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Prólogo

En medio de una oscuridad penetrante, resplandeció un chispazo de luz.

La gran estancia del otro mundo, antesala del reino de los muertos iluminó su infinita extensión en medio de reflejos de cristal, suelos como un interminable espejo pulido hacia el horizonte y techos como diamantes negros se perdían hasta donde llegaba la vista. Cuando la luz se extinguió delante del trono de vidrio negro, único mueble de la irreal estancia, las dos únicas figuras vivas que se encontraban en su interior seguían paradas frente a frente.

Tú y ella. Por fin.

Tomaste aire sin quitar la vista de tu adversaria: Nunca te habías enfrentado a un oponente tan poderoso. Sin embargo, estabas tranquila.

Ya conocías el final de la historia, después de todo.

—Si ya sabes que no puedes matarme, deberías dejar de intentarlo, demonios —Murmurasre afianzando el agarre sobre tu arma—. ¿Cuánto ha sido? ¿Quince años? ¿Quinientos? La asquerosa sed de poder solo te ha degradado hasta convertirte en esto, bruja: hazme caso y termina tu existencia con dignidad. Nadie merece fundirse en su propia avaricia hasta la desesperación, ni siquiera tú, así que, por tu bien, ya deja todo este maldito teatro por la paz e integrate en la rueda de la reencarnación. ¡Solo acepta la segunda oportunidad y evítanos la pena!

—¡Nunca!

Y te atacó con una fuerza brutal.

Con un movimiento peligrosamente bello agitó la naginata que llevaba en las blancas manos, buscando cortarte la cabeza. La detuviste con un revés de tu espada, y el colmillo forjado en acero místico apenas lo resintió, frío y poderoso, como el ser de quien lo habías obtenido. Tú tampoco sentiste que bloquear su ataque repercutiera en ti, ni en el agarre que mantenías sobre tu arma.

—Por favor, no seas tonta, tú sabes que voy a derrotarte —Tú burla sonó extenuada. Quizá llevaban una completa eternidad combatiendo en esas salas ajenas al tiempo—. Te estoy ofreciendo la oportunidad de no destruir tu alma, y es más de lo que te mereces luego de hacerme toda esa mierda por tantos años.

—Voy a matarte —Siseó, con los ojos como rubíes desorbitados en sus cuencas.

Por fin, sentiste perder la paciencia.

—Ay, por todos los infiernos: ¡entonces jódete y métete mi misericordia por el culo! ¡Voy a matarte de todos modos y lo voy a disfrutar!

En tus manos doloridas, la sangre chorreó a borbotones cuando apretaste el agarre sobre la empuñadura de tu espada, forjada a partir de los colmillos de aquella persona. Buscaste energía en tu interior, pero había poca; tu bestia interior estaba fuera de combate, y todas tus armas y tu poder parecían haberse drenado con las heridas que te cubrían entera. Atacar ahora sería una imprudencia de campeonato.

En todo caso, nunca habías sido una persona prudente.

—¡Vete al infierno de una maldita vez! —Tu grito hizo ecos en la habitación de cristal.

Saltaste hacia tu oponente. El acero de sus armas gritó, la fuerza de ambas como criaturas divinas causó otro destello de luz y toda la infinita estancia se retorció desde sus entrañas: una bomba atómica había hecho explosión allá donde sus filos se encontraban, y todo el vidrio que las rodeaba saltó en pedazos.

—Ríndete, joven dama del oeste —Dijo la mujer ante ti, tan cerca que su olor a infierno quemó tu nariz, y el frío de su piel sin vida pareció envolverte—. Estás condenada. Haré mío este mundo, devoraré todo de él, y seré la máxima deidad: ¡Seré la vida y la muerte! ¡Devoraré a tu amado Señor, así como devoré el alma de esa niña, y a ti te convertiré en mi esclava por toda la eternidad!

Una abrumadora sensación de molestia te embargó, y frunciste el ceño.

—¿Es que nunca te cansas de decir estupideces? Me molestas. Tu voz es repugnante y me da asco de solo oírla. Simplemente cállate de una vez —Tu voz pareció crecer cuando diste un paso al frente, y la hiciste retroceder—. No podrás tomar el control sobre el mundo de los vivos, igual que no pudiste devorar el alma de Rin. Sesshomaru ha destruido a tu guardian del infierno y al hijo que fuiste a parir: las almas que habías coleccionado, todas ellas, fueron liberadas por su Colmillo Sagrado y ahora solo queda destruirte a ti para darle fin a todo esto. No seras tú quien me quite mi felicidad, ¿oíste? No con todo el poder que tengo ahora, ¡nunca volverás a tocar a mi amada familia!

En tu interior comenzó un incendio incontrolable.

