🔸10🔸
Bianca
En definitiva, me encantaban esos momentos de risas, de escándalo y conversaciones disparatadas con Elsa. No soy mucho de estar despierta hasta más de las 2 por nada, pero hablar con ella se estaba convirtiendo para mí en los mejores y más esperados del día. Escuchar su risa estridente, la forma en que narra algo que le sucedió, esa emoción que le da cuando habla y el brillito en sus ojos...
Esa mañana desperté temprano, no pude dormir mucho por el alcohol en mi sangre y por su misma presencia a mi lado. A decir verdad, me sentí super nerviosa al atreverme a besarla en la frente. Algo tan sutil, tan fraternal, tan sencillo me dejó increíblemente asustada y no sabía por qué. ¿Su reacción tal vez? No estaba segura, pero me sentí un poco más tranquila al saber que solo sonrió y se quedó dormida. Al despertar, su dulce carita reposaba tranquila sobre mi hombro y su brazo en mi pecho.
Fue un poco difícil levantarme sin despertarla, pero me encantó verla así, tan cómoda conmigo. Pero no me distraje en ello, debía regresar a casa y terminar algunas cosas para la universidad. Me duché, preparé el desayuno y como seguía dormida, le dejé una nota para que no se preocupara al no verme. Regresé a la habitación para dejársela a un lado, y no pude contenerme. Acaricie con suavidad su mejilla, acomodando algunos de sus mechones rebeldes.
—Descansa bien, cariño —susurré y le di un beso en la mejilla.
Con ella me salía lo tierno, lo cariñoso, me era tan fácil hacerlo que me estaba asustando un poco. Debía controlarme si, tal y como le dije la noche anterior, no quería que se repitiera aquella historia. Traté de no hablarle el resto del día, al siguiente la vería en el curso de repostería, pero ella misma me envió un mensaje y me fue difícil ignorarla. Hablamos por ratos, no del todo seguido porque estaba en casa de su madre, me mandó un par de fotos de ella disfrazada de hada, su hermana de demonio y su madre de bruja, se veían tan adorables que me recordó aquellos momentos con mamá. De verdad los extrañaba, así que terminé el día en una video llamada con mis padres.
Y así, entre charlas, burlas y clases en la universidad en marcha, pasaron 3 semanas en un abrir y cerrar de ojos. Tiempo en que me acostumbraba más a su compañía, pasábamos horas escribiéndonos por mensaje, videollamadas interminables y risas disparatadas hasta por cualquier cosa. Los cursos de repostería iban mejorando, cada sábado aprendíamos algo nuevo y el domingo experimentamos con ello. De esa forma hemos hecho no solo los postres básicos como los de la primera semana, sino algunos más elaborados según avanzan las clases. Desde gelatinas artísticas, multicolores y con diferentes formas, hasta galletas con figuras y dibujos decorativos.
—Buenos días jóvenes, vamos a calmarnos —saludaba Lorenzo con energía aplacando el bullicio de las conversaciones—, espero estén preparados y usen esa energía para la receta de hoy, cup cake.
Aplausos resonaron emocionados, incluyéndome en el paquete. El cup cake representaba un primer paso para hacer los pasteles, lo que más anhelaba y ansiaba preparar.
—Con esta receta deben prestar mucha atención si quieren obtener algo comestible —se burlaba con malicia—, si preparan bien esto, la próxima semana los pasteles serán pan comido, literalmente hablando.
—Qué mal chiste, profe —exclamó alguien al fondo del salón, produciendo carcajadas en todos.
—¿Cómo que malo? —se quejó— Es buenísimo, ustedes no tienen sentido del humor. En fin, como sea, empecemos.
Dada la demostración del profesor, cada quien se internó en lo suyo con sus ingredientes y demás. Elsa, como siempre, se colocó sus audífonos y al son de alguna melodía empezó a cocinar. Al igual que ella, Ana se concentró en lo suyo, echando un ojo cada tanto a lo que hacía su compañero de al lado. Sin esperar más, me puse manos a la obra mezclando los ingredientes hasta obtener la contextura adecuada de la masa, rellenar los moldes hasta cierta cantidad y meterlos al horno.
