🔸15🔸
Elsa
Ya estoy cansada de decir «No sé» a casi todo lo que está pasando, la indecisión me tenía frustrada y demasiado inquieta. Solo una cosa lograba tranquilizarme, y por ello saqué mi inesperada y apresurada conclusión según palabras de Ana. Aunque me de miedo el cómo lo tomarán, quería intentar un «algo más que amigas» con Bianca. No podía seguir en la negación y ocultar que algo sentía por ella, tal vez solo sea efectos de aquellos momentos de locura, pero, ¿Por qué no averiguarlo? Es por eso qué, aprovechando los últimos acontecimientos del viernes de películas, decidí usar esa creciente emoción dentro de mí para transmitirle con mis acciones lo que mi boca no podía, en el sentido de hablar claro está.
Empecé tal y como ella hizo esa primera vez, con miradas y sonrisas furtivas. Me encantaba verla sonrojada y sonriendo, con ese brillo en sus ojos que me cautivaba por completo. Me divertía de verdad con nuestras conversaciones, las ocurrencias que traíamos a colación y las burlas por sus pasteles deformes eran más que suficiente para asfixiarnos de la risa. Se veía tan adorable cuando se concentraba, aunque sí acepto que de maldad la distraje durante la clase, cosa que causó desastre y un regaño al final, pero para mí valió la pena. No tenía ningún plan para después de clases, solo esperaba poder pasar más tiempo con ambas y disfrutar el rato. Sin embargo, Ana me facilitó un poco las cosas al ser tan descuidada con sus exámenes.
El quedarme a solas con Bianca se sentía totalmente diferente qué en otras ocasiones, unas ansias desesperantes por besarla despertaron en mí, y el verla saborear crema batida solo me alborotaba más. El calor me estaba sofocando, y no solo el de la cocina. Me cambié y en un arranque de «quién sabe qué», solo me vestí con prendas minúsculas y demasiado provocativas. Estaba más que claro que tenía mis oscuras intensiones a flor de piel, pero el verla tan nerviosa y algo incomoda me aturdió por un momento. Me estaba pasando un poco, porque a todas estas, solo tenía en cuenta o que yo quería, y, ¿si ella ya no quería? Sin presiones, sin forzamientos, sin nada. No quería parecer desilusionada, por lo que al sacar el biscocho usé su deformidad para aligerar el ambiente.
Nos reíamos e incluimos a Ana en nuestra conversación, hasta la llamamos por videochat para que viera el cambio radical que tuvo aquel pastel. Había quedado lindo, pese a las condiciones iniciales estaba presentable y provocativo. Pero más me provocaban sus labios, su piel, la esponjosidad de sus senos, todo de ella me provocaba más que un simple cosquilleo en mi estómago. Mientras limpiábamos el desastre, mi mente batallaba contra mis ansias para tomar una decisión, hasta que me di por vencida.
Rodeé su cintura con mis brazos, ocultando mi rostro en el espacio de su cuello. Inhalé su dulce aroma, esa fragancia que liberaba endorfinas en mi cuerpo con solo sentirla. Saciando mis ansias, mis labios hicieron el primer contacto, dando suaves besos y carias a lo largo de su hombro y cuello. La sentía estremecerse y suspirar, cosa que me motivaba a seguir y disfrutar del momento.
—El... —susurraba con voz entrecortada— sé lo que haces...
—¿En serio? Porque yo no... —contesté con una suave risa— solo me estoy dejando llevar, no sabes todo lo que me estás provocando.
—¡Dios!... —gimió por lo bajo al sentir mis labios en el inicio de su columna.
—Lo siento, pero... —murmuré en su cuello— creo que me gustas.
Con suavidad y aún entre mis brazos se giró para encararme, en sus ojos vislumbré algo de tristeza y duda, y eso me dolía. ¿Era tan difícil de creerlo? Sí, hasta yo lo dudaba, pero en estos momentos solo quería demostrarle que quería ir en serio.
—¿Es real? No me mientas con eso, por favor —suplicó, con sus lindos ojos humedeciéndose—, no quiero ser solo un juego.
—Y no lo eres, en serio —aseguré—. Confieso que aún estoy un poco confundida, pero no puedo seguir negando que siento algo por ti.
—No dejes que el sexo piense por ti, porque...
