Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Epilogo

Fantasma

Una de las cosas más difíciles que he hecho, en mi vida, fue  tener que vestir su frío cuerpo para ponerlo en el féretro. Recuerdo que busqué sus mejores ropas y los zapatos menos gastados que él guardaba. Pese a su estado Dai siempre lucía muy elegante y así tenía que partir. No podía verlo de otra manera. El azul era un color que le quedaba muy bien, pero yo preferí vestirlo de negro y gris no sé porqué. Peine su cabello con mucho cuidado y hasta le coloqué unas gotas de perfume de esa fragancia cuyo recipiente metí entre mi ropa, para llevarme algo suyo, para sentirlo cerca en las noches heladas. Me tendí junto a su cuerpo en aquella cama y permanecí junto a él varias horas antes de que llegara la funeraria a retirar su cadáver.

Dejé la casa tres días después del funeral. Nadie llegó allí como nadie lo hizo el cementerio. Pude haberme llevado todo lo que hubiera querido, aunque realmente no había algo que llevarse. Cuando estaba cerrando la puerta de esa solitaria casa me alcanzó un hombre que se identificó como el abogado de Dai. Me invitó a su despacho diciendo tenía algo muy importante que hablar conmigo. Fue así que me enteré de que antes de morir Dai había hecho un testamento dejándome todas sus propiedades restantes y reconociendo la paternidad del hijo en mi vientre por lo que el niño, de nacer, podría llevar su apellido. Quedé pasmada. Hasta ese momento yo no sabía que estaba embarazada. Cómo lo supo él es una pregunta que jamás tendría respuesta. Por qué no me lo dijo y por qué no peleó por quedarse con nosotros, fueron otras interrogantes que cayeron en el silencio abismal de la muerte sin hacer eco, sin hacer ruido. Más allá de experimentar una tremenda sorpresa no supe como sentirme. Volví a esa casa y allí me quedé varias semanas.

Una vez corroboré el embarazo me sentí un poco asustada. Estaba sola y en mi vientre una vida se formaba esperando llegar a unos brazos fuertes que le ampararan, que le guiaran y que le amaran incondicionalmente. Un niño. Un hijo mío y de un fantasma. Porque Dai no se había ido, él guía en esa casa. Podía sentirlo, a veces, como un suspiro, como una tenue fragancia que encontraban flotando en los pasillos, como una mirada anhelante que me erizaba la piel haciéndome voltear a ver sin encontrar nada. Dai estaba ahí, entra a las paredes de esa casa, y aunque admito en un principio era escalofriante saber que un espectro me observa, con el tiempo se volvió agradable y la soledad se hizo menos inmensa.

Pero no podía permanecer en esa casa. Era demasiado grande y costaba muchos impuestos mantenerla. A los cuatro meses de embarazo decidí venderla. Fue cuando dejé de sentir su presencia y creí mi decisión lo había ofendido por lo que había decidido seguir el sendero de la muerte, hacia aquello que nos aguarda más allá de ella, pero me equivoqué. Él no se había marchado. Posiblemente se retiró para digerir la noticia de que esa morada de piedra no sería más su residencia. Se mudó conmigo a esa otra casa más pequeña. También de su propiedad, pero en otra tierra. En una más fértil, más luminosa más ajena a la pena. Un sitio que, como muchos otros, olvidó visitar cuando vivía.

La casa también era de dos niveles. Arriba tenía dos cuartos más un amplió baño, abajo estaban la sala y la cocina que contaba con una larga ventana  que miraba a la campiña. Los muebles estaban cubiertos por sábanas que a su vez eran cubiertas por polvo y telas de araña. Me tomó varios días dejar ese sitio limpio, quitarle el aroma a estancado y decorarla para el próximo recién llegado. Allí viviría un niño. La casa tenía que tener esa gracia tierna que tienen los infantes. La presencia de Dai comenzó a manifestarse de formas diferentes a las de antes de mudarnos. A veces, a mitad de la noche, sentía los dedos de su mano entre mi cabello o el peso de un cuerpo ligero sentarse en la rivera de mi cama. En ocasiones, cuando las ventanas estaban cerradas, las cortinas de encaje bailaban sin que hubiera habido brisa dentro de esa casa. Había oportunidades en que escuchaba sus pasos tras los míos o bien adelante, siempre a un metro de distancia. En en una ocasión, al filo del alba, cuando por el insomnio que padezco bajé a la sala en busca de un libro, en lo que dura un parpadeo pude verlo sentado junto a la chimenea. Ocupando el sofá de alto respaldo que puse ahí de manera intencional, debido a que sabía muy bien lo mucho que le gustaba descansar en esos muebles. Me miró, fue un instante, pero me miró y casi creo que sonrío también, sin embargo, no estoy segura y no lo volví a ver. Mas si asentir. Siempre lo pude sentir.