Solo me faltaba preparar la decoración, crema batida con uvas y rallado de chocolate. Pero se me dio por mirar a un lado, justo donde estaba Elsa pensativa mirando fijamente algo en su mesón. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, los cachetes inflados en un puchero de molestia y el ceño fruncido. No pude evitar sonreír, se veía tan tierna, tan adorable. Controlé aquel arranque irracional y me acerqué a ella, lenta y con cuidado.
—¿Qué pasó, mi amor? ¿Por qué esa carita? —pregunté entre susurros.
—Eso —dijo, señalando un molde de cup cake relleno con alguna masa extraña—, solo puse a hornear uno de prueba. Creo que se me dañó la masa, y estoy tratando de analizar qué chingadera hice mal.
No pude evitar reírme, era un mini pastelito deforme y pasmado. No se había inflado durante la cocción en el horno, por lo que había tomado esa consistencia un tanto extraña.
—Ok, respiremos y repasemos la receta a ver qué falló —comuniqué de forma entrecortada.
—Si te dejas de reír tal vez puedas respirar mejor, ¿No? —replicó con otro pucherito.
—Está bien... —respiré— repasemos paso a paso, primero va la harina.
Asintió enérgicamente señalando el recipiente medidor, con el cual envasó la cantidad correcta.
—Sal, azúcar —asentía cada vez más—, huevos, leche, levadura...
Iba a asentir de la misma manera, pero se quedó pensativa revisando cada uno de los utensilios que había usado. Luego me miró fijo, con sus lindos ojos bien abiertos y una sonrisa algo forzada.
—¿Levadura? —repitió— ¿Aún se la puedo agregar?
—Serás... —me burlé— inténtalo, a ver qué tal.
—No, pues, gracias —replicó indignada—, me encanta tu forma ayudar.
—A la orden.
Regresé a mi puesto riendo por lo bajo, tratando que Ana no se diera cuenta de ello. Sin embargo, no pasó desapercibido.
—Boba... —susurró Ana desde su puesto.
—¿Y a ti quien culos te llamó, sapa? —se quejó Elsa mirándola con ojos entornados.
—La levadura que no usaste —y estalló en risas.
—No más espérate a la salida —amenazó.
El pitido del horno me llamó de vuelta a mi receta, anunciando que el tiempo de cocción de mis cups cake había terminado. Con cuidado los saqué y dejé reposar, su estructura era perfecta y desprendían un olor delicioso. Terminé la mezcla, armé la decoración y organicé en una cajita decorativa. Ya terminada, Lorenzo anunció el fin de la clase y el visto bueno de nuestras creaciones. Al final los de Elsa no resultaron tan mal, en cambio a Ana casi se le queman por distraída. Al parecer, el burlarse de su mejor amiga y el lamentable olvido era más importante.
—Por lo menos no se me quemaron —se defendía Elsa como niña chiquita—, y me quedaron lindos.
—Sí, claro...
—A ver, par de bebés —interrumpí tratando de sonar seria— ¿Podrían dejar de discutir y escucharme?
—Sí, señorita Bianca —se burlaron al unísono.
Hicieron silencio obedientemente, mirándome fijo con total seriedad. Me sentía de esa manera, como en la escuela, yo siendo la maestra y esas dos mis pequeñas alumnas, revoltosas pero obedientes.
—Si mal no estoy, hoy se vendría cumpliendo un mes desde que nos conocimos —expliqué, haciendo una pausa para ver sus reacciones.
Asombro y una sonrisa de alegría logre divisar en Elsa, y Ana permanecía pensativa calculando infructuosamente la fecha.
—¿Qué tal si celebramos? —sugerí— Hay una fiesta en casa de una amiga, irán las chicas así que podríamos volver a reunirnos como ese día. ¿Les parece?
—Un mes —repitió Elsa sin salir de su asombro—, eso fue rápido.
—Perame... van como 10 clases, eso hace unas cinco semanas —murmuraba Ana.
—Matemáticas tenía que estudiar ella —se quejó Elsa—, por mi está bien, ¿Cuándo?
—Próximo sábado —anuncié emocionada—, mientras, podemos hacer algo nosotras, ¿No?
—Me rindo, un mes quedó —avisó Ana con frustración— ¿Pero está bien que nos invites? Solo las conocemos a ustedes, no al resto de sus compañeros.
—No hay problema, ellos son bastante amigables así que... —me encogí de hombros— relájense, todo saldrá bien y podemos llevar cup cake.
—Serán los tuyos nada más —añadió Ana—, porque estos quemados y otros sin levadura no creo que gusten.
—¿Algo nosotras como qué? —indagó Elsa curiosa— Pero sería mañana, porque hoy debemos hacer un trabajo de la universidad.
—No hay problema, podemos hacer un almuerzo especial —sugerí—, me sé un par de recetas que les encantará.
—Uhhhh suena tentador —canturreó Elsa.
—Cualquier cosa que sea comida suena tentador para ti —comentó Ana con sarcasmo.
—¿Quién? —replicó con mirada asesina.
—Tú —contestó señalándola teatralmente.
—¿... te preguntó? —continuó Elsa, lanzándole su «golpe demoledor».
Después de 10 minutos más de discusión, se marcharon a casa de Elsa para realizar su trabajo, por lo que recordé que también tenía deberes.
(B) Señoritas, ¿Pueden ir a mi casa? Hay que hacer los pendientes de derecho constitucional.
(C) Te amo, acabas de darme la excusa perfecta para salir de aquí.
(S) Bue, algo es algo, voy en camino.
(B) Estas amigas...
En cuestión de horas estaban en casa almorzando y trabajando desde sus computadoras; un ensayo bien elaborado, con las normas apa, referencias de validez y una extensa investigación sobre diversos casos en los cuales se implementen de forma específica los derechos constitucionales. Aburrido para otros, pero para mí no; largo, un poco; distractor, para nada. En absoluto, nada me sacaba de la cabeza todos aquellos recuerdos con Elsa. Y no podía evitar sonreír con cada uno de ellos, aun estando ellas aquí.
—Bianca... tierra llamando a Bianca —decía Sofía chasqueando los dedos frente a mí— ¿Dónde estás metida? Porque tu cabeza no está aquí.
—Ya vas... Estoy leyendo esto para sacar una pequeña conclusión del trabajo —expliqué—, ya casi terminamos, ¿No?
—¿Y qué tanto sonríes? —indagó Carla de brazos cruzados— No creo que la demanda de alimentos injustificada al pobre Pedrito sea divertida.
—¿Cómo que sonriendo? —mentí— Yo no estoy sonriendo.
Me miraron fijo y con reproche, estaba más que claro que mi actuación no fue de lo mejor. Suspiraron con resignación y se miraron entre ellas, como tratando de tomar una decisión de forma telepática.
—Bien, tomemos un descanso —sugirió Sofía—, debemos hablar contigo en serio.
Mis alarmas se activaron, cuando de hablar seriamente con ellas las cosas se ponían raras, demasiado.
—¿Qué te está pasando? —continuó en tono serio y preocupado.
—¿De qué o qué? —pregunté confundida.
—A ver, pongamos las cosas de esta manera —añadió Carla con cuidado—, desde que estás en el curso de repostería has estado distraída, sonriente y muy melosa.
—Yo soy melosa —rectifiqué.
—Solo si te gusta alguien —reafirmó Sofía—, te conocemos, Bianca. Pero en serio, ya nos estás preocupando. Puede que sea muy agradable, una buena chica, divertida y todo lo que quieras, pero te estas apresurando con esto.
—Y se te olvida lo más importante —continuó Carla—, es completamente heterosexual.
—¿De quién demonios hablan? —indagué exasperada, detestaba que dieran tanta vuelta para decir algo, aunque sospechaba de quien se trataba.
—De Elsa —dijeron al unísono.
Me quedé muda, no supe que decir para desmentir todas sus palabras. Porque en realidad todo era cierto, desde que la conocí no hago sino pensar en ella, en su sonrisa, en sus cachetes, sus lindo ojos, su figura.
—Nos preocupas de verdad, cuando estás con ella te vemos medio atarantada.
—¿Medio? —exclamó Carla— Ni siquiera te reconocemos, y cada vez estás peor.
—¿No creen que están exagerando un poquito? —hablé por fin— Me agradan ambas, me entiendo un poco mejor con ella, pero eso no significa que me gusta.
Traté de hablar con firmeza, con convicción en mí misma, pero sé que no soné así. Para nada, en absoluto y ellas lo notaron.
—¿En serio? —replicó Sofía— Soy bastante escéptica así que esfuérzate en convencerme. ¿Cómo describirías a ambas?
—Esto es ridículo...
—Hazlo —insistió.
—Bien, no sé para que servirá, pero bueno —bufé—. Ana es una chica bastante animada, medio atolondrada, muy mimada y un poco mal acostumbrada porque es hija única. Físicamente es simpática, bastante alta, me gusta su cabello porque es muy esponjado y rizado, y sus ojos combinan con el color oscuro de su piel, aunque me causa gracia su lunar en la frente.
Me reía al recordar las constantes burlas de Elsa hacia ella, diciendo que su frente parecía un tablero de tiro al blanco con ese lunar.
—Continua —exigieron.
—Cálmense, carajo —vociferé— Elsa es...
Me quedé muda por segunda vez, no porque no supiese que decir, tenía tantas cosas en mente sobre ella que no sabía cuál me delataba menos, así que me arriesgué.
—Es chaparrita, piel trigueña, Ahmm... cabello rebelde como ella misma lo cataloga, me encantan sus pestañas largas, es... de contextura normal, y tiene ojos muy lindos —titubeaba demasiado y sonreía amplio—, una risa escandalosa y contagiosa, una sonrisa preciosa. Es inteligente, extrovertida, pero suele ponerse nerviosa con facilidad y es tan adorable cuando eso sucede. Es la chica más dulce que he conocido en mi vida, hermosa, divertida y... ¡Dios! Ya la embarré.
Por si no fue demasiado notorio, solo diré que fracasé y estrepitosamente. Me dejé llevar, dije de más y ahora era más que obvio que había algo más que una simple admiración de amistad y cariño.
—La conoces muy bien, ¿No? —sarcasmo y reproche, Sofía me estaba regañando.
—Bianca —Carla se veía más comprensiva, su tono de voz condescendiente me decía que no me iba a gustar lo siguiente—, tienes que darte cuenta que esa chica, por más que te guste, está fuera de tu alcance y lo sabes muy bien. ¿Cierto?
—Eso no...
—Bianca... —insistió Carla.
—Lo sé —suspiré con pesar—, pero es que...
—Estás confundida, eso es todo —continuó Sofía al ver mi desesperación—. Solo trata de ver las cosas de otra manera, y se te pasará. No estas enamorada ni nada por el estilo, solo es un capricho más, como con Nancy. Puedes superarlo incluso antes que empero.
Capricho. Ojalá fuese solo eso en realidad, porque podría etiquetarlo con cualquier cosa menos eso. Terminado el dichoso trabajo, les di los cups cake para llevar. No tenía ganas de nada, mucho menos de dulces. Solo pensaba en qué hacer para evitar una segunda catástrofe, no quería volver a lo mismo. Aquella vez me dolió demasiado el rechazo, y temía que esta vez fuese aún peor. Ignoré mi teléfono toda la noche hasta el día siguiente como primera medida, pero al despertar un mensaje suyo me recordó lo débil que soy.
(E) Bi, ya sé que vamos hacer mañana. Día de chicas, mi mamá me regaló algo de ropa que le dejaron hecha, así que podemos hacer una interesante tarde de modelaje. ¿Qué te parece la idea?
«Voy a sufrir a lo pendejo, ya me vi» pensé con ironía. Me alisté y preparé para la clase del día, pensando que mientras menos la miré más fácil se me hará ignorarla, o por lo menos dejar de pensar tanto en ella. Sin embargo, al llegar lo primero que veo es su deslumbrante sonrisa y sus mejillas sonrosadas. Respiré profundo, fui directo a mi puesto y saludé normal.
—Buenos días, mis niñas —fijé mi mirada en el frente, donde estaba Lorenzo preparándose para la clase.
—¿Por qué me ignoras? —preguntó Elsa, su tono dolido me asustó por lo que la miré sin pensarlo dos veces.
Falsa alarma, solo era uno de sus pucheros teatrales de víctima inocente, adorable pero diabólicamente maquiavélica.
—No seas bobita, estaba atareada con un trabajo ayer —repliqué entre risas—, quería terminarlo para poder tener el día de hoy libre, y tú me distraes mucho.
—¡¿Yo?! —exclamó indignada.
—No, tu hermana gemela —intervino Ana burlona—, pero la buena, la malvada eres tú.
