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🔸14🔸

Bianca

—Bianca, por dios —exclamó Carla— ¿Qué hiciste?

—La cagué —susurré con voz quebrada.

Elsa se había marchado tan rápido, que de la misma forma mi cabeza se estaba imaginando demasiadas ideas, y ninguna era buena, en especial al ver su expresión de terror en su rostro.

—Dime que no es lo que creo que es —insistió consternada—. Bianca, respira y habla.

Tomé una gran bocanada de aire y un tanto apresurada, le expliqué lo que sucedió. Por obvias razones estaba molesta conmigo, la magnitud de mi error era impresionante.

—¿Qué te está pasando? —indagaba perpleja— Tú no eres así.

—No lo sé, me... —titubeé— me descontrolé.

—Dios, lo peor es que te lo advertimos y no nos hiciste caso —me reñía— ¿Tan mal te tiene esa niña? Ni me contestes.

—¿Viste su expresión al irse? —sollocé— Debe estar odiándome.

—Tienes que solucionar esto si no quieres que empeore —anunció con firmeza—, y espero que esta vez sí tomes el asunto con seriedad, como debe ser.

—Pero...

—No en seguida, idiota —me arrebató el teléfono de las manos—. Ahora mismo debe estar más consternada que tú, espera que se calme y que lo hagas tú también, luego la llamas.

—Ok —susurré.

Me preparó un té para calmar los nervios, nos sentamos en el sofá de la sala y esperamos a que hiciera efecto. Ya sabía o por lo menos ya me había dicho que hacer, pero no estaba segura de ello. Dar la cara en estos momentos no me convencía, menos en mi estado tan lamentable, aun así, debía hacer el esfuerzo por arreglar mi error. Solo deseaba una cosa, que esto no afectara demasiado nuestra amistad, eso sí sería doloroso para mí.

—¿A qué venías? —indagué con más calma.

—Tenemos un proyecto que hacer, ¿Se te olvida? —me reprochó— Sofía no puede venir porque está cuidando a sus sobrinos, así que estamos solas en esto por el momento, ella verá con que ayuda luego.

Empezamos a desarrollar la introducción y marco teórico de lo que sería nuestro proyecto de investigación, por lo que mi atención se centró en el computador y las mil páginas del libro «Bases del derecho penal». Era lo que necesitaba, enfocarme en algo diferente que neutralizara mi estado de humor, y así poder pensar bien las cosas. Llegada la tarde, Carla se marchó para dejarme hacer las cosas a mi manera, pero con su evidente influencia; a pesar de ello, mi cobardía me limitó a escribir solo un mensaje de texto.

(B) El, déjame explicarte, ¿Sí? Lo siento, de verdad lo lamento. ¿Podemos hablar de esto? Por favor.

Pasaron 5, 15, 30 minutos y nada de respuesta. Intenté con otro, y otro más, pero todos daban el mismo resultado: silencio total. Me arriesgué y la llamé, pero cada una de ellas se iba directo al buzón de voz. No creí que me doliera tanto que me ignorara de esta forma, pero era consciente de la gravedad del asunto, y no podía evitar sentir un terror crecer en mi interior. Lloré toda la noche, amaneciendo con hinchazón en los ojos y un cansancio terrible. Aun así, con un poco de maquillaje y corrector para las ojeras, decidí ir a clases, mi único modo de dispersar mis pensamientos. Al llegar, una riña más me esperaba por parte de Sofía quien ya estaba al tanto de la noticia.

Al salir de clases y durante el día, no me di por vencida e insistí con los mensajes de texto. Al ver que seguía sin funcionar, intente llamarla con el mismo resultado. Estaba empezando a desesperarme, pero no me atrevía a ir a su casa tan pronto. Quería hablarlo con ella, cara a cara si era posible; sin embargo, no quería forzarla a escucharme ni mucho menos a verme. Por algo no quería contestar, ¿No? Recordaba una y otra vez las palabras de Sofía, aunque no quisiera tenía toda la razón.