Después de haber vendido la enorme casa de Dai hice lo mismo con otras de sus propiedades, conservando solo la que usaba como residencia y otra en una ciudad un tanto lejana que puse en renta. El dinero que gané con con las ventas lo puso en el banco y el que obtenía de la otra morada me sirvió para vivir holgadamente lo que duró mi embarazo. Tuve un parto prematuro a los siete meses. Mi niño fue recibido por una partera. Todo sucedió de una forma peculiar. Desperté en la mañana sin ningún malestar, pero a mediodía mi habitación se inundó del perfume de Dai. No hacía frío y los vidrios se congelaron. Algo iba a suceder. Él me lo estaba advirtiendo y tuve la corazonada de que mi niño iban a hacer, así que salí en busca de ayuda y un hombre, que pasaba por la calle, me llevó con aquella mujer. A las siete de la tarde de un once de noviembre nació Alisier. Sus ojos eran los ojos de su padre.

Al tratarse de un niño prematuro el cuidado hacia él tuvo que ser particularmente especial. Lo realice en casa. No quise que se quedara solo en un hospital. Fue un bebé muy tranquilo. Apenas lloraba y en ocasiones lo encontraba balbuceando, juguetonamente, mirando algo que yo no podía ver, pero sabía estaba ahí. En más de una ocasión, cuando dormía junto a
Alisier, sentí que Dai estaba con nosotros. Tendido en la cama del otro lado del bebé. Casi que podía sentir su mano sobre la mía que reposaba en la espalda del niño. A veces cuando hacía frío nos abrigaba una tibieza como la que expulsa un suspiro. Cuando había ruido súbitamente la habitación se silenciaba como si el mundo no pudiera cruzar las paredes ni la ventana. Había momentos en que sentada en la cama me daba la sensación de que Dai me abrazaba por la espalda y se asoman por encima de mi hombro a ver la cara de su hijo. Alisier reía como si le estuvieran haciendo señas graciosas y yo me sentía en calma.

Nunca estuve sola. Es ninguna forma. De sutiles maneras, Dai me advertía del peligro me cuidaba y cuidaba a nuestro hijo, pero también... Algunas noches, cuando Alisier estaba en su cuna, en la hora más silente él me visitaba. Era como un viento helado que se posaba sobre mí erizando mi piel, soplando en mi cuello, bajando entre mis pechos, extendiéndose como un canal de agua por los senderos de mis miembros. Aunque tenía frío, sudaba. Los extremos de mis pechos se abrían como botones de rosas acelerados en el tiempo y la humedad brotaba de mi manantial mientras ahogaba los gemidos tras mis dientes, apretando las sábanas entre mis manos que deseaba abrazar ese fantasma que se retiraba solo cuando estaba satisfecho.

Los años fueron pasando. Poco a poco Alisier se iba pareciendo más a Dai. Eran prácticamente idénticos genéticamente solo aporte el color de la piel. Nunca lo peine como su padre por temor a encontrarme con su rostro, así que dejaba a mi hijo correr con sus rizos blancos al sol. Era callado, prefería jugar solo, pero nunca se le veía triste. Era curioso y muy intuitivo. A los cinco años me dijo que había ocasiones en las que sentía que alguien lo estaba observando.

-No sé quién es, pero siempre está ahí... mamá.

-No le temas- le dije- Es tu padre...

-Él murió antes de que yo naciera ¿verdad?

-Murio si, pero nunca se fue. Está aquí. Mas no debes molestarlo.

Alisier me miró y no supe si me creyó o sabía más de lo que yo creía. Eso también lo heredó de su padre. El esconder también sus sentimientos, sus pensamientos e intenciones que era un misterio andante. Sin embargo, desde ese día no fue raro verlo hablando solo o leyendo en voz alta. Cuando cumplió siete años, una tarde, Alisier me trajo un ramo de amapolas rojas y dijo con voz cándida:

-Son de mi padre- me las dio y volvió al jardín.

Solo sucedió dos veces más, pero era un tanto desconcertante. Nunca quise averiguar si Dai se comunicaba con él de alguna forma o solo fue un gesto de parte de mi hijo que sabía yo extrañaba mucho a su padre. Lo que entre ellos pasara era como lo que pasaba entre él y yo, un secreto donde no nos íbamos a meter.

Para cuando mi hijo tenía diez años conocí a un hombre que me cautivó. Hacia una década que no experimentaba sentimientos por alguien que no fuera Alisier o Dai. Fue una experiencia muy estremecedora porque de alguna manera sentía que le estaba faltando a ese fantasma que me rondaba. Pero el sentimiento que surgió entre ese hombre y yo era real e intenso. Él era de carne y hueso, capaz de saltar todos mis ánimos con un toque, con una palabra. Su presencia alejó a la de da Dai y eso me dolió bastante. Estaba habituada a sentirlo, a respirarlo, a percibirlo en todas partes. Sin embargo, ese hombre acabo por apartarlo por completo una tarde en que llegó a mi lecho para calentar mi carne. Mas Dai seguía ahí. Cerca de nosotros cerca de mi hijo mas no de mí.

Mi corazón se angustiaba con su ausencia, temía haberlo ofendido y a una noche le hablé. Le hablé a la casa, le hablé a la nada, le hable a los rincones oscuros buscando su respuesta.

-Estoy viva- le dije- ¡Estoy viva!- le grité.

La casa se sacudió por completo. Fue como un temblor, casi un terremoto. Alisier llegó corriendo junto a mí. Me abrazó con fuerza. Estaba asustado. Lloraba y no era algo usual que él llorase. Pronto entendí que en realidad estaba triste porque eso no era un temblor, sino una partida. Dai se fue. Después de diez años muerto, finalmente dejaba esta tierra.

Esa noche me quedé con mi hijo durmiendo en su cama. E imaginé en silencio que Dai, a donde fue, estaba rodeado de sus demás acólitos. Esos que tuvieron que dejar este plano prematuramente y cuya ausencia él resintió su vida entera. Todo tiene un tiempo y un lugar. Dai no podía estar más con nosotros. Él estaba muerto nosotros vivos, teníamos que vivir.

Seis meses después me casé y a ese hombre le parí un hijo. Alisier tuvo un hermano al que quiso muchísimo. Fui feliz. Muy feliz, pero admito que en mi corazón siempre hubo una sombra. No una oscura ni maligna. Solo una silueta furtiva entre los recovecos de mis sentimientos. Mi marido se dedicaba administrar empresas de manufactura, yo me convertí en una ama de casa que ocasionalmente incursionaba en el arte con esporádicos éxitos. Mis hijos estudiaron. Alisier pareció haber olvidado las experiencias de su infancia con el fantasma de su padre. Era muy parecido a él después de todo y también a mí, por lo que su actitud era natural. Su hermano, en cambio, era más sensible, pero se llevaban muy bien. Juntos, una vez graduados, partieron al extranjero. Pero allá separaron sus caminos. Alisier siguió la senda de la política llegando a ocupar un alto puesto en aquel país. Su hermano se dedicó a las letras convirtiéndose en un célebre escritor. Él se casó primero y me dio dos nietos. Alisier no tenía prisa por contraer matrimonio. Se enfocó en su carrera, pero siempre tenía tiempo para mí. Para enviarme una carta que yo leía por las tardes, cuando me parecía que las sombras eran fantasmas y la soledad de mi estancia, tras la muerte de mi esposo, se hacía menos dolorosa. Él se fue a raíz de un cáncer. Lo lloré mucho y lo extrañé, pero no como a Dai.

Una tarde mientras leía de Alisier un telegrama, en la sala, junto a la chimenea recordé un viejo poema. No sé porqué evoque esos versos en ese instante. Mas al apartar mis cansados ojos del papel, a unos metros de mí, encontré a Dai. Se veía tan nítido y sólido como aquella vez que se desplomó ante el fuego de su casa. Sonreía gentil y distante, tenía las manos en la espalda, vestía un traje negro y gris que pareció pintarse de azul al fulgor de una luz que no supe de dónde provenía. Todo quedó en silencio y quieto ante su presencia. Lo miré por largos minutos pensando que estaba soñando, pero no era así.

-Y vendrá la muerte- me dijo con ella voz educada y serena que yo recordaba. Extendió su brazo hacia mí de un modo elegante y espero.

-Y tendrá tus ojos- respondi cuando reuní el valor.

Siempre supe que la mirada de mi muerte tendría las pupilas violetas.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro