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Capítulo 3


Su despertar resultó ser una parafernalia. Cuando Katsuki abrió los ojos, el reloj marcaba las siete quince de la mañana. ¿Qué quería decir ello? Que se había quedado dormido. Fatalmente dormido.

Se levantó lo más rápido que sus piernas tambaleantes pudieron, despertó a Todoroki, quien también continuaba descansando, y a torpes pasos logró ingresar al baño de su habitación. No podía creerlo. ¡Jamás llegaba tarde! ¡Y justo cuando más necesitaba llegar a tiempo!

Se duchó en tiempo récord, se colocó el mismo buzo con el que había ingresado al baño y salió de nuevo a su habitación, notando a Todoroki sentado sobre el futón aún intentando permanecer despierto. Ya con la luz del sol haciendo su trabajo, pudo notar cómo habían quedado marcados en el rostro del chico los moretones y los raspones que curó la noche anterior.

Bakugō evitó darles más que una simple mirada de reojo y se posó frente a su armario. Lo abrió y sacó de ahí el uniforme que siempre dejaba en casa para esos casos. Ya estaba planchado con pulcridad, su madre se había esmerado en ello.

—Ey, mitad mitad —llamó al chico a sus espaldas—. A cómo van las cosas, ya perdimos la primer clase, así que al menos trata de asearte un poco y... Y te prestaré un poco de ropa para que te cambies. La que traías puesta anoche sigue estando sucia.

—Entiendo... Gracias, Bakugō —su voz aún sonaba ahogada por el sueño—. Lamento haberte causado un retraso.

—No tiene caso quejarse, igual fue mi culpa por no dormirme de inmediato cuando subimos.

—Ahora que lo pienso, ¿qué hay de tus padres? No saben que yo estoy aquí —comentó el bicolor, poniéndose de pie y estirándose un poco para desperezarse.

Cuando Shōto dijo aquello, Katsuki sintió cómo si un balde de agua helada le cayera encima. Maldijo por lo bajo. Por un instante se había olvidado del hecho de que sus viejos aún no tenían idea de la presencia de Todoroki en su vivienda.

Suspiró al tiempo en que se dejaba caer de nuevo en su cama con el gancho que sostenía su uniforme en su mano, ese era otro gran detalle que tendría que solucionar siendo tan temprano todavía. Sacudió su rubio cabello, sintiéndolo húmedo, mientras intentaba pensar claramente sobre lo que haría a continuación.

Durante la madrugada le había dado muchas vueltas al asunto del bicolor, ¿por qué? No tenía ni puta idea, la única certeza con la que contaba era que la situación que el contrario estaba viviendo era bastante grave como para que Todoroki hubiera recurrido a él y no a Midoriya.

Pero, ¿por qué?

Habiendo tantas otras personas en las que pudo haber depositado la confianza para contarle sobre eso, ¿por qué a él? Nunca han sido cercanos. Tampoco eran confidentes o algo parecido. Él sabía guardar secretos bastante bien, no obstante, no terminaba de entender qué tan involucrado estaba ahora como para que estuviera sintiendo que ya no podría safarse del asunto.

Volteó a ver discretamente al medio albino, y lo vio acomodando el futón con toda la calma del mundo. Aunque sus movimientos eran demasiado pausados, lo que le hizo adivinar al instante que estaba, o bien incómodo, o bien nervioso. O tal vez ambas. Y no lo culpaba, hasta él mismo compartía ambos sentimientos y era una auténtica mierda.

Decidido a ponerle fin a ese silencio abrumador, se levantó de la cama, dejó el uniforme sobre la misma y volvió a su armario. De sus cajones sacó una muda de ropa en tonalidades grises. Sí, quizá su ropa era demasiado ajustada para el bicolor, pero algo era algo y esperaba que no emitiera queja alguna sobre ello.

Dejó las prendas también en el colchón y se adelantó hacia la salida.

—Voy a ir a ver a la bruja, bastardo —le informó, quitándole el seguro a la puerta—. Toma la ropa que está allí —e hizo un movimiento para señalarla—, hay varias toallas limpias en el baño. Dúchate, y te avisaré cuando esté listo el desayuno.