—No es solo sexo —le interrumpí—, de eso estoy segura. Desde ese beso no he podido verte de la misma manera, y tengo miedo por muchas cosas, pero quiero intentarlo contigo. Si quieres...
Poco a poco me fui acercando a su rostro, susurrando cada palabra viendo como el deseo refulgía en sus ojos. Solo le di un suave roce con mis labios, tentándola, porque quería que fuese ella quien diera el paso. La veía tan dudosa que, por poco y me retractaba, pero volvería a mi ciclo de cobardía y no lo iba a permitir. Y con ese rose, el fuego se intensificó en mí y al parecer en ella también. No terminé de alejarme cuando, muy apasionada y delicadamente, tomó mi rostro con ambas manos estampándome un beso profundo y delicioso.
Afirmé mi agarre en su cintura, pegándola más a mi cuerpo para sentir el suyo aún por encima de la ropa. Poco a poco el calor aumentaba, nuestros labios batallaban y ahogaban nuestros suspiros de placer. Mis manos acariciaban su espalda, sabiendo ahora que era su punto más sensible. Mientras ella, con ternura y pasión, exploraba mi boca con su lengua y enredaba sus dedos en mi cabello produciendo un placentero cosquilleo que no sabía era capaz de sentir, o por lo menos al estimular esa zona. Con total decisión, corté el beso solo para tomar sus manos, besar sus nudillos y guiarla a mi habitación. Todo ello, sin apartar mis ojos de los de ella, mordiendo mi labio y sonriendo coqueta.
La senté sobre mi cama y me subí a horcajadas en sus piernas, devorando con mayor intensidad su boca mientras sus manos amasaban mis caderas y glúteos. Desvié mis besos a su cuello, lamiendo tal y como me gustaba sentir, escuchando sus suaves jadeos en mi oído. Sacó por completo lo único que cubría mi cuerpo, para luego acariciar mis pechos y pellizcar los pezones mientras atacaba mi cuello con insistencia. Por fin, se llevó uno a la boca, saboreando y succionando mis senos hasta enrojecerlos. Sin esperarlo, la aparté de ellos hasta sacarle su blusa con sostén incluido.
—Esta vez quiero ser yo quien te consienta —susurré muy cerca de su boca—, déjame intentarlo.
Solo se reía entre jadeos y asintió, dándome completa libertad para hacer y tocarla a mi gusto. Entre besos y caricias, fui dándole la vuelta hasta acostarla en mi cama contemplando aquella hermosa constelación de lunares. Me subí sobre su trasero, masajeando su espalda con suavidad para luego besar cada una de sus pequitas. Escuchaba sus jadeos, la sentía temblar con cada roce por lo que recorrí toda su columna con mi lengua, escuchando con satisfacción un fuerte gemido de su boca.
—Me encantan tus lindos lunares —susurré besando su cuello.
Besaba y acariciaba su espalada hasta llegar una vez más a sus glúteos, donde empecé a bajar aquel pantalón fastidioso revelando una linda tanga rosa. Besé su piel y pellizcaba con suavidad, escuchando sus risas y quejas cuando intentaba morder. Poco a poco fui subiendo su cola para tener más acceso, viendo como la humedad de su vagina traspasaba la escasa tela. No puede ser tan difícil, ¿Verdad? La duda me martillaba, pero solo me relajé e hice lo mismo que ella me había hecho.
Deslicé su tanga a un lado, asombrándome de lo bonita y pulcra que era su vulva, rosadita y bien depilada. Me atreví a dar la primera probada de su esencia con una lamida larga y lenta a lo largo de su entrada. Un poco saladito, pero no está nada mal, podía acostumbrarme a ello, así que continué con mi labor. Abrí un poco sus labios mayores, metiendo mi lengua en aquella cavidad. Sus gemidos eran más audibles, pese a sofocarlos con la almohada. Intenté succionando su clítoris tal cual ella lo había hecho, se sentía curioso aquella bolita de carne entre mis labios, pero trataba de ser lo más cuidadosa posible para no lastimarla.
