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🔸8🔸

Bianca

Elsa se había quedado profundamente dormida, lento y balbuceando un «buenas noches» casi inentendible. Estaba acostada a medio lado, con su carita preciosa mirándome y de la misma manera yo la observaba a ella. Había pasado un día fenomenal a su lado, y no es por menospreciar a Ana, pero las cosas mejoraron cuando nos quedamos a solas. Oír su hermosa voz cantar a todo pulmón mientras limpiábamos, verla mover su cuerpo locamente al ritmo de la melodía y escucharla reír a carcajadas me estaban matando. Poco a poco y sin dejar de mirarla llena de tranquilidad, me quedé dormida con una enorme sonrisa en mi rostro.

Me desperté automáticamente como era costumbre a eso de las siete de la mañana, pese a no dormir demasiado durante la noche. Sonreí y mordí mis labios algo emocionada con la hermosa vista que tenía en frente, el rostro tierno de Elsa aún dormida. Se veía tan dulce que me provocaba acariciar sus mejillas, y besar su frente protectora y con delicadeza.

«¿Protectora?», pensé, «si anoche cuando preguntó ¿Vas a manosearme? Respondí un enorme sí en mi cabeza».

Dejé de lado pensamientos extraños y me levanté muy despacio para no despertarla, tomé una ducha rápida y volví a usar mi ropa. Lo primero que se me vino a la mente por hacer, era el aseo de la casa más por costumbre que por otra cosa. Pero estaba todo limpio aún, el desastre del día anterior había sido grande y tratado de inmediato. Decidí preparar el desayuno, no estaba del todo segura de lo que haría y tampoco conocía muy bien la cocina. Debía recordar eso, aún estaba en casa ajena.

Encontré huevos, leche, harina y salchichas. Hacía falta algo que para mí debería ser indispensable en el desayuno, café y fruta. Salí por un par de minutos, rogando que al regresar no se haya despertado aún, solo porque quería sorprenderla con la comida. Compré un tarro de cappuccino instantáneo, manzanas y algunas fresas.

Al llegar, todo estaba tal y como antes, solo que ahora ella dormía cómoda boca abajo y por completo destapada. Con sumo cuidado, levanté la cobija del suelo para abrigarla. Su figura era curvilínea, con sus «lonjitas» que la hacían ver más natural y dulce. A pesar de ser un poco gruesa, siempre tiene un cuerpo bien moldeado, y un trasero más grande que el mío. Me detuve demasiado tiempo viendo la turgencia de sus glúteos, cubiertos solo por una fina tela de algodón un poco holgada.

Regresé a la cocina con pensamientos no tan puros y ese provocativo trasero en mi mente, deshaciéndome de ellos para ponerme manos a la obra. Hice tortillas dulces de harina, huevos revueltos y cappuccino espumoso, acompañado todo con manzana y fresas picadas.

—Huele... —balbuceó Elsa en medio de un bostezo— muy rico.

Había llegado al umbral de la cocina en pijama, con el cabello revuelto y frotándose los ojos aún somnolienta. Era una ternurita, por lo que no pude evitar sonreír ante aquella imagen.

—Buenos días, oso perezoso —me burlé—, despertaste temprano.

—Te quedó sonando, ¿No? —replicó, sentándose en el taburete frente a mí— Y para tu información, solo el hambre vence al sueño... en realidad me despertó el olor a café.

—¿Te gusta? —pregunté curiosa— No encontré en la alacena así que compré de este, no sabía que te gustara, pero es un alivio saber que no me equivoqué.

Asentía lento con pereza, apoyando el brazo en el mesón y su linda carita en su mano. Con ojos cerrados suspiraba, sintiendo el olor del café recién hecho.

—Amo el aroma a café recién... Espera... —exclamó alarmada— ¿Qué hiciste qué?

—¿Compré café?... —repetí algo insegura— Y un par de frutas.

—¿Y también hiciste el desayuno? —añadió con asombro.

—Sí... ¿Por qué? —pregunté asustada.

Se llevó las manos al rostro, creía que había hecho algo malo de verdad y me preocupé por ello. Pero en cambio, al destapar su rostro solo vi una linda sonrisa apenada.

—¡No era necesario! —expresó entre suaves risas— Se supone que yo debería hacer eso, porque eres mi invitada... Ay Dios, y encima vuelves a gastar tu dinero en mí. Eres muy linda, pero no quiero causarte inconvenientes. Debí haber puesto alarma y no dormir tanto, lo siento, no vuelve a pasar.

Me encantó su expresión, su sonrisa, sus gestos, sus cachetitos, todo de ella. solo suspiré de alivio y volví a sonreír.

—No hay problema, para mí no es inconveniente porque somos amigas, ¿No? —comenté disimulando mi emoción— Es más, deberías considerarme tu amiga si quieres que hagamos nuestro plan maquiavélico de venganza contra Ana.

Con expresión de profunda cavilación, sopesaba cada una de mis palabras, para luego sonreír ampliamente de forma maquiavélica tal cual hizo la noche anterior.

—¡Siii! —exclamó— Tienes toda la razón, mi querida amiga.

—Como te consume la venganza —comenté con fingida seriedad.

—Es su culpa —replicó con un puchero, inflando sus cachetes de forma adorable—, siempre hace lo mismo; llega como perro por su casa, ni saluda ni nada, solo va directo a la cocina y se come mi comida. Algo tengo que hacer, o sea.

—No había visto una relación más toxica que la de ustedes —aseguré entre risas, mientras le servía el desayuno.

—En mi defensa —expresó con indignación—, yo soy la víctima en esta relación, ella es la toxica. Y si no me crees, pregúntale a su mamá.

—Ya veremos, pero antes —dije—, desayuno servido.

—Gracias, se ve rico —exclamó.

Comimos con tranquilidad mientras charlábamos, y entre risas me contó cómo se conocieron, ¿Lo curioso? La película de Frozen fue lo que las unió al ser su favorita, además de coincidir con los nombres. Me relató los momentos más divertidos y extraños que han tenido juntas, los peores también y una vez que ambas se enamoraron del mismo chico.

—Fue super extraño, yo llegué toda emocionada ese día a su casa para contarle que me gustaba un chico —relataba emocionada—, y ella me dice que también tenía una noticia, y yo como qué ¡Waw, estamos conectadas, digámoslo al tiempo! Y ambas salimos con el «Me gusta Fede». Y que se chinga todo. Te lo juro, no hablamos como por dos semanas, y cada vez que lo veía a él, sentía como que era su culpa. Terminé por tenerle fastidio al vato, entonces fui a su casa y le dije. «Fede puede irse al carajo, te quiero más a ti». Y ella que me da una carta donde decía que prefiere estar soltera el resto de su vida, que dejar de ser mi amiga por un pendejo. Fue tan lindo.

—Que tiernas... —exclamé conmovida— ¿Por eso dejas que se coma tu comida?

—Por eso aún le dejo la llave de mi apartamento sabiendo que puede vaciar la nevera cuando no estoy —explicó—, y porque la adoro como si fuese mi hermana, siempre ha estado apoyándome en los peores momentos, como ahora con el idiota de Kenneth que, por lo visto, su amenaza funcionó porque no ha dado señales de vida.

—Eso es bueno, ¿No?

—Sí, es muy bueno —dijo entre risas—, quien sabe que hizo en verdad, pero debió ser más aterrador que el mismo Kenneth cuando se molesta.

—Bueno, creo que... —comentaba acercándome con lentitud a ella— podrías perdonarle la vida por hacerte este favor, ¿No? Te quitó un lastre de encima.

—¿Estás... tratando de proteger a esa bruja de mí? —indagó con indignación— Me ofendes, hieres mis sentimientos y me estabas cayendo tan bien.

—Yo solo doy una idea para... —dije pensativa— evitar una masacre.

—Ah pues... —titubeo— como crees. Exagerada, masacre es asesinar a más de dos personas, ella es una sola.

La miré con gesto burlón y fingida sorpresa, mientras ella solo se encogía de hombros con expresión de profunda inocencia, como quien no mata ni a una hormiga. Estuve a punto de levantar mi mano y llevar un mechón de su cabello detrás de la oreja, para luego acariciar su mejilla como he querido hacerlo estos últimos días. Pero un zumbido nos sobresalta a ambas, mi teléfono sonaba de nuevo. Era Nancy.

—Es ella, ¿verdad? —indagó curiosa.

Solo asentí en respuesta, no quería que viera mi falta de coraje cuando hablar con ella se trataba. Sabía que tarde o temprano debía hacerlo, enterrar el tema en lo más profundo del olvido, y de esta manera no lo iba a conseguir nunca.

—Sé que no es asunto mío, pero creo que deberías contestar —sugirió con seriedad—, ya creo que está más que comprobado que seguirá llamando. Solo como consejo, es mejor que lo hablen para evitar quedar en malos términos, y por lo menos puedan tolerarse. Porque supongo que la seguirás viendo en la universidad el resto de tu carrera, que eso no sea un martirio solo por no hablarlo a tiempo.

Una suave risa de ironía salió de mis labios, justo hace poco era yo quien le daba consejos amorosos, ahora ella me los devolvía. Era tan dulce al decir aquello, y lo peor era que tenía toda la razón. Conociendo a Nancy, sería una pesadilla tener que verla todos los días si llegáramos a quedar mal.

—Bien —suspiré—, tienes razón. Debo hacerlo.

—Perfecto, iré al baño —anunció y se marchó.

—Hola, Nancy —saludé a secas.

—Cariño, no seas así conmigo —dijo con melosería— ¿Por qué me estas evitando? Supongo que te enteraste de lo sucedido en la fiesta. ¿Cierto?

—Algo escuché —suspiré con resignación—, pero no tiene mucha importancia.

—Para mí sí —comentó desesperada—, déjame explicarte, ¿Sí?

—Nancy, no tienes que hacerlo —dije con determinación—, eres una mujer libre e independiente, puedes hacer lo que quieras sin dar explicaciones a nadie.

—Pero te las quiero dar porque eres importante para mí —explicó con su tono dulce—. Hablemos, ¿Sí? Hoy mismo si es posible.

—De acuerdo, nos vemos en la cafetería de Julius —sugerí—, a las 5 está bien.

—No, mejor en tu casa —exigió en su tono meloso y sensual—, quiero hablar contigo en privado.

Todos mis sistemas me decían «peligro, no aceptes, sal de ahí», pero recordaba las palabras de Carla y Sofía y ahora las de Elsa.

—Está bien, te veo en mi casa.

—Perfecto, hasta luego, muñeca.

Al colgar, una sensación de alerta nació en mí. Sentía que me iba a arrepentir de esto, e incluso ya estaba tratando de marcar su número para cancelar.

—¿Qué tal? —interrogó llena de curiosidad.

—Irá a mi casa para hablar —contesté con terror—, creo que es una muy, muy mala idea.

—Cálmate, respira, y piénsalo bien —sugirió en tono conciliador, quitando mi teléfono de las manos y tomándome de los hombros—. Te aseguro que, con las palabras correctas, todo saldrá bien. Además, podrás estar más tranquila después de ello. Tampoco es como si fuese a violarte.

—Bueno... —murmuré, tratando de transmitir con mi mirada la cruda verdad.

—No es cierto —susurró al entender mi temor—, eso sí que es otro nivel.

Charlamos un rato más, cambiando de tema para poder calmar los nervios que me estaban consumiendo. Decidí que se había hecho hora de volver a casa, pero antes escuché con atención los consejos de Elsa una vez más. Eran bastante buenos, y lo decía con una convicción tal, que me daba algo de tranquilidad y valor para hacerlo.

—Una última cosa —me llamó desde el umbral de su puerta—, si la situación empieza a salirse de control, no dudes en llamarme. Solo por si acaso, pero sé que lo harás bien.

—¡Gracias, eres un amor! —exclamé con mi más amplia y genuina sonrisa.

—Buena suerte —me sonrió.

Regresé a casa con esa última imagen en mi cabeza, su dulce sonrisa y la preocupación en sus lindos ojos. Pero, aun así, no era suficiente para calmarme. Empecé por hacer aseo, tal vez eso me distraiga de mis pesares. Un poco de música para aligerar el ambiente, recordando con deleite lo bonito que sentí al estar con ella. Fue solo una hora de limpieza, pero para mí se sintió como una maravillosa eternidad de risas y diversión. Jamás había agradecido que lloviera en la noche, como ayer. Es más, detesto las lluvias nocturnas, todo el ruido que provocan me mantiene despierta y con algo de miedo. Pero al tenerla a mi lado, se había convertido solo en un ruido de fondo.

