ii ━━ chapter two
ii. the sins of their fathers
Curiosamente, los señores Rosier no habían hecho ninguna intervención en la prensa acerca de los rumores sobre un posible romance homoerótico entre dos jóvenes de alta alcurnia como el afamado y exitoso Evan Rosier, quien desde pequeño había tenido un futuro prometedor en los negocios de su familia, y el alcohólico y arruinado Barty Crouch Jr que cada día parecía más sumido en una miseria que acarreaba desde niño. A los padres de Evan no parecía importarles en lo más mínimo lo que estaba sucediendo, como si les diera absolutamente igual las habladurías de la gente y las mentiras convertidas en tinta de Rita Skeeter. Eso desconcertaba aun más a Bartemius Sr, quién no podía contemplar la idea de que señores tan recatados de la élite del mundo mágico pudieran permitir que su apellido se viera ensuciado por actos tan depravados como el de las acusaciones de su hijo y el joven Rosier.
¿Podía él culpar a Barty por desviar el camino? Ni siquiera era capaz de buscar una solución viable que no terminara por desquebrajar más la relación rota de padre e hijo. La terapia de conversión era la última opción de su lista y casarlo con una muchachita de sangre pura recién salida de Hogwarts y menor que él no sería lo óptimo.
Más escalándolos, más rumores.
Que si era un pervertido, que si la había dejado embarazada a tan corta edad.
Bartemius Crouch debía pensar mejor sus siguientes movimientos antes de tomar una decisión para enmendar esa situación que solo estaba trayendo problemas a su campaña política para ascender como el próximo ministro de magia después de Harold Minchum. Nadie querría al padre de un desviado al mando, sería una pantomima, un circo mediático.
Cada semana nueva la misma pregunta: ¿Con quién se estaba acostando Barty Crouch Jr ahora?
Y la respuesta sería la misma de siempre. Con nadie más que con sus pesadillas y el miedo de no ser suficiente ni para sí mismo.
── Ninguna bendita carta, nada... ── suspiró el hombre sentado en la alargada mesa del comedor junto a su mujer y un hijo perdido en su mente ──... brillan por su ausencia como si este problema fuese la nada misma.
La mesa estaba repleta de comidas y delicias, pero nada de eso saciaba a Barty Jr. La mirada de desprecio, el tono desdeñoso y cargado de veneno en las palabras de su padre tornaban la instancia en un ambiente hostil e incómodo hasta para los elfos domésticos. Tras esas palabras, el silencio se cernió por unos instantes, hasta que el chico simplemente se sintió con la necesidad de rebatirle.
── Pero es que es eso, nada ── escupió Barty ── ¿No te has puesto a pensar que quizás nadie te quiere como ministro de magia e inventan cualquier excusa para que el Wizengamot no te elija? Son solo otras artimañas de Skeeter y tus opositores.
La habitación se llenó de un silencio tan pesado, que hasta asfixiaba. Lo único que interrumpía, era el tintinear de los cubiertos chocando con los platos. Bartemius Sr ignoró por completo las palabras de su hijo y en cambio, centró o intentó desviar la atención de la conversación en algo más insignificante.
── ¿Skeeter no era esa chiquilla que siempre se la pasaba pegada a tu grupito en Hogwarts? Creo recordar que una vez me saludó en un evento, pero se notaba de lejos la bajeza de la que provenía ── Bartemius engulló la comida, pero no la comió, la dejó en el tenedor y la devolvió una vez más al plato sin darse cuenta del olor a azufre que emanaba el pedazo de carne.
La tensión no hacía más que aumentar en el comedor.
── No sé, ni siquiera recuerdo a ese maldito escarabajo y espero un día la aplasten cuando esté cuchicheando en la comunidad mágica para vender historias falsas y así subsistir. Creo que el lunático con el que se casó mi amiga Pandora es mucho más interesante en su revista de dementes que esa mujer.
── Esa vulgar da igual, no me interesa esa Skeeter, me preocupa el silencio de los señores Rosier ante lo que está ocurriendo.
── Pero querido, no creo que sea tan grave...
── ¡Calla mujer! ¡Tú no te metas! ── gritó sin siquiera mirarla a la cara. La señora Crouch cerró la boca, bajando la mirada al plato sobre la mesa y no volvió a emitir un solo ruido en lo que quedó de cena.
El chico se tensó al oírlo hablarle así a su madre, aunque ya no era la primera vez y desde luego, nunca era la última. Jamás terminaba, el ciclo se repetía una y otra vez, hasta que después ya no.
── Eres un idiota ── Barty se levantó de la mesa, haciendo que la silla chillara sobre el piso al alzarse con brusquedad, incapaz de seguir soportando el maldito peso de esa conversación sin sentido ──. Espero termines muerto y solo, como deberías acabar.
No terminó de comer, no miró tampoco a su madre antes de marcharse a su habitación o a dónde quiera que fuese. Solo escuchaba la voz estridente de su padre llamándolo a lo lejos para que regresara a la mesa, pero Barty estaba tan cansado de ceder ante el miedo, ante la presión de ese hombre que debió cuidarlo en lugar de convertirlo en un chico amargado que se consolaba con el alcohol y los vicios, que ya ni siquiera retrocedió en sus pasos ni acató ninguna de sus órdenes. Solo siguió caminando hacia donde sus pies lo llevaran.
Rogando porque su cabeza se detuviera y se silenciara, pero su mente jamás se apagaba por completo, siempre había una pequeña lucecita que no perecía y que lo atormentaba de día y de noche. Una voz que sonaba casi como la de su padre.
Tal vez no podía cambiar las cosas. No podía borrar esos artículos, incluso cuando su padre había hablado con los altos mandos del diario El Profeta, ninguna oferta les había convencido pues el rumor de un romance homosexual entre el hijo de un político del mundo mágico y el próximo heredero de la fortuna de los Rosier era llamativo. Ganaban más dinero en un día con las ventas de esos periódicos que con distintas ediciones a lo largo de todo el mes. Así que Barty tenía que recurrir a una sola cosa, o más bien, a una sola persona.
Y sabía muy bien que Evan Rosier siempre lo recibiría, porque no importaba que llevaran meses sin verse y sin saber del otro, los lazos no sanguíneos llegaban a ser mucho más fuertes y sólidos que los familiares. La amistad que ambos habían forjado en Hogwarts con Regulus Black y el menor de los Lestrange era inquebrantable, mucho más firme que las relaciones de sus padres con ellos, las cuales eran tan débiles y vulnerables, que se rompían con el viento.
Un poquito de peso y se quebrantaban.
Y ellos sabían que no era del todo su culpa, no podían recriminarse por los pecados de sus padres.
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