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El conocer a Dahyun, fue uno de las mejores cosas que le pudo pasar a la chica rubia. Todo el día de campo había terminado a la perfección, luego de aquel emotivos momentos lo demás terminó siendo pura risa y diversión, hasta que llegó la hora de marcharse. Tuvieron que regresar pronto a casa, antes de que el padre de Dahyun volviera, continuaba castigada por lo que no querían que tuviera más problemas de los que ya tenían. Tanto Mina como Chaeyoung la llevaron a casa, mientras que a Sana la dejaron cerca de casa para que no la vieran llegar con ella. Se despidió de todas y continuó su caminó a casa, tenía un poco de dinero con ella, lo poco que le había sobrado de su paga, lo contó y era suficiente para pedir un taxi, pero no quería gastarlo en eso, prefería comprarse algo mañana.
Iba caminando tranquila, no corría y no tenía prisa alguna por llegar, de hecho no quería llegar a casa. Desde que aquel hombre había regresado, todo se convirtió en un infierno aún más insoportable, y sus padres eran un verdadero dolor de muela lo que tenía que soportar cada día. Tzuyu le había ofrecido su departamento para quedarse a dormir, estuvo apunto de aceptarlo, pero terminó arrepintiéndose para que no creara malos entendidos con la menor.
Al llegar a casa miró por todos lados y no encontró ninguna señal de vida que no fuera ella, sintió un enorme alivió al ser la única dentro de la casa. Fue directo hasta su habitación y acomodó su cosas antes de tirarse sobre la cama con su mirada perdido en el techo releyendo aquellas notas escritas pegadas en sus paredes. Muchas solían ser crudas y realistas, ahora que había escrito nuevas acerca de Dahyun, ya no todo era negativo dentro de esas paredes.
—¿Alguien como yo también puede ser feliz?—Se cuestionaba acerca de si misma tapando su rostro con la mano—Me preguntó cuanto tiempo durara, estos días han sido una mierda.
Sacó del bolsillo la pulsera de oro que le obsequió la pelinegra y lo puso frente a sus ojos y sonrió al verlo, era el regaló que atesoraría, era una parte de Dahyun que nunca la abandonaría. Ese obsequió la había hecho muy feliz, sintió lo mismo como aquella caja de tenis que le regaló los cuáles ahora no se quitaba, era tan importante, le entregó una parte de ella, y eso lo hacía aún más especial de lo que era. Caminó hasta el espejo de su habitación, se miró y lo único que veía era el rostro de una chica miserable, cerró y volvió abrir los ojos y se encontró el mismo rostro, solo que esta vez tenía una pequeña sonrisa. Se iba quitó la chaqueta de mezclilla y la blusa, dejando ver su cuerpo total, tenía marcas en algunas partes y aún le dolían; lo que estaba viendo le desagradaba, eso solo era un recordatorio que la vida siempre sería la misma mierda para ella. La puerta de la entrada se abrió, se cubrió con la chaqueta de mezclilla que tenía puesta y la abotono rápidamente, en la sala de la casa se escuchaba mucho ruido y no tardo la puerta de su habitación abrirse dejando ver a aquel hombre que decía ser su padre, estaba ebrio se podía notar en los ojos.
—Mi querida hija esta en casa—Dijo su padre con una enorme sonrisa en el rostro sin quitarle la mirada a Sana—Veo que te encuentras mejor es un alivió.
—Largo de aquí, no tengo tiempo para tus estupideces—Sana estaba asqueada de ver aquel hombre que la había golpeado.
El padre de Sana miró fijamente lo que estaba sosteniendo la japonesa y dio dos pasos dentro de la habitación.
—Que grosera te has vuelto, mi pequeña hija—Se bufó de la japonesa y se fue acercando poco a poco a Sana—Eso que tienes en las manos ¿Es un regalo de tu novio o es para mi? —Señalo la pulsera—No sabía que mi pequeña hija podía ser tan linda.
Sana escondió la pulsera entre sus manos y la apretaba con todas sus fuerzas.
—Eso no te importa ¿Por que sigues aquí? Solo largate.
