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∆
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James
Dieciséis años.
¿Cuándo va a dejar de llorar? Cielos…ya lleva media hora así…quiero ir a comer.
Suspiré cansado, con las manos en los bolsillos de la túnica. El llanto de la muchacha rubia ya me molestaba mucho. Intenté dar mi mejor cara al terminar pero comenzó a llorar. Las mujeres eran demasiado complicadas.
Resople cuando hipo de nuevo, no era el tipo que consolaba.
— Lo dejé en claro cuando salimos preciosa, solo era pasajero, nada serio — sonreí de lado.
— Yo…pensé…que…
— ¿Qué me ibas a cambiar? Jajaja, que lindo de tu parte pero yo no funciono de ese modo — le di la espalda — Me voy, ya sirvieron la cena y tengo hambre.
Reí al doblar la esquina y escuchar el tan conocido te odio de parte de las chicas. Pase cerca de uno de los tantos fantasmas del castillo, doble la esquina siguiente antes de entrar por una pequeña puerta.
Quién no conociera el castillo terminaba perdido. Albus siempre se perdía de vuelta a la biblioteca. Al llegar al comedor, todos estaban sentados. Fred me saludó a lo lejos, levanté la mano y un grupo de chicas de primero rieron cuando les guiñe el ojo.
— ¿Cómo te fue cornamenta?
— Que te puedo decir, lo de siempre, llanto, te quiero cambiar y el tan conocido — moví los dedos y mis amigos dijeron.
— ¡Te odio! — imitó Fred con vos chillona.
— Correcto.
Una sonrisa socarrona adorno mis labios, una que la mayoría de las chicas adoraba y suspiraba por ella. A mis dieciséis años me volví todo un rompe corazones en Hogwarts. Ninguna se salvaba y solo tenía unas cuantas reglas.
No enamorarse, un conflicto por el cual terminaba antes de tiempo.
La “relación” solo duraba tres semanas a lo mucho, a menos que me aburriera de ellas.
Debes en cuanto un pequeña sesión de besos a lo lejos, un ocasional…noche de ensueños. Esta regla no era para todas, solo las que me gustaba su buen físico.
Y la más importante, no cambiarme o intentarlo si quiera.
La mayoría de las chicas del colegio conocía mi reputación, solo iba de paso, ninguna relación seria. Dejaba algunas con buenos tratos a otras con malos tragos o en el peor de los casos un llanto insoportable de escuchar.
Rodé los ojos al ver a Albus caminar a mi dirección, después de cuatro años me era difícil acostumbrarme que mi hermano fuera una serpiente. Conocía ese rostro lleno de enojó, la chica con la que termine era compañera suya.
— Ahora no Albus, estoy comiendo.
— ¡No me interesa! ¿Cómo puedes romper el corazón a una persona y comer tranquilo? — mi hermano se cruzo de brazos y Lily se acercó junto a su grupito de amigas.
Los tres por fin estábamos en Hogwarts, Lily y yo en Gryffindor, mientras Albus en Slytherin.
Mis hermanos se metían mucho en mi vida sentimental. Lily me regañaba al jugar con el corazón de las mujeres, y Albus peleaba conmigo cuando me metía con sus amigas o compañeras de casa. No las culpaba, quien podría resistirse a mis encantos.
— ¡Dejen de darme lata los dos! No son mis padres — Fred rio a mi espalda.
— Espero que ella te ponga en cintura — bufo Albus al irse.
— Espero que ella te de una paliza — comentó Lily al irse a sentar lejos.
Ella no sabe nada, nunca me dará lata o me dará una paliza…espero.
A pesar del tiempo, a pesar de no estar a su lado. Mi corazón vibró con su simple mención. Distraído comí, no presté atención a la posible broma de Fred. Estaba impaciente por ir al cuarto, impaciente por leer la carta de diciembre.
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