Sus jadeos eran más fuertes convirtiéndose en quejas, por haberme detenido remplazando mis caricias por besos en sus glúteos. Con suavidad la giré una vez más, me recosté sobre ella y le di un profundo beso mientras amasaba sus senos. Desvié mi boca a su cuello, bajando por su clavícula hasta llegar a su pecho, acaparando uno con mis labios. Me encantaba sentir su esponjosidad, el aroma dulce de su piel y el toque salado del sudor. Continúe bajando por su abdomen, hasta su ombligo dando pequeños mordiscos provocándole risas y jadeos. Separé sus piernas de nuevo, besando la cara interna de sus muslos hasta llegar a su ingle. Gruñía cada vez que llegaba a ese punto y regresaba, sin continuar hasta donde ella quería.
—Esta me las pagas —se quejaba entre gemidos.
—¿Qué hice? —repliqué— Solo repito lo que he sentido.
—Que no estás... ¡Ah! —se interrumpió con un fuerte jadeo— ¡El!
Atrapé su clítoris entre mis labios, masajeándolo con la punta de la lengua y jalándolo con sutileza. Abrí sus pliegues y recorrí toda su extensión de arriba hasta abajo con la lengua. Me detuve en un punto, aquel donde su gemido fue más fuerte que en otros, moviéndola de un lado a otro cada vez más rápido.
—¡Sí!... —gritaba— ¡Justo... ahí!
«Bingo» pensé.
Masajeaba su clítoris con el pulgar mientras mi lengua seguida haciendo su trabajo, sintiendo como poco a poco su cuerpo se tensaba hasta liberarse con un largo gemido. Un líquido tibio salía de su entrada, recogiéndolo y limpiando todo con rapidez produciéndole más espasmos. Regresé a su boca, recibiéndome con un intenso beso y mordiendo mi labio inferior. Me acomodé entre sus piernas, viendo como sonreía con malicia al saber que haría. Con lentitud, empecé el vaivén de caderas, sintiendo como nuestros labios se rosaban mezclando nuestra humedad. Poco a poco sentía como el fuego se avivaba en mi interior, el roce continuo de mi clítoris con la calidez de su vagina era realmente estimulante. Gemía sin control, pero en un brusco movimiento Bianca me recostó en la cama invirtiendo nuestra posición.
—Llegó mi turno, mi amor —susurró para luego besarme.
Mordisqueó mi cuello, succionó mis pezones y lamió todo mi abdomen hasta llegar a mi monte de venus. Allí, solo enterró su rostro entre mis piernas y empezaron sus suaves caricias en mi entrada. Cada vez la sensación se hacía más intensa, por lo que mis gemidos se convirtieron en gritos y jadeos que me dejaban sin aliento. Dos dedos se internaron en mi cavidad, moviéndose con frenetismo mientras su lengua jugaba con mi campanita. No pasó mucho tiempo para que, entre gruñidos ahogados, un fuerte estremecimiento recorriera todo mi cuerpo hasta liberar esa presión en mi bajo vientre. Había tenido un intenso orgasmo, y ella no había dudado en limpiar todo aquel desastre que eso ocasionó.
Así continuamos por un largo rato más, dándonos caricias y mordidas por todo el cuerpo hasta quedar por completo satisfechas. Cansadas, sudadas y un poco sofocadas, permanecíamos acostadas y abrazadas en mi cama. Ella acariciaba mi cabello con dulzura mientras yo ocultaba mi rostro entre sus pechos, sintiendo el celerado latir de su corazón y su regular reparación.
—No hagas eso —se quejaba entre risas—, vas alborotarme otra vez.
—Es que son tan cómodos —contesté dando un par de besos entre sus senos—, acolchonaditos y sabrosos.
—¿Sabes que también son acolchonaditos y deliciosos? —dijo con cierta gracia en su voz.
—¿Qué? —indagué curiosa y divertida, levantando mi rostro de sus senos.
—Los tuyos.
Dicho esto, se lanzó a los míos no para lamerlos con seducción, sino para mordisquearme por todo el abdomen causándome cosquillas. Entre risas y reclamos, terminamos en un profundo beso que despertó un cosquilleo en mi estómago, las famosas maripositas.
—El —susurró, su rostro tan cerca del mío contemplando sus hermosos ojos brillantes—, en serio me encantas, pero quiero estar segura de que es lo que esperas de todo esto.
