🔸12🔸
Bianca
—Aquí no ha pasado nada grave —recordé—, solo fue un beso inocente.
Y volvió a doler tanto como en aquel momento; sin embargo, el recuerdo de la noche anterior me llenaba de una alegría desbordante, me emocionaba el solo volver a probar el sabor de su boca y sentir sus suaves labios sobre los míos.
—Lo siento —había susurrado—, pero besas muy rico.
No era muy partidaria de aquella creencia que dice que lo niños y borrachos solo dicen la verdad, pero esta vez quería creerlo con todo mi corazón. Le había gustado aquel beso, me había vuelto a besar por su propia voluntad, y eso me había fascinado. No podía evitar sentirme tan emocionada por ello, pero debía poner los pies sobre la tierra. Todo eso había sido bajo los efectos del alcohol, no era del todo consiente de sus acciones y con toda probabilidad no se acuerda de nada. Por más que me pueda doler, era mejor dejar ese tema a un lado y solo verla como una amiga, porque de ahí no creo que pase nuestra relación. Puede que sea masoquista, pero prefiero eso a dejar de verla.
Me distraje con la limpieza y organizar la casa, reubiqué todas las cosas que papá me regaló y aparté otras para obsequiarle a las chicas. Al terminar, aún me quedaba mucho tiempo libre y más nada que hacer. Desventaja de haber cambiado mi rutina, y el no haber ido a la clase de repostería ese día. No podía hacerlo y dejar a Elsa sin saber cómo estaba, me preocupaba su estado y lo que pudiera recordar. La dejé con Ana, pero no pude sacar información al ver su carita de malestar. Automáticamente y con solo traer su nombre a mi mente, tomé el celular y marqué su número, tres tonos después contestó.
—Hola —murmuró.
—¿Estás bien? —pregunté alarmada.
—Mi cabeza quiere estallar —lloriqueó—, y me la he pasado vomitando hasta el alma.
—¿Quieres...? —me interrumpí, pensando que sería mejor no verla por el momento— ¿Has tomado algo para eso?
—Mi estómago está lleno de pastillas —replicó entre susurros lastimeros—, me la he pasado todo el día en cama.
—Pásame a Ana, quiero decirle algo.
—No está —contestó con un bostezo—, la mamá la llamó porque llevaba demasiado tiempo en la calle. Estoy sola, solin, solita, abandonada a mi suerte.
«No lo hagas, Bianca Paola, no es el momento» pensaba, tratando de controlar mis impulsos por verla. No debía, pero quería y eso me mataba.
¿Podía hacer una excepción por enfermedad?
—¿Quieres que vaya? —indagué con calma— Podría prepararte un caldito o algo.
—No es necesario —dejó escapar una suave risa—, debes tener cosas que hacer.
—Ah, sí claro —titubeé—, pero me avisas cualquier cosa, ¿No?
—Claro, gracias —susurró y por el tono de su voz, me la imaginé sonriendo—, eres un amor.
—Llámame si necesitas algo, hasta luego —colgué.
Me tranquilicé y preparé las cosas para la universidad, esa semana empiezan los primeros parciales del semestre. Debía repasar, hacer notas y leer si quería pasarlos. Como era costumbre, Carla y Sofía estudiaban conmigo por video llamada, en algunas ocasiones regresábamos juntas a mi casa para seguir con ello y otras tantas se quedaban a dormir. Tan solo el martes volví a saber de Elsa y Ana, también en temporada de parciales. Elsa se había recuperado muy bien el lunes, no había tomado demasiado y el café de esa noche le sirvió de mucho. Aún seguía con suaves dolores de cabeza, pero no era para alarmarse.
Seguíamos hablando muy esporádicamente, sin mucho tiempo debido a los exámenes. Pero sentía que la extrañaba, me hacía falta conversar hasta media noche escuchando sus carcajadas y ver sus lindo ojos verdes brillar. Me emocionaba que llegara el sábado, no tanto por ser fin de semana y terminar los exámenes, sino porque la volvería a ver en el curso de repostería.
—Hola, Bi —saludó Elsa al verme llegar, con un abrazo y un beso en la mejilla— ¿Me extrañaste?
«Ni te imaginas cuanto» pensé, pero: —Algo —contesté con fingida indiferencia.
—¿Ah? No me quieres —lloriqueó haciendo un puchero de lo más lindo, derritiéndome por dentro.
—¡Ay! —exclamé entre risas— ¿Quién está pechiche hoy?
—¡La traición!
Pellizcaba sus mejillas con dulzura, sintiendo la suavidad de su piel una vez más, admirando sus lindos labios con ganas de devorarlos hasta el cansancio todas las veces que quisiera.
—Buenos días, estrellitas, la tierra les dice hola —saludó Ana llegando de sorpresa.
—¿Ya que te fumaste? —indagó Elsa mirándola con extrañeza y diversión.
—No te vuelvo a saludar en tu pinche vida —replicó—. Hola, Bianca, no te juntes con esta chusma.
—No me metan en sus problemas maritales —me burlé, regresando a mi puesto.
Sus quejas me hacían reír, sus discusiones infantiles me causaban mucha gracia y me gustaba contemplarlas más en esos momentos. Pero se vio interrumpido cuando, muy emocionado, el profesor inició la clase.
—Bueno, mis niños, ha llegado el momento decisivo —anunció con júbilo—. Hoy prepararemos pasteles, empezando por lo más básico e iremos subiendo el nivel. ¿Les parece?
—Sí —contestamos todos emocionados.
Explicó las diferencias entre la masa de los cups cake y ésta, detallando el sumo cuidado al prepararla y calcular las cantidades. Nos dio un repaso de la clase anterior, recordando algunos tips y demás, ya que eran importantes para esta clase y nosotras no habíamos asistido.
—Espero sean cuidadosos, y a empezar —anunció.
—El, amorcito mío —canturreé llamando su atención.
—¿Sí? —me sonrió con dulzura.
—No te olvides de la levadura —dije, provocando una fuerte risotada en Ana y una expresión de sorpresa en ella.
—La traición, la decepción hermana —se quejó—, te retiraré mis afectos.
Me sacó la lengua y giró su rostro ondeando su cabello en se señal de disgusto, mientras yo solo reía haciéndole compañía a Ana. Chocamos los 5 con malicia y empezamos nuestro trabajo. Al igual que las veces anteriores, preparé la masa y vertí en el molde para luego meter en el horno. Mientras el biscocho se horneaba, adelantaría la crema batida para decorar. Un suave canturreo a mi lado me mantuvo un tanto distraída, Elsa cantaba y batía la mescla al son de la melodía. Era una imagen hermosa, y no me perdía ni un solo segundo de ella.
El pitido del horno me trajo de vuelta al mundo real, avisándome que mi biscocho estaba más que listo. Al sacarlo para que reposara, me fijé en algo demasiado extraño y perturbador. Según mi expectativa, debía tener una forma circular tal y como es el molde, con la superficie inflada un poco ovalada por acción de la levadura. En cambio, mi realidad era totalmente distinta. Era como si el proceso se hubiese revertido. La superficie estaba hundida y el borde sobresalía del molde, doblándose como tentáculos hacia afuera.
—¿Qué es eso? —indagó Elsa a mi lado.
—No tengo ni idea —respondí perpleja—, siempre me sale bien.
—El karma —suspiró de forma burlona—, dulce, dulce karma.
La miré con el ceño fruncido aparentando estar molesta, pero con solo mandarme un besito al aire con su mano, todos mis esfuerzos se esfumaron. Sonreí y suspiré como una tonta sin casi poder ocultarlo, hasta que llegó el profesor y me ayudó a corregirlo. Después de varios cortes, mantuvo su forma circular, pero más bajito y sin mucha resistencia. Como pude lo cubrí con crema batida, esparcí migajas de biscocho por toda la superficie y armé una flor con fresas.
—Algo es algo —se burló Elsa.
—Mira niña, acepto que no sé qué paso con esto, pero... —comenté con firmeza— a mí no se me olvidan los ingredientes.
—Qué bien por ti, pero aun así me quedan con la forma correcta —replicaba.
Y así, como dos niñas pequeñas discutíamos sobre nuestros pasteles mientras Ana, aún apurada con el suyo, buscaba una idea para decorarlo. Al final, terminó por hacer una mariposa de caramelo en el centro de su pastel.
—¿No es hermoso? —preguntó emocionada.
—No está mal —decíamos—, está bonito.
—Las detesto —se quejó.
—Bueno jóvenes —llamó Lorenzo—, como recordarán de la primera semana de clases, todos los pasteles serán puestos en exhibición durante todo el día a un bajo costo, con el fin de promover este curso y... lo que ustedes hacen aquí.
Las quejas ante aquello no se hicieron esperar, muchos reían y otros replicaban sin cesar solo provocando más risas incluso en el mismo Lorenzo.
—Cálmense, esto lo digo para que sean más cuidadosos con lo que hacen —me miró fijo y con reproche—, no siempre podré ayudarlos a corregir y menos mañana que es día de improvisación. Más tarde les avisaré que tal resultó, y no se vale que compren sus propios pasteles, eso sería trampa. Ahora sí, pueden ir en paz.
—¡Amen! —exclamamos todos al unísono, para después reír a carcajadas.
Salimos del salón y esperamos un rato, en cuestión de minutos nuestros pasteles estaban en la vitrina siendo expuestos al público. Con deleite, apreciábamos nuestras obras de arte como si estuviésemos en un museo. Pero lo que más quería contemplar, estaba sonriendo amplia y muy emocionada a mi lado, Elsa.
—¿Qué tal los exámenes, Bianca? —indagó Ana.
—Pues, según yo bien —contesté, centrando mi atención en la vitrina—, y ustedes, ¿Qué tal?
—Estaban fáciles —contestó encogiéndose de hombros.
—También estaban fáciles —comentó Elsa con desgana—, pero creo que perdí uno, el dolor de cabeza no me dejaba pensar.
—¿Y si descansamos hoy y hacemos algo? —sugerí— Liberar el estrés de los parciales y eso.
—Claro, hagamos un pastel —sugirió Ana—, me quede antojada y no podemos comprar los nuestros, tan bonito que me quedó.
—Podría ser, pero es que no quiero que quede deforme —añadió Elsa con expresión inocente— ¿Cierto, Bi?
—Te amo, pero quiero matarte —amenacé.
—¿O mejor no? —sugirió alejándose a paso lento y disimulado de mí— Ya sé, prometiste prepararnos una de tus fabulosas recetas y yo no sé qué cosa más.
—Cierto —afirmó Ana—, yo apoyo esa moción con toda violencia.
Nos dirigimos primero al supermercado, donde compramos algunas cosas para mi super receta super fabulosa. Champiñones, pechuga de pollo, algunas verduras y aderezos. Al llegar, me ayudaron con la preparación y en una hora el almuerzo estaba listo. Comimos y reímos con lo ocurrido durante la semana, colocando los chismes al corriente después de haber hablado tan poco en todos esos días. Las burlas por mi pastel continuaron, defendiendo a capa y espada el honor de mi creación.
Entrando el atardecer, Ana y yo nos preparamos para partir, despidiéndonos como era costumbre y tomando cada una su camino. Sin embargo, a mitad de calle una duda me asaltó por lo que me devolví.
—¿Se te quedó algo? —preguntó Elsa con curiosidad.
—Quería hacerte una pregunta —dije, entramos y nos acomodamos en el sofá—. Bueno, sabes que aún estoy un poco escéptica con eso de tus efectos post borrachera, pero ya vi que el tema es más serio de lo que imaginé. Así que, ¿Qué tanto recuerdas?
Su mirada al inicio era de divertido reproche, pero al escuchar la pregunta y la seriedad en mis palabras, cambió a duda.
—Bueno... —titubeó— recuerdo que hablé con un chico cuyo nombre olvidé, comíamos y bebíamos normal. Después, alguien llegó un poco tarde a decirme que eso era alcohol, me sacaron de allí cuando ya estaba medio en el limbo diciendo estupideces. Desde ahí todo es borroso; veo un taxi, un conductor sin paciencia para borrachas bulliciosas, creo que me quité la falda y me metieron en el baño. De ahí, solo recuerdo despertar con ganas de morir.
—De verdad que eres un caso extraño —suspiré de alivio, pero en el fondo me sentía decepcionada— ¿Nada más?
Se quedó pensativa un rato, tratando de exprimir su cerebro en busca de información tal vez, mientras clavaba sus ojos verdes curiosos en mí.
—No, solo eso —comentó—, y agradece que el café medio paso el efecto, de lo contrario no estarías viendo este pechito ahora mismo. Aunque sí recuerdo que estaba bien amargo el desgraciado, y caliente. Todavía me duele la lengua de la quemada que me dio.
—Reina de la exageración —exclamé entre risas—, culpa a Ana por eso. Y ahora sí, me voy, ¿Nos vemos mañana?
—Claro, hasta mañana —me beso en la mejilla, suave y sonoro.
Salí de allí con una sensación de placentera satisfacción recorrer mi cuerpo, aún con el tacto de sus deliciosos labios en mi piel. Caminaba medio idiotizada con una sonrisa de oreja a oreja, hasta que caí en cuenta de algo. Recordaba el café, y eso fue después del beso, de mi apresurada confesión, de todo aquello. Entonces, ¿Por qué me dijo que no? Tal vez me estaba adelantando a los hechos, Ana pudo haberle contado esa parte de la historia porque estaba presente.
—Aunque si recuerdo que estaba bien amargo el desgraciado, y caliente —había dicho.
—Mierda —exclamé.
Con aquella duda en mi cabeza, estuve gran parte de la noche en vela, sin poder dormir ni tranquilizarme. ¿Por qué me sentía así? Si prefiere decir que no lo recuerda, es porque... no sé, solo ella podría responder aquello, pero no creía tener la valentía para preguntarlo. El domingo llegó como cualquier otro, con la diferencia de tener los nervios a flor de piel. «Respira, todo está en tu cabeza, piensas demasiado las cosas» me repetí como un mantra una y otra vez.
—Buenas noticas jóvenes, los pasteles de ayer fueron un éxito total —anunció Lorenzo—, y el primero en ser vendido fue.... Redoble de tambores...
Canturreaba mientras alguno de los compañeros hacía de baterista improvisado, tomando dos cucharas de madera de los utensilios y uno de los tazones de metal.
—Abel, tu pastel fue el primero en venderse a la hora y media de haber sido expuesto, felicitaciones —aplausos y vítores—. Hoy continuamos con la misma receta, pero quiero que hagan algunos cambios en la preparación del biscocho para darle más color, más sabor, más vida. Ustedes entienden, de todas formas, daré unos tips para evitar los errores de ayer.
—¡Uff! —suspiró Elsa con diversión sarcástica— ¿Para quién será?
Me miraba con una sonrisita sutil, tratando de retener sin muchas ganas una gran risotada.
—Ya veremos quien se ríe después —repliqué, pero con una sonrisa coqueta en mi rostro.
—¡Aja! —susurró nerviosa, con un tenue sonrojo en sus mejillas.
Solo reí para mis adentros, me encantaba hacerla sonrojar y ponerla nerviosa, se veía tan adorable. Empezamos con nuestros pasteles, esta vez puse todo mi empeño y atención en esto, distrayéndome solo después de haber puesto a hornear mi mezcla. Mientras esperaba, molesté un rato a las chicas viendo como hacían sus biscochos, siendo testigo de algunos desastres y otras ideas no tan descabelladas.
La hora de la verdad había llegado, el segundo intento de pastel estaba listo, esperando sea mejor que el del día anterior.
FALLÉ.
Era exacto como el anterior, solo que más abultado y sin forma definida. La superficie seguía estando hundida y con bordes sobresaliendo, pero esta vez hacia dentro dándole un aspecto de domo. Esta vez me dio una idea, pastel relleno o por lo menos lo intentaría.
Después de escuchar algunas burlas, risas y comentarios por parte de ellas, prometí vengarme un día de estos y continué con mi receta. Decidí abrir un poco la abertura de la superficie, cubrirlo con crema batida de color azul oscuro y decorar con escarcha comestible. Por dentro, coloqué varias capas de galleta, fresas y trozos de chocolate, dándole un aspecto de tazón con frutas. O algo por lo menos un toque parecido a eso.
—Buen intento —se burló Ana.
—No le hagas caso, se ve bonito —dijo Elsa sonriente—, parece el caldero para pociones de una bruja.
—Síganle, yo solo las dejo —advertí—, me las cobraré todas.
Seguida de las risas, Lorenzo anunció el fin de la clase, repitiendo el mismo proceso del día anterior. Mi pastel le pareció creativo, pero por obvias razones notó que se repitió mi pequeño y desconocido error. ¿Qué estaba haciendo mal? No sé, si supiese no lo haría de nuevo.
—Señores, la próxima semana seguiremos con pasteles, pero con diseños diferentes —anunció Lorenzo—. Usaremos otros ingredientes para la decoración, trataremos de darle formas más creativas al biscocho sin caer en la accidentalidad. Por el grupo estaré anunciado quien es el ganador de este día, así que estén atentos.
—A ver, Bi —dijo Elsa al salir tratando muy en valde de no reír—, fuera de burlas y eso, una vez está bien porque pudo haber sido un error de cálculo, ¿No? lo normal.
—Concuerdo con la futura difunta —aseguró Ana.
—Pero, ¿Dos veces? —continuó con expresión sorprendida— Esto ya es raro, ¿Qué es lo que haces?
No pude gesticular palabra alguna, solo me encogí levemente de hombros igual de confundida que ellas.
—Bueno, hoy sí podemos hacer un pastel —exigió Ana—, me quedé con las ganas ayer y este enigma hay que resolverlo, seremos misterio a la orden versión master chef.
Nos reímos y dirigimos a mi casa, con la idea de poder recrear en versión miniatura aquel pastel y saber que estaba haciendo mal. Compré los ingredientes, algunas cosas extra que faltaban en mi despensa y emprendimos el viaje. A mitad de camino, Ana se vio obligada a tomar un rumbo diferente. Una compañera la llamó insistente para adelantar un trabajo, el cual y según sus propias palabras debía entregar dentro de dos semanas. Después de quejas incontrolables, alegando que era una exagerada y demás calificativos, se marchó echando humos por la cabeza.
—Que en paz descanse aquella pobre alma en desgracia —murmuró Elsa viendo cómo se alejaba su mejor amiga—, no sabe el demonio que acaba de despertar.
Llegamos a casa y reposamos un rato, charlando y riéndonos de ese último acontecimiento. Me contó sobre aquella chica y lo «castrosa» que podía llegar a ser con los trabajos en equipo, «la típica niña ñoña que no cree capaz a los demás de hacer bien los deberes», decía.
—Ok, empecemos con el problema —dijo entre risas—, el biscocho.
—Estoy total y cien por ciento segura que es el horno —aseguré con fervor—, porque yo hago la mescla al pie de la letra.
—Sí, primor —exclamó entre risas—, cuéntame una de vaqueros a ver si te creo.
—¡Búrlate! —me quejé.
Empezamos a calcular la cantidad de los ingredientes, no queríamos desperdiciar mucho así que preferimos hacer uno bastante pequeño. Agregábamos todo en un tazón y mezclábamos con energía al son de un reguetón, ensuciábamos un poco el mesón y a nosotras mismas, pero nada de eso me importaba porque estaba pasando un momento de verdad maravilloso con ella. Metimos el molde con la masa y esperamos, charlando y riendo mientras tratábamos de quitar los restos de harina del cabello.
Entre mezclas y risas, rosaba sus manos con suavidad, acariciaba su cintura y daba pequeños besos en su mejilla. Muy intencionalmente, le estaba coqueteando de forma sutil y cariñosa. No podía ni quería evitarlo, deseaba poder besar sus labios, provocarle las mil sensaciones que ella provoca en mi con solo mirarme con sus bellos ojos verdes. Y sé que se estaba dando cuenta de ello, el sonrojo en sus mejillas y el titubeo en su voz me indicaban que iba por buen camino. Solo uno, con un beso me doy por bien servida.
—Llegó la hora —anunció Elsa ansiosa— ¿Preparada?
—No, por supuesto que no —dije nerviosa.
Con cuidado, sacó aquel molde del horno mientras yo solo tapaba mis ojos sin querer mirar aquello. No tenía mucha fe en el resultado, pero si esperaba que haya mejorado en algo, así sea un poco.
—Deberías ver esto, Bi —habló entre risas.
Con lentitud, descubrí con horror que aquel biscocho estaba aún más deforme que los dos anteriores. Elsa a mi lado, estaba roja de tanto reírse y casi no podía respirar.
—No entiendo, ¿Qué pasó? —repliqué.
—Ni... idea... —murmuró— yo te vi hacerlo, lo hice contigo. Pero... ¿Qué es eso?
—El, te quiero mucho en serio —dije con seriedad—, pero cállate o te callo.
—No... puedo —seguía riendo a carcajadas.
—¿Ah no?... —murmuré tomándola por la cintura hasta pegarla a mi cuerpo— ¿Segura que no puedes, mi amor?
Soltó un suave quejido de sorpresa, su mirada fija en mí y sus manos apoyadas en el mesón tras ella.
—Bi... —susurraba entre balbuceos— ¿Qué...?
—Shhh... —rosaba con suavidad mi nariz con la de ella, mientras una de mis manos recorría su mejilla— no hables, solo quiero... Uno chiquito...
Mordí con cuidado su labio inferior, me encantaba su pequeña cicatriz y la forma en que resaltaba cuando se enrojecía aquella zona. No me resistí más y la besé, primero solo un pequeño toque y luego, el descontrol. Unas ansias de tenerla se apoderaron de mí, el frenesí al sentir el sabor de su boca y la suavidad de su lengua me deslumbraron. Acaricié su cintura apretándola más a mi cuerpo, subiendo poco a poco hasta tomar con ambas manos su rostro.
—No puedo... —susurré con voz ronca sobre sus labios— resistirme a tu sonrisa, tu suavidad, a tus deliciosos labios, a ti.
Continué devorando su boca mientras mis manos se enredaba en su cabello, masajeando con suavidad bajando hasta su cuello. No quería parar, me sentía tan excitada, caliente y eso era lo que menos pensaba hacer. Por el contrario, fui desviando mis besos a sus mejillas hasta su oreja, donde mordí y lamí el lóbulo sacando un par de jadeos de su garganta.
—Bi... —murmuró con dificultad— creo que...
Se vio interrumpida con un gran jadeo al llegar mi boca a su cuello, donde con besos y lamidas fui saboreando su piel y aspirando su aroma.
—Deberíamos... —continuó— deberíamos...
Los jadeos fueron intensificándose a medida que bajaba, llegando hasta su clavícula y regresado a su boca. Por un segundo me detuve a contemplarla; sus labios rojos e hinchados, sus mejillas sonrosadas y ojos humedecidos por el deseo. Sonreí ante aquella imagen tan perfecta, grabándola en mi corazón para el resto de mi existencia. Volví a adueñarme de su boca con mayor desesperación, recorriendo su cuerpo con mis manos sin pudor alguno. Botón a botón, fui abriendo su blusa mientras mordía y besaba una vez más su cuello.
En esa zona, sus jadeos eran más fuertes e incontrolables, al parecer había dado con su punto débil. Deslicé la blusa hasta dejarla caer, dejando a la vista su brasier de encaje azul. Mis manos traviesas recorrían su abdomen, subiendo tentadoramente hasta llegar a sus senos, donde con suavidad y tortuosa lentitud fui desabrochándolo.
—Bi... —dijo muy entrecorta por los jadeos— deberíamos hablar primero...
Regresé a su boca, acallando sus réplicas al sentirlas vacías y sin convicción, deshaciéndome por completo del estorboso trozo de tela.
—¿Segura? —susurré a su oído, lamiendo y tentándola.
Bajé de nuevo, encantada con su cuello y los leves gemidos que emitía al morder esa zona. Con mis manos apretaba con suavidad sus senos, sintiendo sus pezones endurecerse con mi tacto. Sin esperar más, me llevé uno a la boca suspirando ante la delicia de su piel y la firmeza de su pecho.
—Sí... —gimió fuerte con un estremecimiento.
Succioné todo lo que cabía en mi boca, lamiendo en círculos alrededor de la aureola para terminar jalando entre mis dientes el pezón erecto. Repetí el proceso con el otro, sin descuidar el primero con suaves masajes. No me había tocado, solo mantenía sus manos en mi cintura apretando cada vez que gemía ante mis caricias. Y, aun así, sentía mi cuerpo en ebullición pensando que podría correrme con facilidad tan solo al probarla a ella.
—Bi... —susurraba a duras penas— es... espera...
—¿Dime? —indagué sin dejar de atender sus pechos.
—No crees... que... —gimoteaba sin poder articular bien las palabras.
Continué besando, mordiendo y lamiendo sus senos, subiendo a su cuello mientras mis manos bajaban a la pretina de su pantalón. Desabroché y bajé un poco para poder introducir mis manos, acariciando y apretando sus glúteos tanto como había fantaseado muchas veces. Eran tersos, duros y suaves. Una delicia.
—¿Qué cosa, mi amor? —pregunté con inocencia, mientras desviaba una de mis manos a su pelvis.
—Qué vas muy... —gimió fuerte al sentir mis dedos acariciando su botoncito, aún por encima de la tela de su braguita.
Me vi complacida al sentir su humedad traspasando la tela, le estaba gustando más de lo que aparentaba o decía. Atrapé su boca en un profundo beso lleno de deseo y ansias por sentirla, introduciendo mi mano hasta frotar directo y suave su clítoris.
—Más rápido... —murmuró sobre mis labios, ahogando sus gemimos con mi boca.
—¿En serio? —susurré gimiendo, me excitaba sentir el calor de su vagina entre mis dedos.
Frotaba cada vez más rápido, escuchando sus gemidos cada vez más sonoros en mi oído mientras besaba su cuello.
—Sí... sí es... —se mordía el labio, reteniendo sus gemidos— apresurado...
—Pero... —la besé mordiendo su labio— te gusta...
Llevé mis dedos mojados con su esencia a mi boca, sintiendo el dulce sabor de su néctar en mi lengua, cálido y pegajoso, todo bajo su atenta mirada de asombro y deseo.
—Estás... —gimoteé— deliciosa... quiero saborearte enterita.
La apoyé de espaldas al mesón, besé sus senos una vez más antes de bajar por completo su pantalón junto a las bragas. La tenía desnuda ante mí, contemplando con admiración cada parte de su piel.
—Eres de verdad hermosa —susurré, dando pequeños besos en su abdomen y bajando—, y hueles tan rico.
—Bi... no creo que... —trataba de decir, jadeando al sentir mis labios en la cara interna de sus muslos— esto sea... correcto.
Lamía desde su rodilla hasta su ingle, provocándole temblores y jadeos fuertes, recogiendo con mi lengua toda la esencia que empezaba a escurrir por sus piernas. Repetí el proceso en ambas, luego subí una de ellas a mi hombro para tener más acceso a su jugosa entrada.
—Es que... yo... nosotras —balbuceaba casi si respiración— no creo... ¡Oh cielos!
Recorrí toda su entrada desde abajo hasta su clítoris con mi lengua, lento y suave, por lo que gimió fuerte. Mordía su mano y cerraba con fuerza sus ojos, reprimiendo los suspiros de placer que me encantaba escuchar de su boca, pero más me estaba fascinando su sabor. Me centré en ese botoncito succionándolo y acariciando con mi lengua, levantando la mirada a veces solo para contemplar su rostro rojo y extasiado.
—No es... correcto... que —balbuceaba entre suspiros— hagamos... ¡Oh por Dios!
Introduje dos dedos en su cavidad, sintiendo la rugosidad y humedad de sus paredes. Continúe dándole besos y lamidas a su clítoris, en circulo y subiendo hasta su monte de venus.
—Bi... ¡por Dios! —exclamó, sosteniéndose con fuerza con una mano en el mesón y la otra en mi cabeza.
Hice gancho con mis dedos en su interior, empezando un mete y saca despacio mientras no dejaba de succionar. Con cada arremetida sentía más flujo salir de su vagina, los saqué y limpié con mi lengua para luego hacer lo mismo en su entrada hasta empapar mi nariz.
—¡Cielos! —gruñó.
Volví a introducir mis dedos, sintiendo esta vez leves contracciones de sus paredes, estaba a punto de correrse y no iba a evitarlo. Por el contrario, aumenté la velocidad de mis estocadas, escuchando cada vez más fuertes sus gemidos y los temblores de su cuerpo. Con un fuerte gruñido le llegó el intenso orgasmo, por lo que me apresuré a sacar mis dedos y recibir todo en mi boca. Seguí lamiendo provocándole espasmos, apretando sus glúteos pegando más su pelvis a mi cara.
Quería seguir, llevarla a mi cuarto y disfrutar de ella con más comodidad. Deseaba que me tocara, que me acariciara como yo lo estaba haciendo, pero no podía pedir mucho sabiendo su falta de experiencia en este tipo de relaciones. Por ahora, con solo poder tenerla así me conformaba, me sentía completa y llena de placer. Sin embargo, toques sonoros en mi puerta me sobresaltan. En silencio, me levanté para acallar sus gemidos con un beso, pero volvieron a tocar.
—Mierda... —me quejé— ya vuelvo.
La besé una vez más y con cuidado me acerqué a la puerta, a través de la mirilla podía ver el rostro confundido de Carla esperando ser atendida. Maldije a mis adentros, pensando en cómo decirle siendo cortés que estaba algo ocupada. Limpié mi rostro como pude, acomodé mi ropa y cabello, y traté de aparentar que todo estaba normal cuando en realidad estaba tan húmeda que empezaba a fastidiarme la ropa.
Respiré, y abrí la puerta.
—Hola Car, ¿Qué pasa?... —saludé como siempre, pero ella entró como alma que lleva el diablo mirando a todas partes— Espera, ¿Qué haces?
—¿Qué está pasando aquí, Bianca? —indagó con seriedad— Escuché ruidos al llegar.
Mi mente se esforzaba por buscar una razón sin dar pie a sospechas, pero seguía en el letargo de la excitación. Debía parecer convincente, pero el solo hecho de ser interrumpida me estaba molestando y mucho.
—Nada, ¿Qué va estar pasando? —repliqué.
—No lo sé, tal vez...
—Carla, que sorpresa verte —saludó Bianca apareciendo desde la cocina, vestida y como si nada hubiese sucedido—, ¿Qué tal todo, y Sofía?
La sorpresa en el rostro de Carla era grande, entendiendo lo que hubo pasado entre estas cuatro paredes antes que llegara.
—Sorpresa es verte aquí, Elsa —contestó mirándome con reproche—, hace rato no te veía.
—Sí, y me gustaría seguir charlando, pero —dijo apresurada, tomando sus cosas y casi trastabillando—, me surgió un imprevisto y debo irme corriendo.
Se dirigió con rapidez a la puerta, se despidió solo con una seña de mano y cerró la puerta tras de sí. La impresión de verla de esa manera me paralizó, no podía procesar lo que estaba sucediendo hasta que Carla me zarandeó por los hombros.
—Bianca, por Dios —exclamó— ¿Qué hiciste?
—La cagué —susurré con voz quebrada.
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