Yellow
Sana era una chica misteriosa, una completa desconocida para Kim Dahyun. Sin embargo, muy dentro de si misma le daba la sensación de conocer de algún lugar a la japonesa.
¿Quién era verdaderamente Sana?
Hoy era inició de semana, como acostumbraba no iría a sus primeras clases. Normalmente los domingos trabaja hasta tarde trabajando en una cocina para recaudar un poco de dinero, pronto llegaría ese día y no podía estar con las manos vacías.
Estaba sentada en una de las sillas de su cocina, se preparó un café y leía las noticias de aquel periódico encima de la mesa. Le encantaba estar informada de las cosas que pasaban en su alrededor, era una manera de distraer su mente y que no sintiera que todo lo mal le sucedía solamente a ella.
En la sala de su casa había una foto que llamaba su atención, era ella de pequeña era muy diferente a como era ahora y le traía buenos recuerdos, en esa época que recordaba que era feliz. Lo sostenía con sus manos, le temblaban, no era solo el recuerdo si no también la persona que estaba a su lado.
—Seré fuerte—Suspiro la japonesa.
La mañana pasaba de manera rápida, la escuela fue de esa manera en un abrir y cerrar de ojos, estaba caminando hasta la salida. Intento buscar un poco de tiempo para poder entregarle a Dahyun aquel bastón que olvido en la azotea. No tuvo la oportunidad, ese era una buena excusa para que volvieran a platicar.
Iba caminando tranquilamente, fue a buscar su bicicleta para irse a su trabajo o llegaría tarde. Pero ahí estaba Dahyun sentada esperando a alguien alado de la puerta de salida. Estaba quieta, no se movía y tenía la cara baja. Intento acercarse, pero notó que Chaeyoung venía con una bolsa entre sus manos hasta dónde estaba, entonces no quiso molestar más.
No solo tenía un trabajo, trabajaba en varios a tiempo parcial. El día de hoy le tocaba trabajar en una heladería repartiendo folletos, y divirtiendo a los clientes. Era algo que le gustaba hacer, le parecía divertido y lo disfrutaba. Usaba una botarga de un shiba inu con un overol.
Empezó hacer su trabajo, estaba parada en la entrada repartiendo sus folletos, las personas eran muy amables y le sonreían de vuelta.
—Disculpe—Escucho una voz femenina—¿Aquí es una heladería?
Sana volteó a responder, era Dahyun quién sujetaba con sus manos una parte de su botarga.
—Sí, aquí es ¿Necesitas algo?—Preguntó Sana cambiando el tono de su voz sin dejar de mirarla.
Dahyun asintió.
—He quedado con alguien de vernos aquí, no estaba segura si seguí el camino correcto. Me alegra saber que si lo conseguí—Sonrió.
Esa sonrisa inocente, llena de orgullo por hacer algo tan simple de llegar a la heladería deseada, era medicina para su corazón.
—Felicidades—Dijo con esa voz graciosa que utilizaba cuándo se ponía aquel disfraz—¡Te has ganado un dulce!—Le entregó el dulce en sus manos y volvió a ver esa sonrisa de nuevo.
—Muchas gracias—Sonrió Dahyun.
Se despidió de ella, observaba como iba caminando para llegar a la puerta. Al parecer la conocían porque inmediatamente fueron ayudarla y la sentaron en una de la única mesa que se encontraba vacía.
Sana quedo hipnotizada con ella, tenía un overol junto con una camisa de estampado de flores y unos zapatos bajos. No llegaban sus pies al suelo, la silla parecía un poco alta para ella y los movía en manera de diversión. Sonreía, nadie más que ella lo notaría porque su cara estaba oculta bajo ese traje de shiba inu. Su sonrisa se desvaneció cuándo vio a un chico entrar y sentarse enfrente suyo. Ella había puesto una mirada tímida, un ligero sonrojo en sus mejillas y sus dedos nervios debajo de la mesa.
—¿Que pasa? ¿Te sientes acalorada?—Pregunto su compañera de trabajo.
—Un poco... ¿Puedo tomar un descanso?—Pregunto Sana.
—Claro, iré a traerte un poco de agua—Le sonrió.
Entro de nuevo, se fue a la parte de atrás y se quito esa enorme cabeza de shiba. La asentó a un lado, tomo un poco de airé y se limpio el sudor de su frente. Quedaba viendo a la nada, la mancha de la pared le parecía interesante y llamaba su atención.
