Epílogo
Mi nombre es Sorrento Wagner. Nací y crecí en Viena, en Austria, y es dónde resido hasta la fecha.
Soy como cualquier Omega austriaco, ya saben, piel blanca, en mi caso ligeramente bronceada por el sol, cabellos lilas, ojos rosados... Nada que me destaque del resto de la población, a excepción quizás de mi estatura levemente por debajo del promedio de mi país natal, llegando apenas al 1.70, eso y mi complexión sumamente delgada. En fin...
A simple vista soy como todos, pero tengo un pequeño secreto. ¿Alguna vez escuchaste la leyenda japonesa del hilo rojo del destino?, ese hilo atado al meñique de todas las personas y que las une con el amor de su vida, su alma gemela... Ese hilo que se puede estirar, tensar, enredar, pero nunca romper, y que es invisible para los ojos humanos.
Bueno, desde que tengo memoria, he podido ver esos hilos. Siempre están en todos lados, dónde sea que vaya: mi cocina, el baño, en la calle, en el trabajo...
Una capacidad que siempre me trajo bastantes problemas. Mis padres creyeron que padecía algún tipo de trastorno mental. No les extrañaba tanto, tomando en cuenta que en la familia de mi madre habían existido un par de casos, y en la de mi padre un número considerablemente de Deltas, pero las pruebas nunca arrojaron nada fuera de lugar. Así que llegaron a la conclusión de que simplemente tenía una imaginación muy activa, y con el tiempo cesaría.
A los 7 años supe de la leyenda y que soy de los pocos humanos que nacen con el don de ver los hilos.
Conforme fuí creciendo, entendí que mi don no era algo que pudiera compartir con el resto, ya que me tomarían a loco. Así que decidí callarlo.
Cualquiera diría que soy afortunado de tener este don, ya que si puedo verlos, significa que puedo encontrar a mi alma gemela sin esfuerzo, ¿no?
Pues, no. De hecho, no es así. Lo primero que noté desde pequeño, es que no tengo uno de esos hilos en el meñique.
Vaya ironía, ¿no? Poder ver los hilos de los demás, pero no poseer uno.
Jamás había visto a otra persona con la misma condición que yo. Todos poseen un hilo, aunque la mayoría termina con quién no le correspondía.
Con el tiempo llegué a la conclusión de que mi misión era ayudar a las personas a encontrar a su destinado, a cambio de no poseer uno yo.
No siempre lo conseguí, pero cuando lo he logrado, esas personas han sido sumamente felices juntas.
Creí que ese era mi destino, ver y repartir amor, pero nunca tenerlo yo... Hasta que por asuntos del trabajo, llegué a Santorini, en Grecia, y finalmente, ví a alguien igual a mí.
Kanon, un Alpha griego de cabellos azules como el mar, y ojos tan verdes como el jade, que conocí de casualidad, cuando chocamos de bruces en el ascensor.
Descubrí que él también puede ver los hilos, pero al igual que yo, no poseía uno. Con el tiempo, nos hicimos cercanos. Quizás por el hecho de que no somos tan diferentes, y podíamos entendernos mutuamente.
Él resultó ser mucho más de lo que desearía en una persona: seguro de sí mismo, centrado, frío, calculador y meticuloso cuando hacía falta, pero también apasionado, amable, optimista, solidario, honesto y algo bromista cuando había momento de serlo.
Creo que finalmente comprendimos que somos libres de elegir nuestro destino. No estamos condenados a la soledad ni a la infelicidad, y a veces, terminamos al lado de quién menos lo pensamos.
El amor viene en todo tipo de formas y tamaños, a veces cuando menos te lo esperas, y Kanon lo es para mí.
¿Cómo estoy tan seguro? Bueno, un día, cuando desperté, precisamente, después de nuestra luna de miel, noté algo inusual en mi meñique izquierdo: un hilo. Pero no era rojo como todos los demás, era dorado.
Y es Kanon quien tiene el otro extremo.
