El arte de hacerte pendejo tu solo
Contrario a lo que algunas personas podrían pensar, Hiro Hamada podía llegar a ser una persona con bastante conciencia de sí mismo. Según él, la verdad es que tenía la inteligencia emocional de una papa. Lo que era cierto es que era una persona observadora y podía reconocer sin pena alguna cuando alguien era guapo, después de todo varios de sus amigos lo eran. Wasabi y Go Go incluso tenían clubs de fans en la universidad que iban desde los universitarios de primer año hasta personas en el post doctorado.
Entonces Hiro podía admitir que Miguel parecía muy apuesto. De manera objetiva se podría decir que Miguel era muy guapo, era alto, tenía lindos ojos, buen cuerpo y una sonrisa hermosa. Hiro no tenía la culpa de tener ojos con los cuales apreciar la tensión de sus brazos cuando cargaba cajas en el café, ni lo bien que se veía cuando sonreía con sus ojos brillantes y tampoco la forma en que siempre movía sus manos y pies al ritmo de alguna tonada. (Dejenlo, la negación es una fuerza poderosa)
En realidad todo esto era nuevo para Hiro, para él siempre había sido difícil dejar entrar a personas nuevas a su vida y mucho más formar relaciones profundas con ellas. La atracción animal de la que tanto había escuchado le resultaba completamente extraña. Sin embargo, según su razonamiento la infatuación que había desarrollado por su amigo era bastante natural. Y considerando que en su vida habían pasado supervillanos, ser un superhéroe y viajar a otra dimensión, esto era de las cosas más normales que le habían pasado.
El único problema era que desde que vio a su amigo sin camisa no podía dejar de observarlo. En ocasiones mientras leía en el café se encontraba desviando su vista hacia Miguel, mientras esté atendía mesas o luchaba contra la máquina de bebidas.
Una de esas vergonzosas experiencias le había ocurrido mientras terminaba un diseño; había alzado la vista para descansar la vista, solo para encontrarse con la figura de Miguel bailando alegremente mientras barría el local. Hiro no había podido apartar la vista del cuerpo de su amigo moviéndose al compás de la música que había puesto. Solo logró salir de su trance cuando tía Cass lo llamó para pedirle su ayuda para mover unas cosas en la cocina.
A pesar de esto, había empezado a pasar más tiempo en casa. No podía permitir que algo tan simple como una atracción lo alejara de quien se estaba volviendo uno de sus mejores amigos. Aunque a veces se molestaban entre ellos, le divertía mucho estar con él. Le gustaba llegar lo suficientemente temprano para poder ver a Miguel antes del cierre para poder platicar con él sin prisas. Al mexicano le gustaba mucho escuchar de sus experimentos y de sus días en la universidad, mientras que a él podía pasar horas escuchándolo hablar sobre la música y la forma en que se iba adaptando Miguel al país. Realmente se había vuelto una de las partes favoritas de su día.
Este día en particular había salido muy temprano del laboratorio junto con sus amigos para ver a Miguel tocar. El músico le había reclamado que aún no lo oía cantar y le pidió que invitara también a sus amigos, ya que habían empezado a incluirlo cada vez más en el grupo. Honey Lemon había estado encantada con la invitación e insistió en que debían llegar mucho antes para no perderse de nada.
Durante el par de meses que llevaba Miguel cantando en el café se había vuelto un atractivo adicional al lugar. Si bien los clientes habían agradecido siempre la buena disposición de tía Cass, ahora había personas iban específicamente a escuchar la música del mexicano mientras comían. Por esto al momento de entrar, Hiro se sorprendió ante la cantidad de gente que había, a pesar de que esa hora normalmente era tranquila.
–¡Hiro! ¡Sí llegaste! –le dijo Miguel al verlo entrar por la puerta. Se acercó a saludar rápidamente a todos. Cuando pasó con Honey se dieron el ya acostumbrado abrazo y con Fred hizo un complicado saludo que habían desarrollado entre ellos una tarde libre.
–Te dije que llegaría y Honey insistió en llegar antes –le contestó con una sonrisa mientras veía la cantidad de gente–. Veo que hicimos bien en escucharla.
–Sí, hay mucha gente hoy –le dijo Miguel nervioso–, no se que tan buena idea sea que toque, no quiero dejar a la tía Cass sin ayuda.
–Miguel, estoy casi segura que una buena parte de la gente aquí vino a oírte cantar –le dijo Honey con calma–. Seguramente no les molestaría esperar un poco para que les sirva.
–Pero yo...
–Disculpa –lo interrumpió una de las comensales de la mesa cercana–, a nosotras no nos molesta esperar, realmente te queremos escuchar cantar de nuevo.
–Ahí tienes, Miguel –le dijo Hiro con una voz que no admitía mayor discusión– si te hace sentir mejor, yo puedo ayudar unos minutos.
–Está bien...pero promete que me vas a escuchar –le dijo apuntándole con el dedo–. Me lo debes.
–Desarrollo avances tecnológicos que valen millones. Creo que puedo servir café y escucharte al mismo tiempo –le contestó Hiro poniendo los ojos en blanco–. Ya ve a prepararte.
Con eso Miguel se fue por su guitarra y por el banco que usaba para sus presentaciones. Debido a que el café no tenía realmente un escenario habían tenido que dejar un pequeño espacio sin mesas en la pared opuesta a la entrada para que Miguel pudiera cantar. Los universitarios, menos Hiro, se sentaron en una de las pocas mesas disponibles mientras se preparaba.
Por su lado, Miguel estaba algo nervioso. Estaba acostumbrado a tocar frente a un público e incluso ante grandes multitudes, pero no ante genios. Bueno, tal vez un genio en particular.