—Sí, está bien, te lo agradezco —hizo una pequeña inclinación hacia el frente.

—No es nada —respondió, restándole importancia y abandonó el cuarto después.

Mientras caminaba descalzo sobre el frío suelo de concreto, Bakugō iba pensando a qué se debía el pinchazo que atravesaba todo su estómago y se extendía hasta su pecho. ¿Tal vez era hambre? Si calculaba bien el tiempo, la primer clase acabaría a las nueve y media de la mañana. Eran apenas las siete treinta, así que tendrían tiempo de desayunar algo ligero y partir hacia la U.A sin problemas por la tardanza.

Ya vería qué le inventaría a Aisawa para que no se le ocurriera de joderlo por la inasistencia. Y qué dirían ambos para despistar a todos y que no estuvieran preguntando por qué faltaron juntos y llegaron juntos.

Oh, ahora que hacía memoria, las pruebas de inglés comenzaban a las once, y ya había olvidado la mitad de lo que estudió el día anterior.

Sentía que su cerebro iba a chamuscarse de tanto sobre pensar todo.

La reacción de su madre al enterarse que había un compañero suyo en su habitación fue la que Katsuki esperaba. Mitsuki le pidió explicaciones y él se las dio. Lo más discreto que pudo, le contó lo que estaba sucediendo con Todoroki, y la mujer ablandó su semblante al instante.

Procuró no dar muchos detalles al respecto, para respetar su privacidad, pero no pudo evitar darle la verdad completa. Así que ahora se encontraban ambos desayunando en la isla de la cocina, con Masaru leyendo el periódico en su lugar y la rubia fregando un par de utensilios.

—Terminé —avisó, acomodando sus platos y los palillos—. Ya tenemos que irnos —se levantó y dejó los trastes sucios cerca del lavavajillas.

—Yo también, muchas gracias —Todoroki hizo una pequeña reverencia e imitó a Bakugō, llevó los platos y ante la mirada calmada del rubio, los dejó en el mismo sitio.

—Katsuki, no olvides llevar los documentos que te pidió el profesor Aisawa —le recordó Mitsuki, mientras se acercaba a ambos secando sus manos en su delantal.

—Sí, bruja, ya están en la mochila —giró los ojos ante su insistencia.

—¡¿A quién le dices bruja?! Imitación barata de Britney Spears —le gritó, dándole un golpe en la cabeza.

—¡Tsk, maldita loca! —le devolvió el insulto.

Shōto solo los observaba con diversión y duda, preguntándose si así eran el resto de los días.

—Como sea, pequeño demonio —lo ignoró con total seguridad—. Vayan con cuidado, me avisas cuando llegues, bestia, y, Shōto-kun...

Cuando Todoroki escuchó a la matriarca de esa familia llamarlo por su nombre, inmediatamente se puso rígido.

No porque le hubiera molestado, sino porque le tomó por sorpresa.

—¿Sí, Mitsuki-san? —contestó con duda.

—Eres bienvenido en esta casa siempre —le dijo con una sonrisa enorme—. No dudes en venir cuando tengas un problema, o si solo quieres pasearte por acá, igualmente te recibiremos.

El corazón del chico dio un vuelco.

—Gracias por eso —se inclinó para demostrarle su respeto—. Y lamento haber sido inoportuno.

—No te disculpes, chico —Mitsuki se acercó a él y puso su mano sobre su hombro—. Solo recuerda: Está bien pedir ayuda cuando la necesitas.

Shōto no supo lo que ocurrió dentro de su cuerpo, pero unas terribles ganas de llorar lo embargaron de un momento a otro. Aún así, se esforzó por contener las lágrimas y le dio un asentimiento de cabeza a la mujer antes de que Bakugō saltara enojado a corretearlo por la hora. Se despidió de los dos adultos a duras.

Tal vez llegar a ese lugar no fue tan mala idea después de todo.

Aunque todavía tenía sus dudas.

Ambos salieron camino a la estación de trenes, Bakugō con su uniforme y él con ropa de civil. Era media hora de camino en tren hasta Yuei, así que apresuraron sus pasos para evitar un retardo más. Mientras caminaban —o más bien, corrían—, pudo sentir la mirada de varios transeúntes sobre su persona. Él conocía la razón.

Mientras Bakugō estuvo ocupado abajo, él tuvo que enfrentar su reflejo en un espejo del baño del cenizo; los moretones y raspones estaban tan inflamados que era imposible evitar la coloración que aportaban a su piel, que para su mala suerte era más pálida que la de un muerto.

Tendría que encargarse de eso rápido, o si no sería un gran dolor de cabeza si alguno de sus compañeros las veía, comenzarían a hacer preguntas, y él no tenía muchas ganas de contestarlas.

No en esa ocasión.

Abordaron el tren que los llevaría a su destino, que para su favor estaba vacío. Tomaron asiento en una de las filas, y permanecieron en silencio el resto del camino.

Katsuki trataba de evitar a toda costa el contacto visual con Todoroki, todavía seguía bastante alterado porque no entendía el motivo por el que el bicolor fue la razón de su extralimitado desvelo esa noche.

Sumado a que era incómodo no saber qué hacer con la información que le proporcionó un par de horas atrás, se podía decir que estaba teniendo una guerra consigo mismo.

Por un lado, podía fingir que no sabía nada, ignorarlo el resto del tiempo, y olvidar lo que había pasado. Pero, por el otro, intentaba ser más compresivo con él y ayudarlo en lo que pudiera para hacerlo sentir mejor. No obstante, se inclinaba más por la primera. ¿Por qué jodida razón tendría que preocuparse por alguien más, que para empezar, ni siquiera era su amigo más cercano?

Ya estando frente a la entrada de Yuei, Katsuki soltó un bufido y se dispuso a entrar, dejando al bicolor atrás.

No tenía por qué darse la vuelta, se suponía que ninguno quería que los vieran juntos.

No tenía por qué cerciorarse de nada que tuviera que ver con Todoroki a partir de ahí. Ni siquiera le importaba que se quedara su ropa.

Sin embargo, antes de llegar al arco que daba paso al edificio principal, se detuvo. Apretaba sus puños dentro de sus pantalones, mordía sus labios en señal de frustración, y estaba seguro de que soltaba pequeños hilos de humo de sus oídos.

Jodido Deku y su síndrome del héroe que era contagioso.

Todoroki, quien había estado observándolo con curiosidad, preguntándose por qué se había detenido, se aprendió cuando el cenizo se giró sobre sus pasos. Con la mirada en el suelo, el rubio lo tomó del brazo y lo jaló en dirección a él, forzándolo a seguirlo.

—No digas nada, maldita bola de Pokémon.

Él le hizo caso, y para cuando se dio cuenta, ya se habían desviado bastante de su camino y ahora se encontraban entrando con sigilo a los dormitorios. Afortunadamente no había nadie dentro, así que pasaron como rayo por la sala común y se fueron a los elevadores. En cuestión de minutos, se encontraban en la habitación de Bakugō.

Shōto no se sorprendió al ver la decoración del cuarto, pues era exactamente igual al que tenía en casa de sus padres. Un estilo minimalista pero con un toque de modernidad; colores opacos pero combinados cuidadosamente. Sumamente ordenado.

—Siéntate ahí —le señaló una silla giratoria que estaba cerca del escritorio, mientras él rebuscaba algo en sus cajones.

—De acuerdo —le hizo caso y tomó asiento en la silla.

Cuando Bakugō se dio la vuelta, pudo notar entre sus manos una cantidad de utensilios que estaba seguro que era maquillaje, y no pudo no sentir curiosidad acerca de por qué el rubio tenía eso entre sus pertenecías. Pudo deducir que se trataba de cosméticos ya que su hermana tenía una gaveta llena de ellos en casa. Sonrió con un poco de melancolía, recordando todo lo que ocurrió el día anterior, y se sintió bastante decaído al instante.

El rubio lo notó, pero no dijo nada al respecto. No tenía las palabras en ese momento, así que solo se dedicaría a ayudarlo con las heridas que se podían ocultar.

Las heridas que nadie más podía ver, ya serían para otra ocasión.

Otra en la que pudiera pensar con más coherencia.

