia. Era inteligente, sabía elegir sus batallas y aquella en particular no le iba a proporcionar ningún beneficio, de ahí que hubiese optado por no complicar más las cosas. Dejó que las guerreras de Lagertha lo apresaran y echó a andar cuando estas se lo ordenaron.
Antes de dejar atrás a Astrid y a Drasil, Ubbe ancló los pies en el suelo, con la frente poblada de arrugas y los labios curvados en una mueca desdeñosa. A sus oídos llegaron las voces de las mujeres que se habían convertido en sus carceleras, instándole a que siguiera caminando.
—Jamás debí confiar en ti —masculló, lanzándole una gélida mirada a Drasil.
La joven alzó el mentón con soberbia.
—Lleváoslo —dictaminó sin vacilar lo más mínimo.
Las escuderas empujaron a Ubbe para que reemprendiera la marcha, recibiendo varios berridos y algún que otro insulto de su parte. En cuanto el príncipe abandonó el dormitorio, Drasil envainó su puñal y se pasó una mano por la cara en un gesto cansado.
Astrid, por su parte, se quedó estática en el sitio, sin saber muy bien qué hacer: si marcharse y asegurarse personalmente de que Ubbe llegaba a su destino o quedarse con su amiga y proponerle que se desahogase con ella, que soltase todo lo que había estado guardándose para sí misma desde su conversación con Lagertha.
Finalmente se decantó por la segunda opción.
—¿Quieres que...?
—No —la interrumpió Drasil—. Estoy bien, de verdad.
Astrid la miró no muy convencida, pero acabó cediendo. Conocía a Drasil lo suficiente para saber que necesitaba su espacio, por eso mismo optó por dejarla tranquila. Le dio unas palmaditas en la espalda y, tras dedicarle una efímera sonrisa, se encaminó hacia la salida.
Una vez sola, Drasil exhaló un pequeño suspiro. Se mantuvo inmóvil, con los hombros caídos y la vista clavada en el suelo. El ritmo de sus latidos había vuelto a normalizarse, al igual que su respiración, pero la presión de su pecho continuaba ahí, recordándole lo mal que se sentía por haber traicionado a Ubbe, por haberlo utilizado de esa forma tan ruin y repulsiva.
—Estoy muy orgullosa de ti.
Drasil dio un ligero respingo, sobresaltada. Giró sobre sus talones y contuvo el aliento al encontrarse a Lagertha en el umbral de la puerta, con las manos entrelazadas sobre su regazo y una sonrisa de satisfacción coloreando sus facciones.
La rubia avanzó hasta situarse delante de la chiquilla, que lucía algo pálida y desaliñada. Tenía el cabello revuelto y los cordones de su vestido estaban desabrochados, señal inequívoca de que había tenido que emplear sus artes de seducción para prender a Ubbe, tal y como ella le había propuesto que hiciera.
—Has hecho un buen trabajo —la felicitó, posando una mano en su hombro—. Deberías ir a descansar, mañana será un día largo —añadió, a lo que Drasil asintió, de acuerdo con ella.
De sobra sabía que esa noche no iba a poder conciliar el sueño, pero toda excusa era poca con tal de salir de allí. Esbozó una de sus mejores sonrisas y, sin más preámbulos, se despidió de Lagertha, que le recordó que al alba partirían hacia Kattegat.
Esa era su prioridad ahora, lo único en lo que debía pensar.
La batalla que tendría lugar en unas horas.
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N. de la A.:
¡Hola, mis pequeños vikingos!
Aquí tenéis el octavo capítulo de Yggdrasil. ¿Qué os ha parecido? Porque me ha costado la vida escribirlo x'D Hay tanto salseo en él que no sabía muy bien cómo enfocarlo sin que quedase forzado, aparte de que es la primera vez que escribo una escena calenturienta y, bueno, andaba más perdida que un pulpo en un garaje xD
Quisiera aclarar una cosilla antes de que se me olvide: como en la mayor parte de las culturas de la época, el concepto de «virginidad», asociado a la pureza, era muy importante. Sin embargo, en este FanFic los vikingos gozan de una mentalidad mucho más abierta, por lo que las relaciones sexuales antes del matrimonio están permitidas, tanto para hombres como para mujeres. Lo digo para que no haya confusiones ni nada por el estilo y para que no os sorprenda la actitud de nuestros personajes.
Y, bueno, volviendo al capítulo... Ya habéis podido comprobar que, a partir de ahora, la relación entre Drasil y Ubbe va a dar un giro radical. Se acabaron las insinuaciones y los coqueteos *sorry not sorry*. Dramote is coming (͡° ͜ʖ ͡°)
Por cierto, me gustaría haceros una pregunta. ¿Creéis que, en un futuro, Drasil podría cambiar de opinión con respecto a Lagertha? Ella aún es muy joven e influenciable, pero ¿qué pasará cuando cuente con unos años más? ¿Seguirá viéndola con los mismos ojos? Me encantaría saber vuestras opiniones al respecto <3
Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)
Besos ^3^
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