Fuego.
Te rodeaba, devoraba todo, consumía aquello que tocaba, y hacía daño.
Había fuego alrededor, la casa en llamas estaba a punto de colapsar. Aquel antiguo palacio en los suburbios de Tokio se sacudía en sus calcinadas entrañas, luchando con cada una de sus tablas derruidas por no desplomarse sobre los ocupantes que seguían atrapados dentro.
Tú y tus hermanos estaban ahí.
La menor, Queen, de cinco años, había quedado atrapada debajo de la litera que compartías con tu hermano mayor, Káiser, y estaba envuelta en llamas. Tú, con diez años, luchabas inútilmente por ayudarla a salir. Te sujetabas con ambas manos de la baranda metálica de la cama, tratando de levantarla, pero la superficie al rojo vivo te estaba derritiendo la piel que se te escurría a cuajos mezclada con la pintura fusionada.
—¡Ayúdenme, por favor! ¡Duele! ¡Auxilio! ¡Auxilio!
Queenie chillaba, envuelta en llamas. Se moría. Se quemaba viva con medio cuerpo aprisionado. Sus preciosos ojos marrones derramaban gruesas lágrimas que se evaporaban en sus mejillas mientras su cabello negro ardía sin control y la carne de su espalda y piernas se achicharraba.
El olor... Carne... Piel... Grasa... Era un aroma demasiado... Real.
Tu hermano mayor, Káiser, de once años, se había lanzado a la puerta, y la golpeaba tan fuerte como podía para salir. Era inútil. Aunque se trataba de una puerta corredera antigua, en el exterior el techo se había derrumbado y obstruía su salida.
Los gritos, las llamas, la desesperación y el llanto, todo te abrumaba, los sentidos te estaban fallando.
Necesitabas ayuda.
No eras más que una niña pequeña, pero no querías rendirte aún, porque sabías que, de hacerlo, tu hermana moriría.
—¡Papá! —Gritó Káiser cuando la pared de la derecha comenzó a vibrar, siendo golpeada desde el otro lado con violencia—. ¡Papá, sálvanos! ¡Mi hermana quemó la casa! ¡Ayúdanos!
Lloraste con la piel quemada de las manos adherida al metal de la baranda, con el olor dulzón y grasoso de tu propia carne al cocinarse mezclado con el de todo el resto del edificio. Ni siquiera eras capaz de pensar.
Que todo estuviera bien.
Que tu hermanita estuviera bien.
Que el dolor se detuviera.
Era lo único que querías, un deseo de cumpleaños, una súplica, un desesperado grito de auxilio que nadie parecía escuchar.
Terror y desesperación mezclados.
El dolor de tus quemaduras se hizo terrible, la tela de tu pijama se había comenzado a derretir sobre tu piel, y ya no eras capaz de abrir las manos para soltar la cama, aunque quisieras. Todo el ruido, todo el miedo, todo el horror y la desesperación ligadas a tu agotamiento, por fin te superaron, y tu cuerpo llegó a su límite.
Tus pequeñas rodillas cedieron y golpeaste el tatami cuando no pudieron soportar más tu peso.
El suelo bajo tus pies se desmoronó por el impacto dado sobre la madera quemada y de inmediato se abrió un boquete, al mismo tiempo que tu padre lograba derribar la pared lateral, de modo que en el mismo acto todo el nivel cedió. Queenie chilló horrorizada mientras su cuerpo golpeaba la planta baja del edificio y sobre ella aterrizaba nuevamente la cama de doble nivel junto a todo su peso. El crujido de sus pequeños huesos al ser destrozados fue tan claro que se sobrepuso a todo el ruido que hacía el edificio calcinado al derrumbarse, e incluso al de tu propio pecho desgarrado cuando un pedazo de madera te atravesó con toda la fuerza de tu caída y brotó por tu espalda.
Jamás olvidarías el despojo de carne desfigurada que era tu hermana mientras se asomaba entre la terrible oscuridad medio despejada por las brasas apenas ardientes de los escombros, el color blancuzco de los ojos hervidos dentro del cráneo, el rostro antes hermoso convertido en una grotesca máscara de carne chamuscada y escurrida sobre la blanca calavera expuesta por partes... ni el sonido ahogado que escapaba por el hueco negro de la boca, cuyos labios habían sido quemados hasta desaparecer.
—... hermana... —Quisiste interpretar el ruido que escapaba de aquella boca en medio del silencio de la muerte que parecía envolverlas.
Y quisiste contestarle.
Trataste de hablar, de llamarla, de hacer que supiera que aún estabas ahí, pero no pudiste. El pedazo de madera atravesando tu pecho no te dejaba hablar: a su paso había hecho trizas carne y huesos, y la sangre de ese impacto te llenaba el interior, ahogando completamente tu voz. Apenas podías respirar, ya no decir formular palabra, y presa de la desesperación boqueaste como un pez fuera del agua ahí empalada como estabas, solo logrando que la sangre que te inundaba el pecho subiera por tu garganta y escurriera por tu boca. Queenie desesperó en medio de su agonía y luchó porque su cuerpo destrozado se moviera debajo del peso que la aplastaba, llorando a las puertas de la muerte mientras con su último aliento llamaba a su hermana mayor, asustada, sola, ciega e incapacitada incluso para sentir dolor... y tú no fuiste capaz de llamarla de regreso.