—¡Tú sola no podrás contra mi! —Respondió—¡Yo estoy más allá de los cuatro señores Cardinales, y frente a mi, tú y tu amado Sesshomaru no son nada!

Giraste la espada, y el filo demoníaco abrió un grueso tajo en la carne fría de la mujer, polvo negro en vez de sangre se regó sobre el cristal destrozado, y cuatro dedos cayeron como trozos de roca a tus pies. Valió la pena abrir de esa manera tu defensa, o eso fue lo que pensaste cuando apenas fuiste capaz de percibir el dolor de la herida que abrió en tu hombro, porque estabas demasiado satisfecha con la mutilación que le hiciste.

—Quiero verte levantar esa lanza tuya sin dedos, bruja —Te burlaste, soltando una mano de tu empuñadura y poniéndola sobre la herida en tu hombro.

La sangre caliente lanzaba vapor blanco en medio de la oscuridad, y la joya blanca con forma de lágrima que llevabas sobre el pecho, comenzó a brillar como una estrella.

La mujer de cabellos como lenguas de fuego se giró lentamente.

Su mano, como hecha de porcelana rota, se desmoronó ligeramente mientras se sujetaba del mástil de su arma con el dedo que le quedaba, y la volvía a levantar como si nada.

Ibas a decir un chiste malo acerca de ello, pero te detuviste.

El hermoso collar del que nunca te separabas comenzó a calentarse y a vibrar sobre tus clavículas, mientras la luz blanca que irradiaba se hacía intensa como la de la luna llena. La espada en tu mano y la joya en tu pecho comenzaron a palpitar, con fuerza, impetuosas, como un corazón vivo... Uno que conocías muy bien.

Y de pronto todo estaba bien. Te sentías bien otra vez.

—... Él... —Murmuraste. Había calidez en tu pecho, y todo el dolor se disipó, como si te hubiera envuelto en su cálido abrazo. Las lágrimas quisieron llenar tus ojos—... Él está preocupado por mi...

No te importó que la hechicera pudiera oírte. Estabas demasiado concentrada en esa maravillosa sensación de bienestar.

Y luego la volviste a oír.

—Quedará destruido cuando no vuelvas a su lado nunca más: ¡lo haré pedazos!

Una creciente molestia comenzó a germinar dentro de tu pecho. Sin embargo, el bienestar que transmitía tu joya a través de la marca era suficiente como para apaciguar tu impetuoso espíritu de combate.

—Aunque muera, él va a estar orgulloso por saber lo fuerte que soy —Volviste a sentir el ardiente roce de su abrazo a través de la energía de tu collar—. Voy a destruirte, y él va a estar orgulloso de saber que me volví más fuerte que la muerte en persona: ¡Sesshomaru sabrá que su compañera se convirtió en una Diosa, y me recordará para siempre!

Pensaste en él, y los recuerdos que llegaron a ti fueron cálidos como el brillo de sus ojos, poderosos como la energía de su cuerpo, y fuertes como el agarre de sus manos. Sonreíste al pensar en el ardiente tacto de su piel en la tuya, y un nuevo ímpetu de energía te hizo sobreponerte a la sangrante herida de tu hombro.

No estabas sola. Era lo que él quería decirte a través de la marca que los unía.

No volverías a estar sola.

—Cuando acabe contigo, lo convertiré en mi mascota —Oíste decir a la hechicera.

Sin dejar de sonreír, abriste los ojos.

—Te dije que cerraras la maldita boca —Escupiste de golpe—. ¿Qué parte de que tu voz me molesta no se entiende? Solo muérete de una vez.

Pusiste dos dedos sobre la joya de tu collar, y cerraste los ojos.

Tu cuerpo lastimado se llenó de una energía apenas perceptible que pronto se convirtió en un radiante destello plateado, cuyo reflejo te envolvió entera y se reflejó en todo el vidrio destrozado de la infinita habitación. Cuando la luz se extinguió, y abriste de nuevo los ojos, éstos se habían vuelto dorados.

—Sí, voy a matarte —Informaste, sonriendo para mostrar los colmillos largos, y pasándote una mano por el cabello convertido en hilos de oro blanco—. Ahora sí: voy a patearte el culo por todo lo que me has hecho.

—¡La joven Señora del Oeste nos muestra al fin su aspecto demoníaco! —Se burló con una enloquecida sonrisa llena de colmillos como agujas—. ¡Quiero ver de lo que eres capaz, esposa de Sesshomaru!

Su grito de burla te pareció extremadamente molesto.

—¡Solo yo puedo llamarlo por su nombre, perra!

Y te giraste con la espada convertida en una ráfaga de luz blanca. Un estallido inmenso, que podría haber devastado la mitad del planeta de haberse encontrado en él, destruyó la misma realidad, y en medio de la calidez de tus recuerdos, te pareció sentir cómo tú cuerpo se hacía trizas.

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