Muerte
—Debemos llevarte a un hospital —dijo Salazar.
—Jamás —contestó Kendall—. Si voy a un hospital, la puta de mi padre sabrá dónde estoy. Cuando sepa que sigo vivo, seguro y no la cuento.
El chico trigueño de vestimentas negras ayudaba al ojiazul apoyado en él para adentrarse a la habitación y dejarlo recostado en la cama, manchando las sábanas blancas con su sangre, la de Lara y la orina de Yoko.
—A este ritmo morirás desangrado.
—¡Entonces has algo, maldito chocolate rancio! ¿Quién fué el pendejo que vino a matarnos a todos? Ahora debemos salir de aquí antes de que alguien de otra habitación llame a la policía, si es que no lo han hecho.
—Nadie le hablará a los puercos —dijo Salazar con seguridad.
—¿Por qué no lo harían? Se escucharon los disparos.
Antes de salir a en busca de lo que necesitaría para sacar la bala en el hombro de Kendall, el chico volteó a su hermano de palabra, ofreciéndole medio rostro mientras giraba el pomo de la puerta.
—No habrán policías porque solo hay tres personas con vida en el hotel —señaló al pelinegro—. Somos tú, la chica que salvaste, y yo.
—¿Qué pasó con el rest...? —anonadado, Kendall, no pudo completar la pregunta cuando el ojo violeta de Salazar le dio la respuesta que lo dejó sin palabras.
—Ya vuelvo. No te mueras antes de que regrese.
—Hazme un favor —dijo Kendall, entre gemidos—. Tráela conmigo —se refirió a Yoko—. Si de verdad sientes aprecio por el pasado que tuvimos junto al resto. Si de verdad me consideras tu hermano, no mates a la rubia con jerga de latina. Tráela... tráela conmigo. Por favor.
El no recibir respuesta de Salazar, lo incentivó a creer que el trigueño terminaría su labor de asesinar a Yoko. Por lo que, con las pocas fuerzas que le restaba por la pérdida de sangre, intentó reincorporarse. Pero no fué necesario, ya que segundos después, el de tez morena apareció con la chica inconsciente para dejarla a un lado de él.
—Chinita —murmuró Kendall cuando tuvo a la chica de cara—. Sé que el miedo puede ser traicionero, Pero cuando tienes la oportunidad de salvarte cuando estás en una situación de muerte, tienes que aprovecharla. ¿Por qué te quedaste?
—Lo mismo te pregunto —dijo ella, apenas audible.
El pasmo que la rubia de ojos levemente hinchados por tanto llorar y labio golpeado dejó en el chico lo había descolocado. Apenas y podía hablar, o quizás lo hacía mientras dormía. Y era normal que con pocos golpes estuviese muy dañada. Si mal no recordaba, con tan solo once años, Salazar Trujillo tenía la fuerza de un hombre adulto. Incluso ni el propio Kendall supo cómo le hizo frente en un mano a mano.
—Trata de no hablar —advirtió el chico—. Puede que ese perro degenerado te haya reventado una tripa, o algo mucho peor.
—Estoy bien —habló con temblor en la voz—. Ya puedo respirar.
—Descansa otro poco. En cuanto me quiten la bala nos largamos.
—¿La bala?
Como si dicha palabra fuese una gota de aceite caliente cayendo en la mano de un cocinero, la chica abrió los ojos de golpe, sintiendo un ardor en ellos que ignoró en el momento que trataba de sentarse para atender al chico.
—Estás herido. De-déjame ver.
—¡No! —dijo Kendall después de toser y acostar a la chica con la mano sana—. Tú descansa, yo lidiaré con Salazar. Después te despierto y nos vamos. Ese es el trato.
A los pocos minutos de ese breve intercambio de bisbeos, Salazar Trujillo apareció con un cuchillo, un par de toallas y una botella de tequila.
—Te va a doler mucho—dijo el trigueño cuando se acercó al chico pálido con las cosas.
—Como decía mamá: el que tenga miedo a morir que no nazca. Yo sí meto cabra.
Salazar le quiso poner una toalla en la boca, a lo que el pelinegro azulado se negó rotundamente.
—No digas mamadas, Mary Jane. Solo las perras muerden algo. Hagámoslo como en los viejos tiempos. En cuanto menos te tardes implica más dolor, pero a la vez menos trabajo y sufrimiento a largo plazo. Así que saca esa mierda de mi hombro.
—No voy a mentir —Salazar mostró una sonrisa de maldad y satisfacción pura de ocasionar el dolor ajeno—. Voy a disfrutar ésto. Será gracioso ver cómo te intentas hacer el pijudo.
Mediante los quejidos que Kendall trataba de oprimir se podía transmitir el dolor que sintió desde que el filoso cuchillo de cocina entró a su piel hasta dónde estaba la bala. Por más que quiso mantenerse callado, fué imposible. Incluso llegó a gritar en alguna ocasión. Incluso unas lágrimas salieron de él en el momento que le echaban un poco de tequila en la herida, después de que el feliz Salazar le diera unos tragos.
De tanto sufrimiento, apretó las sábanas de la cama. Fué ahí donde de la nada palpó la calidez y suavidad, al igual que reconfortante mano de Yoko que, aún ignorante de la realidad del tiempo, se percató que el chico a su lado la estaba pasando mal. Pues si rostro de ojos cerrados reflejaban la empatía que sentía con él. Después de todo, si no fuera por él, ella ya estaría acompañando a Lara en el más allá.
Kendall aprovechó el momento para apretar la muñeca de la chica con todas sus fuerzas en los siguientes minutos.
—Tu novia tiene agallas —dijo Salazar, sentado en el diván, evidentemente cansado de la pelea y por haber tratado la herida de Kendall—. Cuando una persona se orina del miedo significa que perdió la voluntad de luchar por su vida. Y contra todo pronóstico, ella pudo reaccionar. Parece que todavía quedan personas valientes en la zona norte de la capital.
—No es mi novia —dijo Kendall entre jadeos.
—Bromeas —Salazar pareció indiferente, a su vez sorprendido—. No eres de los que salvan a los demás por altruismo. ¿De dónde la conoces? —miró a la rubia que dormía a un lado de Kendall—. Una de dos. O te está dando el culo, o tenías negocios muy importantes para arriesgar tu vida. ¿Yoko es su nombre? Escuché que la llamaste así segundos antes de que te volara la cabeza como a mi mamá.
El chico dudaba de responder con sinceridad. Pues, Salazar, quien era el que tenía mayor control de la situación podría cambiar de opinión respecto a la vida de Yoko si supiera que indirectamente trabajaba para su madre.
—No sé si te haces idiota. O no te interesa. ¿Pero te das cuenta que te dije en la cara que me estaba tirando a tu madre, y lo primero que me preguntas es cómo conocí a Yoko?
—No me sorprende. Tienes la costumbre de meter la verga hasta en el bote de basura. De hecho, tampoco sería una anomalía que hayas buscado a tu propia hermana para follártela también. Escuché que abandonó a tu padre para irse con nuestro adicto.
—Entonces —musitó Kendall—: ¿eso es todo?
—No tenía planeado encontrarte aquí —dijo Salazar— mucho menos con la mujer que me dio la vida.
—Hace casi treinta minutos que la mataste. Pareces estar muy tranquilo después de dispararle en la cabeza.
—Era algo que me prometí hacer en el día que lo perdimos todo.
—Ahora que lo cumpliste ¿te sientes mejor? ¿Matar a Lara te ha traído calma?
El rostro serio de Salazar se mostró con atisbos de rencor.
—No encontraré la calma hasta que todos los que nos jodieron estén dentro de un ataúd. Lara solo me motivó a ir por mi siguiente presa —inquisitivo, volvió la vista a Kendall—. Creo que el siguiente en caer será tu padre. ¿No te molesta que vaya tras él? No pareces llevarte bien con él.
—Toma un ticket y espera en la larga fila de los que quieren asesinar a Kande —rio por lo bajo para después toser—. El tipo tiene enemigos por todos lados. Pero también está muy bien parado en la política y los negocios de gente importante. Su casa está vigilada por militares camuflados de trabajadores ordinarios y guardaespaldas privados.
—¿Estuviste en su casa? —preguntó Salazar, sorprendido.
—¿Por qué crees que me tiré a tu madre como cajón que no cierra? —sonrió con malicia—. Me daba curiosidad ver la casa de alguien que se caga en el dinero.
—¿Cómo te fué? ¿Te gustó ver cómo viven los hijos de perra que nos negaron esos privilegios?
Kendall alzó el pulgar, después el dedo medio que le enseñó a Salazar.
—Las habitaciones son grandes y ordenadas. Además, tienen clima. ¡Esos bastardos duermen como reyes!
—Interesante —el trigueño asintió con satisfacción—. Debo suponer que fué en la casa de Kande donde conociste a la rubia asiática —señaló a Yoko—. Ahora que sé esto, su presencia tiene sentido. Pero sigo sin entenderlo. ¿Por qué te arriesgaste por ella?
—Buena pregunta —miró al techo cuando se recostó boca arriba, después quedó anonadado ante Yoko que dormía cerca de él—. ¿Por qué?
—Debe ser una amiga muy especial para jugarte la vida. ¿Cuántos años llevan de conocidos?
El pelinegro meditó por unos segundos, sin quitar la curva en sus labios que reflejaban ironía.
—De hecho, hoy es la segunda vez que nos vemos. Y no, lo repito, no es lo que piensas. No estamos cogiendo como conejos. La conocí gracias a Lara. Yoko es sirvienta de Kande. Estábamos a punto de hacer negocios que indirectamente me convenían pero no quería hacer. Bueno, eso era antes que llegaras como puto loco a volarle el cerebro. Cuando ví sus ojos, por el bien de la trama y el poder del guión, me ví a mí cuando un tipo me apuntó con un arma en el día que lo perdimos todo. No podría vivir con ese peso de no hacer nada cuando tuve la oportunidad. Además, creí que el asesino de Lara era un pendejito que se creía sicario. Jamás pensé que fuera un insano que puede matarte con un dedo, como tú comprenderás.
—Técnicamente acabo de hacerte un favor —sonó relajado—. Dices que no querías involucrarte con Lara. No le veo el problema. Yo maté a mi madre, te hice un favor y de paso conseguiste una nueva mejor amiga —señaló a Yoko— todos ganamos.
—Una amiga que dejaste más muerta que viva.
—Pequeños detalles, Ken. Lo importante es que respira. Tampoco usé mucha fuerza.
—¡Fueron tres patadas en el abdomen, pinche alucín mamón! No es lo mismo que tú y yo nos matemos a puño limpio, que ponerte con ella. Estoy invirtiendo mucho en ella como para que don vergas venga y la trate como tanga de clandestina.
—¿Querían igualdad de género? Pues aquí la tienen. —Frotó sus ojos violeta de tan solo recordar que Yoko casi se los quitaba—. No me arrepiento de nada. Ella casi me arranca los ojos. Aunque ahora la veas así de tranquila, se ve que es una perra difícil de roer.
—Dejando a un lado el asunto de que casi matas a uno de tus hermanos, —comentó Kendall—: tenía tiempo sin saber de ti. Creí que te habías ido del país a una isla o un pueblo mágico, como siempre decías.
—¡Naranjas dulces! —del bolsillo de su pantalón sacó una pequeña bolsa con polvo blanco. Usó la punta de la navaja en las botas para sacar un poco y llevarlo a su nariz—. Todo lo contrario, Ken. Estoy haciendo lo que tú deberías: vengar a mamá, y no hablo de quienes nos parieron.
—Sigues con eso —musitó Kendall, desganado—. Ya es hora de que lo aceptes: perdimos. Ellos ganaron. Pero antes que pasemos a la cursilería, dame de esa mierda que te metiste. Me puede servir de analgésico. Ten la decencia de invitarme. —Con la extremidad buena señaló la bolsa con algo parecido al talco en manos de Salazar—. Anda, comparte con los necesitados.
El chico trigueño se levantó para ir con su hermano y convidarle de lo que consumió. Pensaba que tocar el tema sería entrar a una paradoja, dado que conocía el camino de abordar el asunto de la derrota que los condenó a una vida llena de agravios.
—¿Te gusta tu vida actual? —preguntó Salazar—. Saltar de cama en cama. De hotel en hotel con el cabello oliendo a shampoo barato y el cuerpo pegajoso de intercambiar sudor con muchas personas. ¿Ésa es tu vida de ensueño?
—Es la vida que cualquier zángano desempleado desearía tener. Aparte, es mucho mejor que sentirse un ninja renegado con pinta de emo obsesionado por vengar a su clan.
Ambos se miraron como si supieran lo que querían decirse. Salazar volvió al diván y Kendall miró al techo mientras respiraba profundo por lo que se había inhalado.
—Después de hoy tendrás que mover el culo si no quieres terminar como Lara, porque nuestros padres nos buscarán —dijo Salazar.
—Nos buscarán me suena a manada —respondió Kendall, con los ojos cerrados, al tiempo que acariciaba el suave y desgreñado cabello de Yoko—. ¿Te sabes el calambur del Pocoyó? Tú fuiste el que jaló el gatillo. No fué Yoko, tampoco yo.
—Ellos no querrán al que lo hizo, sino al que pagará los platos rotos. Y tú estuviste aquí, ahora súmale que tu padre te querrá muerto cuando sepa que sigues con vida. Lo mismo va para tu puta. Piensen lo que harán de aquí en adelante. Ella no puede regresar con tu padre, y si trata de hacerlo corre el riesgo de que pueda delatarnos. Y eso no será bueno para ninguno de los dos.
Kendall maldijo internamente cuando la plática se dirigía a un terreno que lo incomodaba. Trató de sopesar cada probabilidad de salir sin necesidad de generar un conflicto que implique a Yoko de por medio.
—Ella no dirá nada.
—Dices que apenas la conoces. Sabes que no podemos confiar en los desconocidos —suspiró pesadamente—: Kendall, nadie debe saber que seguimos vivos. Sabes lo que nos pasará cuando se enteren que los hijos adoptivos de Trinidad Jeager no murieron en la vendetta.
—Por nuestra parte nadie sabrá algo. Te lo garantizo.
—Dame motivos para creerte.
—Simple: le salvé la vida. Y me debes una por intentar asesinarme.
—Me gustaría creerte, Ken. Solo que no te dejas ayudar. La chica trabaja para Kande. Por el bien de ella y de nosotros debe morir aquí. Mires por donde mires, con ella saliendo viva de aquí correremos mucho peligro.
—¿Quién dijo que volverá con Kande?
—Conozco ese tono tuyo. Déjame adivinar: te la quieres quedar.
El chico de tez pálida ideó un método para salvar la vida de Yoko. Una dudosa, alocada como arriesgada.
—Si ella vuelve con Kande, el maldito notará extraño que ella haya sido la única sobreviviente del hotel. Pero si piensan que ella murió, no tendrías razones para matarla si viene conmigo.
—Y dicen que yo soy el enfermo. Ken, escúchate diciendo la primer pendejada que se te viene. Tenerla cerca de ti la vuelve más peligroso, loco.
Sintiéndose con las suficientes energías, como pudo, Kendall se posicionó al borde de la cama en cuanto procuraba ocasionar pocas molestias en el hombro dañado. Miró con determinación a su hermano y dijo:
—No importa lo que digas, ya lo decidí, Sal. —Tosió por lo bajo—. Tienes dos opciones. O ella y yo vemos el siguiente amanecer, o nos matas a los dos, justo ahora.
—Estás todo manco —Salazar acogió un tono despectivo—: ¿Qué me puedes hacer?
—Por ahora no mucho —contrario al trigueño, Kendall optó por abordar indicios provocativos—. Pero si la matas, juro en nombre de mamá que tendré una buena razón para hacerte la vida imposible. Me importa una verga tu venganza de emo renegado de una aldea entre hojas, o sí corremos el riesgo de ser encontrados. Si yo vivo, ella vive. Si ella muere, yo no descansaré hasta que uno de nosotros dos muera. Tú decides.
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