Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Un anuncio antes del tercer acto

Café de moka con croissant recién hecho. Un desayuno sencillo, barato y eficaz para aquel que supiera hacer los dichosos panes al pie de la letra.

Para suerte de Kendall, Yoko preparaba aquellos panes con forma de cuernitos como si de una actividad de kindergarten se tratase. Nada del otro mundo como batir los ingredientes para hacer una masa, trabajarla, darle forma, esperar unos minutos antes de llevarlos al horno para dejar que el agradable olor a recién hecho sea esparcido por la cocina.

—Chinita —se acercó a la asiática para abrazarla por la espalda—. ¿Cómo puedes hacer tantas cosas en tan poco tiempo?

—Fuí criada para ser eficiente, no para ser una mantenida buena para nada que se la pasa quejándose por no tener un vida de rica.

Ella no dejó de servir las dos tazas de café pese a las caricias del ojiazul, quien acercaba su cuerpo con el de ella, aspirando el olor a clavel de su shampoo y la colonia prominente de su cuerpo.

Yoko no mostraba disgusto por las intenciones, de hecho le gustaba que Kendall abandonara las restricciones puestas por si mismo a la hora de estar con ella. Solo que su concentración a la hora de trabajar era tanta que no daba cabida a las indecentes actitudes de Kendall en la cocina. Sin importar que Margarita se había marchado al restaurante Pampa'zzz desde hace media hora, dejando al par en su extenso departamento con vista al centro de la zona sur.

—El desayuno está listo —dijo ella con mucha tranquilidad— vamos a comer.

—Hace unos segundos escogí mi comida —reforzó el abrazo para atraer la retaguardia de la chica hacia el.

—No te puedes saltar el desayuno y el almuerzo —arrancó una parte de alguno de los croissant para mojarlo, dar media vuelta y meter el trozo de pan a la boca de Kendall—. La cena no se toca hasta la noche —finalizó con una sonrisa, seguido de un pequeño beso—. Ya van tres días de castigo. Si no me nalgueas o me arrimas el paquete en todo el día, te prometo que valdrá la pena. Así que guántate hasta la noche, putito calenturiento.

Kendall entendía que todas las cosas buenas alrededor de ellos eran gracias al esfuerzo de Yoko. No por él, su rostro parecido o la labia que lo caracterizaba.

Si Margarita le ordenó estar cerca de Yoko para cuidarla y cubrir sus necesidades era una forma de mostrarle lo inservible que era para ella. Solo servía para una cosa: ser la balanza entre el trabajo y la felicidad de su pareja.

¿Le gustaba esa realidad? En parte, puesto que le alegraba saber que era indispensable para Yoko, así como ella para él. Lo desagradable recaía en la forma en que Margarita se lo restregaba, prácticamente haciéndole ver que era como una mascota cuya función era comer y entretener.

Él era mucho más que eso. Alguien que si se lo proponía, podía debilitar el ejército de la Potra sin necesidad de iniciar una masacre como sus dos hermanos de palabra —siempre y cuando tuviera los recursos necesarios—. Incluso, si su ambición incrementaba después de un riguroso entrenamiento para recobrar su rendimiento, se veía capaz de infiltrarse en la residencia Pulicic para poner fin a la guerra.

Si era tan bueno como su mente se lo decía, ¿por qué no mostraba su verdadero valor para así ser tratado con el respeto que podría llegar a merecer? La responsable tenía dos nombres y dos apellidos: Yoko Antonieta Hamilton Nazawa.

Internamente se juró cambiar su vida, dejar atrás el pasado. No solo de gigoló, sino como del asesino, manipulador y sádico monstruo que fué diseñado para hundir familias, organizaciones y ejércitos desde dentro. Se negaba a ser visto como un monstruo para Yoko, ante esos ojos que en ese preciso momento le regalaban una mirada afectiva.

«No soy un perro para esconderme entre la falda de ella —se dijo— aunque no quiero volver a sentir placer por matar. Si sigo sin hacer nada no podré avanzar, pero si avanzo tendré que dejar a Yoko atrás —quiso golpearse de manera interna, fallando en el intento—. Si no soy una mascota, soy un arma. Si no soy un arma, soy una mascota. Y si no decido ser ninguna de ellas, no seré nada. Entonces: ¿para qué puedo servir?».