–Buenas tardes –dijo con nerviosismo al público que lo veía–. Creo que varios ya me han escuchado cantar, así que pensé que hoy podría tomar algunas sugerencias antes de seguir con mi repertorio.
–¡OH, OH, TOCA RECUERDAME! –gritó Honey con emoción.
– Ah, creo que te la debo desde que te conocí –dijo Miguel con diversión–. Está bien, esta canción es muy importante para mí y espero que les guste.
Tomó su guitarra y empezó a cantar. A pesar de haberla cantado cientos de veces, siempre le daba emoción tocarla, después de todo era la canción que lo unía a su familia.
Mientras Miguel cantaba Hiro se detuvo unos segundos para poder escucharlo con mayor atención. La canción tenía un tono suave, como el de un arrullo lleno de cariño. Le recordó a cuando era pequeño y su mamá le cantaba para que durmiera mientras su papá lo mecía en sus brazos. Cuando acababan de morir, Tadashi y tía Cass retomaron la tarea de cantarle para calmar su llanto en las noches hasta que dejó de tener pesadillas.
Al terminar la canción el público aplaudió, con Honey y Wasabi se pararon a vitorear con lágrimas y gritos. Hiro parpadeo para disipar la humedad de sus ojos y volvió al trabajo. De este modo Miguel fue tomando peticiones de canciones y ocasionalmente decidía que tocar. Bromeaba con su público y los incitaba a cantar con él durante algunos de los coros.
En más de una ocasión intentó que Hiro se uniera pero este solo se negó y le dijo que alguien debía de seguir trabajando. Mientras tanto Hiro se encargaba de atender a los clientes aunque debía admitir que lo hacía algo lento porque se quedaba viendo a Miguel tocar, realmente le gustaba detenerse a ver al otro en medio de su interpretación, le añadía algo el observar lo entregado que estaba a su música.
–Bueno, creo que esta será la última –dijo Miguel y se oyeron las protestas del público– Lo siento, pero Hiro ya lleva demasiado tiempo cubriéndome y debo volver al trabajo.
–Ey, por mí no te detengas –gritó Hiro desde la cocina–. No me molesta seguir atendiendo, pero me quedaré con estas propinas.
–Bueno aunque a él no le moleste, yo necesito esas propinas para comer –respondió Miguel con humor–. Una última petición y acabamos.
–Toca Bésame Mucho –dijo Go Go tras explotar su chicle, para la sorpresa de todos– ¿Qué? Es una buena canción.
–Ella tiene razón, es de mis favoritas –comentó Miguel, aunque estaba igual que sorprendido que los demás, empezó a cantar el tradicional bolero mexicano.
Bésame,
bésame mucho
como si fuera esta noche
la última vez.
Bésame,
bésame mucho
que tengo miedo a perderte,
perderte después
Hiro acababa de salir de la cocina cuando se detuvo a escuchar a Miguel cantar. A diferencia de las demás canciones de la tarde, esta era mucho más pasional. Miguel la cantaba con gran intensidad reflejada en sus ojos y su interpretación. Hiro no podía moverse, solo alcanzó a pegar la bandeja que cargaba a su pecho para quedarse plantado en un rincón. No quería perderse de un solo segundo de la voz y la guitarra del músico.
Quiero tenerte muy cerca
mirarme en tus ojos
verte junto a mí.
Piensa que tal vez mañana
yo ya estaré lejos
muy lejos de ti.
Escuchaba el latir de su corazón en sus oídos y sabía sin necesidad de verse en un espejo que su cara estaba sonrojada. Sentía un nudo en el estómago y una extraña opresión en el pecho que lo hizo pensar que tal vez si necesitaría que Baymax utilizará sus desfibriladores. Solo alcanzó a agradecer que estaba semioculto en la esquina desde donde veía a Miguel tocar. Estaba seguro que no era la única persona que había caído bajo el hechizo de su música, el ambiente en el café se había vuelto intenso con todos los presentes entregando su completa atención a Miguel.
Bésame,
bésame mucho
que tengo miedo a perderte,
perderte después.
Que tengo miedo a perderte,
a perderte después.
La explosión de aplausos lo regresó en sí y por fin pudo moverse del lugar donde había quedado congelado. Hizo una retirada estratégica a la cocina, donde dejó la bandeja que había estado cargando y tomó un segundo para respirar. Su corazón latía como caballo desbocado en su pecho. Necesitaba tranquilizarse para poder salir, no quería que fuera tan obvio el efecto que había tenido Miguel en él.Cuando por fin logró volver a la normalidad decidió salir, sentarse con sus amigos y felicitar sinceramente al músico. Lo que no esperaba era casi chocar con Miguel al abrir la puerta y encontrar su cara a tan solo unos centímetros.
–¡Hiro! ¿Te gustó? –preguntó con mucha emoción.
–S-sí, mucho. Eres muy bueno –le dijo mientras volvía el color a sus mejillas–. Me gustaría escucharte cantar otra vez.
–Cuando quieras –le dijo con una bella sonrisa–. Tú solo pídelo.
Miguel entró a la cocina para guardar su guitarra y seguir con su turno, sin saber el caos que había dejado en la mente y el corazón del japonés.
Hiro ya no podía ignorar que lo que sentía por Miguel no era puramente atracción. Probablemente nunca fue algo tan sencillo como eso. Lo que él sentía por el mexicano iba mucho más allá de lo físico. Lo asustaba mucho la idea de que alguien pudiera tener este efecto en él pero al mismo tiempo sentía una gran emoción florecer en su pecho. Quería pasar las tardes con él, tomar su mano, escucharlo cantar y saber todo sobre él. Hiro tenía que admitir que le gustaba mucho Miguel y que le gustaba desde hace ya un tiempo. Incluso se atrevería a decir que se estaba enamorando perdidamente de él.
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