Ambos entendimos finalmente, que no hay nada de malo en amar, aceptar ser amado y ser quien eres. No hay reglas escritas para el amor, y éste viene en distintos colores.
Después de todo... Si nada nos salva de la muerte, entonces que al menos el amor nos salve de la vida.
Ahora, después de pasar casi toda mi vida creyendo que jamás podría amar a nadie, ni ser amado, permaneciendo como un espectador de la felicidad de los demás, vivo una vida de ensueño.
Hace cinco años que ese hilo dorado, único entre todos los demás, apareció en nuestros meñiques. Aún seguimos haciendo todo lo que podemos para ayudar a personas destinadas a encontrarse, pero también vivimos nuestra propia historia de amor.
No todo es perfecto, de vez en cuando hay desacuerdos y algún que otro malentendido, especialmente desde la llegada de nuestras hijas y los retos que todo eso implica, desde el embarazo, hasta la crianza de esas pequeñas Alphas de ahora tres años. Pero siempre logramos superarlos juntos.
- Papá, ¿por qué el hilo que papi y tú comparten es diferente a todos los demás?
Ambos sonreímos ante la pregunta de Sasha, la mayor de nuestras gemelas. Al parecer, ambas heredaron nuestro don.
- La verdad, ni siquiera nosotros lo sabemos.- Les respondió su padre con una sonrisa, alzandolas en brazos.- Es cómo preguntar porqué personas que parecen agua y aceite comparten hilo, y otras que pueden parecer compatibles no. O porqué nosotros podemos verlos y los demás no.
- Así es.- Asentí.- Hay cosas que simplemente no tienen explicación, y que realmente, no la necesitan.
Sasha y Saori se miraron por unos segundos, y después miraron sus manos. Aún no sabían quienes tenían los otros extremos, y parecen empezar a tener curiosidad al respecto.
- ¿Y si nos pasa como el tío Asmita y el abuelo Aspros?- Cuestionó ahora Saori.
- ¿Que tal si para cuando encontremos a quien tiene el otro extremo, ya está casado con otra persona?
- ¿O si por quedarnos con quién no es, nos pasa lo mismo que al papá del tío Radamanthys?
- ¿O si no nos quiere?
Vaya que estos dos pequeños torbellinos sobrepiensan demasiado las cosas para tener apenas tres años... Pero afortunadamente, tienen dos amorosos padres para abrazarlas y consolarlas.
- Es imposible saber qué va a pasar el día de mañana. Solo miren al abuelo Aspros y mi tío Asmita, no saben que comparten hilo, se casaron con otras personas, pero no son infelices por ello. El abuelo Aspros ama a la abuela Chris, y ella a él. Lo mismo con el tío Asmita, ama a mi tío Defteros, y son felices juntos.- Sonrió Kanon.- En cuánto al papá de Radamanthys, bueno, ya lo ven. Nunca es tarde para volver a intentarlo. A veces la segunda es la vencida.
Sasha y Saori parecieron calmarse con esa respuesta, y ante la oferta de Kanon por ir a comer helado que siguió después, olvidaron por completo el tema, antes de correr al auto.
Sí, Kanon tiene razón. Es imposible saber qué sucederá en el futuro, y hay cosas que están completamente fuera de nuestro control. Pero muchas cosas, incluida la vida misma, no necesitan ser perfectas para ser maravillosas.
Y tú, ¿qué harías si pudieras verlo?
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Pues nada, tengo palabra y lo prometido es deuda. Así que, espero que mis esfuerzos por no morirme de la vergüenza al recordar la anécdota detrás de este fic (contexto en mi tablero de noticias) haya valido la pena y hayan disfrutado la lectura.
Igualmente, si alguien tiene una duda sobre todo este embrollo de hilos y parejas, puede dejarla con confianza y trataré de responderlo.
Por ahí hay un par de personajes que me están tentando a hacerles un mini spin-off para indagar a fondo su historia, pero aún no estoy segura si realmente quiero tomarme el tiempo. Ustedes decidan.
Así que, me despido, no sin antes preguntar:
¿Y tú, qué harías si pudieras ver tu hilo rojo?
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