Se sentó en el borde de la cama, dejó las cosas a un lado y le hizo una seña con el dedo de que se acercara a él. Todoroki lo hizo, y quedó frente al cenizo. Bakugō comenzó primero a limpiarle el rostro con una toallita húmeda,  para quitarle el sudor y el polvo del aire; lo hizo con sumo cuidado, pues lo que menos quería era causarle más dolor del que ya tenía. Después le pasó una toalla seca, para retirar la humedad. Una vez hecho eso, tomó un frasco de cristal con base, echó un poco del líquido en el dorso de su mano, y con ayuda de sus dedos comenzó a esparcirla con detenimiento y premura.

Uno a uno fue cubriendo los moretones, sin embargo, no tocó ni hizo amago de tratar la sutura en el pómulo. Lo sentía por él, pero sí le ponía maquillaje a esa podría infectarla y sería peor, así que se enfocó en todos los morados que tenía. Una vez cubiertos, difuminó todo con una esponja, después, lo selló con polvo y con un poco de rubor y bronceador le regresó un poco de color a su cara.

—Me costó, pero al menos no se nota que llevas maquillaje —se dio la vuelta para ir a guardar sus cosas—. Solo tendrás que inventar una buena excusa para la herida abierta. Ni loco le pondría nada.

—Oh, ya veo —le causaba intriga verse—. Te lo agradezco, por cierto —le dijo después.

—Tsk, no agradezcas. No es para tanto.

Dejó todo en su sitio, y al cerrar el cajón notó un espejo sobre el tocador, así que pensó que sería bueno que el contrario analizara su trabajo, así que lo sujetó y regresó hacia donde estaba Todoroki. Una vez frente a él le extendió el objeto. Shōto lo miró un par de segundos hasta que finalmente se decidió a tomarlo.

Cuando se vio a sí mismo, abrió la boca en una pequeña "o".

—Es como si no me hubiera pasado nada —se sorprendió bastante. Lo único que se notaba era la gasa que cubría la sutura.

—Solo trata de no sudarte demasiado —comentó, sentándose en la cama—. Aunque de cualquier forma terminarás haciéndolo porque es inevitable, así que te daré un polvo por si acaso.

—¿Es muy difícil aplicarlo? —preguntó con su voz calmada.

—No tanto en realidad.

—Ya veo... —continuó observándose en el pequeño espejo.

—Tsk —se levantó de nuevo y fue por el polvo, regresó y se lo extendió con una mueca de disimulada molestia—. Tendrás que comprarme uno nuevo después.

—¿Lo usas seguido? —quiso saber el bicolor, recibiendo el objeto de empaque negro en sus manos.

—A veces —desvió la mirada, avergonzado de admitirlo—. Hay ocasiones en las que mis explosiones me generan raspones o quemaduras en la cara, y trato de taparlas para que no se vean hasta que curen. Y otras simplemente porque me gusta, aunque trato de que nadie lo vea a fondo.

—Wow, no tenía idea —y la verdad le parecía bastante practico el primer uso mencionado; claro que lo otro le generó impresión, pero no se le hizo algo de extrañar.

Ya en otros tiempos había notado que el rubio siempre llevaba sus filosos delineados cuando usaba su traje de héroes, y eso para él era algo que le aportaba un plus a su estilo. 

—Eres el único que lo sabe.

Todoroki no esperaba eso, así que lo observó con los ojos bien abiertos.

—¿En serio? —no podía creerlo.

—Sí —afirmó, con notorio bochorno—. Así que ahora estamos iguales, yo ya te prometí que no voy a decir nada de lo tuyo, entonces tú prométeme que tampoco dirás nada.

A Shōto le pareció justo, así que asintió con su cabeza.

—Lo prometo.

—Y ya vete a tu habitación, bastardo —le dijo, levantándose de la cama y tomando su mochila escolar—. Tienes que cambiarte, no olvides que vamos ya muy atrasados.

—Sí, lo siento —se disculpó mientras se ponía de pie, Katsuki ya iba hacia la puerta, pero Shōto se mordió el labio, dudando; sin embargo, deshizo la idea que tenía en la mente con velocidad, solo atinó a soltar un par de balbuceos—. Entonces... Gracias de nuevo, Bakugō, por todo. Enserio.

