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Ser un héroe te hace irresistible y por eso liga Batman

Era un bonito día en San Fransokyo, con el sol brillando en el cielo y el soplo de una leve brisa. Era el día perfecto para salir a un caminar y pasarla bien al aire libre. Esto encajaba perfectamente para los planes que tenían Hiro y Miguel para esa tarde.

Un par de días antes la prima de Miguel le había mandado fotos de la feria del pueblo y provocando que este rezongara sin parar por no estar ahí para divertirse. Ir a la feria era una tradición que tenía desde que era niño y realmente lo hacía añorar su hogar. Al verlo tan desanimado, Hiro le propuso ir al parque de diversiones de la ciudad. No era igual a la feria del pueblo pero tenía juegos mecánicos y mucha comida. La felicidad reflejada en la cara de Miguel fue suficiente para que quedaran de ir ese fin de semana, dejando a Fred ayudando en el café por ese día.

No era realmente una cita, aunque cierta parte de él quería que lo fuera. No pensaba que fuera un plan muy romántico, pero todas sus ideas sobre el romance venían de películas y estaba seguro que el romance no recae en camas cubiertas de flores y números musicales. Pudieron haber invitado al resto de sus amigos pero ninguno de los dos quiso hacer la sugerencia. Hiro había estado encantado por esto, compartir tiempo con Miguel sin ninguna distracción se había convertido en una de sus cosas favoritas.

Era por eso que Hiro se encontraba en la entrada del parque esperando a que Miguel llegará. Si bien el chico era muy puntual para llegar al trabajo, no se podía decir lo mismo para otras ocasiones. Las veces que habian salido el grupo con sus amigos había llegado tarde. Al principio esto había preocupado a Hiro por temor a que le hubiera pasado algo pero el mismo Miguel había admitido que era propenso a atrasarse y perderse con facilidad a pesar de todos sus intentos por evitarlo.

Después de unos diez minutos de esperar pacientemente vio a Miguel corriendo a toda velocidad hacia él.

–¡Hiro! Perdón, te juro que venía con tiempo pero me perdí, me tuve que bajar del camión porque tomé el equivocado y luego tuve que venir corriendo –se disculpó Miguel mientras intentaba recuperar el aliento. Llevaba unos shorts de mezclilla y una camiseta sin mangas que lucía muy bien, cosa que notó el japonés con la mayor discreción posible.

–No te preocupes, no llevo tanto tiempo esperándote –le respondió Hiro con diversión, había llegado algo tarde sabiendo que era casi imposible que el mexicano llegará a tiempo–. Ven, ya compre las entradas.

–¡Pero habíamos quedado en que yo pagaría aunque sea la mía!

–No quedamos en eso, tú dijiste que lo harías y yo te dije mil veces que no –le dijo negando con irritación, llevaban dos días con la misma discusión– Ya los compré, ya déjalo así.

–Bueno, pero entonces yo pago la comida –insistió Miguel.

–Está bien, pero primero vamos a los juegos.

–Ey espera, antes que nada, tu tía me dijo que te recordará que te pongas bloqueador solar –le dijo mientras le pasaba una botellita de sus bolsillos–. Dice que no olvides que te quemas horrible.

–Agh, sabía que olvidaba algo –se quejó el japonés mientras se colocaba en bloqueador en su cara y en sus antebrazos expuestos por su playera–. No quiero parecer langosta durante dos semanas.

–Que delicado me saliste. ¿Realmente te pones tan mal?

–Como no tienes idea- hizo una mueca recordando una vez que había ido a la playa y pasó dos semanas sin poder dormir de espaldas por el ardor- Mejor entramos de una vez para aprovechar la tarde.

Entraron al parque y Miguel no pudo evitar emocionarse. Eran juegos mucho más grandes a los que había todos los años en Santa Cecilia y el espacio igual era gigante en comparación. Vio la montaña rusa más grande de todo el lugar y se dirigió corriendo hacia ella, con Hiro siguiéndolo de cerca.

–¡Quiero subirme a este! –le dijo apuntando hacia arriba. Nunca había visto algo tan enorme en su vida y moría de ganas de presumirles a sus primos cuando hablará con ellos en la noche. Los juegos de la feria del pueblo se quedaban muy pequeños en comparación a los de este lugar y podía apostar a que eran mucho más seguros. Lo único malo es que estaba seguro que aquí no vendían elotes ni esquites.

–Está bien, hace mucho que no me subo –lo que no dijo es que la razón por la que no lo había hecho era que la última vez había tenido 7 años y terminó llorando por el miedo. Tadashi había tenido que sacarlo en brazos y tuvo pesadillas en las que caía al vacío durante un mes. Pensó que habían pasado más de diez años desde ese incidente y seguramente ya lo había superado, después de todo volaba de vez en cuando con Baymax.

Encontraron la fila para la montaña rusa y se formaron. La fila era algo larga pero la compañía hizo que el tiempo se les pasará muy rápido, con Miguel emocionado a más no poder al punto que daba pequeños saltos. Para cuando se subieron Hiro empezaba a arrepentirse profundamente de haber accedido. Las manos le sudaban y tenía el estómago hecho nudos por el miedo.

–¿Estás bien? Te ves muy pálido –le dijo Miguel mientras les ponían los cinturones de seguridad. La cara ya de por sí blanca de Hiro se había tornado un tono más bien gris y juraba que estaba respirando mucho más rápido de lo normal.

–Creo que había olvidado que las montañas rusas me aterran –contestó aferrándose al tubo que tenía enfrente.

Miguel intentó que detuvieran el carro pero era demasiado tarde, ya iba avanzando por los rieles lentamente. Hiro cerró los ojos intentando evitar entrar en pánico totalmente, esta había sido una pésima idea, esto le pasaba por querer enfrentar uno de sus grandes miedo de golpe y sin preparación. Solo los abrió cuando sintió una cálida mano sobre la suya.

–Tranquilo, todo va a estar bien –le aseguró el otro chico con una sonrisa–. Yo estoy contigo.

Hiro solo alcanzó a apretar su mano antes de que llegaran a la primera curva. A través de las múltiples subidas y caídas sentía que su estómago se removía y el pecho se le apretaba. Lo que lo mantuvo con algo de calma fueron la voz de Miguel tranquilizando y su mano. Para cuando llegaron al final del recorrido solo alcanzó a dar un respiro de alivio antes de que Miguel le tomara la mano y lo sacara de ahí corriendo. El joven mexicano encontró una banca donde se sentaron mientras Hiro recuperaba la compostura.

–¿Por qué no me dijiste que te daba miedo? No hubiera insistido de haber sabido.

–Era muy pequeño la última vez que me subí a un juego asi, no pensé que aun me fuera a afectar de esta manera –le contestó ya más tranquilo–. Realmente no debería de asustarme tanto, sé que son muy seguras. Solo odio el sentimiento de caída libre.

–Bueno ahora lo sé –le dijo el mexicano–, solo no vuelvas a esconderme algo así.

–No te lo escondí –le contestó rodando los ojos, Miguel podía ser muy dramático–, solo quería que te la pasaras bien.

–Me la pasaré mejor si no tengo que evitar que te de un ataque de pánico en el próximo juego –dijo Miguel. Fue cuando se dio cuenta que no había soltado la mano del japonés y la dejó ir muy a su pesar–. Oye, por cierto. Estás todo despeinado.

–¡¿Qué?! –Hiro voltear a verse en una de las ventanas del edificio que tenían detrás de ellos. Era verdad, su cabello estaba todo alborotado y fuera de lugar–. Agh, a veces odio tener el cabello largo.

Miguel solo rió divertido, el cabello del japonés normalmente le caía de manera muy bonita hasta los hombros y era chistoso verlo tan desarreglado.

–Dame un segundo, me estorba mucho tenerlo así –dijo mientras sacaba una liga de su bolsillo. Prosiguió a pasar sus dedos por la cabeza para domar un poco el desastre que tenía y lo empezó a recoger. Con los años había aprendido lidiar con su larga cabellera, sobre todo había recibido ayuda de Honey y Wasabi que le habían enseñado cómo amarrarlo. Aunque aún no estaba seguro de por qué habían insistido en que aprendiera ese peinado en particular.