—Es mejor que la dejes ir —me decía—, antes que te decepciones por segunda vez en el año, y te rompan el corazón. Ya lo viviste una vez, no sé porque te dejaste llevar tan fácil.

Ya habían pasado 3 días desde eso, y las cosas estaban igual de silenciosas de su parte. La desesperación estaba ganándome, no me dejaba dormir y había perdido el apetito. Por tal razón, me arriesgué a recibir el más duro de los regaños, siempre y cuando me ayudara a salir de este embrollo.

—Me llamaste justo a tiempo —dijo entre risas—, acabo de salir de turno.

—Hola Nany, ¿Qué tal todos por allá? ¿Y el viejo Arturo? —saludé aparentando la alegría de siempre.

—Muy bien, todo perfecto, pero... —expresó con cierta sospecha— ¿Qué pasó?

—¿De qué o qué? —indagué con fingida perplejidad.

—Bianca, te conozco desde que naciste y sé perfectamente que algo te pasa —replicó—, así que no me hagas volver a preguntar y habla.

—Antes, ¿Podría pedirte un favor? —supliqué.

—Depende, ¿Qué es?

—No me des tan duro ¿Sí?, yo misma me doy de topes todos los días y ya estoy cansada —sollocé—, solo quiero solucionar esto.

—Bianca Paola, ¿Qué demonios hiciste? —indagó preocupada— Habla de una buena vez que ya me asustaste.

Después de respirar hondo, expliqué una vez más todo lo sucedido, pero al ser solo la segunda vez que ella escuchaba el nombre de Elsa, preferí recordarle nuestra conversación anterior y el momento en que la conocí. Iniciando con aquel lindo puchero que atrajo mi atención, mis nervios cada vez que la veía sonreír, nuestras conversaciones y salidas, las tardes de películas y carcajadas, el primer beso que tanto me gustó, sus palabras al besarme después de la fiesta y ahora esto.

—Creo que me estoy enamorando, pero... —sollocé— la embarré.

—¿Embarraste? ¿Solo eso? —vociferaba— Bianca, por Dios, sabes que puede tomar medidas legales por esto, ¿Verdad? Estás estudiando derecho, deberías saberlo. ¿Qué diablos hiciste? Te creía más inteligente.

—Lo siento —rompí en llanto.

—No te disculpes conmigo, idiota —reñía con rabia—, con la tal Elsa es que debes disculparte. Y agradece que no te tengo cerca porque te doy una que... Dios, no puedo creer esto.

Gruñidos de frustración y rabia se escucharon del otro lado de la línea, mientras sin consuelo seguía llorando y lamentando mi error.

—Bien, primero deja de llorar y segundo, dime —exigió con severidad— ¿Has intentado ir a su casa?

—No me atrevo, ¿Si no quiere verme? —titubeé.

—Deja la estupidez, Bianca —seguía reprendiéndome—, ya no eres una niña, asume tu responsabilidad y ve a arreglar esto.

—Tengo miedo —sollozaba sin control—, en serio me gusta y no quiero que me odie.

—¡Por favor! —exclamó exasperada— ¿Es en serio? ¿De verdad te gusta?

—Demasiado, por eso te llamé, aunque sabía que me insultarías.

—Bien, carajo —sonaba frustrada—, déjame pensar en algo, ¿Sí? Por ahora solo trata de evitar una demanda y por lo que más quieras, por favor y que esta vez lo hagas, mantén las manos alejadas de ella. Dame dos o tres semanas y estoy allá, tendré vacaciones.

—No, espera...

—Quedas advertida, Bianca —me interrumpió—, cuidado con lo que haces.

Y colgó.

—Ahora sí la terminé de embarrar —me quejé, aún con el teléfono en la mano.

Traté seguir los consejos de ambas, tanto de las chicas como de mi prima, pero me era difícil enfrentarme a la situación. Seguía sin contestarme las llamadas ni ver mis mensajes, por lo que esperé a darnos un espacio, tanto a ella como para mí y meditar bien las cosas. Llegó el sábado y sin dudarlo, fui a la clase de repostería. Me sentía mejor y con la mente más fresca, pero al ver que Ana llegaba sola y me saludaba sin muchas ganas, supe que la cosa estaba peor de lo que creía. No me atrevía a preguntarle, estaba más que segura que ya sabía todo y no quiera relacionarse conmigo como antes.

Empecé con la preparación del biscocho igual que las clases anteriores, pero no estaba del todo bien como para concentrarme en ello. De por sí ya me salen extraños, con este estado emocional dudaba que mejorara. Sentía un nudo en la garganta, unas ganas irremediables de llorar y solo quería salir de allí para buscarla. Después de toda esta semana, las ansias por verla y explicarle todo estaba a punto de estallar. Pero no fue necesario, llegó apresurada y lo primero que hizo fue mirarme. El alivio inundo mi cuerpo al ver su rostro después de tanto tiempo, y, sin embargo, la incomodidad que se palpaba entre nosotras me abrumaba.

Traté de hablarle, pero siempre éramos interrumpidas por algo; el profesor, un vendedor ambulante o cualquier otra cosa. Y a pesar que me dijo no haber problema, quería sacar aquello de mí interior, solo así estaría del todo tranquila. Bendito sea el momento en que a Ana se le dio por hacer «viernes de películas», aunque en un principio no quería hacer nada y no estaría del todo a solas con Elsa. Pero grande fue mi sorpresa, cuando de la misma boca de ella me enteré que ya no llegaría. Era en ese momento o nunca, y lo hice.

Me sorprendía que lo tomara tan a la ligera, tan fácil y eso me daba envidia, porque yo aún no podía estar tranquila con ello. Se veía tan sincera al hablar, que sus palabras tuvieron el efecto que deseaba en mí, me calmaron. En sus ojos pude ver ese brillo curioso que tanto me atraía, su sonrojo al ponerse nerviosa con mis palabras y la evidente excitación en su rostro me emocionaba de mil maneras. Sabía que de nuevo estaba haciendo mal, pero me sentía hechizada por sus labios como polilla a la luz del faro. Era peligroso, pero no podía negarme a su belleza. Quien diría que terminaríamos enredadas una vez más, lento y con tanta pasión que me volvía loca, con la diferencia que esta vez todo fue a su voluntad e incluso se atrevió a tocarme. Dulce y sutil, pero no podía exigirle mucho, con tenerla enterita para mí era más que suficiente.

Después de una semana sin poder dormir bien, ese día quede rendida como un bebé, abrazándola por la cintura y sintiendo la suavidad de su piel. Al despertar, su rostro tierno junto a mí me llenaba de felicidad. Preparé el desayuno y nos preparamos para ir al curso, Ana llegó justo detrás de nosotras y la conversación floreció como siempre. Ese día estábamos probando el fondant, como prepararlo y moldearlo para decorar. Era más fácil de lo que creí, así que empezamos con el biscocho y mientras este se horneaba lo preparábamos.

—Esta vez me saldrá bien —me repetía una y otra vez—, saldrá más que bien.

—Repítelo hasta que lo creas —decía Elsa a mi lado, burlándose de mí.

—¿Y a ti quien te llamó? —repliqué con fingida indignación.

—Misterio a la orden llegó —anunció Ana haciendo su entrada dramática—. Dígame señorita, ¿Qué veneno o brebaje le hecha a la mezcla para que se deforme de esa manera?

—La sangre de mis enemigas, y ustedes serán las siguientes —exclamé tratando de sonar como villana de película de Disney.

—Hasta aquí mi reporte, Joaquín —dijo Ana dirigiéndose a Elsa—, corre mientras puedas.

—Llamaré a un exorcista, ya sabes —se encogió de hombros—, por si acaso.

La miré con reproche, entornando los ojos y frunciendo el señor aparentando molestia. En cambio, ella me miraba con dulzura y sonreía con sutileza, por último, me guiñó el ojo con picardía dejándome más que perpleja, encantada. No pude contener la emoción que me dio al verla así, tan juguetona y coqueta conmigo. Sin duda alguna me sonrojé solo por ello, y el corazón se me había acelerado a niveles desproporcionados, pero me sentía feliz. Así fue toda la clase, miradas furtivas y sonrisas cómplices.

Al terminar la clase no pudimos quedar para hacer algo, debía reunirme de nuevo con las chicas para continuar el proyecto, esta vez en casa de Sofía debido a su trabajo forzado de niñera.

—¿Y entonces? —indagaron ambas al quedar solas— ¿En que quedaron?

—¿Quién? —pregunté sin entender.

—Tú y Elsa, retrasada —vociferó Carla— ¿Qué pasó?

Por sus miradas intensas, sabía que no me dejarían continuar hasta no revelar el mínimo detalle. Espantadas, continuaron sus riñas al saber que volvió a suceder.

—De verdad que no aprendes, ¿Verdad? —replicó Sofía— Entiende algo, Bianca, no es por amargarte la existencia ni nada, pero ella no te corresponde porque sienta lo mismo, solo esta curiosa.

—Tiene razón —dijo Carla más calmada—, el hecho que diga que le gustó, o que te esté coqueteando, no es porque seas tu quien le guste y siento mucho si eso te duele. Una cosa es que sienta curiosidad por experimentar eso por primera vez, a sentir algo de verdad por ti.

—Lo sé y... tienen razón...

—Entonces déjalo —interrumpió mis lamentos.

—Pero... —susurraba con una sonrisa triste— no puedo negarme a ella, me tiene completamente idiota. Sé que por lo menos me tiene cariño, de lo contrario no seguiríamos en estas.

—Bianca, eres mi amiga y de verdad te aprecio por eso te lo digo, aunque sé que es doloroso es mejor que lo sepas desde ahora y no cuando estés irremediablemente enamorada de ella —expresó Carla con seriedad—. No confundas cariño con lástima, es mejor que tengas eso presente.

Con el dolor de mi alma, debía aceptar la cruda realidad. Por más que sea ella quien esté tomando la iniciativa, no debo dejar que mis sentimientos me dominen y terminar enamorada de Elsa, aunque esté más cerca de ello que de cualquier otra cosa. Traté de enfocar mis energías en algo más productivo, como nuestro proyecto de la universidad. Terminado eso regresé a casa, limpié y cociné, pero no tenía muchos ánimos para eso, hasta que ella llamó y su dulce voz encendió una llama en mi pecho.

Dormí tan delicioso pensando en ella y en lo masoquista que soy, pero desperté con unas ganas irremediables de llorar porque sabía que la dicha me iba a durar poco. ¿Y si así era? ¿Lo dejaría pasar o disfrutaría mientras pueda, sabiendo que al final terminaría con el corazón hecho polvo? Sí, dentro de mí había una pizca de esperanza que me mantenía dentro de una burbuja y tenía miedo de perderla; pero de verdad quería estar con ella, aunque sea por tiempo limitado.

—Buenos días estrellitas, la tierra les dice hola —saludó Ana llena de energía entrando al salón.

—¡Oh shit! —exclamó Elsa a su lado, mirándola con extrañeza— Here we go again.

No pude contener las carcajadas, a las cuales se unieron ambas y terminamos en una interminable risotada de burlas e imitaciones sin sentido. Atrajimos la atención de todos e incluso la de Lorenzo, quien nos miró fijo y ordenó regresar a nuestros asientos. Empezamos nuestros biscochos, pero el contoneo de cadera y su suave cantar me tenían completamente distraída, entre veces me miraba y sonreía. Respiraba y trataba de centralizarme, pero me tenía tan embelesada que cometí una barrabasada y solo lo noté hasta que el horno expulsó aquel monstruo deforme.