El brillo de sus ojos, el sabor de su boca, la suavidad de su piel y la forma en que me trata, todo eso me traía completamente aturdida. No de una mala manera, todo lo contrario, mejor no me podía hacer sentir.
—Quiero estar contigo —susurré, viendo su sonrisa ampliarse cada vez más—, pero tengo un poco de miedo, solo dame un tiempo para acostumbrarme ¿Sí? Y poder decirle a mi familia.
—Por supuesto que sí —exclamó, dándome un suave beso en los labios—, por ti haría lo que sea, mi amor.
Me lancé a su boca, besándola con pasión y cariño. Reíamos y jugueteamos un rato más, hasta que el cansancio se apoderó de mí, demostrándolo con amplios bostezos.
—No señora, no se va a dormir —exigió Bianca—, a bañarse.
—Al rato —me quejé con un puchero—, hay que mimir.
—No, al baño dije —replicó entre risas.
Nos duchamos juntas para «ahorrar agua», jugando con el Shampoo mientras nos hacíamos peinados ridículos y nos reíamos a carcajadas. También aprovechábamos para besarnos y darnos cariño sin llegar a calentarnos, solo quería demostrar que de verdad me gustaba estar con ella y no solo por los momentos de calentura. Me sentía feliz a su lado, un poco temerosa y angustiada al ser algo diferente a lo que se supone estaba acostumbrada, pero ella me devolvía la comodidad y me complacía con sus dulces caricias.
Tomó prestada uno de mis camisones, llegándole hasta la altura de los muslos. Realzaba su figura, sus perfectas curvas y sus delineadas piernas. Se veía tan tierna, con el cabello alborotado y sus mejillas sonrosadas.
—Tengo hambre —dije sin dejar de reparar su cuerpo.
—De comida, ¿Verdad? —indagó con picardía.
—También —contesté con una sonrisa inocente— ¿Qué hacemos?
—Perversa —exclamó—, podemos probar el... pastel.
—Si quedó mal te despido —advertí con mi tono de burla.
—Primero págame —exigió en el mismo tono.
—Con gusto, ¿Quieres más? —la miraba con malicia, moviendo mis cejas de arriba abajo con cómica seducción.
No reímos de buena gana ante aquella conversación, ganándome un fuerte abrazo y un beso dulce y tierno. Sacamos el pastel del refri y partimos dos porciones no tan grandes, solo por si acaso. A diferencia de su raro aspecto inicial, el sabor era delicioso llegando a sorprendernos a ambas. Vimos películas un rato, acurrucándonos en el sofá hasta que el sol empezaba a ocultarse.
—¿Y ahora qué hacemos? —indagó curiosa, mientras acariciaba mi cabello.
Una idea descabellada surgió en mi mente, si de verdad quería llevar esto en serio debían conocerla, aunque sea como una simple amiga por ahora.
—¿Quieres conocer a mi mamá? —sugerí con un poco de timidez— Podemos llevarle algo de pastel.
—¿Segura, mi amor? —sonreía emocionada.
—Sí, también conoces a Annabelle —contesté tartamudeando un poco—, así te das cuenta que Ana y yo no exageramos, veras que hace perfecta alusión a su diabólico nombre.
—Claro, me encantaría —susurró, para luego besarme.
Nos cambiamos y empacamos dos porciones de pastel. En cuestión de media hora ya estábamos en la puerta de la casa, tocando el timbre y con Bianca escondida a un lado, solo para que escuchara la forma en que mi querida hermana me recibía.
—Si no traes nada de utilidad no te dejo pasar —expresó Annabelle con la puerta entreabierta— ¿Qué hay en el bolso?
—¿Ahora sí me crees o todavía te parece exageración? —indagué, mirándola con el ceño fruncido.
Las risas de Bianca resonaron alertando a Annabelle quien, extrañada por no reconocer aquella voz, abrió la puerta en su totalidad y asomó la cabeza para buscar la dueña de aquellas carcajadas.
—Lo siento, pero es que... —decía aún entre risas— no puedo...
—Te detesto —replicó Annabelle mirándome con reproche.
Entramos ya calmadas las carcajadas, encontrando a mamá sentada en su máquina de coser muy concentrada, y sin notar nuestra llegada pese al escándalo.
—Buenas tardes señora madre de yo, aquí estoy haciendo acto de presencia —dije en voz alta atrayendo su atención—, para que vea que sigo viva y respirando.
