Síntoma
Los golpes de la puerta que resonaban por toda la habitación no eran suficientes para despertar al par de chicos que se amanecieron en el motel de pasada. De ellos, fué Yoko la primera en despertar, ya que acostumbraba a madrugar. Lo primero con lo que se topó la dejó tan sorprendida que no necesita lavarse la cara para estar activa.
Podía escuchar cómo el corazón de Kendall palpitaba por tener el rostro en el pecho del chico. Incluso sentía su respiración por la parte superior de la cabeza. Hasta alcanzaba a oler la colonia barata del pelinegro que de algún modo fué atrayente para ella.
«E-espeta. ¿El qué cosa de qué? —dijo a sus adentros, en lo que trataba de apartarse del fuerte agarre del chico, aunque no la lastimaba—. ¿Por qué me pasan las cosas más incómodas? ¡Mierda de perro! ¡Ya suéltame, gonorrea conchetumadre!».
Los golpes de la puerta aumentaron. Fue ahí donde Kendall se comenzó a mover, abriendo los ojos con lentitud.
—¡Hazte a un lado, cara de chimba! —clamó la rubia, teniendo libertad en sus brazos para apartar al chico—. Nos vienen a cobrar.
Como pudo, la chica se paró para ir a la puerta que abrió con la cartera hecha con piel de iguana que sacó de su mochila. Por pensar que la persona que no paraba de tocar era algún empleado del lugar, no se tomó el tiempo de ver de quién se trataba por la mirilla. A lo que, nuevamente fué sorprendida al momento de atender al llamado.
—Buenos días, Yoko —dijo Lara Pulisic cuando tuvo a la chica perpleja con su presencia—. ¿Dormiste bien? Lamento mucho si te desperté. Como ayer no llegaste a casa, quise venir a ver si estabas bien.
La mujer mayor pasó sin pedir permiso hasta llegar a la cama, a la espera de encontrarse una sorpresa que no llegó.
—¿Cómo te fué con Kendall? —le preguntó a la chica que la seguía detrás—. Akiko me dijo que los había dejado solos.
El corazón de la chica latía más de lo normal, con los intestinos oprimidos del malentendido que podía causar algo además de la destrucción de sus planes con la mujer. Afortunadamente la cama se encontraba, además de desacomoda, sin nadie acostado. Internamente se alegró de que el chico no estuviera. Disimuladamente agarró aire hasta llenarse los pulmones, viendo el rostro serio de la mujer.
—Le manda saludos. Dice que gracias por el dinero. —Siguió hablando tras denotar el silencio de Lara—. Ya acordamos las fechas para verse. Quedamos en que se reunirán después del almuerzo, cuando sus hijos y el señor Pulisic se hayan ido. Yo lo llevaré como la aquella vez.
De su mochila extrajo una hoja doblada donde venían los horarios de los encuentros, dándosela a Lara.
La castaña de vestido negro se quedó a la espera de algo. Sin decir una palabra, fué en dirección del baño que estaba detrás de Yoko, quien se hizo a un lado cuando la mujer se acercó para abrir la puerta.
Vacío. Tanto el inodoro como la regadera se encontraban sin usar. Era como si las dos mujeres estuvieran solas en la habitación.
—¿Ocurre algo? —optó por hacerse la despistada, aprovechando su estado somnoliento.
—La recepcionista dice que después de Akiko, nadie salió de la habitación. Yoko: ¿me perdí de algo?
Sabiendo que mentir por completo estaba descartado, su mente procesaba las palabras que diría.
—Es cierto que nos quedamos hasta tarde. Tuvimos que negociar las condiciones después de decirle los planes que tiene con él. No se lo tomó muy bien en un principio. —El cambio de tono en hablar de la rubia cuando pasaba del español al inglés era notorio.
—¿Por qué se fué tan tarde?
—Señora, ¿trata de decirme algo? —Yoko se mostró firme.
—Solo digo que ayer no llegaste. Y dices que él se quedó hasta tarde, aunque nadie lo vio salir. Eso es muy raro. —torció los labios en una mueca despreciable—. Un par de jóvenes que se quedan hasta la noche en una habitación. Eso no es común.
Una vena en el rostro de Yoko se hizo notoria con el coraje que Lara le hacía pasar. Sentía que todas las maldades acumuladas de la mujer se desvordaban para calentar su sangre. Cerró los puños y se mordió la lengua antes de contrarrestar las acusaciones de la mujer mayor.
—Señora, le regalé la noche de mi descanso para su beneficio. Estoy aquí, a espaldas del señor Pulisic para ayudarla con su asunto. Es ofensivo que trate de levantar sospechas sobre mí. Hasta ahora no he hecho nada más que ayudarla, cuando el señor Pulisic me dio la orden de no hacerlo. Incluso después abrirme el rostro por un arranque de irá. ¿Ahora trata de decir que le quiero robar a un chico cuando en la calle puedo encontrar a veinte como él? Sinceramente no tengo ni la necesidad de quitarle un pedazo de carne a nadie, ni de soportar sus inseguridades. No le pido mucho, porque hacer lo que hago pone en riesgo la confianza de mi jefe, y sinceramente no vale lo que usted me paga. Tampoco le pido más dinero, solo quiero su respeto. Es lo mínimo que merezco.
La chica había dado en el blanco perfecto para desarmar cualquier insinuación de la castaña con canas. Por lo que a regañadientes salió del cuarto al garaje cerrado, donde aguardaba el coche con el que ayer trajeron a Kendall.
—Tú conduces —la mujer hizo señas a Akiko para que saliera de la parte del conductor—. ¡Akiko! —gritó como último recurso cundo la joven seguía inmóvil.
Era extraño que la mujer oriental no pudiese escuchar, dado que las ventanas del coche estaban abiertas. Ella seguía con los ojos abiertos, pero inerte. Eso encendió las alarmas de la chica menor, quien a paso lento se acercaba a la puerta. La abrió solo para dejar escapar un grito ahogado. Pues, la mujer tras el volante yacía con una línea horizontal sobre el cuello.
—¡La puta madre!—farfulló por lo alto.
Su grito hizo que Lara se acercase para ver lo que pasaba. Y al igual que Yoko, un grito de pánico salió de su boca.
—Tiempo sin vernos, mamá —dijo una voz masculina, detrás de ambas.
Yoko y Lara se sobresaltaron cuando notaron la presencia del joven trigueño que apareció de la nada.
—Lástima que sea el reencuentro y la despedida.
—¡No! ¡Tú! —, exclamó Lara, con una cara de pánico—. ¡¿Qué es est...,?!
La mujer no pudo concretar la última pregunta. Pues, la persona que se escondía debajo del auto. Y sin clemencia ni respeto, apuntó a la cabeza de Lara con la pistola en sus manos para jalar del gatillo.
La sangre de la castaña salpicó justo en la cara de una Yoko en estado de shock.
Todo había pasado tan rápido que ni tiempo le dio de reaccionar. No solo encontró a una colega y amiga sin vida, también presenció el cómo le volaban los sesos a Lara.
Los sollozos de la rubia se hicieron aparecer cuando el cuerpo de la tipa que, quizás y no era devoción, no la odiaba tanto como para desear verla en suelo, bañando su rostro con su propia sangre. Llevó las manos a la boca, mientras unas lágrimas se formaban en sus ojos.
—¿Quién iba a decir que no sentiría ningún tipo de remordimiento por matar a la mujer que me dio la vida? —dijo el chico trigueño con el uniforme sencillo del lugar—. Bien dicen que una madre no es la que engendra, sino la que cría.
Con calma, pero decidido, caminó mientras observaba a la conmocionada Yoko, para luego acercarse a ella mientras hablaba con voz serena.