El curso a seguir era claro: dejar que Yoko se encargue de la limpieza de todo el departamento por las siguientes dos horas —tiempo suficiente para dejar el lugar impecable— en lo que el chico ideaba las actividades que harían para pasar el resto del día.

Las exiguas tareas de Kendall no pasaron de buscar películas acorde a las aficiones de la chica, programando las cintas en la inmensa pantalla de noventa pulgadas situada en la sala de estar, usándola por medio del permiso concebido de la Potra. Como lo fueron las películas de apocalipsis zombie que ella disfrutaba mientras devoraba los snacks en las escenas mas grotescas —los muertos vivientes arrancando viceras y cerebros— como si de una película de princesas se tratase.

Los gustos de Yoko eran tan diversos que el pelinegro no creía que de un momento a otro se pusiera ver películas de romance, otras de comedia que parodiaban películas exitosas, entre otras como de misterio o terror psicológico.

—Tenía mucho sin ver algo que me gusta —dijo ella—. Gracias por darme el gusto —dio un beso a los labios del chico.

—Nadie en su sano juicio creería que las cosas que ve la refinada sirvienta: Yoko Antonieta Hamilton Nazawa fueran una masa deforme entre lo colorido y hediondo —le dijo a la chica que masticaba un puñado de palomitas caramelizadas, recostada en su regazo.

—¿Por qué tratas de arruinar el momento con tus pendejadas? —replicó con una mueca de disgusto.

—No lo hago porque quiera, es parte de mi encanto —respondió Kendall—. Lo que no niego es que todavía me estoy acostumbrando a tu afecto. No te pareces en nada a la Yoko que conocí por primera vez.

—¿Me dices que quieres que vuelva a ser una mierda contigo? No tengo problema con recordar tu pasado si así lo quieres.

—Me gusta tu manera de ser —acarició el cabello de Yoko mientras ella seguía con los ojos en la pantalla, pero con los oídos atentos a sus palabras—. Bien dicen que uno nunca termina de conocer a una persona hasta el día de su muerte. Tú eres un gran ejemplo. Cuando estás con Margarita eres cortante, con cara de no afectarte las cosas inhumanas que hace. Por las noches cambias y te portas como una chica de tu edad que ha pasado por mucho. Después está este lado cursi, atento y pacífico, el cual no creí que tuvieras con nadie; mucho menos conmigo.

—Eres la única persona que ha visto todas mis facetas. Puedes considerarte privilegiado.

—¿Por qué crees que trato de protegerte? —se inclinó para unir ambos rostros—. Solo yo puedo ver a la verdadera Yoko. Me gusta la idea.

—Así como yo soy la única que sabrá quién eres en realidad. La única que no puedes engañar con esas máscaras que usas para cubrir el dolor que llevas dentro —ella se movió para sentarse en las caderas de Kendall, mirándolo mientras juntaba su frente con la de él, dándole alguna especie de apoyo moral tras ver que el lío interno de Kendall lo hacía dudar—. Espero que algún día me cuentes el pasado que tanto te atormenta. Lo que viviste con tus hermanos, y la madre de Zinder.

—Algún día, chinita —con una mano talló alguna mejilla de ella—. No será pronto, pero algún día sabrás todo de mí.

—Para cuando llegue el día, yo también te diré quién era, mi vida y lo que me motivaba a los Pulicic —concluyó con otro beso para volver al maratón de películas—. ¿Sabes? Eres el único con ese apellido que quiero de verdad.

—Creí que Kande era el primero.

—No confundas el respeto con el cariño.

Calculando la hora en que la noche pasada llegaron al departamento junto a Margarita, la chica se dispuso a preparar la cena de modo que estuviera lista en media hora antes de que la castaña entrara por la puerta.

Ahí estaba ella, terminando de hacer un puré de papas mientras que los trozos de filete bañados en mantequilla, consomé, vino, acompañado de verduras y otras especias se cocinaban en una olla exprés. Si todo salía bien, la Potra tendría una comida caliente para cuando estuviera sentada en la mesa, terminando la jornada de Yoko.

Los grandes éxitos de la música hispanohablante que resonaban sobre las bocinas en el apartamento mediante la inteligencia artificial se detuvo para emitir un tono de llamada. A los tres segundos la inteligencia artificial contestó de forma automática, evocando la voz de la persona responsable de la voz.