Ahí, inmóvil y ahogándote con tu propia sangre, la viste morir. Jamás dejó de buscarte en medio de su agonía, y sentiste la brisa fría de la muerte acariciar tu pecho cuando creíste que tú también ibas a morir. Tu cuerpo no fue capaz de drenar la sangre que se había colado a tus pulmones y finalmente ya no hubo espacio para el aire en su interior, ni fuerzas en tu cuerpo malherido para obligarte a toser, así que tus ojos terminaron por cerrarse.
"No, aún no es tu hora. Tu tiempo aún no llega... No. De hecho, aún no llegas a él"
Escuchaste la voz de una mujer antes de dejarte arrastrar por el llamado del otro mundo. Era suave, como terciopelo en medio de la oscuridad, y ahí debajo de los escombros la sentiste acariciarte las mejillas. Luego te besó la frente, y todo rastro de dolor o malestar te abandonaron. Gracias a ella no moriste durante las cuatro horas que los bomberos lucharon por terminar de extinguir el incendio y encontrarlos debajo de las ruinas. Sin embargo, años después habrías rogado porque hubiera ocurrido lo contrario.
A la mañana siguiente, en todos los periódicos de Tokio se leyó la siguiente noticia:
"... MANSIÓN TOSHIKAZU SE DESPLOMA. MAGNATE MUERE JUNTO A SU HIJA MENOR: SE INVESTIGA A LA ESPOSA POR PRESUNTO FRAUDE PARA COBRAR EL SEGURO... "
Afortunadamente, y contra cualquier pronóstico, la mayor parte de los integrantes de la familia salieron bien parados del incidente.
Tu madre, que había estado fumando en el jardín trasero cuando se inició el siniestro, no recibió una sola herida y tuvo tiempo suficiente de pedir auxilio, mientras tu hermano mayor apenas había recibido un par de fracturas y una quemadura mayor en un brazo, de la que se recuperó en pocos días. Muy a tu pesar, tu situación había sido mucho más ventajosa a pesar de ser la más lesionada de la familia (de lo que quedaba de ella). Tenías quemaduras terribles en los brazos y las manos, al borde de que casi perdiste los dedos, y estuviste hospitalizada poco más de un año para reconstruirte el pecho y su interior. Había un agujero de dieciocho centímetros de diámetro justo debajo de tus clavículas, que abría un boquete tremendo hasta tu espalda por donde brotó el pedazo de madera que te había empalado. Eso, sumado a las múltiples fracturas y las quemaduras ya mencionadas, era el indicativo más claro de que tu vida estaba al borde del abismo cuando llegaste al hospital aquella madrugada.
Durante ésta, los médicos lucharon por sacar de tu pecho el pedazo de madera que brotaba por tu espalda. Fueron necesarias veinte horas en el quirófano para lograrlo, y durante ellas estuviste clínicamente muerta dos veces cuando tu corazón cedió ante la carga de trabajar parcialmente destrozado. Un precio bajo por salvar una vida, dirían algunos mientras te recuperabas, diecinueve días después, conectada a una máquina que suplía buena parte de tus funciones vitales, y un año después, cuando por fin fuiste capaz de hablar tras la regeneración de tus cuerdas bucales desgarradas.
"Un precio bajo por salvar una vida"
Pasados algunos años reirías amargamente por tremenda estupidez. Al fin y al cabo, no recordarías gran cosa de ese tiempo tras salir del hospital, y solamente te quedarían trazas de recuerdos borrosos que se deslizaban entre tus sueños cuando intentabas dormir.
El más vívido de ellos, era el de una mujer. Hermosa, y vestida de manera antigua, te miraba en medio de un inmenso campo de cerezos en flor rodeada por un huracán de pétalos en una salvaje danza, sosteniendo con su cuerpo a una una serpiente enorme.
Su voz... aun la recordabas como si no hubiera sido un sueño. Una voz grave y hermosa, llena de una serenidad que nunca habías escuchado, te llamaba por tu nombre en medio de la bruma:
"Himeko... Un nombre indigno para una reencarnación... "
Y mientras el huracán de flores de cerezo se hacía más violento, su imagen desaparecía y te dejaba a solas con su eco en medio de una total negrura:
"Mi nombre es Tsubaki."
Según el cirujano en jefe, debiste morir a los pocos minutos de haberse colapsado el edificio, igual que lo había hecho tu hermana menor.
Quemaduras a lo largo de los brazos, las manos casi completamente desfiguradas; ambas clavículas rotas en varias partes, un agujero de dieciocho centímetros por el cual la tráquea resultó seriamente dañada y como consecuencia de ello las cuerdas bucales terminaron gravemente afectadas. Eso, sin contar las costillas prácticamente hechas pedazos, el daño en el esternón, la sangre que entró por la aberturas en el tejido de los pulmones, y las catorce piezas de acero que sirvieron para volver a darle forma a tu estructura ósea. Sí, debías estar muerta, pero no lo estabas, y cuando saliste del hospital no te atreviste a contar a nadie lo que había ocurrido aquella noche, ni siquiera cuando tu hermano mayor convenció a todo el mundo, incluida tu madre, de que la causante del fuego que arruinó tu vida, fuiste tú.
~❀~
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro