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01. encuentro a medianoche

YELLOW───capítulo uno
encuentro a medianoche.


NO PODRÍA PRECISAR POR CUÁNTO TIEMPO, pero su mirada se había perdido entre las detalladas pinturas que cubrían la amplitud del techo. La de su habitación se había personalizado días después de su llegada, superando cualquier expectativa que Halia podría haber tenido al respecto. Sobre un fondo color crema una variedad de figuras se entrelazaban unas con otras bajo una pródiga técnica del pincel. Daba a parecer que ahí se contaba una historia, cuadro por cuadro, que era únicamente consignada a sus ojos.

            Se comenzaba en la orilla más alejada de todas, en la porción más oscura del mural. Sólo podría captar la vista de la persona que de verdad estuviera prestando atención. Era un terreno desierto, abandonado e irremediablemente erial. Era careciente de una mínima indicación de vida o prosperidad, un foso desesperanzado que se consumía eternamente a sí mismo. En el siguiente encuadre se erguía una imponente figura, inconfundible para Halia. Era Freyr, su padre, dios de la lluvia, el sol naciente y la fertilidad.

            Ella le daría el debido crédito al responsable de las presentes pinceladas, pues sí que había logrado captar la expresión promisoria que su padre solía cargar ocasionalmente; como cuando conversaban sobre la historia que lo llevó a su feliz matrimonio, cuando garantizaba una nueva victoria para los vanir o cuando le preparaba su emparedado especial de huevo para desayunar. Esto último ocurría rara vez, cuando su padre tenía tiempo. Halia detestaba el sabor, pero le surgía natural formular una sonrisa sabiendo la satisfacción que le causaba.

            Por consiguiente a la aparición del maravilloso Freyr, el mural estalló en los más deleitables colores. Las ilustraciones suavemente se transformaban; se hacían curvas y sensuales, presentando a varias mujeres en gozo al recolectar una fructuosa cosecha que no solía estar ahí antes. Se rendían a sí mismas con sus cuerpos enrollados en metros y metros de tela que alcanzaban hasta rodear sus preciosos cabellos. Era la viva representación de la abundancia.

            Terminando el remarcable recuadro de las mujeres se encontraba un corte en el ánimo de la historia, un fragmento casi fuera de lugar. En éste se reflejaba a su padre con la expresión más melancólica que la pintura podría comunicar. Aún en la oscuridad, sus ojos podrían perseguirte con su incomprensible tristeza sin fondo. Sin contexto alguno no había manera de que alguien pudiera darle justificación a su desolación, pero Halia tenía gratamente memorizada esa parte de la narración. La época más oscura de Feyr fue desencadenada después de haber conocido la existencia de la maravillosa Gerd, hija del gigante marino Gymir. Sin haber tenido un permiso concedido, el dios había tomado asiento en el trono de Odín para poder echar un vistazo a todos los reinos, encontrando su suerte al dar con la bendecida visión de la gigante. Quiso dejar sus disparatadas fantasías, sabiendo que el amor entre gigantes y Aesir era tabú, sin embargo el saber que alguien como Gerd existía allá afuera y que vivía sin ser el objeto de su amor y atenciones lo perseguía. Dejó de comer y beber de la pura tristeza.

             Al borde de la desesperación, Freyr cedió a sus deseos. Mandó a su mensajero Skirnir a cortejar a Gerd, remitiendo una respuesta positiva y exitosa. Con la gigante ahora en sus brazos, el dios recompensó al mensajero con la poderosa y célebre espada de verano. Este sacrificio le habría costado la vida más tarde, pero en ese momento no podía importar: Feyr estaba seguro de que jamás querría nada más como quería a Gerd. En lo que a Halia constaba, su padre había muerto por amor.

            Halia estaba segura de algo, cuando su madre fue representada en la obra: la pintura no podría llegar a hacerle justicia a la belleza de su madre. Se proclamaba que Gerd era la más hermosa de todas las criaturas; la tersa piel de sus brillantes brazos desnudos podría iluminar el aire y el mar a su paso, cargando consigo una impecable estética. El solo recordarla le abría un agujero en el centro del pecho que se mantenía a carne viva. Un mundo sin su luminosa presencia se convertía en un pozo de devastación, como si todo lo bueno se hubiera ido con ella. Halia solía pensar que su madre era el sol, el centro del universo, y que el resto del mundo, contándola a ella misma, solo orbitaban a su alrededor. Ahora Halia estaba... a la deriva.

            La última imagen, la central, era la más dolorosamente bella. En esta se mostraba a sus dos padres abrazando a una delicada bebé que atraía el centro de atención. Los cabellos rubios de Halia se enroscaban en cortos rizos alrededor de su infantil cara, enmarcando la masiva sonrisa que enrojecía sus mejillas. La posible nostalgia que podría comunicar el retrato se veía opacada por la felicidad que contagiaba. Se pertenecían tanto los unos a los otros. De todo lo que Halia había perdido, se quedaba con eso; la eterna pertenencia a sus padres.

            Pensó en todo lo que sus padres le habían enseñado, específicamente todo lo que ella sabía sobre la familia. Con una amarga punzada su paz se marchitó con fatales recuerdos. Familia. Su propia tía la había desechado tal cuál escoria, justo después de atravesar el puro corazón de su madre con una daga. Ese fue un recuerdo que Halia no se detuvo a detallar, dejándolo arrastrarse hasta el fondo de la herida que cargaba en el pecho.

            Freya, la diosa del amor y la belleza, no guardaba ningún tipo de lazo con Halia, ella misma lo había decidido con inamovible determinación. Ella ya no era su tía, sino la asesina de su madre y nada más. Las ingenuas esperanzas que guardaba de que todo hubiera sido algún enfermizo sueño se disiparon sin dejar rastro; eso junto a los cálidos recuerdos que podría haber guardado de la que una vez fue su tía. Ella estaba sola, lo comprendía bien ahora.

            Agradeció mentalmente que la mujer no hubiera sido representada en el precioso mural que adornaba el techo de sus aposentos.

            Para cuando Halia se había dado cuenta de que había entrado en una nueva laguna mental, el atardecer ya se había propagado en una finita noche. Parpadeó un par de veces con lentitud, no muy familiar a la nueva oscuridad que la rodeaba. Navegó con gracia el vaho de confusión que solía abordarla cada que su mente se quebraba de regreso a la realidad, siguiendo el compás de su propia respiración. Se estaba haciendo cada vez más recurrente ese fenómeno; se desapegaba de su contexto actual para poseerse por la suave marea de pensamientos y recuerdos que la alejaban por tiempo indefinido de todo lo que sucedía a su alrededor. Era la forma en la que su psique la protegía de tener que absorber su nueva existencia. Existencia que tomaba lugar en un mundo en el que sus padres ya no estaban con ella.

            Intentando colocar un dedo sobre el momento exacto en el que se había dejado zarpar, recordó a Bretta cepillando su cabello con dedicada gentileza. Maniobraba con las cerdas del peine en un movimiento fluído de nunca acabar que resultó ser plácidamente hipnótico. Había perdido su foco de atención en algún escondido lugar dentro del manto dorado que adornaba su propia cabeza, presenciando cómo era extendido y suavizado por el hacer de su doncella.

            Bretta había sido asignada a Halia un par de semanas atrás, al poco tiempo de su llegada. Había funcionado como su devota sombra, atendiendo las necesidades que la joven podría presentar sin reparar en la posible absurdidad de estas. Aún así, la rubia no terminaba de acostumbrarse a su adusta presencia. En Vanaheim ella solía tener una multitud de doncellas e institutrices que había crecido a amar, ajenas a las formalidades, resultado de su profundo conocimiento interno. El contraste con Bretta la mantenía acogida en los brazos de una desconocida, por más amable que fuera, era inevitablemente glacial.

             Bretta era solo un poco más baja en estatura que ella, aunque Halia no estaba ni cerca de terminar de dar su magnífico estirón. Tenía unas adorables mejillas regordetas y rosadas, mismas que tomaban un tono llameante carmesí sin dificultad, cuando alguna actividad le exigía más esfuerzo del ordinario. Su cabello castaño cenizo siempre se preservaba en un moño de apariencia suave, pero que mantenía cada pelo en su lugar como si fuera un hecho indefectible. Se estaba ganando la simpatía de Halia poco a poco, claro. Halia sabía que su profundo disturbio interno se reflejaba en su exterior tan claro como el agua, así como sus ya mencionadas lagunas mentales que la ocupaban sentada en un mismo lugar por horas, añadiendo su ya familiar mirada cristalina y desenfocada. Con todo y todo, Bretta jamás había manejado sus continuas interacciones con alguna pizca de lástima.

            Armando el rompecabezas en su cabeza, Halia completó el resto de su tarde a base de suposiciones. Bretta había terminado de cepillar su cabello con ejecución perfecta, coronandola con un par de toquecitos de concentrado de manzanilla en sus sienes. Sin esperar una respuesta suya, había procedido a preparar su pieza, recorriendo las frazadas y esponjando sus almohadas. Ahora mismo se le veía impecable, una invitación extendida a que Halia se echara a pasar el resto de la noche en ininterrumpido reposo. Por último, se había retirado, dejándola con la única compañía de una triste vela que ya comenzaba a desbordar su cera en el candelabro que la sostenía.

            Halia alzó las rodillas contra su pecho para poder abrazarlas, haciéndose más compacta y pequeña. Se dejó abordar por una silenciosa gratitud hacia Bretta y su discreción. El impávido silencio le indicaba su hora de ceder y abandonar el día presente, pero por más que buscara dentro de sí, no encontraba ápice de somnolencia presente.