—Atiende tus asuntos, ¿Quieres? —replicó para centrar su atención en mí una vez más— ¿Y qué tal la idea?
—¿Modelaje? Suena raro, pero así son ustedes así que voy —«soy ultra pendeja».
La clase inicio como siempre, y al ser domingo era más improvisación que clase, así que decidimos todos en conjunto hacer cake pops. En teoría es el mismo proceso que los cups cake, diferenciándose en su diseño. Estos tendrán forma variada y serán al estilo paleta, con rostros o figuras dibujados en ellos. En nuestro extraño caso, decidimos intentar hacer nuestros retratos en aquel postre. ¿Resultado? Un fracaso total. Parecían rostros deformes y de colores extravagantes, como las galletas de jengibre en el episodio de terror de Shreck. No pudimos aguantar las risotadas, atrayendo la atención del profesor quien se unió al bullying.
—Gracias a Dios solo ustedes se comen eso —exclamó horrorizado.
—Profe no sea así, si saben rico —replicó Elsa—, pruebe una, este es usted.
—¿Así de feo les parezco? —indagó entre carcajadas.
—Se hizo el intento, tampoco somos Picasso.
La probó algo dudoso, pero su expresión cambió al asombro cuando por fin la tuvo en la boca.
—No está nada mal —dijo y se fue con su cake pop.
Salimos de aquella clase riéndonos a carcajadas, los resultados de este experimento fuero tan extraños como otros aterradores. Ana había hecho un par de corazones con alas, pero otros con rostros de animales. Elsa por su parte, nos había dibujado a nosotras, quedando medio decente solo el de ella. Y yo, solo se me ocurrió hacer arte abstracto quedando aún peor, colores mezclados y líneas por doquier.
—Esto es un desastre —se reía Ana—, nos adelantamos el Halloween.
—Cierto, mejor llevemos esto a casa antes de asustar a alguien con sus caras —se burló Elsa.
—De alguna forma me siento ofendida —repliqué con fingida indignación.
De camino, un teléfono empieza a sonar. Ana, muy seria, contesta para luego excusarse con nosotras. Al parecer, su madre debía salir y necesitaba que la acompañara con urgencia. Eso nos dejó a Elsa y a mí a solas, en su casa y con toda la tarde libre para nosotras dos. Mi cabeza me gritaba «peligro», pero mi corazón no paraba de golpetear mi pecho emocionado. Llegamos a casa sentándonos en su sofá por un rato, el cansancio de caminar algunas calles más la caminoteadera de un lado a otro en el curso, nos tenía los pies adoloridos. Me sentía nerviosa, el ser consciente de lo que estaba sintiendo por ella era peor. Ya no sabía cómo actuar en su presencia, que decir o que hacer, sentía que con cualquier cosa podría embarrarla.
—¿Qué hacemos? —preguntó con la mirada fija en el techo— Ana nos abandonó.
—Y... ¿Si cocinamos? —sugerí dudosa— Tengo hambre.
Giró su linda carita hacia mí, y con un pucherito de lo más adorable dijo: —¿Y si mejor pedimos domicilio? Tengo flojera.
—Tú siempre tienes flojera —contesté entre risas.
—Buen punto —asintió con otro puchero.
Terminamos almorzando hamburguesas con papitas fritas, granizados de mora y limón, y de postre los cake pops. Conversamos sobre la universidad, las notas, algunos compañeros y lo que se venía en los primeros parciales. Después tocó el tema de la fiesta del sábado, estaba ansiosa por saber quiénes eran nuestros compañeros y que tal la pasaríamos allí.
—Se me olvidaba —exclamó de un momento a otro—, me debes una clase de maquillaje.
—¿Qué yo qué? —exclamé de vuelta.
—Maquillaje, clases, tú, yo —dijo con gesto obvio—, mi cara, ¿Te suena?
—La verdad no —me lanzó un cojín—. Ya, está bien, sí me cuerdo.
—Estás aprendiendo muy malas mañas de Ana —amenazó con otro cojín—. ¿Por qué esperan que me ponga agresiva para decir las cosas?
—¿Y quién dijo que tienes que ponerte agresiva? —le cuestioné, riéndome ante su cara de asombro.
—No vuelvo a pegarte porque primero vas a enseñarme a maquillar —dijo con calma.
—Y... ¿Después? —tanteé el terreno con picardía.
—Ya veremos, niña —murmuró con mirada fija y ojos entornados—, ya veremos.
Sacó todos sus maquillajes; una paleta sencilla de sombras con los colores básicos, dos brochas para rubor, una de sombras, algunos labiales, el polvo compacto y algunas otras cosas.
—Es poco, pero es trabajo honesto —dijo mostrando sus pertenencias.
—Es suficiente —dije—, a ver, te advierto que no es que sepa demasiado, pero puedo darte algunos tips, ¿Vale?
—Para mí es más que suficiente —dijo sonriente.
—Bien, siéntate y quédate quieta —advertí—, te iré maquillando y explicando.
Empecé por limpiar bien su rostro, recogiendo un poco su cabello para que no callera sobre su frente y aplicando un poco de corrector para sus ojeras. No era la primera vez que tocaba su rostro de esta manera, y aunque sea solo por esta razón, sentía que el autocontrol me abandonaba. Su piel se sentía tan suave que me daban ganas de acariciarla, pero debía controlar cualquier tipo de impulso.
Continué con el polvo compacto, luego la sombra indicando como debía aplicar y difuminar. Pasamos al rubor y el contorno de las mejillas, sintiendo que con cada momento que pasaba se me hacía complicado controlarme. Nos reíamos de mi explicación, al parecer los nervios me estaban jugando una mala pasada. Pero me encantaba escuchar su risa, tenerla frente a mi cada vez más cerca con sus ojitos cerrados y una sonrisa amplia en sus labios.
—Llegó el labial —anuncié—, creo que este rojo te quedara mejor, pero no demasiado intenso.
Esparcí con cuidado un poco del labial en puntos clave de sus labios, para luego poder esparcirlo uniformemente con mis dedos. Fue así que, después de todo este tiempo, me percate de una pequeña cicatriz en su labio inferior del lado izquierdo.
—¿Eso es una cicatriz? —pregunté curiosa.
—Sí, creí que no se veía —dijo algo apenada—, es horrible.
—¿Cómo que horrible? —repliqué— No se ve mal, es pequeña y sutil. Y si no es por el labial, no me doy cuenta de su existencia.
Negaba una y otra vez, mordiendo suavemente la zona de la cicatriz.
—¿Te digo que sí es horrible? —sugerí captando su atención— Lunares en la espalda.
—¿Cómo? —exclamó ladeando la cabeza.
—Tengo... —dude un poco, pero su mirada curiosa me hizo sentir en confianza— tengo una línea continua de lunares en mi espalda, a lo largo de toda la columna desde el cuello hasta... abajo.
—¡Cool! ¿Es... en serio? —se veía sorprendida— No te creo, ¿A ver?
Aún con un poco de timidez, di media vuelta, levanté mi blusa dejando al descubierto hasta la mitad de la espalda. Sentí sus dedos pasar con suavidad sobre mi columna, y fuertes descargas eléctricas recorrieron mi cuerpo excitándome sobremanera. A decir verdad, ese era mi mayor punto débil y literalmente se lo estaba ofreciendo en bandeja de plata, no de ese modo, claro está.
—Es increíble... —decía con asombro, subiendo cada vez más con delicadas caricias— parece una constelación de lunares.
Me mordí el labio tratando de contener un gemido, su tacto de verdad me tenía delirando y sudando frio. Mi corazón latía en descontrol total, y mi respiración no era del todo regular. Trate de tranquilizarme antes de dar vuelta, no quería que pensara cosas que sí eran acertadas pero que me delatarían.
—Es horrible, nunca me ha gustado —logré decir sin titubear.
—¿Por qué? A mí me gusta, me parece lindo —expresó con una sonrisa.
—¡Claro! —exclamé— Ahora deja de hablar, te voy a aplicar el labial y por encima un poco de brillo, para que se vea más natural.
—¡Vale!
Cerró los ojos y dejo los labios entreabiertos. Volví a aplicar un poco de labial, ya que el anterior se había difuminado al morderse los labios. Con suavidad fui esparciéndolo con mis dedos, acercándome un poco de más. Se veían tan apetecibles que me hacía agua la boca, y dada la excitación del momento no estaba segura de querer controlarme. Me estaban consumiendo las ganas de besarla, quitarle todo ese labial con mi lengua.
Aun acariciando suave con la yema de mis dedos, fui acercando mi rostro hasta rozar nuestras narices. Sentía su aliento sobre mi rostro, y me deleitaba con el tacto de sus mejillas entre mis manos.
—Bi... ¿Qué... haces? —susurró entre titubeos al rozar sus labios con los míos.
—No lo sé, pero me gusta —susurré capturando sus labios en ese beso que tanto estaba deseando.
El sabor de su boca me embriagaba por completo, la calidez y dulzura de su lengua me tenía volando en una nube. Nunca un beso me había hecho sentir tanto como este, tan deseosa de más. Mucho más de ella, de su calor, de la suavidad de su piel, de su aliento y su respiración. Quería ser la causa de su sonrisa, la razón de su sonrojo y timidez, de esos nervios que la hacían ver tan adorable. La quería a ella y desesperadamente.
La besé largo y tendido, probando cada rincón de su boca, pegándome más a su cuerpo hasta sentir sus manos en mi cintura. Mordí con suavidad su labio inferior, justo en la zona de su linda cicatriz. Nos quedamos así un rato más, frente con frente tratando de controlar nuestras aceleradas respiraciones, sin atreverme a abrir los ojos. Me había sentido extasiada, pero ahora una horrible sensación de culpa me estaba invadiendo por completo.
«¿De verdad fui capaz de hacer tal cosa?» me reñía.
—Lo... lo siento —susurré y sin esperar más salí corriendo de su departamento.
Llegue a casa casi llorando del miedo, miles de preguntas se arremolinaban en mi cabeza llevándose toda mi tranquilidad. Y... ¿Si después de esto no quiere volver a hablarme? ¿Si me odia? ¿Si nada vuelve a ser como antes? Me sentía morir, más aún cuando me fijé en que no tomé mis cosas al salir de su casa. Debía volver a verla, y aunque eso me encantaba, la situación no era del todo favorable para mí. La había forzado a algo que ella no es y temía por su reacción. El teléfono de mi casa empezó a sonar, y según el identificador era de mi teléfono celular. No me atreví a contestar, porque sabía que era ella. Aún no me creía capaz de enfrentarla, pero debía hacerlo.
—¿Aló? —susurré.
—Bi... Sabes que debemos hablar, ¿Cierto? —dijo con pausas— Dejaste tus cosas, y tu teléfono incluido. Supongo que lo necesitaras, no creo que quieras perder tus llamadas.
Silencio total, un nudo en mi garganta no me dejaba ni respirar.
—Bi... —suspiró— hagamos algo, dime donde vives y te lo llevo. Hablamos de esto con calma y listo, todo estará bien. ¿Vale? Tampoco has matado a nadie.
Aún no me atrevía a contestar, ni articular un simple sonido.
—A ver, no me hagas llamar a Carla y preguntarle tu dirección, ¿Sí? —ya sonaba molesta.
—Calle 35 con 87b #19, casa azul celeste —contesté.
—Bien, eso es un avance —añadió con más calma—, nos vemos luego.
Colgó sin siquiera despedirse, dejándome un sinsabor en la boca. El miedo me atenazaba el estómago, no quería perder su amistad por una estupidez así. Admito que quise que sucediera, que deseaba hacerlo y por eso no lo evité, pero tampoco significa que debí hacerlo. Elsa me gustaba más de lo que pensaba, y si no podía tenerla de la forma que quería, por lo menos me conformaría con poder pasar tiempo a su lado, ser su amiga. Así de masoquista soy, pero con esto, dudaba que pudiesen seguir las cosas como antes. El toqueteo en mi puerta me sobresaltó, sabía quién era y no estaba preparada para esto. Respiré profundo para tranquilizarme, me dirigí a paso lento hasta la entrada y abrí. Estaba observando cada detalle del frente de mi casa con sumo interés y asombro, era la primera vez que venía después de todo.
—¿Esta es tu casa? —indagó perpleja.
—De mi tía, pero vivo aquí —contesté nerviosa.
—Es increíble, muy hermosa —susurró mientras entraba y repasaba todo con ojos curiosos.
Entré detrás de ella, elevando mis suplicas para que mi error no haya arruinado todo.
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