—¡Santo Dios! —exclamó Elsa entre risas— Bi, ya me estás preocupando, lo digo en serio, aunque me esté muriendo de la risa.

—Voy a llorar —dije entre risas—, esto es tu culpa.

—¡Discúlpame, pero perdóname! —sonreía con picardía —¿Por qué es mi culpa? Dame una buena razón y te creo.

Solo la miraba haciendo mi puchero de reproche, sabiendo que no iba a decir las razones por las cuales fallé tan estrepitosamente, y que ella por obvias razones ya sabía. Ana, a nuestro lado, se burlaba sin parar de aquella cosa.

—Por lo menos sabe bien, ¿No? —indagó sin dejar de reír.

—Hasta el momento han tenido buen sabor, pero este vamos a ver... —Elsa tomó un pequeño trozo de una de las extrañas protuberancias del pastel— ¿Te digo o lo pruebas tú misma?

Su expresión burlesca no me daba muchos ánimos, sabía que había hecho algo mal, aunque no estaba segura de que era con exactitud.

—Yo lo pruebo —repliqué, probé un trozo y casi lo escupo—, está salado.

Una vez más se rieron, esta vez no me les uní porque alguien más me miraba con reproche, Lorenzo. No tuve de otra que desecharlo y unirme a alguien más, a esas alturas no daba tiempo de repetir y no querían arriesgarse a desperdiciar más ingredientes conmigo. Me hice con Elsa, charlando entre susurros mientras hacíamos el fondant y coqueteábamos sin problemas. Terminado el pastel, mi regaño fue contundente, pero la decoración había sido magnifica así que de cierto modo estaba perdonada.

—¿Hoy sí tienes el día libre? —indagó Ana.

—Sí, ya terminamos los preliminares del proyecto —comenté— ¿Qué tienen en mente?

—Solo íbamos a la casa de esta pendeja —dijo señalando a Elsa— ¿Vienes?

—¿Y qué haremos? —pregunté curiosa, notando la intensa mirada de Elsa.

—Y... ¿Si hacemos un pastel? —sugirió Elsa— Uno que no quede salado ni deforme, claro.

—Excelente idea, nos juimos —exclamó Ana.

—Perfecto, alguien morirá hoy.

Llegamos al supermercado para comprar lo que faltaba, en su casa había algunos ingredientes que podíamos usar y otros para distraernos un rato. Llegados a su casa, empezamos con la medida de las cantidades, nada muy grande ni tan elaborado solo por si acaso. Mientras nos reíamos el celular de Elsa sonó, contestó y regresó tan rápido como pudo aguantando la risa solo para que escucháramos la conversación.

—Madre, ¿podría repetir? —indagó con fingida seriedad, mirando con burla a Ana quien tenía cara de pánico— No alancé a escuchar muy bien.

—Quería pedirte un favor, si la escuincla de mi hija está allá échala a patadas —vociferaba molesta—, la muy pendeja dejó un examen perdido en 2,8 debajo de la cama, ¿Creía que no me iba a dar cuenta? Pero no le digas nada, me la quiero coger desprevenida.

—Claro madre, no se preocupe —decía Elsa con tono serio—, yo veo que me invento para que vaya.

—Gracias, cuando vengas te daré un regalito —decía con más calma—, y despídete de ella, no la verás más que en la universidad por el siguiente mes porque estará castigada.

—De acuerdo, como usted mande, hasta luego —colgó.

—Es un examen del semestre pasado —lloriqueaba Ana, mientras ambas nos partíamos de la risa.

—Solo a ti se te ocurre dejar eso bajo la cama —comenté.

—Fue un gusto conocerlas, no me olviden, las quiero —se despidió con su típico teatro hasta salir por la puerta.

Aún sin ella las risas continuaron, pero las dejamos para poder respirar con normalidad y seguir con nuestra labor. Mientras preparaba la masa me sentía como aquel día, en que en medio de mi alborotación rosaba sus manos con toda intención, le coqueteaba de forma descarada, solo que esta vez las posiciones estaban invertidas. Me sonreía con picardía, acariciaba mi cintura y esporádicamente me daba picos en los labios. Más encantada no podía sentirme, pero también extraña y un tanto nerviosa.

—Ahora vuelvo, voy a cambiarme —anunció—, ya me dio calor.

Regresó y casi no pude ocultar mi asombro, tenía puesto solo un top negro dejando al descubierto su abdomen y un minúsculo pantalón deportivo. Se veía de verdad provocativa, sus pechos se amoldaban a la perfección y el trasero se realzaba, se me hizo agua la boca con solo verla. No pude evitar sentirme un poco mal, por el hecho de recordar las palabras de Carla y que muy posiblemente solo sea un juego para ella, explorar su curiosidad sexual más que todo. Y aunque estuve de acuerdo todo este tiempo, no dejaba de doler.

—Listo, ¿Dónde quedamos? —preguntó con sensualidad.

—En la... mezclando... —titubeé— pero ya solo falta meter al horno y listo.

Continuamos con la decoración en espera del biscocho, tiempo en que cesó sus movimientos para volver a ser un par de amigas riendo, cocinando y conversando de las desgracias ajenas. El pitido del horno nos alarmó, estaba listo y era hora de sacarlo. Al verlo, una exclamación brotó de mi boca sin evitarlo. Era circular como el molde, pero inflado en proporciones exageradas. Elsa tomó su teléfono y le sacó varias fotos mientras yo me lamentaba.

—Parece un huevo —comenté.

—Bi, sabes que te quiero mucho, pero... —me miraba con fingida preocupación— Esto es físicamente imposible, ¿Sabes?

—Brujería, no sé —repliqué—. Tu viste lo que hice, con los cups cake me salía bien.

—Debiste haber ofendido al dios de los pasteles para que te esté castigando así.

Empieza a reírse sin parar, alegando que no vio nada extraño que pudiese alterar la forma de esa manera. Rendidas, repasamos la receta una vez más pero no dimos con el chiste. Lo decoramos como si fuese un huevo Kínder sorpresa aprovechando su forma, cubriéndolo de arequipe y crema batida como el empaque. A escondidas mías, envió las fotos al chat grupal donde recibí, sin exagerar, 20 mensajes de Ana con stikers y risas descontroladas. Algunos eran audio, de ella muerta de la risa mientras de fondo se escucha su madre regañándola por el escándalo.

—¿Qué carajos les pasó? —preguntaba aún entre risas por videollamada.

—No sé —contesté entre lloriqueos.

—Esto es algún maleficio diabólico, no tengo más explicación —comentaba Elsa con fingida seriedad—, pero esta vez sí sabe rico, espero.

—Por lo menos la decoración quedó bien, parece un huevo —añadí contagiada por la risa.

—Ya parecía un huevo —aclaró Ana, para estallar de nuevo en risas.

Lo guardamos para que el decorado de arequipe tomara consistencia, charlando y riendo como siempre. Limpiaba el mesón de la cocina, eliminando los restos de harina y lavando mis manos al terminar. Creía que sus coqueteos se habían detenido, pero me sorprendió al rodear mi cintura muy suave con sus brazos, pegando su cuerpo al mío y rosando la piel de mi hombro con sus labios.

Sentía su cálido aliento sobre mi piel, subiendo a mi cuello y dando besos en su recorrido. No podía evitar estremecerme ante sus caricias, pero no estaba segura si ceder ante sus encantos o negarme a ello. ¿Estoy mal por ansiar tener un poco de su cariño, de sus caricias y de su sabor, aun sabiendo que podría no salir bien para mí?

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