            Se mantuvo inmóvil unos momentos más, contemplando sus posibles opciones. De un momento a otro, la aparente quietud del palacio comenzó a cosquillearle en la piel. No había tenido tiempo de recorrer los terrenos debidamente, a penas había reunido el coraje suficiente para salir de la cama en las mañanas. Se preguntó cómo se vería todo en las sombras, ansiando un desamparo que se coordinara con su talante vigente.

            Con una nueva motivación que había carecido en semanas, Halia tomó la manija del candelabro para ponerse en movimiento. Con un suave chirrido de su puerta, la joven salió de sus aposentos a los vagamente familiares pasillos de allá afuera. Asegurándose de no tener testigos, Halia dio comienzo a su caminata de medianoche por el Palacio Real de Valaskjalf.

            Fue pacífico. Le era complicado visualizar las ajetreadas tareas que se realizaban día con día en esos espacios, cuando por el momento todo parecía tan adosado en sosiego. De poco en poco escuchaba los acompasados marchares de los soldados haciendo rondas por los dominios, dándole oportunidad de evadirlos con garbo. El frío no la invitó abiertamente a recorrer los jardines, pero consideró con convicción el pedirle a Bretta su escolta para hacerlo la mañana siguiente. Quizás hasta podría aprovechar para absorber unos cuantos rayos de sol que tanto le hacían falta.

            Ya comenzaba a afanarse en tomar el camino de regreso, viéndose más tentada por el caminar bajo el sol que podría disfrutar horas más tarde. Su alcoba se le antojaba mucho más apetitosa que antes, cuando en un giro no premeditado se topó con un escenario más particular a los corredores que había dejado detrás de sí. Fue el olor lo primero que desencajó en su percepción. La había alcanzado un cálido aroma que revolvió su estómago, recriminándole por primera vez desde su llegada todas las meriendas que había rechazado por falta de apetito. No cabía duda que había dado con la cocina; la actividad de sus glándulas salivares como prueba de ello. ¿Qué podría estar despidiendo tan deliciosa fragancia?

            Se introdujo en esta nueva habitación, manteniendo la ligereza de sus pasos con la única precedencia de su advenimiento siendo el susurrar de sus faldas. Su caminar se cortó en seco, cuando su audición tomó participación. Una serie de voluptuosos sonidos se empalmaron unos con otros, conformando una desagradable orquesta de gruñidos guturales y cavernosos. Halia contuvo su aliento al divisar una burda figura de anchos hombros encorvada sobre una charola metálica que contenía lo que parecía ser los restos de un ave cocinada.

            Superando la primera impresión, ella por fin pudo reordenar la escena en su mente. El individuo estaba devorando los remanentes de una avestruz cocinada a la excelencia, utilizando ambas de sus manos para despedazar y desmembrar sus partes preferidas del apetitoso platillo. A su alrededor se podían apreciar las estructuras medulares limpias de tejido que iba dejando de lado, apilandose rápidamente.

            Dejando que su nariz se arrugara con desagrado como respuesta, Halia encontró su hilo de voz.

            ―Mmh, ¿Thor?

            ―¡Ah!

            Como un resorte siendo disparado, la figura se enderezó en sí misma. Thor se giró a encarar al silencioso intruso, empuñando una pierna de avestruz a medio comer para enfatizar su posición de defensa. La respuesta fue ejecutada con tanta fuerza que pequeños fragmentos de ave salieron disparados hasta caer directamente en el pálido rostro de la vanir, haciéndola cerrar los ojos en clara repulsión.

            ―¿Halia? ¡Por Odín!―replicó con voz rasposa, desviando la pata de ave de su dirección. Carraspeó con una risa aliviada y negó con un deje de deleite―. No deberías emboscar a las personas de esa forma, uf.

            La rubia retiró los pedazos de comida de su rostro con dedos delicados y se tomó un par de pausas para retomar la conversación, extrañada por la calidez que acarreaba tan abiertamente. Una parte de ella temía que los príncipes asgardianos la vieran como una intrusa en su hogar, un acto de caridad al que estaban forzados. Contrario a esto, Thor parecía casi grato por su inesperada compañía.

            ―¿Qué... haces?

            ―¿Qué? ¿Esto? ―preguntó con naturalidad, terminando de limpiar la pieza en su mano con los dientes para desechar el hueso restante en la pila que ya había reunido de antemano. Masticó cabalmente el bocado, encogiéndose de hombros con satisfacción―. Me dio hambre. ¿Quieres?

            Halia observó el asado, recordando lo apetitoso que le había parecido su aroma momentos antes. Ver al ave destrozada sobre la charola metálica en un bulto de extrañas proporciones había consumido su apetito tan pronto como este había llegado.