—¿Por qué?—Hizo un gesto de sorpresa—Porque no sería divertido, acabo de regresar—Se acerco a la japonesa quedando a un paso de ella—¿No me extrañaste? Yo a ti si, eres mi única hija—La agarró de la barbilla y sonrió—Creí que aprendiste la lección el otro día, lo que pasaría si te ponías tan grosera con tu padre.
El cuerpo de Sana no dejaba de temblar, todo lo que tuviera que ver con su padre le asustaba y temblaba recordando todas las cosas malas que le hizo en el pasado. No importaba cuanto tiempo pasara, esas manos seguían figurando en su cuerpo, cada vez que lo miraba. El corazón le latía a mil por horas, el dolor en su pecho aumentaba y deseaba alejarse de ahí, pero su cuerpo no respondía, estaba totalmente paralizada.
—¿Debería darte una lección como el otro día de nuevo?—Con todas sus fuerzas empujo a Sana hasta hacerla caer al suelo y que se golpeara con una madera que provenía de la cama—Hoy venía de tan buen humor—Agarró a Sana del cuello de su chaqueta—De solo verte, me causas asco, me preguntó si a tu novio también se lo darás—Soltó una fuerte risa—¿Ya te viste en un espejo? ¿Por qué alguien querría salir contigo? Seguro solo te tiene lastima.
Cuando era pequeña, nunca entendió el odio que tenía su padre hacía ella, no recuerda ningún momento de su infancia en dónde el le brindara cariño, todos los días venían acompañados de insultos y gritos, tenía que esconderse por horas en un armario para evitar que le pegara y le hiciera daño; solía golpearse la cabeza y se echaba la culpa de su propio sufrimiento.
—¿Por qué me odias tanto?—Sana miraba a su padre con los ojos cristalinos a punto de desatarse a llorar—Soy tú hija, se supone que deberías cuidarme y protegerme, no herirme como siempre lo has echo—Mordió sus labios tan fuerte y guardo silencio un momento sin dejar de mirar a su padre—Siempre tuve la esperanza que un día cambiarías y que me querrías, pero ese día nunca llego; fui una ingenua.
La manera de mirar a Sana siempre fue la misma que en ese momento tenía, su hija tenía toda la razón en cada palabra, nunca la quiso y nunca lo haría, si no todo lo contrario. La despreciaba tanto como lo hizo con su esposa y su hijo al cuál ni siquiera quiso conocer en su momento. Solo eran un estorbo, se arrepintió de las decisiones que tomo.
—Te odio, por el simple hecho de haber nacido—Su rostro se mantuvo serio y no parpadeó ni un solo momento—Tanto tú como tú madre, son un estorbó para mi...—Movió su cabeza para el lado contrario mirando para la sala de estar y luego volvió a ver a Sana—¿Quieres que te quiera?—Le susurro en su oído a Sana—Entonces muérete tú también.
—Eres un padre cruel—Sana se rio de si misma—La basura no cambia, olvidé ese detalle.
No tuvo tiempo para terminar de hablar, el rostro de aquel hombro solo había rastro de furia. Sabía lo que le esperaba, un hombre tan temperamental como lo era su padre, nunca se quedaría callado observando como lo insultaba. No se equivoco, un enorme puño se estrelló contra el rostro de la chica rubia, consiguiendo que se diera un fuerte golpe en la cabeza debido a la fuerza y logrando que soltará aquella pulsera que Dahyun le había obsequiado. No tuvo tiempo de volver a tomarla, su nariz derramaba sangre y presionaba con ambas manos para detener el sangrado. Le estaba doliendo.
—¿Quieres decirme algo más?—La miraba con ese ceño fruncido y luego rio—Eres igual de patética que tu madre—Se puso de pie y observo la pulsera de oro que estaba tirada aún lado de la japonesa—Aunque te perdonaré solo por esta vez.
Se agacho y agarro la pulsera con la mano enseñándoselo a la japonesa. Sana intentó acercarse para quitarsela, pero le fue imposible no podía moverse, el cuerpo cada vez lo sentía más débil, todo se volvía borroso hasta que colapso cayendo al suelo y lo único que sus ojos podían ver, eran los zapatos de aquel hombre que decía ser su padre.