–Ya está –dijo al terminar de amarrarlo en chongo alto.

Miguel se le había quedado mirando sin moverse y Hiro se sonrojó por la atención que le estaba poniendo.

–No estoy seguro de que se me vea bien –le comentó con nerviosismo, tal vez el mexicano pensó que le quedaba mal-–.Tal vez debería cortarlo.

–¡NO! –dijo Miguel, exaltando al otro por el volumen con que lo hizo– Digo, se te ve bien. Te ves muy bien así.

Hiro se sonrojó ante sus palabras. A pesar de que había aceptado sus sentimientos por su amigo, no estaba seguro de cómo lidiar con sus cumplidos. No quería mal interpretarlos pero lo hacían sentir muy bien. Nunca había sido alguien que le preocupara mucho su aspecto físico pero los comentarios amables del otro chico le daban esperanzas de que le correspondiera y lo ponían inmensamente feliz.

Mientras tanto Miguel tenía una pequeña crisis interna. El estaba muy consciente de que el japonés era muy atractivo, lo había notado desde el primer día en que lo vio. También sabía que le gustaba bastante y ¿cómo no le iba a gustar? No solo era guapo, era inteligente, dedicado y muy divertido. Tenía un sentido del humor algo ácido que le encantaba y podía pasar horas escuchándolo hablar sobre sus inventos. Estaba casi seguro que era la persona que más le había gustado en la vida.

Sin embargo, no había querido actuar sobre sus sentimientos. Hiro no era alguien que dejara que la gente entrará fácilmente a su vida, le quedaba claro a pesar de la naturalidad con la que habían entablado su amistad. Por los comentarios que había escuchado de sus amigos y tía Cass podía deducir que detrás de su sarcasmo e inteligencia en realidad era como un conejo asustadizo y sabía que si tomaba una acción muy brusca o rápida podía perderlo. No era tan fácil como coquetearle a un espectador o a alguien que solo le llamaba la atención, Hiro realmente le importaba demasiado para tomar una decisión apresurada.

Prefería ver cómo se desarrollaba todo de manera natural y seguir las señales del otro chico. Si terminaban juntos o seguían como amigos estaba bien para él. Lo importante para él era seguir teniendo a Hiro cerca. Pero esto no impedía que al verlo con ese peinado lo quisiera tomar entre sus brazos y plantarle un beso.

–Miguel ¿me estás escuchando?

–Ah perdón, Hiro. Me distraje ¿que pasó?

–Te digo que si quieres ir a los carritos chocones –le repitió–, me habías dicho que te gustaban mucho los de tu pueblo.

–¡Sí! Me encantan, vamos.

Caminaron hacia el próximo juego y se subieron muy emocionados. Esta vez Hiro estaba legítimamente feliz de haber venido.

–Te advierto que soy muy competitivo –le dijo al moreno.

–Ja, eso quiero verlo.

Empezaron por chocar contra otros jugadores, pero terminaron persiguiéndose el uno al otro para pegarse con los carritos. Ambos reían como niños pequeños y se burlaban cuando lograban impactar con el otro. Sonó el silbato que les indicaba que había acabado su tiempo. Miguel solo sonrió de manera traviesa y aceleró su carro para darle un último golpe ligero al de Hiro, quien estaba parándose y se cayó por el impulso.

-¡ERES UN TRAMPOSO, MIGUEL RIVERA!

El antes mencionado solo alcanzó a salir corriendo mientras Hiro lo perseguía. Probablemente hubieran seguido así si no hubiera sido por el grito que escucharon.

Al detenerse se dieron cuenta que uno de los juegos para niños más pequeños estaba teniendo fallas técnicas y varios de los niños habían quedado atorados en la parte más alta de la máquina que era una curva pronunciada. Algunos de los vagones incluso se habían descarriado y los niños colgaban por el borde del carril de tal forma que solo los detenía la barra de seguridad. No era la gran altura de la montaña rusa a la que se habían subido, pero sí la suficiente para que se lastimaran si se caían. Hiro se acercó corriendo al lugar y preguntó qué había pasado.