—¡Hola, preciosa! —exclamó Margarita—: ¿cómo van las cosas por allá? —su voz se escuchó sobre la bocina que emitía muchos colores, ubicada en un rincón de la cocina.

—Buenas noches, Magie —dijo Yoko sin dejar de lavar los utensilios ocupados, para después separar la carne del caldo triturado que puso en un sartén a fuego bajo—. Todo bien. Limpié cada rincón de la casa, ya no tendrá problemas con el asma.

—Nunca me decepcionas —dijo satisfecha— sin duda eres los dieciocho mil pílares mejor invertidos que tengo.

—Su cena estará lista para cuando llegue —dejó de lado el elogio—. La dejaré en la mesa como lo ha pedido.

—Para eso te llamaba. Kande sigue haciendo su desmadre en las autopistas que conectan con ambas zonas de la ciudad. Tengo un pequeño trato de alto al fuego, en lo que nos reunimos para ver si sigue valiendo la pena debilitar nuestras defensas.

Yoko pareció profesional con su trabajo, asentando una especie de parcialidad aunque tomaba nota de la forma tan casual de contar el aproximado número de muertes que dejó la guerra —tanto militares, criminales e inocentes que estuvieron en el lugar equivocado a la hora de pasar en medio del tiroteo—, en vista de los pocos días que pensaron y todo terminaría con uno solo de pie; se transformó en poco más de dos meses en disputa.

»Ésta noche me reuniré con él, así que no puedo pasar la noche en casa. Tu matador y tú tienen mucha suerte. Hoy pueden hacer todo el ruido que quieran, en su habitación, claro. Ya no se tendrán que contener por tenerme cerca. En fin, tengo que dejarte. Nos veremos mañana a la una de la mañana, así que come lo que preparaste para mí, y mañana lo vuelves a hacer. No sé lo que me hayas hecho, pero quiero que lo vuelvas a hacer.

La salsa amarillenta que se hizo por medio del resto de ingredientes terminó con un color oscuro. Eso no se debía a los siguientes minutos de cocción. De hecho, Kendall jamás imaginó que la finalización iba a ser coronada con chocolate disuelto sobre la salsa.

—¡Tiene que ser una puta broma! —exclamó al dar el primer bocado—. Me estás cagando, el chocolate no va con la carne. Sería como sentar a un diabéticos en la misma mesa que un vegano.

—No te miento, tiene chocolate —en cinco bocados devoró lo que había en su plato—. ¿Qué tal sabe?

—Está rico. No tanto como tú, pero estoy satisfecho —articuló por medio de un susurro audible para ella, solo para molestarla—. A comparación de lo que comía antes de conocerte, admito que tu sazón los supera con creces. Me atrevería a decir que eres igual de buena que mamá cuando comenzó a trabajar como cheff profesional, pero no te comparo con mala intención. Ella era una excelente cocinera, la mejor del país.

—Es un insulto que compres a una mujer como Trinidad Jeager con una simple sirvienta como yo —dijo con modestia, estando a nada de llegar a sentirse como una gata callejera frente a una fiera—. Estamos hablando de la mujer que logró la hazaña de hacer que Estados Unidos y Corea del Norte detuvieran la tercera guerra mundial, solo con una cena.

La chica analizó el par de redondos platos de porcelana color gris, semejante a la ceniza donde sirvió los alimentos que le correspondían a Margarita. A simple vista parecía algo de primera calidad, digno de estar a la altura de un restaurante superior a las tres estrellas. Hasta la cuadrada mesa para dos personas, adornada con unas flores azules en medio y unas copas de vino tinto le darían los méritos para avalar las palabras de Kendall. Pero ella no se sentía así, en cambio, eso le recordaba que no terminó sus estudios de gastronomía por el incidente que la llevó a estar sentada junto a su pareja.

—Aunque fué por poco tiempo, mamá me entrenó para reconocer el talento culinario de las personas —añadió él—, decía que mi paladar era como el suyo. Todos los días me daba a probar dos versiones distintas de un platillo para distinguir los pequeños detalles que hacían destacar el uno sobre el otro. —Extendió su brazo para tomar la muñeca de la chica—. Te prometí sinceridad ante todo. No miento cuando digo que tu comida es buena. Es cierto que estás lejos de estar a su altura, al menos por ahora. Pero debes aceptar que eres increíble, hermosa. Todo lo que me cocines será mi comida favorita. Eso incluye la sopa y las verduras al vapor con las que tanto me amenazas.

