
16
Descubrí que la única forma de poder hacer sentir a Yeonjun era por medio del sexo. Detestaba la parte en la que él podría estar teniendo sexo con cualquier otra persona y no le importaría, pero estaba bien con eso, incluso estaba bien al pensar que si Yeonjun lo veía necesario él sería capaz de acostarse con quien fuera. Estaba bien, mientras yo olvidara al mundo en esos pequeños momentos, cualquier cosa podía pasar sin mayor escándalo.
De pronto mi vida sexual se había convertido en mi única vida, ya no me sentaba solo a mirar cómo Yeonjun me ignoraba, tampoco esperaba a que él dijera o hiciera algo que sólo me lastimaba a mí, decidí tirar esa parte y sólo sustituirla. Y fue jodidamente bueno durante meses.
Luego comenzó el alcohol, lo mejor que podía hacer era mezclar esas dos malditas cosas con Yeonjun, porque cuando Yeonjun se emborrachaba era ese Yeonjun de mentira, el Yeonjun que todos tenían menos yo, el que todos admiraban y amaban. Así que mi vida se volvió alcohol y sexo, mi pasatiempo era emborrachar a Yeonjun hasta que este me dijera que me amara.
Estaba tan obsesionado con esa situación, era adicto a ella. Cada maldita noche sin darse un respiro, ni siquiera me importaba lo que los demás pensaran cuando me veían ofrecerle una cerveza más a Yeonjun, o cuando me veían buscando cualquier excusa para que él tomara, no me importaba nada en lo absoluto mientras pudiera tenerlo.
—Hey, dale un respiro, ¿no? —Uno de los falsos amigos de Yeonjun me quitó la botella de las manos, botella que le estaba ofreciendo a él—. Creo que ha bebido demasiado.
—Nah —dijo Yeonjun—. Estoy perfectamente bien, sólo un poco mareado —sonrió de oreja a oreja, y yo no pude evitar correr a abrazarlo.
—Estamos bien, sé cuál es su límite. —No mentí, realmente sabía cuál era el límite de Yeonjun, ese límite que me esforzaba por sobrepasar.
—¿Seguro? Creo que ha sido suficiente —continuó el tipo.
—Creo que nosotros sabemos cuándo es suficiente —dije, y Yeonjun me abrazó mientras asentía. Estaba tan jodidamente mal—. No te preocupes, no necesitamos niñeras.
—Sí, niñeras no —respondió Yeonjun.
—Bien, se los advertí. —El tipo sólo se fue.
Sonreí tanto que me dolieron las mejillas. Giré y besé de golpe a Yeonjun, tan fuerte que incluso me dolió, pero estaba bien, Jun ni podía sentir dolor. Me abrazó con fuerza hasta que me quedé sin aire, el mismo que él me había estado quitando con el beso.
Hubo un tiempo dónde odié las fiestas, pero en esas malditas veces las ame. Amaba engañarme a mí mismo.
—Mi Yeonjunie —murmuré en su boca—. Por favor, quédate así siempre.
—¿Siempre? —me preguntó Yeonjun—. Siempre suena bien.
Y comenzamos a reír.
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