—¿Que es lo que pasa?—Le preguntó su compañera entregándole un vaso de agua—No te ves bien.
Sana bebió un poco y lo tragó de golpe.
—¿Conoces a la chica ciega de afuera?
—Sí, viene muy seguido. Al parecer es su lugar favorito para tener citas, llevaba tiempo sin venir pero me sorprendió que viniera de nuevo, la ultima vez fue muy desastroso...
—Con que es así, solo me daba curiosidad que una chica ciega viniera aquí, eso es todo—Mintió para que no le hicieran preguntas.
Tomo un poco de tiempo para refrescarse, suspiro y miraba el cielo. Recupero la postura, se puso aquella botarga de nievo, y salió para trabajar de nuevo. Ignoraba el hecho de que Dahyun estuviera ahí, para empezar no era su problema con quién estuviera, pero le preocupaba el hecho de que le pasara algo malo por verse con desconocidos.
Escuchó el ruido de una silla, volteó inmediatamente, y era Dahyun quién parecía despedirse del chico con un pequeño beso en la mejilla. La acompaño hasta la salida, le ayudo abriendo la puerta y la acompaño hasta dónde estaba la camioneta de su madre esperando por ella. Viendo bien al chico, no era feo pero tampoco era el chico más guapo.
—¡Que feo es!—Pensó en voz alta Sana.
Siguió repartiendo aquellos volantes que se iban disminuyendo cada vez más, pronto tendría que ir a casa y esa era la idea que menos le gustaba.
—Ya termine mi cita con la ciega—Escuchó decir aquel chico quién hablaba por teléfono—No fue tan mal, es tímida pero seguro con un poco de alcohol consigo tener sexo con ella—Reía de sus palabras—Con una vez me conformo, no voy a seguir soportando salir con alguien que ni siquiera puede ver sus pies.
Sana tiró aquellos pedazos de papel al suelo.
—¿Te divertiste el día de hoy?—Sana utilizaba la voz dulce.
El chico se volteó a mirar a Sana quién estaba oculta en esa enorme botarga.
—¿Disculpa?—Respondió el chico—¿Necesitas algo?
—Necesito que cierres la boca—Volvió a responder Sana pero esta vez su voz era distinta.
Empujo a Sana logrando que retrocediera unos pasos y se pegara con el cristal de la ventana enorme del local.
—Los chicos como tú dan asco.
Fueron las últimas palabras de Sana, cerro los puños y le pegó un fuerte golpe en el rostro logrando que cayera al suelo. El chico se levanto de golpe, empujo de nuevo a Sana y le soltó un enorme golpe cerca de la mejilla que también la hizo caer, logrando destapar su rostro. Sana se toco ligeramente la mejilla, todos parecían ir a separarlos porque Sana no tenía intención de parar mucho menos después de que la golpeara.
—Sana, detente—Gritó su compañera de trabajo—Vamos adentro.
Sana se soltó y camino de nuevo al chico tomándolo del cuello de su camisa.
—¿Te crees muy valiente?—Dijo con indiferencia.
Había cerrado su puño dispuesta a darle otro golpe en la cara pero esta vez más fuerte que la anterior.
—Si lo tocas, estarás despedida—Dijo una señora ya grande de edad quién era la dueña de la heladería—¿No escuchaste?
Lo soltó, no se percató que todos estaban mirándola debido a todo el escándalo que montó, incluso las personas que ni siquiera estaban en la heladería. La dueña no dejaba de verla, estaba demasiado enojada por todo el escándalo que formo en la calle.
Entró para seguirla, ahora estaba nerviosa por que podría perder su empleó en un abrir y cerrar de ojos. La llevó hasta la oficina que tenía en la parte de arriba, se sentó a esperar a que le indicara que entrara, y saco su celular viendo la hora.
—Entra—Le indicó.
En una de las sillas de enfrente se quedo para e hizo una reverencia como muestra de lo apenada que se encontraba.
—Lo siento mucho, no volverá a suceder se lo prometo—Se mantuvo en reverencia mirando el suelo.
La dueña de la tienda se levanto de aquella silla en dónde estaba sentada, y camino hasta dónde estaba la japonesa acomodada.
—Levanta la cabeza—Le ordeno.
Sana la obedeció, alzó el rostro y no tardo en sentir una cachetada de aquella mujer mayor. Llevó las manos a su mejilla y la quedo viendo unos segundos.
—No me causes más problemas, niña estúpida...La próxima te despediré, no quiero a personal incompetente como tú—Gruñó—Vete de mi oficina, no quiero verte más.
Apretó sus manos con todas sus fuerzas, estaba siendo humillada, y no podía responder porque necesitaba el trabajo, era patético pero era su realidad. Salió de la oficina, tomó su mochila y salió corriendo sin despedirse de nadie para ir directo a su bicicleta.
Conducía como si tuviera prisa, no le prestaba atención a su camino, y eso era peligroso. Era como si no le importara ser atropellada o caer por pasar por un agujero. Estaba por pasar a la siguiente calle, una chica iba a cruzar la calle, lo bueno que se percató que enfrente suyo una chica iba a pasar y al esquivarlo para no golpearla perdió el equilibrio cayendo al suelo.
—¿Te encuentras bien?—Le preguntó una chica alta, y le ofreció su mano para ayudar a levantarla.
Sana miró a la chica a a sus encantadores ojos color negro que brillaban al mirarla.
—Lo estoy—Tomo su mano, y se levantó—Lo siento mucho, casi te atropello—Hizo una reverencia.
La chica rió, se le quedo mirando directamente a los ojos de nuevo y volvió a sonreír.
—Que linda sonrisa tienes—Rió la chica.
Quedo hipnotizada con aquellos ojos que no dejaron de mirarla con brillo. Algo le decía que se la encontraría de nuevo, si no es que ya lo había echo antes pero no sabía de dónde.
Limpió un poco su ropa, y observo que la chica se fuera para subirse de nuevo a su bicicleta, y continuar con su camino. Iba camino a casa, su madre seguramente la estaba esperando para comer. Le encantaba la idea de poder pasar tiempo con su madre, era la persona más importante para ella, la única razón por la que estudiaba para poder salir adelante.
Llegó calmada en su bicicleta, era una ruta larga la que tenía que tomar todos los días. Vivía en una de las zonas más pobres de corea, era conocido porque mayormente vivía pura gente mayor, los cuáles en su mayoría eran abandonados por sus hijos. La razón por la que vivían en ese lugar era porque su abuela antes de morir se lo heredo a su madre, era una buena ayuda para no pagar una renta costosa en otro lugar.
—Ya llegué—Dijo Sana apenas abriendo la puerta.
Estaba sola, su madre al parecer todavía no regresaba. Miró su reloj y estaba por obscurecer, tiró sus cosas al pequeño sofá de su sala, y fue directo al baño a lavarse un poco la cara. Salió corriendo cuándo escucho el ruido de la puerta, lo abrió corriendo pensando que era su madre, pero no era ella.
—¿Ya tienes el dinero de hoy?
Era un chico que odiaba ver, detestaba más que fuera a casa a molestarla. Su nombre era muy escuchado por la zona, era un cobrador de deudas con la reputación de un cretino y narcisista.
—Te dije que te lo llevaría mañana, JK—Frunció el ceño Sana.
Intentó cerrar la puerta en su cara pero JK era persistente, no se iría con las manos vacías.
—¿Eres sorda o es que naciste estúpida?—Gritó JK empujando a Sana dentro—Dije que venía por dinero.
Sana saco de su bolsillo unos billetes, y se los dio. JK parecía estar contándolo, pero eso no era suficiente porque empezó a reír de nuevo, frunció el ceño y empujo de nuevo a la japonesa.
—Largo de mi casa—Gritó Sana empujándolo.
—¿Crees que esto es suficiente? A este paso te pasaras toda tu vida pagando solo los intereses, pero me parece bien. Me encanta golpear tu cara cuándo tuve un mal día—Soltó una risa—La próxima vez no seré tan amable.
No dejaba de mirarlo con desprecio, le irritaba tener que verlo. Fue a su habitación, se tiro en su cama, suspiraba maldiciendo la vida que le había tocado vivir. Era una euforia que sentía cada vez que llegaba a casa, una agonía silenciosa que la consumía día con día, pero siempre se mantenía fuerte y sonriente.
Esa era Sana Minatozaki.
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