El par de jóvenes adultos tendrían todo el día libre, o eso es lo que Margarita les había notificado. Algo difícil de creer, sabiendo que hace poco tuvieron su descanso. Tampoco lo tomaban a mal, y lo demostraban con estar despiertos a plena madrugada.

—¿Y si tomas un baño? —preguntó ella, entrando a la habitación que compartía con Kendall que la seguía detrás—. Yo me bañé antes de cenar. Solo faltas tú.

—Vaya forma de decirme que huelo a mierda de camello sarnoso —escupió sarcástico—. Dijiste que me darías una recompensa a cambio de no arrimarte la titanoboa —la tomó de la cintura para que sus cuerpos se unieran y quedar cara a cara—. Quiero mi premio —sonrió de oreja a oreja.

—Sapo hijueputa —rió, fingiendo una sonrisa forzada—. Lo siento, cariño. Recordar que no terminé la universidad me puso triste. Se me quitaron las ganas de todo ¿Me podrías perdonar? Mejor veamos una película antes de dormir, la que tú quieras —cortó la diminuta distancia para reclamar sus labios—. Prometo que mañana será diferente.

—Me lo prometiste —reprochó.

—¿A ti te gusta hacer algo por la fuerza?

Desilusionado, Kendall rodó los ojos, alejándose para no exteriorizar su disgusto por la desilusión que se llevó tras una larga espera para copular. Con la misma fué hasta el baño sin decir una palabra, tomándose su tiempo con el objetivo de despilfarrar su enojo en la regadera, silenciosamente.

Ella esperó un lapso de tres minutos para asegurarse de que Kendall no saldría de imprevisto. Entonces, con una sonrisa maliciosa corrió al pequeño armario donde puso la ropa que compró para buscar la lencería que el chico había escogido para ella, prenda que ocultó para darle una sorpresa.

«Desilusionarte es mi pasión» pensó mientras se quitaba la bata de dormir que apenas se había puesto.

—¿Qué película quieres ver? —el joven hombre salió de las regaderas en su habitación, sencándose el cabello—. No se me viene a la mente ninguna película. Veamos lo que tú quieras.

Yoko le daba la espalda al quedar frente a la pantalla de cara a los aposentos. No respondió, por lo que evocó algo de desconcierto en Kendall que se dirigió a ella, notando que ella se había quitado la pijama para sustituirlo por un cálido abrigo que le cubría todo el cuerpo, sin dejar nada a la vista.

—¿Todo bien? —con delicadeza le dio media vuelta a Yoko mediante el hombro.

—No lo sé —ella llevó una mano al abdomen expuesto de él, llevándolo a la cama— tu dime. —En un movimiento dejó caer el abrigo para deleite del joven.

Estaba sin palabras. No como un vírgen encerrado con una mujer de la vida galante, sin embargo, ya se había mentalizado para dormir.

Observó a la pelirosa de pies a cabeza, dado que se tomó el tiempo para avizorarla con detenimiento, encontrando grandes cambios en su imagen actual. El ondulado cabello rosa peinado, el ligero maquillaje que decoraba su fino rostro, el rojo de sus labios pintados para hacer juego con la lencería y la colonia que despertaba sus bajos instintos.

—Debería preguntarte lo mismo —gozó de las miradas plagadas de deseo con las que era abordada—. Pareces un cachorro que no ha comido en mucho tiempo —tomó la mano una mano de él para recorrer parte de su pierna rodeada de las delgadas tiras que componían su vestimenta, pasando por su cintura hasta llegar a uno de sus senos, envolviendo la mano del chico sobre su sostén—. ¿Te gusta lo que ves?

Sus ojos azules se fundieron en una lujuria que estuvo resguardada desde hace días, misma que compartía con los orbes esmeralda de la japonesa que ejerció un poco de presión en el agarre de su busto.

—Te gusta jugar con fuego, Antonieta —sonrió sin más.

—Es más divertido cuando no esperas nada —respondió en un tono coqueto—. Es de madrugada, pero la noche sigie siendo joven, y la Potra no vendrá mañana a la medianoche —susurró en el oído del joven para luego morderle el lóbulo de la oreja—: ¿Qué vas a hacer al respecto?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro