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Es la una y somos dos

La farola, al otro lado de la calle, ilumina a medias la habitación, creando sombras que se proyectan en la pared. Permanecemos tumbados, tapados con la sábana, más por pudor que por frío. Mi cabeza reposa sobre su pecho, el brazo que me rodea hace presión para atraerme hacia él, mientras acaricia mi costado.

Llevamos un rato en silencio. Es reconfortante. No ha habido la clásica pregunta de «¿Te ha gustado?». Tampoco se ha dormido, solo nos mantenemos juntos disfrutando del momento.

—Esto es algo que me encanta de ti— me muevo despacio para que nuestras caras queden enfrentadas.

—¿Lo bien que se me da el sexo? —responde ajustando su cuerpo y robándome un beso.

—También —digo a través de una sonrisa—. Me gusta que respetes mis silencios, lo has hecho desde que te conozco.

—Descubrí pronto que lo necesitas. Imagino tu cabeza como un gran laberinto. Para dar contigo y ayudarte a ir hacia la salida, es mejor callar. De esa manera tú te concentras y yo puedo oír tus pasos.

—Un ingeniero poeta. ¡Qué suerte tengo!

Se venga de mí haciéndome cosquillas y atrapando mi boca en un beso largo que me deja sin aliento. Enrosco mis piernas a su alrededor, codiciosa, disfrutando de su piel y del leve suspiro que eleva su pecho.

—Nuestros amigos van a flipar con esto —suelta de pronto.

Me tenso y me aparto de él sobresaltada. ¿Decirles qué? ¿Qué me he acostado con Liam el mismo día que he roto con mi novio? ¿Qué siento tantas cosas, de una manera tan intensa, que me tiene sumida en un estado constante de alerta? Hace unas horas le estaba pidiendo todo, y ahora que me lo ha dado, el miedo recorre mis venas de la misma manera que un veneno.

—Opino que debemos esperar. Como el mes de prueba de Netflix. Uno no contrata hasta saber si realmente es lo que quiere.

—A todo el mundo le gusta Netflix, si no hubiera un periodo gratuito lo contratarían igual. ¿De qué tienes miedo, Olivia?

—De mí. De no ser suficiente —me sincero—. En realidad, no nos conocemos mucho. Soy una persona difícil, puede que no te guste lo que descubras, me dejarás muy jodida cuando te alejes.

—Creo que nos acabamos de conocer muy bien. Tienes un lunar en tu pecho izquierdo, una cicatriz en tu rodilla derecha, ronroneas como un gato cuando hago esto —continúa mientras sus dedos entran en mí— y solo cierras los ojos al tiempo que te corres.

Me revuelvo y consigo que su mano se aleje. No soy capaz de pensar cuando me toca.

—Sexo se puede tener con cualquiera. Eso no significa que conozcas a la persona. Te has acostado con muchas mujeres, ¿cuánto sabes de ellas?

—¿Dónde quieres llegar?, porque me estoy asustando. ¿Me estás preparando para darme la patada?

—Me protejo. A eso me refiero cuando te digo que soy difícil. Tiendo a huir de las situaciones que me pueden hacer daño, y no hablo de un daño físico. Podrías provocarme lesiones permanentes.

—Vale, a ver si lo entiendo —se sienta apoyando la espalda en el cabecero de la cama y peinando su pelo varias veces—. No hay duda de que lo que nos está pasando es algo que no habíamos sentido nunca con nadie, ¿me equivoco? —niego con la cabeza— Puede asustar, yo en el fondo estoy un poco acojonado.

—No me ayuda que tú también tengas miedo.

—Es que no es malo tenerlo. Lo que es malo es escapar por algo que crees que va a ocurrir. No somos adivinos. ¿A qué quieres esperar? ¿A nuestra primera discusión? Quizás ni siquiera te apetece llegar a tenerla. Yo pretendía ir más despacio y ahora prefieres dejarlo. ¿Para cuándo? 

—No sé, Liam. Tal vez para después. Cuando me aclare. ¡Mierda! —exclamo frustrada. Me gustaría que esto fuera un problema de matemáticas, esos los resuelvo con seguridad.

—¿Y si después es nunca? —coge mi cara entre sus manos suscitando una tranquilidad momentánea—. No dejes que un futuro que no conoces te impida disfrutar del presente.

Sale de la cama, desnudo, ni siquiera se detiene a recoger el pantalón del chándal que está tirado en medio de la habitación. La luz de la cocina entra por la puerta y le oigo trastear en la nevera. Me deslizo hacia abajo y me tapo entera con la sábana, como si un trozo de tela me pudiera proteger de mis inseguridades. ¿Qué estoy haciendo? Algo no funciona de manera correcta en mi cabeza. Deseaba esto más que nada, aunque me inventé una y mil razones con la intención de engañarme a mi misma, pero no puedo parar de cagarla. Saboteo todo lo bueno que llega a mi vida, tal vez porque estoy demasiado acostumbrada a que después lo malo se instale.

Le veo entrar como su madre lo trajo al mundo, con un tarro de helado, dos cucharas y una sonrisa que provoca que la mía salga a la superficie. Haciendo equilibrios, vuelve a mi lado y me ofrece una. Fijo la vista en el reloj digital, bastante antiguo, que hay sobre la mesita ¿Quién tiene un reloj de esa clase a estas alturas de la vida? 

Es la una y somos dos. Y me gusta que todo sea tan natural, que no me cueste ningún esfuerzo abrirme a él, o al menos intentarlo. No puedo dejar que sea Liam el que lleve todo el peso, si de verdad quiero que salga bien, es responsabilidad mía apartar esos pensamientos que se deslizan sin tregua, susurrándome con sus fauces abiertas que algo terrible va a ocurrir. Agito la cabeza empeñándome en escupir las ideas que no dejan de atormentarme.

—¿Demasiado frío? —pregunta ante la sacudida que acabo de dar.

—Un poco, pero está bueno —paso mi lengua sobre el labio superior arrastrando una pepita de chocolate.

—¡Uf! Mejor será que hablemos, si no quieres que te embadurne de helado y te lo lama entero. —Sonrío ante la perspectiva, se me antoja muy atractiva. —Pregunta, ¿qué necesitas saber?

—¿Cuántos años tienes?

—¿Ni siquiera te has molestado en averiguar cosas sobre mi? —fuerza un gesto dramático para hacerme saber lo dolido que está —Veintiuno, hago veintidós el tres de diciembre. — Se gira, esta vez ofendido de verdad. —¿En serio no me has buscado ni en Instagram?

Me hace gracia que le moleste, lo que me lleva a cuestionarme que le habrá sonsacado a Grant sobre mí.

—Puede que haya hecho alguna pregunta a Bree. Te describió como un Don Juan del siglo XXI, vamos, que te habías tirado a las tres cuartas partes de la población femenina de la universidad.

Se atraganta al escuchar como le define su prima.

—Es una bocazas, no han sido tantas, créeme. ¿Importa mucho?

—No soy celosa. Cada uno tiene su pasado. Me reafirmo en lo que dije sobre el sexo.

Por su expresión me doy cuenta de que me he explicado fatal.

—No es lo que estás pensando. Lo de hoy ha sido especial, o al menos esa es mi impresión —digo bajando la voz. —Lo que has hecho es desnudar mis sentimientos. Los tengo ahora un poco en carne viva. Le da un significado a las caricias. Con Kyle no era así, era como intentar leer un libro en un idioma que no conoces. Contigo ha sido hablar esperanto sin saber que podía hacerlo.

—Esperanto.

—Hablo tres idiomas, es lo más raro que se me ha ocurrido. Es un idioma que va más allá de las fronteras, y bueno, tú has roto las mías.

Me quita el vaso de helado de las manos para dejarlo sobre la mesita de noche. Se acerca y me da un beso dulce, con los ojos apretados.

—Es la primera vez que oigo comparar el sexo con el esperanto, por eso eres tan especial, aunque tú no lo sepas. —Me devuelve el helado. Sigue comiendo a pesar de que ya está derretido. 

—¿Solo has besado a Kyle?

Me tomo mi tiempo para contestar. Una vez mi madre me dijo que ciertas verdades eran más dolorosas que la mentira por omisión, y que si alguna vez me debatía entre decir la verdad u ocultarla, me preguntara si revelarla traería algún beneficio o produciría un daño mayor.

Lo cierto es que mi primer beso no fue con Kyle, y es algo que no sabe nadie. Mi primer beso se lo di a Edgar.

Edgar, no es como Grant, al que considero mi hermano. Es otro tipo de relación, aunque lo conozco desde los cinco años. Crecimos juntos y gracias a él pude sobrevivir a mi barrio. A pesar de la diferencia de edad, siempre tuvimos una relación de colegas. Nos necesitábamos mutuamente, la razón principal es porque cuando estábamos solos podíamos desprendernos de todas las capas con las que nos envolvíamos de cara a los demás. No fue fácil para él hacerse cargo de los Wolves unos años después de que su hermano muriera. Ni siquiera quería pertenecer a la banda, sus planes eran otros, pero cuando no queda más remedio, debes hacer lo que se espera de ti.