—E-eso n-no es tuyo—Tartamudeó.
—Me quedaré con esto, como regalo de disculpa de tu insolencia, mi pequeña hija—Le sonrió a Sana dejando ver una enorme sonrisa—Todo lo que esta en esta casa es mío de todos modos.
Solo veía las suelas de aquellos zapatos alejarse hasta abandonar la habitación y con ello hasta la casa. No lograba pararse, el cuerpo lo sentía demasiado pesado, con todas las fuerzas que le quedaban, logró sentarse y recostar su espalda sobre la cama. Tragaba saliva, el dolor era incomodo, miró toda la habitación y se maldijo una y mil veces, había perdido la pulsera que con mucho cariño le obsequió, su querida novia. Miró las palmas de sus manos, estaban manchadas de sangre y lo que más lamentaba es que estaban vacías. Abrazó sus piernas y ocultó su rostro en ellas, no pudo aguantar más y cayó en llanto, ni siquiera un abrazo de Dahyun la haría sentir mejor.
La madre de Sana había llegado, tría unas bolsas y al escuchar el sollozo de su hija, las dejo caer al suelo y fue hasta la habitación de donde provenía aquel llanto, todo era un desastre, pudo notar las manchas de sangre en el suelo.
—¿Qué paso ahora?—No quiso tocar a Sana, se limitó solo a preguntar—¿Te volvió a pegar? No tienes porque soportarlo, puedes defenderte ahora no eres una niña.
—¿Por que sigues fingiendo que te importo?—Sana levantó la cabeza dejando que su madre la viera—No eres diferente a el.
La madre de Sana bajo la mirada y se dio la media vuelta para no ver a su hija.
—Tienes razón, el y yo no somos tan diferentes—Guardo silenció un momento—Yo nunca quise a Yoshio, cada vez que lo veía, el rostro de ese hombre acompañado de todo lo que me hizo se me venía a la mente, era molesto tener que verlo a diario—Volteó a ver a Sana—No creó que comprendas lo mal que la pase con el, no quería nada que me recordara esos días malos.
—Lo sabía—Apretó con fuerza sus piernas y apretaba los dientes—Eres una hipócrita, Yoshio era tú hijo, el te quería a ti.
—Tal vez lo soy, tú en mi lugar hubieras echo lo mismo—Volteó a ver a su hija.
—¡YO NO SOY COMO TÚ!—Gritó Sana furiosa de tal comparación, se puso de pie y sujeto a su madre del cuello de su uniforme que llevaba puesto—¡YO NUNCA LE HUBIERA HECHO ESO A MIS HIJOS!—Finalizó.
Sana empujo a su madre con todas las fuerzas, no lo pensó su cuerpo actuó por si solo. Todo en su cabeza se torno blanco, era como un volcán apunto de estallar. Las manos le temblaban, sabía que su madre nunca fue honesta, todo ese teatro barato que jugaba a ser buena madre, no era más que una actuación. No pudo contenerse más y saltó hacía ella, dándole un fuerte golpe cerca de la mejilla, un enorme nudo en la garganta se formo y se alejó, al reaccionar y darse cuenta de lo que había hecho. Su madre tirada en el suelo, en la boca le salía sangre y su madre apretaba con mucha fuerza su pecho.
—¿No te desquitas con los demás?—Hablo con dificultad, el pecho le estaba doliendo, miraba a Sana con despreció —Tus maestros me llamaban, eres una chica problemática, no eres tan diferente a nosotros, eres igual a el.
La madre de Sana no dejaba de quejarse, sostenía su pecho con todas sus fuerzas, eso le estaba asustando. Busco entre todas sus cosas en busca de su celular, marco rápidamente al hospital, no podía hablar, la garganta la tenía seca, las palabras simplemente no salían. Colgó al dar su dirección y fue hasta donde su madre, y sostuvo aquella mano que agarraba con fuerza su pecho.
—Lo siento, lo siento, lo siento—Repetía en sollozo la japonesa—No quería, esta nunca fue mi intención—Oculto su rostro sobre su madre.
Su madre no respondió. Y entonces, llegaron aquellas palabras a su mente:
''No eres diferente a nosotros''
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