            ―No, gracias.

            El joven asintió distraídamente, chupando sus dedos al dar por terminado su pequeño aperitivo nocturno.

            ―¿Qué haces despierta? Si se puede preguntar ―la cuestionó con interés, incapaz de contener una media sonrisa presuntuosa.

            Ella echó una ojeada al resto de la cocina, sabiendo que su amplitud probablemente se expandía más allá de su campo de visión. Todo ahí se caracterizaba por sus exageradas proporciones. Replicó con calma:

            ―Solo salí a caminar.

            ―¡Ah! ―exclamó en adquirida comprensión―. Bueno, eso tiene más sentido. Te escondes por el día y te escapas en la noche.

            ―No realmente ―lo negó enseguida. Una parte de ella deseaba poder regresarle una sonrisa amistosa en correspondencia a su natural amabilidad, pero los músculos de sus mejillas parecían más rígidos de lo normal―. Es la primera vez que lo hago.

            Él chasqueó la lengua pensativo, intentando sacar un pedazo de carne de entre sus dientes con la lengua.

            ―No puedes esconderte para siempre, ¿sabes? ―No era una acusación, lo decía como un hecho neto. Thor lo sabía y Halia lo sabía―. Si no mal recuerdo... Le dijiste a mi padre que estabas dispuesta a ganarte un lugar digno en el reino.

            Halia achicó los ojos en su dirección al escuchar sus propias palabras ser recitadas en su contra.

            ―Misma conversación que, si no mal recuerdo, tú no debiste de haber escuchado en primer lugar.

            Thor soltó una risa jocosa y petulante, recordando haber caído de cara en el suelo al ser descubierto espiando las reuniones de su padre. Despreocupadamente apoyó sus codos en la mesa detrás de él. La sorprendió al verlo erguirse, demasiado alto para sus años de adolescencia.

            ―Vamos, ¿cuál es tu plan? ―continuó.

            ―¿Siempre eres tan insistente?

            ―Es simple curiosidad. No pensé que fuera a decir esto, pero Halia... Tarde o temprano tendrás que ir a la escuela.

            Eso logró sacarle una risa tímida. Su aparentada aversión a los estudios y lo que conllevaban iba demasiado acorde con su persona. Ella no agregó nada más, pero eso no pareció molestarle. Se le veía en su elemento, acaparando la conversación por ambos.

            ―Mi madre nos contó sobre la magia vanir, ¿tú la practicas? ―Halia asintió dubitativa―. Me pregunto si eres tan buena como Loki...

            Esto lo dijo con un borde de competitividad; esas cosas lo emocionaban, se leía como un libro abierto. Él quería que Halia retara a su hermano. Lastima que la respuesta era no. Lo más probable era que no fuera más talentosa que Loki... Más que eso, cualquiera con los conocimientos básicos en el arte podría superarla sin verdadero empeño, estaba segura. Halia había expuesto su carente destreza en esta gestión repetitivamente, no importara cuánto solía esforzarse Freya por moldearla en sus poderosas manos. Quizás por eso no había querido conservarla.

            ―¿Tú no practicas? ―desvió el tema con tranquilidad.

            ―No, pero podría enseñarte alguna cosas en el campo de batalla, si eso te saca de tu alcoba de vez en cuando ―ofreció con aires altaneros.

            Una chispa saltó en los ojos de la joven, más vivaz de lo que se había mostrado con cualquier otra cosa que Thor había comentado.

            ―¿Campo de batalla? ¿Eres bueno de verdad o solo estás alardeando?

Ajá, pensó Thor triunfante ante su tono. Era suave y aterciopelado, pero rozaba a un límite retador. Se dio cuenta que había dado con un desafío lo suficientemente atractivo como para sacar una buena provocación de ella.

            ―¿Bueno de verdad? Soy jodidamente destacable.

            Halia removió los dedos de sus pies en anticipación, sabiendo que contaba con sus faldas como cobertura. De cualquier forma, por más que quisiera mantener una apariencia desentendida, por sus labios se escapó una fina sonrisa que él correspondió con la misma naturalidad, pero doblemente más grande.

            ―Bien, eso lo veremos ―concluyó Halia, alzando su barbilla con esplendor.

            ―¿Mañana?

            ―Mañana ―concedió.

(n/a) por fin, chiquinenes.
¡estuvo largo y con poca
a c c i ó n, p e r o o o. . . !
se estableció la historia de
la familia Halia y se sua-
vizó su primera impresión
de Thor.

¡dije que haría maratón,
también! jajdj pero no me
pude contener. ya tengo el
segundo capítulo en borra-
dores, así que no teman.
disculpen el abandono, no
saben cuánto aprecio el
amor que ha recibido esta
historia.

¡no olviden votar y comentar, lo apreciaría un montónnnn! <33

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