Solo yo conozco su afición a la jardinería, el mimo con el que cuida las plantas que se supone que son de su madre; lo mucho que le gusta leer, los debates que teníamos después en la nave, donde le dejaba los libros escondidos, eran épicos. Un secreto también nos une. La única lágrima que tiene tatuada, fue porque se encargó personalmente del tío que le pegó un tiro a Luke. 

Para todos, es peligroso, implacable, autoritario, sin educación ni metas. Un tipo del que hay que alejarse. Revelar al verdadero Edgar Ontiveros, solo puede acabar con un funeral.

Me esperaba a la salida del super y me llevaba a casa si no podía quedarme con Ruby. Extendió mi fama de peleona e hizo saber que si se metían conmigo, era meterse con él. Dejaba medicamentos, que no podía comprar, encima de la mesa de la cocina, y nunca me permitió darle las gracias. Ese es el Edgar real, el que encuentras solo si él deja que escarbes.

El verano que cumplí los quince, Kyle estaba de lo más pesado para que saliera con él. Yo no lo tenía muy claro, pero tampoco hubo más chicos que se atrevieran a proponérmelo. Ruby y Grant pasaban por una fase vomitiva, no podían quitarse las manos de encima e iban juntos como siameses. Yo no era una sujetavelas, era un candelabro enorme en medio de ambos. Kyle era la solución, una silla es más cómoda cuando tiene cuatro patas. Menos embarazoso si salía con ellos y menos sola cuando querían su propio espacio. Había una cosa que estaba clara como el agua, si le decía que sí, iba a besarme, y yo no tenía ni puta idea de como besar. De hecho, me atraía tanto la idea como revolcarme en un campo de ortigas. Si lo hacía, quería hacerlo bien, ya tenía bastante con mi fama de rarita y estrecha. Solo tenía una opción, practicar, y dada mi escasa vida social, la mejor opción era Edgar.

Dicen que los primeros besos no se olvidan, y menos yo, que tiendo a recordarlo todo, lo bueno y lo malo. Era un doce de septiembre, con un calor de los que pegan las chanclas al asfalto. Llevaba una camiseta de tirantes y un pantalón vaquero que se me adhería a la piel. Cuando visitaba a Edgar en alguna de las casas que usaban como cuartel, siempre me daba una camisa si iba vestida así. Él era más consciente de mi cuerpo que yo. Ese sábado hizo lo mismo cuando entró en el hangar.

¿Te has vuelto loco? Debe haber más de treinta grados. Si no te has dado cuenta —miré a mi alrededor— solo estamos la Dodge Ram y yo.

Algo parecido a un gruñido, salió a modo de respuesta. 

¿Ya es oficial?

¿El qué? —respondí mientras giraba una llave con la cabeza metida en el motor de la camioneta.

Lo tuyo con el rubito.

Apreté con fuerza el tornillo. No podía entender como era capaz de enterarse de todo con tanta rapidez.

¿Ahora eres la chismosa del barrio? Yo no te preguntó por las tías con las que te acuestas.

Esa afirmación me salió un poco más amarga de lo que esperaba. Me apoyé sobre la puerta y dediqué mi tiempo en limpiarme las manos con un trapo, que con toda seguridad, me las estaba ensuciando más. Cuando levanté la cara tenía una expresión extraña, si alguna vez me había mirado así, nunca me di cuenta.

Ya no eres una niña.

Un pandillero listo —contesté socarrona haciendo que se riera—. Por ese motivo puedo salir con quien quiera.

Es raro, nunca te habías interesado por ningún chico. ¿Besa bien?

En nuestra dinámica, lo más lógico hubiera sido lanzarle el paño a la cara y soltarle un «vete a la mierda». Que no lo hiciera le dejó muy confundido.

Espera —me dijo viniendo hacia mí, aguantándose la risa—. ¡No te ha tocado ni un pelo!

Las carcajadas sonaron amplificadas por toda la nave. Yo estaba presa de una vergüenza que por poco hizo que saliera corriendo. Pero me quedé allí, mirándole con cara de «has dado en el clavo y es inútil ocultarlo».

¿No te gusta?

No es eso. —Nunca tuve ningún problema en contarle lo que me pasaba, hasta lo más absurdo. Sin embargo, dudé—. Nunca he besado a nadie, ¿vale?.

Siempre hay una primera vez para todo.

Entendí que iba a dar por zanjada la conversación y mi oportunidad volaba, así que, armándome de valor, me acerqué y lo dije sin más.

Bésame.

¡Joder! ¿Te estás quedando conmigo?

—No quiero que llegue el momento y no sepa qué hacer. Te voy a contar lo que ocurrirá. Me cabrearé, saldré corriendo y diré alguna gilipollez que me haga quedar como el culo. ¿Sabes lo que pasará después? —atónito se encogió de hombros—. Que mi nula vida social será de menos cien. Se reirán de mí en el instituto, pegaré a alguien y acabarán expulsándome. ¿Quieres que pase todo eso? 

—Creo que es una visión muy apocalíptica de la situación.

—No sabes una mierda. No entiendes lo que es ser la friki, que nadie te hable y te tengan miedo —le apuñalé con mi dedo en su pecho—, y eso si es culpa tuya. Me temen por ti, así que me lo debes.

Estábamos tan cerca que apenas nos separaban unos centímetros.

—¿Es lo que quieres? —avanzó a la vez que yo retrocedía hasta que mi cuerpo chocó con la puerta del coche.

—Si —respondí envalentonada.

Y me besó. Al principio fue solo un roce que no le pareció suficiente. Atrapó mis labios entre los suyos, varias veces. Sus manos fueron hacia mi cintura y las mías rodearon sus brazos, hasta que en un acto reflejo abrí la boca y dejé que su lengua entrara. Fue un beso torpe al comienzo, pero a medida que profundizaba, me sujetó con más fuerza y yo encontré el ritmo que le hizo gemir.Cuando nos separamos, ambos respirábamos agitados. 

Me sorprendió que me gustara, me sorprendió pensar que quería repetir y lo que más me sorprendió, es tener la certeza de que había acertado al permitir que fuera él quien me diera mi primer beso.Se quedó mirándome como si hubiera matado a alguien. Lo que más me dolió es que no dijera nada. Se dio la media vuelta y salió tan deprisa que no tuve tiempo de reaccionar.

Las cosas cambiaron entonces. Ya no hubo conversaciones, ni me iba a buscar al trabajo. Sabía que estaba alrededor, cuidándome como siempre lo había hecho, solo que ahora lo hacía desde la distancia. Lo que fuera que tuvimos, se rompió. Yo hice lo que mejor se me da. Abrir una puerta nueva, la de las cosas que no deberían haber ocurrido, y enterré ese momento allí. Habíamos llegado a un acuerdo tácito y no verbal. Lo que pasa en el hangar, se queda en el hangar. Encerrado en esas cuatro paredes para siempre.

—Sí —contesto al fin— pero tus besos no tienen nada que ver. Ni tampoco lo que siento por ti.

Rebaño a conciencia lo que queda de helado y me acurruco a su lado.

—¿De verdad hablas tres idiomas?

—Inglés, español y francés. ¿Sabes que si pudiera tendría doble nacionalidad? Nací en Valencia, España.

Valensa —repite con dificultad.

—Si alguna vez puedo viajar, será el primer lugar que visite. Suiza, el segundo, por supuesto.

—Vale.

—¿Vale?

—Sí. Me parece un buen viaje. El año que viene cuando te gradúes, podemos irnos de mochileros por Europa.

El año que viene... Nunca he hecho planes a tan largo plazo. Ni siquiera sé lo que voy a hacer mañana.

—¿De verdad crees que lo nuestro va a funcionar?

—No es que lo crea, es que estoy seguro. Lo haremos a tu ritmo. Si quieres esperar para contarlo, me parece bien. Cualquier cosa para evitar que salgas corriendo.

Siento como bosteza y solo un psicópata no bostezaría también. Nos vamos escurriendo hasta dejar la cabeza a la altura de la almohada. Pega su pecho a mi espalda y me rodea con un brazo, como si de verdad esperase encontrar mi lado vacío por la mañana.

—No tienes ni idea de lo que me haces sentir —murmura antes de quedarse dormido.

Mi cabeza bulle como una olla a presión. Detesto no poder parar de pensar, analizando los pros y los contras, una y otra vez. Es agotador. En estos casos, vienen a mi cabeza imágenes de lo más surrealistas. Solo veo caballos en la línea de salida. Los jinetes sujetando el arnés para que los animales no se desboquen. Así estábamos nosotros hace unos días. Dan el pistoletazo de salida y el caballo de Liam galopa sin ninguna duda, con la vista fija en la meta. Al mío, hay que espolearlo para que empiece a correr. Cuando al fin se decide, va por detrás, con el único objetivo de alcanzar a Liam que va en cabeza. Demasiado tiempo perdido.

Con esta visión tan extraña, mis ojos se cierran. Sueño con una meta desdibujada y con Liam esperándome mientras las gradas aplauden mi llegada.

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