El cenizo detuvo sus pasos, y le lanzó una mirada de reojo.

—De nada, mitad y mitad.

Después de eso cada quien se fue en una dirección distinta. Shōto a su cuarto para cambiarse por el uniforme, y Katsuki hacia el edificio de las aulas. A esa hora ya estaban en la cafetería los extras de su clase, así que aprovecharía ese espacio para escabullirse al salón y que no lo jodieran con tantas preguntas que no tenía ganas de responder en lo absoluto. Si bien, con el paso de los años su carácter había cambiado un poco, todavía se consideraba un ermitaño que odiaba que invadieran su preciado espacio personal, por lo que evitar aquello a toda costa era su enfoque principal. ¿Qué podía hacer? Era su personalidad y no se desharía de ella nunca, afortunadamente.

Gracias al cielo, también el salón estaba vacío, así que no pudo estar de mejor modo. Se sentó en su lugar, y pensó en sacar sus cuadernos para dar una última repasada antes del examen que tendría. Mientras lo hacía, no pudo no pensar en todo lo que ocurrió hasta ese momento. Si alguien se lo hubiera dicho antes, de abría reído en su cara y le hubiera llamado demente. ¿Él ayudando al jodido de Todoroki? ¡Ugh!

Pero ahora tenía que tragarse su estúpido orgullo, porque ya lo había hecho.

Y lo más extraño del asunto: No se arrepentía.

Sacudió la cabeza para deshacerse de esa charlatanería, tenía que enfocarse. Así que se dedicó a ello durante por lo menos quince minutos. Mientras hojeaba las libretas y los libros, se detuvo un momento porque no entendió una conjugación de palabras. Era extraña, e intentó recordar si la había leído la noche anterior, y por más que trató de acordarse, no estaba en su memoria.

"Love at first sight".

Sabía que Love significaba "amor", pero, ¿y el resto?

No pudo continuar en su faena cuando el timbre sonó, anunciando el final del periodo de descanso. Maldijo en voz baja. Solo esperaba que aquella estúpida frase no fuera a venir en el jodido examen, porque si no, mandaría a volar a Present Mic por la ventana con una explosión.

Poco a poco, sus compañeros de clase fueron entrando al aula, y, cómo no, todos se sorprendieron al verlo allí sentado, en especial Kirishima, Kaminari e Izuku, los cuales se acercaron con velocidad para bombardearlo con preguntas y exclamaciones que no pudo entender bien debido a la rapidez con la que eran lanzadas. Contestó unas cuentas y cuando el profesor entró unos segundos después, los mandó al demonio.

Present Mic estaba dando las indicaciones cuando la puerta del salón fue tocada.

—¡Pase! —gritó, y todos observaron en esa dirección en cuanto la puerta se abrió.

Bakugō se sintió ansioso. No tenía idea de por qué.

—Lo lamento profesor, tuve un retraso, ¿puedo pasar? —Todoroki preguntó con voz apagada, rasposa e incluso ahogada, y con la mirada clavada en sus pies.

—Sí, muchacho, adelante —le contestó, permitiéndole el paso.

—Muchas gracias —hizo una reverencia, cerró y se dirigió a su asiento.

—Que no vuelva a repetirse, por favor, joven Todoroki —solicitó el profesor.

—Claro.

El hombre siguió dando indicaciones acerca de cómo se manejaría la prueba, y aunque Katsuki se esmeró en prestar atención, no pudo hacerlo. Pues le era inevitable no mirar de vez en cuando el semblante bastante decaído del medio albino.

¿Qué le había ocurrido desde que se vieron? No recordaba que se hubiera ido de su cuarto con esa expresión tan... Dolida.

¿Acaso él había dicho algo? Sabía que era un bocón a veces, pero estaba seguro de que ese no era el caso.

Todoroki en ningún momento volteó a verlo.

Y, lamentablemente, Bakugō no pudo sacárselo de la cabeza ni aún después de haber contestado las tres hojas que les dieron. Estaba desconcertado.

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