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Capítulo 5: Blusas y Problemas

   Samantha sonrió satisfecha mientras me soltaba, al escucharme gruñir que solo la acompañaría hasta la puerta de su cuarto.

  La observé tambalearse de un lado a otro, sacando de la parte superior del dintel de la puerta, una tarjeta que deslizó por una ranura de la cerradura, antes de empujar levemente la puerta que nos permitió el acceso hasta su hogar.

  La seguí, después de superar la sorpresa inicial que me provocó el uso de aquella tecnología vanguardista en pleno 1989, y todo se iluminó tan pronto ella tocó el interruptor del pasillo.

  Debía reconocer que su departamento era menos lujoso y espacioso de lo que me lo había imaginado, y que, una joven magnate de la moda y bienes raíces como ella, podía permitirse a sus veintiseis años —aquel complejo de apartamentos era parte de sus propiedades—; pero a pesar de la notable ausencia de más mobiliario del estrictamente necesario, cada espacio de aquella vivienda, de dos habitaciones, irradiaba el aire sofisticado y armonioso que, tanto la apariencia como los gestos de Samantha White, desprendían a cada movimiento. Aunque en ese instante, más bien parecía una foca atropellada en medio del desierto.

   Avancé (o más bien la arrastré a ella) a través del pasillo, observando solo fugazmente el sillón blanco en cuero de la pequeña e inmaculada sala, que se hallaba en el camino de lo que ella señaló como su habitación (en el que me sentí tentado a dejarla tirada para poder marcharme).

  Tenía un VHS sobre una vistosa televisión, un tocadiscos y montón de cosas tecnológicas de última generación. Hasta había una computadora en uno de los rincones. Solo había visto de esas en los bancos. ¿Sería verdad que podías jugar solitario, pero con cartas en la pantalla, ahí?

   Su mansión en Hollis debía ser diez veces más grande que ese lugar, y tener veinte veces más empleados —allí no parecía haber ninguno—, lo que te hacía preguntarte, por qué una chica como ella abandonaría la comodidad de la vida rural, en un pueblo donde era considerada casi de la realeza, por una vacía y estrecha vida citadina dónde era una más del montón —excepto por el hecho de que se bañaba en leche y oro, claro está.

   Mi pecho se contrajo al recordar la razón del cambio y su desorbitante riqueza, pero la borrachera, y mi sentido de la justicia, no me permitieron sentir lástima por ella.

  Al final, acomodándola sobre su cama, procurando que el vértigo que comenzaba a sentir no me hiciera caer a su lado, giré sobre mis talones, y me dispuse a salir del departamento y tratar de encontrar un taxi dispuesto a llevarme a mi casa a esas horas de la madrugada.

   No había avanzado ni media docena de pasos cuando, el intenso gimoteo que escuché justo antes de atravesar la puerta, me hizo girar la cabeza hasta ella.

   Samantha estaba allí, hecha un ovillo, llorando y maldiciendo en voz alta, con groserías de tal calibre que escandalizarían al más fiero de los marineros.

   —Si tan solo pudiera olvidarme de Dove, las cosas serían mucho más sencillas. Las chicas de la prepa tienen razón, solo soy una perdedora que vive atascada en el pasado.

   No entendí del todo la última parte de su afirmación, pero la primera, aunque sorpresiva, resultó ser increíblemente reveladora.

   Era la primera vez que Samantha reconocía en voz alta sus sentimientos por mi hermana, y más allá de eso, el que aquel enamoramiento aún estuviera arraigado en su corazón después de tantos años, explicaba por qué, de todas las mujeres que había en el mundo, había terminado intentando engatusar a la atolondrada de Ava, quien se parecía tanto a la Dove adolescente, que despertaba en mí, no solo la preocupación innata de un adulto responsable, sino el instinto sobreprotector propio del amor filial.

   Viéndolo desde esa perspectiva, sus sentimientos, y hasta acciones, parecían lógicas, tomando en cuenta que el verdadero objeto de su cariño no solo no le correspondía, sino que parecía ignorar la profundidad de sus sentimientos, a pesar de sus años de amistad.

   Partiendo de ese punto, la vía más saludable para seguir con su vida era, sustituir lo que sentía por ella con un apego parecido, pero que llenara el vacío de su corazón; aunque, por otro lado, tomando en cuenta por qué estaba allí en primer lugar, mi deber no era alentarla a seguir intentando superar aquel sentimiento, sino disuadirla para que no corrompiera a una pobre chiquilla cuyo único pecado había sido parecerse a mi hermana menor.

   —Yo también quisiera desprenderme de este sentimiento y dejar de buscar a alguien como ella, pero deshacerme de un enamoramiento de más de diez años no es tan fácil como suena, Summer.

   —No es fácil porque jamás te has animado a ser sincera y decírselo. Una vez oigas de sus propios labios que no te corresponde, podrás cerrar ese capítulo de tu vida y empezar de cero.

   —¡¿Estás loco?!

   La forma tan brusca en la que intentó incorporarse, la hizo terminar de bruces en el suelo; pero antes de que me acercara a ayudarla o siquiera sintiera el tremendo golpazo que se había dado, la vi acercarse y mirarme con decisión, levantando la cabeza lo suficiente para que sus orbes azules se encontraran con los míos, a pesar de que era considerablemente más baja que yo.

   —Soy su mejor amiga desde tiempos inmemoriales. Sé cosas sobre ella que no sería capaz de decirle ni a su esposo. ¡¿Te imaginas el caos que supondría el que se enterara de que su mejor amiga nunca ha tenido una relación estable, porque es incapaz de pensar románticamente en alguien más que no sea ella?! Me odiaría por el resto de su vida, más bien, me vetaría de su vida.

   —No conoces lo suficiente bien a chocolate. —Me atreví a asegurar—. No creo que deje de ser tu amiga por un sentimiento que te ha motivado a tratarla con cariño durante más de la mitad de su vida. Ella te quiere mucho y te considera alguien importante, seguro que puede entender lo que sientes y pasar por alto tus debilidades.

   —Ni hablar. Eso no va a pasar. —Samantha agitó con tanta fuerza la cabeza, que creí que se le desencajaría en cualquier instante—. Prefiero que me coman los gusanos y quemar todos mis edificios mientras bailo desnuda en la azotea, antes que decirle a Dove que he vivido babeando por ella todo este tiempo.

   Su impenitente semblante y brazos cruzados no dejaban lugar a ninguna posibilidad de que aquello se realizara.

  No solo se trataba de su renuncia total a revelar su más preciado secreto, lo que había en sus ojos era miedo sincero, a que una vez abriera la boca, ya no hubiera vuelta atrás. ¿Y quién podía culparla? Lo que estaba en juego no solo eran sus sentimientos, sino la relación más estable y duradera que había tenido a lo largo de toda su vida. Era cierto que ya la homosexualidad había dejado de ser considerada una enfermedad mental a esas alturas, pero la gente seguía tratándose como si hubieras enloquecido. Eso lo sabía muy bien.

  —Es un asco, ¿no lo crees? Todo sería más fácil si fuese una chica común a la que le gustan los hombres.

  —No puedes estar segura de que algo te gusta o no si no lo has experimentado, Sam —dije más para mí mismo que para ella, mientras pensaba en mi propia experiencia; lo descabellado que me pareció en su momento el que alguna vez me interesara algún chico, tomando en cuenta que, el amor que casi acabó con mi vida, fue precisamente una mujer.

   »Eres joven aún. Hay muchas cosas que pueden cambiar en el futuro. ¿Quién sabe? Tal vez un buen día termines dándote cuenta de que no te conoces realmente.

  —Tienes razón. Solo debo probar algo diferente, entonces lo superaré. Tal vez ni siquiera deba ser algo totalmente diferente...

   Sus facciones increíblemente relajadas, y cuerpo sereno, me convencieron de que había entendido mi argumento, pero al verla avanzar hasta mí, y tomarme del cuello aproximando su rostro al mío de manera peligrosa, me vi obligado a alejarla con mis manos mientras le preguntaba, conmocionado, qué rayos hacía.

   —Dijiste que debería probar un chico antes de al fin resignarme. ¡Pues está decidido! Dormirás conmigo esta noche, Sun.

   —¡¿Qué demonios?!

   Mi rostro aterrado y ojos desorbitados gritaban aquello que mi boca no era capaz de detallar con palabras.

  ¡¿Cómo esa mujer podía llegar a una conclusión tan bizarra cuando mi objetivo original era solo el de invitarla a esperar con paciencia a que llegara la persona indicada para ella?! ¿Cómo diablos me metí en este lío?

   ¿Moraleja? No te metas en lo que no te importa.

   —No es lo que quise decir. Deja de torcerlo todo, Samantha —repliqué mientras retiraba los brazos de esa perniciosa chiquilla de alrededor de mi cuello, mirándola con expresión severa.

   Haberme fungido como salvador de Ava, emborrachado en esa maldita cafetería, llevado a Samantha hasta su casa y luego quedarme hablando con ella en aquella habitación, había sido el mayor error que hubiera cometido en mi vida.

   ¿Y si me había emborrachado desde el principio para aprovecharse de mí? Na, yo no entraba en su menú de ninguna manera.

   —¿Por qué no quiere dormir conmigo, Summer? No es como si quisiera que te fijes en mí o tengamos un amorío secreto. Solo será una aventura de una noche, un desfogue revelador y placentero que pondrá en orden mi completa existencia.

   Si bien la borrachera había despedido hasta el mínimo gramo de pudor y prudencia que quedaba en su cuerpo, esa maldita costumbre de argumentar irrefutablemente todo seguía allí, latente en ella.

   La vi intentar retirarse los botones de su blusa violeta, y sosteniendo sus manos para que se detuviera, miré aterrado como el par de cabezas que tenía por pechos luchaban tenazmente por escaparse de su escote, provocando que, por alguna razón, mi garganta se secara y mis ojos no fuesen capaces de mirar hacia otro lado.

   Debía reconocer que la maldita infame era endemoniadamente atractiva. Tenía un cuerpo precioso y esa carita de ángel casi te hacía pensar que se había caído del cielo y necesitaba que la protegieras, pero todo era un engaño, y si había caído del cielo, era porque ni siquiera Dios era capaz de soportarla con toda esa verborrea infernal y pensamientos nocivos, bullendo bajo esa sonrisa etérea.

   —¿Por qué dudas? ¿Crees que el que me gusten las chicas significa que no tengo idea de cómo complacer a un hombre? Te sorprenderías de la cantidad de trucos que tengo bajo la manga.

   —D-deja de decir sandeces, Samantha. —¡Por qué demonios estaba tartamudeando!—. Lo mejor es que te duermas de una buena vez. Estás borracha, no piensas claramente y si dices algo más te juro que...

   —¿Qué pasará si lo hago?¿Vas a castigarme, negrote?

   Su mirada retadora y su voz almibarada, llena de malicia, me hacían retroceder lentamente, mientras ella, sin quitarme los ojos de encima, recorría con su dedo el espacio entre mi boca y mi cuello.

   Intenté, como pude, de alejarme de su alcance y en un movimiento veloz y desesperado, salí de la habitación y me dispuse a abandonar aquella casa antes de que esa loca me hiciera algo, no porque me sintiera vulnerable o no pudiese defenderme de sus insinuaciones, sino porque sabía que buena parte de sus actos se debían a la borrachera que traía, y quería evitar que, mi propio juicio nublado por el alcohol, me hiciera decir o hacer alguna estupidez.

   —Vamos, Summer. No huyas. ¿Acaso temes lo que podría pasar? ¿Crees que cuando pruebes una chica descubrirás que te gustan todavía?

   Sus retadoras palabras me hicieron detenerme justo antes de atravesar la puerta, y volviendo sobre mis pasos, «¿por qué demonios volví sobre mis pasos?», me detuve frente a ella, la miré a los ojos, y frunciendo el ceño como si hubiera abierto una herida aún sangrante, le aseguré convencido que estaba seguro de quién era y lo que sentía.

   Era cierto que había tenido mi pasado con Valerie, mi vecina universitaria, lo que obviamente dejaba claro que alguna vez me interesaron las mujeres, pero comparado con esa relación fugaz basada en la atracción y el deseo, que sobra decir, terminó en desastre, lo que tenía con Roy era algo más fuerte, más estable, o al menos lo era hasta que decidió dejarme a mi suerte por una estúpida rabieta.

   ¿Qué quería que aclarara? ¿Si lo quería en verdad, si me arrepentía de lo nuestro, si me iría con la primera persona que me ofreciera las cosas que no podíamos compartir como cualquier pareja normal?

   Cuánto más analizaba aquello, más enervado me sentía. Era casi como si los seis años que habíamos compartido, no fueran suficientes para confirmarle la sinceridad de mis sentimientos.

   ¿Así era?¿Todo el mundo dudaba de que tuviera claras las cosas? Bien, al demonio Roy. Al diablo Samantha.

  Sabía lo que quería y a quien quería, y sin importar que fuera lo que pasara tras esa puerta, estaba convencido de que nada ni nadie me haría cambiar de opinión al respecto.

  —Así se habla. Estoy ansiosa por ver el resultado mañana —murmuró Samantha mientras eliminaba la distancia entre nosotros y se ponía de puntillas, y aferrándose a mi cuello como un náufrago a la orilla, volvió a acercarse a mis labios con la intención de besarlos, aunque esta vez no retrocedí.

   Ese día dejaría zanjado el tema de la autenticidad de mis sentimientos, y le demostraría a ella y a Roy que no sentía dudas de ninguna de mis decisiones. Así sería, lo juraba.

   Cuando el sol saliera al día siguiente, mis problemas de esa noche no significarían absolutamente nada. O eso quería pensar.

   ¿Ya les he dicho que soy muy estúpido?

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