–Hubo una variación de corriente y el juego se salió de sus rieles. Los juegos más nuevos tienen medidas de seguridad contra esto pero este juego es algo viejo –le explicó alterado el encargado–. El problema es que no sé cuánto tiempo pueda tomar arreglarlo y otra variación puede ocurrir pronto.

–Rayos –dijo Hiro mientras abría la caja que controlaba el juego pese a las protestas del señor. Al abrirla vio que en efecto era un mecanismo bastante viejo, muy diferente a la tecnología con la que él trabajaba. En ese momento maldijo haberse saltado sus materias sobre tecnológicas analógicas. Lo bueno era que esta máquina no era tan diferente en diseño básico de tecnologías más modernas, por lo que pudo encontrar el cable que desconectaba todo el mecanismo.

–Está bien, así al menos no corremos el riesgo de que me electrocute –dijo mientras presionaba un botón en su reloj que acaba una versión modificada de su traje de héroe. Esta solo consistia en los zapatos, la parte superior de la armadura y el casco–. Voy a subir por los niños. Ustedes solo estén listos para recibirlos.

–Pero Hiro, es peligroso –le reclamó Miguel preocupado– ¿No deberíamos esperar a que llegue alguien más a ayudar?

–Si esperamos los niños pueden salir heridos.

–¡Pero tú también puedes salir herido! –Miguel solo alcanzaba a tomarlo del brazo para que no se fuera–. Te puedes caer, no vas a salir ileso de esa altura.

–No te preocupes, las botas son especiales. Se vuelven magnéticas cuando las activo y el exoesqueleto de la armadura me da más fuerza –dijo Hiro antes de echarse a correr sobre la estructura.

Cuando alcanzó los vagones más cercanos se dio cuenta que no podía tomar a más de un niño en sus brazos sin ayuda. No tenía tiempo de marcarle a ninguno de sus amigos y no había forma de que alguien más subiera a esa altura sin arriesgarse.

–No se preocupen –les dijo a los niños–, los voy a sacar de aquí, pero necesito que me ayuden. No puedo soltarlos del carrito uno por uno, el otro podría caer. Necesito que uno se agarré con todas sus fuerzas de mi cuello y el otro que haga lo mismo de mi brazo.

A pesar de las lágrimas de los niños, asintieron para dar a entender que comprendían. Para su sorpresa, Hiro parecía darles confianza de que estarían a salvo con él y se aferraron a él con toda la fuerza que tenían en sus bracitos. Fue así que fue bajando en parejas a cada uno de ellos que fueron recibidos por sus padres y los paramédicos que habían llegado a la escena. Solo le faltaban unos niños que estaban en una posición más precaria que no dejaban de llorar.

–Tranquilos, ya casi salen de esta –dijo Hiro intentando tranquilizarlos–. Por favor, solo necesito que se tranquilicen.

–¡Tengo miedo! –gritó uno de los pequeños – ¡Me voy a caer!

–No les pasará nada. Se los prometo –les dijo mientras uno de ellos se aferraba a cuello y le daba la mano al otro–. Voy a sacarlos. Uno, dos y TRES.

Al levantar la barra de seguridad ambos niños gritaron pero lograron sostenerse de Hiro. Al enderezarse pudo pasar a uno de ellos hacia su espalda y al otro a su costado. Para cuando llegaron abajo ya no estaban llorando y solo decían lo genial que era ser rescatados por un súper héroe. Por fin los entregó con sus padres y se dejó caer de rodillas al piso, el esfuerzo físico había sido demasiado.

–¡Hiro! ¿Estás bien? –le gritó Miguel acercándose a él.

–Sí, no te preocupes. Solo que normalmente el que lidia con las cosas pesadas suele ser Wasabi. Incluso con la armadura fue mucho para mí.

–Deberían revisarte para ver que estés bien –le insistió mientras le daba la mano para que se pusiera de pie–. Ven, vamos a la ambulancia.

–No es necesario –se resistió el japonés–. Mejor vamos por algo de comer. No quiero quedarme atorado aquí a contestar preguntas. Aunque imagino que tú tienes algunas.

Miguel dejó de intentar jalarlo para verlo. Sabía que aunque Hiro era perfectamente capaz de lidiar con una multitud, no le gustaba ser el centro de atención. No se veía herido, más bien incómodo ante la idea de ser acorralado por las personas que había cerca. Y la verdad es que sí tenía algunas dudas sobre qué demonios acababa de pasar. Solo asintió y permitió que Hiro tomará su mano para guiarlo hacia la sección de comida, aprovechando que estaba bastante apartada para quitarse el traje. Al llegar pidieron de comer y se sentaron en una de las mesas cercanas. El genio de la robótica ni siquiera intentó impedir que Miguel pagará la cuenta de la comida.

–Hiro ¿qué fué eso? ¿Por qué tu reloj tiene una armadura guardada?

–Ya te conté lo que pasó cuando murió mi hermano. El traje lo inventé cuando buscaba al responsable de su muerte, aunque esta es una versión modificada.

–¿PERO POR QUÉ LO CARGAS A TODOS LADOS? –seguía sin entender.

–Después de lo que pasó, Fred nos convenció de seguir siendo héroes –le explicó Hiro con paciencia mientras comía, sabía que era algo raro y difícil de procesar–. No es como en la televisión que sale un supervillano cada semana, usualmente solo patrullamos y estamos listos para cualquier emergencia.

–Entonces eres un super héroe –le dijo con incredulidad en su voz– ¡Por eso a veces llegas demañanado!

–Algo así –le dijo sonrojado, Miguel lo había visto con mucha intensidad al decirlo–. Realmente se reduce a incidentes como este. Alguien pudo salir herido pero lo evitamos. No es realmente tan extraordinario.

–Fue increíble –le sonrió–. Tú eres increíble.

Hiro se limitó a seguir comiendo, sabía que si contestaba podía decir que el que era realmente increíble era Miguel. Siguieron así unos momentos, intercambiando miradas y sonrisas entre bocados.

Miguel solo podía pensar en lo impresionante que se había visto Hiro mientras rescataba a esos niños. Sabía que Hiro era una gran persona pero hasta ese momento no había entendido hasta qué punto. Detrás de su mente a veces algo calculadora y de su sarcasmo, realmente había un corazón de oro dispuesto a hacer de todo para proteger a los demás. Su corazón latió con fuerza al darse cuenta de lo afortunado que era de conocerlo y tenerlo cerca.

–Creo que ya es algo tarde para hacer muchas cosas –le mencionó Hiro, le había tomado mucho tiempo lidiar con la emergencia, más el tiempo que ocuparon para las filas y la comida–. Pero podemos subirnos a una última atracción.

–Solo que no sea una montaña rusa ¿verdad? –le contestó Miguel en tono molestón–. Quería subirme a la rueda de la fortuna, siempre me han gustado

–A mí también me gustan mucho, vamos.

Caminaron tranquilamente hacia la rueda de la fortuna. No querían que el día se acabará pero había prometido volver relativamente temprano al café. La fila no era tan larga como las que había en otras atracciones y lograron subirse a uno de los compartimentos ellos solos, sentados uno frente al otro. La rueda empezó a avanzar mientras el sol descendía hacia el atardecer.

Hiro pegó sus manos a la ventana para ver las vistas del parque y la ciudad a la lejanía. A pesar de que volaba de vez en cuando con Baymax, nunca se le había quitado su fascinación con ver desde las alturas. Los rayos anaranjados del sol lo volvían una vista muy hermosa y la compañía del mexicano le daba una tranquilidad que rara vez había sentido. Estaba legítimamente feliz de estar en ese lugar en ese preciso momento con ese chico que se le había colado dentro del corazón.

Por su parte Miguel no podía dejar de ver a Hiro. Tenía una expresión de felicidad y vulnerabilidad en su cara que nunca había visto. Sabía que era mucho más abierto con él que con muchas personas pero aún así podría ser algo serio. Verlo reírse por diversión o por burla era muy diferente a verlo tan lleno de dicha que sus defensas parecían desaparecer. Observarlo tan abiertamente feliz era un espectáculo mucho más interesante que las panorámicas de la ciudad. La luz iluminaba su rostro y su cabello, haciéndolo ver aun mas hermoso de lo que ya sabía que era.

"Carajo" alcanzó a pensar Miguel "Creo que estoy enamorado de él"

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