—Lo de ella era personal. No lo negaré, me siento satisfecho sabiendo que por fin pude hacer lo que hace mucho quería. Lara me abandonó cuando nací. No conforme con dejarme a mi suerte en un lugar muy jodido, cuando por fin pude tener una familia, ella participó en exterminar todo lo que me importaba. Ahora me toca devolverles el favor. Con ella ya son dos personas que pasaron a mejor vida —Cuando estuvo a centímetros de ella, le apuntó con el arma sostenida por sus manos con guantes de amarillo pálido—. No soy bueno con las palabras. Solo quería que supieras por quién y por qué vas a morir. ¿Algún recado que le quieras mandar a alguien?
Las palabras no salían de la chica que cerró los ojos mientras de sus mejillas seguían escurriendo lágrimas por reacción a su pavor, que hasta del miedo y lo traumático que fue todo, debajo de ella se formaba un charco de orina que salía de su entrepierna que empapó sus bragas amarillas y el pantalón pequeño.
—Recuérdalo: no es personal, es un asunto profesional. Si te hace sentir bien, diré que me ordenaron que las torturara antes de asesinarlas. Pero quiero que sea rápido porque quizás y no tengas nada que ver con todo ésto. Si vas a culpar a alguien, culpa a tu jefe: Kande Pulisic, quien hizo enfadar a las personas equivocadas.
La chica no sabía que decir. Veía que su corta y aburrida vida acabaría de una forma repentina, envuelta en un problema que quizás y por sus malas intenciones la llevaron a estar en el lugar equivocado, con las personas menos indicadas. Ni siquiera le habían contado a detalle de por qué acabaría en un lugar cualquiera, sin decencia alguna.
No quería morir, eso se divisaba en los insonoros susurros que trataba de decirle al chico que no jalara el gatillo. Se preguntaba si había valido la pena tanto esfuerzo y trabajo que hizo desde pequeña junto a su madre. ¿Todo acabaría ahí? Aparentemente sí. ¿Había vivido lo suficiente para morir sin arrepentimientos? Evidentemente no. Nunca disfrutó su vida, siquiera había logrado un objetivo personal. Y ahora que comenzaba a hacer su propia voluntad, la vida le dice que todo acabó.
El chico recargó el revolver que colocó en la frente de la rubia. Inspiró hondo para terminar con todo.
—Espérame en el infierno. Prometo que te daré la oportunidad de vengarte —concluyó antes de accionar el gatillo.
El estruendoso ruido que provocó el segundo disparo sonó con un eco en el áspero ambiente. Parecía que la calma había vuelto. O eso creía el chico decidido a matar a todos en la habitación.
—¡Hijo de perra! —exclamó Kendall, el cual había salido de su escondite, en el momento justo para mover el brazo del chico trigueño para desviar el disparo—. ¡Ésa gorda iba a ser mi fuente de ingresos! ¡¿Tienes idea de lo difícil que es encontrar a una mujer rica que te mantenga por bajarle la calentura?!
La brutalidad con la que ambos chicos forcejeaban por ver quién se queda a con el arma se reflejaba en el tira y afloja entre ambos. Recorrieron todo el garaje, empujándose entre las paredes y el coche hasta volver al lugar en donde se encontraba el cuerpo sin vida de Lara, con el que tropezaron para caer encima del charco de sangre, donde cerca se hallaba la orina de la chica que se posicionó en un rincón.
—¡Largo! —gritó Kendall a la chica para sacarla del trance—. ¡Vete de aquí!
La chica que seguía mirando el rostro sorprendido de Lara no encontraba las fuerzas para moverse. Era como si se hubiera encerrado en un limbo que se le permitía observar lo que pasaba con la percepción de la realidad alterada. Un pitido interno ensordeció todo a su alrededor. Por lo que ignoró al chico que trataba de frenar al trigueño.
—¡Yoko! —volvió a llamarla—. ¡Mierda! ¡Odiosa de cristal tenías que ser! ¡Lárgate!
Finalmente reaccionó. No como el chico necesitaba, pero la única mujer que seguía con vida salió de su estupor. Desgraciadamente Kendall había perdido mucha ventaja contra el trigueño que estaba a centímetros de colocar el cañón del arma en su rostro.
Al percatarse, todavía con miedo, la chica volteó a todos lados, en busca de algo que pudiese ayudar a Kendall.
Pudo ser el temor, o que sus capacidades eran obstruidas por el momento, pero no encontraba la forma de ayudar al joven que bien pudo quedarse escondido.
«¿Por qué? —se preguntó—. ¿Aquí se termina todo? ¿Aquí es donde acabaré? Más importante: ¿Por qué tratas de hacerte el valiente? ¡¿Y por qué soy tan inútil como para no ir a defender al otro inútil que debió quedarse donde estaba?!».
Sin saber de dónde consiguió el valor de levantarse y, antes que el chico trigueño pudiese dar un tercer tiro, con todos los sentimientos de disforia que cargaba, se acercó al joven para posarse a sus espaldas y enterrarle los dedos en los ojos.
Por desgracia pudo accionar el gatillo, pero la repentina llegada de Yoko hizo que moviera su mano para disparar en el hombro de Kendall, el cual se quejó por lo caliente de la bala traspasando su piel.
Entre gritos y arañazos, la chica hacía todo el esfuerzo por apartar al trigueño del pelinegro.
—¡Malparido traga vergas! —clamó Kendall.
La chica pudo mantener al trigueño a raya por unos segundos en lo que se alejaban de Kendall, hasta que de un brusco movimiento hacia atrás hizo que la chica a sus espaldas impactara de lleno con el coche. Repitió la acción por un par de veces hasta que ella apartó las manos de sus ojos dañados, pero que podía abrir con mucho dolor. Se levantó para propiciar tres puntapiés al abdomen de la rubia que perdió el aire desde el primer golpe. Decidido, apuntó a la cabeza de la chica cuando quitó el seguro del arma, listo para acabar con ella.
De nuevo había fallado. Todo gracias a Kendall, quien lo tomó de la polera negra para darle un cabezazo, impactando directo a la nariz que juró haber escuchado el crujir del moreno.
Debido a que ese golpe era el que más le había dolido, el trigueño soltó su arma por accidente.
Como si el par de chicos supieran que estaban cansados, se limitaron a enviarse unas miradas llenas de odio. Uno porque había interrumpido sus planes de matar a las tres mujeres, y el otro porque asesinaron a alguien que estaba contemplado para futuro.
Los ojos violeta del chico de ébano y los azules del pálido se miraron confusos, tras pasar unos segundos. Era extraño, como ya se hubieran visto antes.
—Pegas duro, esperma de ojos azules —dijo el trigueño de nariz fracturada.
—No tanto como tú, maricón —respondió el pálido que se sostenía el hombro que no dejaba de sangrar—. Llegar de la nada y matar a la tipa que me iba a mantener, sin duda eres una perra muy envidiosa.
—Con que a mamá le gustan los jóvenes —susurró el moreno entre sientes, sin disimular su disgusto—. Mira que debes estar enferma para acostarte con alguien que se parece a su hermano de adolescente —miró los profundos ojos azules de Kendall, los cuales eran muy similares a los de su tío, el hermano de su madre.
—¡Pedazo de mierda! Ella era mi tía. No de sangre, pero era parte de mi familia.
—¿Familia? —el moreno vaciló—. ¿Tienes relación con mi madre?
—¿Tu madre? —dijo Kendall, estupefacto—. Lara solo tiene hijos gordos. A no ser que...
Como si ambos tuvieran la revelación del siglo. Sus ojos se crisparon en cuanto se dieron cuenta de que se conocían, y más que eso.
—¿Kendall? —dijo el moreno.
—¿Salazar? —dijo Kendall.
—¿Bob?
—¿Wayde?
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