Hice el almuerzo y comí con tranquilidad, aún faltaban un par de horas antes que ella llegara. Trate de pensar en que decirle de forma calmada, sin nervios ni cobardía, debía ser seria y estar segura de lo que hacía. Recordé cada una de las palabras que me dijo Elsa, tratando de formular un mini discurso que sea suficiente y convincente para terminar con esto. No estaba del todo lista, aunque dudo poder estarlo al cien en algún momento. Pero, de todas formas, me sorprendió el verla en mi puerta una hora antes de la hora pactada.

—Lo siento, pero no pude esperar más tiempo —dijo para luego darme un largo y sonoro beso en los labios.

En otro momento me habría gustado, emocionado con eso, tal y como fue el día de mi llegada. En aquel entonces, no habría encontrado forma de resistirme a sus labios. ¿Qué había cambiado tan rápido? Aparte de la decepción, no sabía que estaba sucediendo con mi marea de sentimientos encontrados.

—Nancy, no creo que sea conveniente que hagas eso por ahora —dije, separándola de mí con delicadeza.

—Lo siento, es que te extrañé —comentó acercándose a mí con su expresión dulce y seductora—, y me preocupé porque no me contestabas. ¿Estás molesta conmigo?

—No, en realidad no —aseguré con algo de incomodidad—, tampoco veo razones.

—¿Sabes? Una de las cosas que más me encanta de ti es tu capacidad para comprender a los demás —explicaba con su típica sonrisa coqueta—. Eres tan linda, tan sexy y me fascinas.

Fue acercándose poco a poco a mi rostro, rozando con suavidad sus labios contra los míos en un intento por seducirme. Una vez más me paralicé, ya no por las mismas razones que antes. Me sentía incomoda y usada, porque sabía que solo era un juego para ella.

—¿Por qué no jugamos un rato? —susurró, relamiéndose los labios y acariciando mis mejillas— Ese día me quedé con unas ganas de ti.

Al escuchar aquello, un escalofrío recorrió mi espalda. Y con ello, su rostro y voz resonaron en mi mente. Elsa me exigía que fuese fuerte, con su linda expresión de preocupación en su rostro y sus mejillas adorables.

—Creo que... —susurré de vuelta, sacando el coraje que muchas veces me hizo falta— eso no se va poder.

Su expresión cambió a una de total confusión, se notaba que no solían rechazar sus «ofertas» con tanta facilidad. Se alejó un poco de mí, acomodándose sutilmente la blusa escotada en una clara señal de enfado.

—Acabas de rechazarme, ¿Acaso? —indagó ceñuda, pero con una sonrisa que demostraba su frustración.

—Lo siento mucho, Nancy —empecé a hablar con convicción y firmeza—, pero ya no estoy para estos juegos.

—¿Cómo? —vociferó con escepticismo— ¿No crees que te estas apresurando?

—Estoy segura de lo que digo —contesté aún más convencida de lo que hacía—, y créeme que lo he pensado demasiado. Eres hermosa, de eso no tengo ninguna duda, y por supuesto que me gustas...

—Entonces no veo problemas —interrumpió con una suave risa coqueta, tratando de acercarse una vez más a mí.

—Pero... —añadí— eres demasiado libertina y extrovertida, coqueteas con todos y eso... no va conmigo, la verdad. Yo no quiero ser un juego, quiero algo duradero, una relación seria y bonita. Por eso creo que no estamos sintonizadas, no buscamos lo mismo y dudo mucho que estés lista para eso.

—¿Estás... hablando en serio? —parecía consternada.

—Jamás había hablado tan en serio —reafirmé—, y lo siento si no es lo que esperabas, pero es lo que quiero y no creo cambiar de opinión. Pero podemos seguir siendo amigas, si quieres.

Dejó salir una risa sarcástica entre dientes, tratando de contener la rabia que se dibujaba en su rostro.

—¡Amigas! —exclamó, para luego mirarme fijo y dar media vuelta— Claro.

Lamentaba que las cosas se hayan dado así, de cierta forma me sentí un poco culpable por haberlo permitido. Si desde un principio me hubiese puesto mano firme, no habría caído tan fácil en su juego y toda esta situación se habría evitado. Pero por algo dice que de los errores se aprenden, y sí que lo hice con este. Y me sentía bien con ello.

Había alguien más que agradecerle, aún sin estar presente fue de mucha ayuda. No solo sus consejos, con solo imaginarme su dulce rostro me llenaba de mucho valor. Tan pronto, estaba haciendo estragos en mí. Elsa.

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