3. Cálido
ossu
Para su fortuna, mamá se fue al mercado esa mañana. Eso le dio el tiempo necesario para cambiarse de ropa e inventarse una excusa.
Me quisieron asaltar, pero corrí más rápido.
Claramente, mamá no le creyó. Pero no preguntó nada más al respecto. La abuela, en cambio, le hizo todo un interrogatorio. Supo contestar todo bien.
Ahora estaba en su cuarto, mientras escribía la misma excusa a Hiram.
Ella le creyó al instante, y lo bombardeó con preguntas que traían la preocupación en cada letra. La tranquilizó lo mejor que pudo, temiendo no poder mirarla a los ojos a la mañana siguiente.
Al terminar de hablar, se recostó. La realidad lo esperaba en la cama y cuando la tocó se hundió en sus propias mentiras.
Se hundió en el rostro qué no había dejado de pensar y que sin duda iba a volver a ver. Esta ciudad, tan pequeña y odiosa, lo iba a poner en su camino tantas veces como le fuese posible, y de eso estaba seguro.
Aún trataba de organizar sus ideas. Jara había vuelto y él había huido de forma evidente, llevándose el encendedor de don Mario en la mano y su dignidad entre los pies. Jara había vuelto y traía consigo una condena de derrota en la nuca.
Chin.
Prometió no acercarse más de la cuenta. Hiram no tenía idea y eso era lo mejor. Hiram le podría creer cualquier cosa y por desgracia él lo sabía. No quería lastimarla.
El sudor se fundía en el frío. La lluvia seguía y a Ossu le picaban las piernas.
Puta madre.
Justo cuando ya estaba harto del gusto de la agonía.
En una lista imaginaria anotó los pros y contras de la situación. Se rindió al instante al no tener un solo pro. Entonces enlistó sus propias posiciones ante el hecho. Ignorar, era la que más se miraba de buenas personas. Buscarlo, ni loco.
Aunque tenía bastantes lugares en donde encontrarlo. En este pueblo con cine no había muchas posibilidades. Todos conocían a todos y por eso se quería ir de allí.
En pasos anteriores, recordó, ambos querían escapar. Uno porque la ciudad le quedaba enorme y otro porque le quedaba demasiado chica.
No se había cansado aún de pronunciarlo. Le temía e incluso así le gustaba la sensación que producía en sus labios. No se quería dejar llevar. Sabía que no le convenía y de alguna forma ya no iba a haber marcha atrás. Sintió sus entrañas reventar.
Como aquellos ayeres en donde se martirizaba con su recuerdo.
¿Por qué volvió? ¿Cuándo? ¿Donde? ¿Quién le dio permiso de abordarlo otra vez?
Se sintió enojado. Le dolía la mano y en el fondo sentía como el globo se inflaba y se inflaba. Se sintió enojado y no sabía con quién. La cabeza le daba vueltas: vértigo, aun estando en la cama. En el pecho su corazón parecía un colibrí enjaulado, que intentaba escapar a toda costa.
Jara, Jara, Jara. ¡Qué maldito asco! No tenía esta sensación desde hace años y no era nadita agradable. El pecho revoloteando. El sudor aumentando. Que asco. Que asco. No podía volver así sin más.
Pero había vuelto y eso era una verdad irrefutable.
Maldijo entonces su yo de hace dos años. Maldijo la cicatriz que aún dolía y su propia debilidad. Se sintió de papel y quiso arrancar los posters de su habitación, pero se quedó ahí, tirado en su cama sin hacer nada más que reclamar a si mismo.
La rabia subía por su garganta, la sentía arder. La tristeza la traía en los párpados y, al parecer, no le tenía tanta piedad como al principio. Que lamentable todo. Que lamentable su reacción y esos recuerdos que lo envolvían como víboras.
Doce de la tarde y Ossu seguía en la cama. Mamá le había hablado un par de veces, pero Ossu la ignoró olímpicamente, pues el ruido en su cabeza no le daba chance de escuchar a alguien más que no fuese él.
La lluvia había bajado de intensidad y tuvo la necesidad de salir de nueva cuenta a las calles. Doce de la tarde y sentía que el día ya había acabado para él.
—¿No te piensas levantar o qué? —Era la primera vez en el día que mamá se aparecía en su cuarto.
Ossu no dijo nada, así que ella se acercó. Un suspiro pesado de su parte y la mano le acarició el pelo.
—A ver, ¿qué tienes?
Ossu quiso echarse a llorar.
—Nada.
—¿Cómo que "nada"? ¿Qué pasó?
Otro suspiro, esta vez de su parte.
—Me peleé con Hiram.
—Esa shasha¹ te tolera muchas cosas, hijo. Deberías ser más consciente.
—¡Ma!
—Solo digo. —Una sonrisa se dibujo en el rostro de la mujer—. Igual no pasa nada. Habla con ella cuando estén más tranquilos. Ustedes dos siempre han sabido arreglarse.
Las manos de ella acariciaron los rizos desordenados de Ossu, la mirada la fijó a sus pupilas y le sonrió. Los ojos de Ossu se aguaron al instante y tuvo ganas de soltarle todo.
Solo le dio las gracias.
Odiaba mentirle a mamá. Odiaba mentir en realidad. Le dolía el pecho y mamá seguía acariciando su pelo, sentada a su lado. Cerró los ojos y tuvo el impulso de ponerse a llorar.
—Estoy preparando el pollito que te gusta —dijo ella—. Mañana puedes invitarla a comer, pedimos una pizza y ven una película.
—Gracias mami.
La rabia había pasado a segundo plano. Ahora la melancolía le cortaba la garganta y estaba seguro de que no iba aguantar mucho más.
Su madre se levantó de su lado.
—Apúrate a escombrar este cuarto y ahorita te llamo para comer. —Un beso corto en la frente y una última caricia en el pelo—. Pero ya, que no te quiero ver sin hacer nada.
Cuando mamá salió de la habitación, una única y pequeña lágrima se deslizó por su mejilla. Suspiró y se talló los ojos.
Quizá, solo quizá, Jara había venido de visita. Quizá ya no lo volvería a ver. Sí. Eso estaba bien.
Quizá estaba haciendo un huracán en un vaso de agua.
O quizá podía cerrar por fin eso que dolía tanto. Eso que lo dejó a medias durante años y que, sabía muy bien, merecía tener un punto final.
Quizá no todo estaba perdido.
Con mamá, la lluvia no mojaba tanto.
1. Shasha/o: muchacha/o
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