Clarissa

Nuestro primer mes de novios se acercaba, honestamente no sabía si debía darle algún obsequio. Lo estuve pensando todo el tiempo, tampoco es como si fuéramos a tener mucho tiempo juntos. Era sábado, le tocaba jugar y debía llegar más temprano.

Cosas de chicos.

Me había pedido que fuera al partido, pero tenía un evento escolar. Le dije que si salía un poco más temprano, pasaría a ver aunque fueran los últimos minutos del partido.

Poco antes de que el juego comenzara, nos mandamos unos de los mensajes más cursis que te puedas imaginar. Estaba haciendo todo de prisa para poder ir a verlo, incluso estaba vestida con mi uniforme para ver los partidos. Justo media hora antes de que terminara de jugar, salí de la escuela y corrí a la cancha. En el camino me topé con Guadalupe, la novia de Christian.

Llegamos justo cuando daban por finalizado el encuentro. Como vi festejando al equipo de Daniel, supe que les había ido bien. Ya me estaba acercando hasta donde estaba él, cuando vi que Jess se acercaba a él y lo besaba como yo jamás lo había hecho.

Di un paso atrás, y después otro y así continué hasta que di media vuelta y eché a correr a mi casa.

Así que como yo no iba a ir... ¿le pidió a ella que lo acompañara? ¿Esto había sido un juego desde el principio?

El dolor en mi pecho se hizo insoportable y el aire me faltó. Temí que me desmayaría, en ese momento mi celular resonó. Era un mensaje, de él.

Hola, veo que no pudiste venir, quieres que pase por tu casa?

¿Cómo podía ser tan sinvergüenza? Seguí caminando mientras pensaba en una respuesta.

Los vi, no quiero verte nunca más.

En cuanto el mensaje se mandó, apagué mi teléfono y me esforcé por llegar a mi casa.

Mi mamá supo que algo pasaba con solo verme, pero no podía hablar en ese momento. Solo le dije que no podía hablar con ella, no de inmediato. Y le pedí que no dejara que Daniel me hallara.

Justo como pensé, diez minutos después de acostarme, Daniel llegó a mi casa. Tocó la puerta, llamó por teléfono y gritó hacia mi ventana. Pero no quería verlo, no, no podía verlo.

Ahora solo tenía un día para prepararme.

El domingo seguí con el teléfono apagado y sin salir de mi habitación. Casi no comí y ni siquiera podía escuchar música. Esto no era correcto.

Yo no había hecho nada malo. ¿Por qué la reclusa debía ser yo? Decidí que el lunes sería otro día y me libraría de él.

Ahora sería yo quien no lo vería. Daniel sería invisible para mí.