—¿En serio? —me miró con ojos entornados.
—¿Y traje pastel? —añadí.
—Yo compruebo eso —aseguró Annabelle arrebatando el porta comida de mis manos.
—Hija del demonio —me quejé—. Mami, también quería presentarte a mi amiga. Bianca, ella es Carmen Odette, mi madrecita. Señora, ella es Bianca. Nos conocimos en el curso de repostería.
—Mucho gusto, señora Carmen —saludó un tanto nerviosa, pero con una amplia sonrisa.
—El gusto es mío, linda —estrechó su mano con delicadeza—. Disculpa mis fachas, cierto alguien viene sin avisar cuando se le pega la regalada gana.
—Eso fue una indirecta, ¿Verdad? —dije al aire pensativa.
—Fue muy directo, zángana —exclamó mi dulce hermana con la boca llena de pastel.
—Déjale algo a mi mamá, glotona —reclamé, arrebatando el plato de sus manos—, no lo traje para ti sola, atarantada.
—¿Siempre son así? —preguntó Bianca a mi mamá mientras seguíamos discutiendo.
—Se están controlando porque estás aquí, pero son peores que eso —comentó con un suspiro de burla.
—¡Mamá! —replicamos Annabelle y yo.
Nos sentamos en la sala, charlando de todo un poco esperando que mamá conociera más a Bianca. Probaron el pastel y ambas quedaron en cantadas con el sabor, alegando que era muy poco probable que yo sola lo haya hecho.
—Ah que bien, me encanta la poca confianza que me tiene, señora madre —repliqué.
—De nada, señora hija —contestó entre risas—, pero sí estoy segura que Bianca tuvo algo que ver en esto.
—¿Estás segura que quieres saber eso? —dije, mirándola con malicia.
—No, El, ni se te ocurra —sentenció, mirándome ceñuda.
—¡Waw! Quiero ver —exigió Annabelle—. Que lo muestre, que lo muestre.
—Te voy a hacer sufrir mucho —zanjó, antes de sacar su teléfono y mostrar sus monstruosidades.
Pese a lo que imaginábamos, a Annabelle le encantaba las formas accidentales de sus pasteles. Decía qué, aunque se vean extraños, se podían hacer muchísimas cosas diferentes y divertidas que con uno de apariencia normal.
—Ella sí me agrada —exclamó Bianca con voz soñadora—, no como otras.
—Te desheredo —me quejé con un puchero—, y te despido como mi abogada estrella.
Después de las burlas hacia mí y mis reclamos, nos quedamos a cenar y conversar para que la conocieran un poco mejor. Como siempre, mamá se encargó del extenso cuestionario sobre su vida y su familia, mientras Annabelle y yo solo las observábamos con expresiones cansinas. Siempre era lo mismo, pero ya estábamos acostumbradas a ello. Luego, solo conversamos hasta que se hizo demasiado noche para quedarnos.
—Fue con gusto conocerte, linda —dijo mamá dándole un abrazo—. Vuelve cuando quieras, y por favor convence a ese pequeño monstruo de cambiar su ropa.
—Te escuché, disqué madre —me quejé.
—Con mucho gusto —contestó Bianca entre risas—, haré mi mejor esfuerzo.
—Me agradas, tienes maldad en ti —comentó Annabelle con su sonrisa malévola.
—Tú cállate, babosa lamebotas —la empuje con suavidad—, y contigo hablo luego, traidora.
Nos acompañaron a la salida, despidiéndose una vez más con un abrazo.
—Muy cariñosa tu amiga —susurró mamá.
Nos dirigimos a la parada de buses, esperando que cualquiera de las rutas que me servían pasara.
—Me encantó pasar el día contigo —dijo a mi oído, tomándome de la mano— ¿Nos vemos mañana?
—¿Y si mejor te quedas a dormir conmigo? —sugería con mis ojitos caprichosos.
Me miraba con ternura, acariciando mis mejillas y sonriendo con emoción ante mi expresión.
—Mañana entro a medio día así que puedo hacer el intento —aceptó, para terminar en un dulce beso—, que manipuladora eres, mi cielo.
—A veces toca —añadí, y nos reímos largo y tendido hasta que la ruta llegó.
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