Gonorrea
Yacía mucho desde la última vez que uno de los legítimos herederos de la casa Pulisic dormía en una cama tan cómoda como en esa tarde. Quizás y los motivos de ese breve descanso después de acostarse con la hermana adoptiva de su padre, que de saber quién era Kendall, jamás se le hubiera acercado. Mucho menos estaría abrazándolo mientras dormía plácidamente, restregando su cuerpo con el del chico mientras se movía entre las delgadas sábanas moradas.
Las gruesas cortinas azules que tapaban las amplias ventanas con vista al verdoso vergel con similitud a una pradera de girasoles, le daban un toque nocturno a la habitación. La frescura por el aire acondicionado regalaban un buen ambiente para dormir. Kendall lo sabía. Incluso tenía ganas de pegar el ojo y no despertar hasta recuperar todas las energías que Lara le quitó durante casi una hora en movimiento.
Su celular de pantalla quebrada, dentro del pantalón cerca de la cama comenzó a vibrar. Agradecido de que algo lo sacara de los retorcidos pensamientos que le decían lo miserable que era el engañar a la tía con la que no compartía genética, con suavidad movió el brazo rechoncho que abarcaba su abdomen marcado por falta de alimentos, tomó el celular para ver el mensaje que le había llegado.
Le fue inevitable contener la risa que dejó escapar por la frialdad de Yoko. Ahora —aunque sea en parte— entendía el actuar tan brusco de la chica. Era peligroso que un extraño anduviera por los territorios de gente rica. Ahora, era tres veces más riesgoso que el hijo bastardo de Kande Pulisic conociera la casa que le fue negada desde nacimiento. Era cierto que ni Yoko ni Lara sabían de su verdadera identidad, Kendall era consciente de que no debía jugar con su suerte.
Tan escurridizo como una cucaracha que sobrevive a tempestades, salió de la cama, vistiéndose en menos de diez minutos para salir del cuarto con la chaqueta oscura que traía una prenda interior que la mujer le regaló.
—Un recuerdo no está mal —susurró, sonriente al sentir la delgada tanga de
Lara.
Abrió la puerta con cuidado de despertar a la mujer que roncaba mientras dormía boca abajo para quedar en el ambiguo pasillo del tercer piso de la casa, escaso de iluminación por los focos apagados y la poca filtración de la redonda ventana multicolor de fondo. El exterior estaba grisáceo, así que poco se podía hacer, no obstante, se podía ver a Yoko con claridad, recargada a un lado de la puerta donde Kendall y Lara tuvieron intimidad.
—¿Es mi imaginación, o hace mucho calor? —lejos de ser una pregunta a la espera de una respuesta, Kendall quiso romper el hielo.
—Para algo como tú, es normal que siempre sientas calor. Ni estando dentro de una madriguera tan fría como la de Lara te puedes tranquilizar.
—¿Halago o insulto? —Kendall rio—. Ella no fué suficiente para quitarme las ganas. —Se posó frente a la rubia que seguía recargada en la pared—: ¿Quieres ayudarme?
—Con otras veinte provocaciones más, mi yo de hace dos años te hubiera dado el visto bueno. Total, no niego que estés carita. Pero hay tres problemas: No sé que clase de enfermedades puedas tener. No me gustan las sobras de las señoras que se creen señoritas. Y la razón más importante: estoy en hora de trabajo.
—¿Dices que en otra vida se pudo dar? —alargó su sonrisa picarona—. No me lo esperaba viniendo de ti. ¡¿Qué se le puede hacer?! Soy un papucho, mi cara está tallada por los mismos ángeles.
—Digo que si tan solo fueras una persona civilizada. Con modales, pudor y dignidad, tal vez y te pudiera ver como un humano de verdad, y no como un consolador con piernas, brazos y boca.
Kendall se rascó la nariz mientras se posicionaba al costado de la chica.
—Quizás y en otro universo yo soy el hijo de tu jefe, ambos nos enamoramos y somos felices. Como en los cuentos y películas que nos enseñan desde niños. Quizás, y en otro universo yo no sea un parásito. En lugar de eso soy el heredero de ésta familia. Y tú, en lugar de ser una sirvienta, tal vez, tan solo tal vez seas la futura señora Pulisic.
—Tanta cursilería me empelaga —la chica sacó la lengua, mostrando desagrado con lo dicho por Kendall—. Pero soñar no cuesta nada.
La rubia que seguía respondiendo mensajes se tomó su momento antes de guiar al chico hacia el estacionamiento, subir a la misma camioneta, aprovechar que la hora del almuerzo para los oficinistas terminó y asi tomar la misma ruta para llevarlo a la zona sur de la capital.
—Bueno, mi estimada amiga japonesa con ojos de europea y boca de latina. Nuestro asunto ha terminado.
La chica quedó aparcada al final de la colonia telometo, frente a la casa abandonada que fue el escenario del tiroteo que acabó con la vida de un conocido de Kendall, de modo que tuviesen privacidad por lo vacía que la zona se encontraba.
—¿Cuánto te debo? —preguntó Yoko, sacando un rollo de billetes dentro del sostén amarillo, de modo que su traje de sirvienta no dejase sus senos a la vista del chico.
—No es necesario —contestó Kendall.
—Claro que lo es. Me vas a dar información de tu cliente, es obvio que tengas una paga.
—¡Más despacio, velocista! —replicó, sarcástico—. Nunca dije que te ayudaría.
Yoko masajeó su cien, claramente irritada.
—Tu mayor fuente de ingresos depende de mí, ¿eres consciente de eso?
—Piniento morrón, si te refieres a Lara, ella no es la única clienta que tengo —aseguró Kendall.
La rubia mostró una sonrisa que reforzaba la ventaja que tenía entre ambos.
—Tenías. Lara dice que se quedará contigo por un tiempo. En pocas palabras: tendrás que dedicarle todo tu tiempo a ella. Seguramente hará que yo me encargue de que así sea.
—Lo siento, piña colada. No pienso cambiar mi rutina por ella. ¿Me da mucha pasta? Como ninguna otra. Pero ese no es el método que yo utilizo. De hecho, hoy es el último día que tendré sexo con ella.
La razón por la que Kendall buscó a Lara en un inicio era para conocer la casa de su padre. Ahora que lo había hecho, sentir esa ansiedad que estruja el estómago de ser descubierto por Kande era lo que buscó desde un inicio. Ya no se sentía con las ganas de continuar con su tía, de hecho lo consideraba mal. Aún quedaba algo de vergüenza en él.
—Mira, la cosa está así —la chica se preparó para hablar—: Lara se encaprichó contigo. Te ve más que una simple poronga caliente. Y no te dejará en paz hasta que pierda el encanto. A menos que yo me encargue de eso, lo que sería malo para ti terminar mal con ella.
Una vez que entras a la vida de una persona de la zona norte, ya no puedes salir de ella hasta que ellos lo decidan.
—He lidiado con toda clase de mujeres. Desde tipas más frías que el interior de un cadáver congelado, hasta locas impulsivas que se sienten la novia de un payaso con cabello verde. Las personas como Lara y como tú no me asustan. ¿Ya me pudo bajar?
Esperó que Yoko abriera la camioneta, pero eso jamás ocurrió. En cambio, bajó la ventana mientras que de sus senos sacaba una cajetilla verde con cigarros blancos. Llevó uno a la boca a la par de prenderlo en el pequeño espacio redondo de la camioneta que servía como encendedor.
—Sabes, todas las mujeres estamos locas. Solo que unas saben disimularlo. Otras están más safadas. Y encima de las safadas que pueden arruinar tu vida estamos las que son como los Pulisic y yo. —Quitó el seguro de las puertas—. Puedes irte ahora, ignorar mi oferta y afrontar las consecuencias de hacer las cosas a tu manera. O haces lo que te digo y cortarás toda relación con Lara lo antes posible.
Kendall se introdujo en el mar de pensamientos que pasaban en su cabeza, vacilante, irritado, pero también intrigado del lío en qué se había metido. Uno del que era consciente, pues las consecuencias de sus actos podían ser caras.
—Supongamos que hago lo que me pides, todo sale como lo que sea que estés planeando. ¿Después qué? ¿Cada quien por su camino? ¡No me hagas reír, batido de mango! En mi habitación hay cucarachas que negocian mejor que tú —la miró consorne a sus pensamiento—. Es como dices, una vez que te relacionas con personas de la zona norte, la cosa no se acaba hasta que estén satisfechos. Y tú eres alguien de la zona norte.
—Si te vas a resistir, hazlo —dijo Yoko— ya nos volveremos a ver.
—¿Qué es lo que planeas?
—Algo que no es de tu interés.
—Ah, claro que es es de mi interés, rubia china —escupió unas risotadas—. Se volvió de mi interés desde que indirectamente me pediste que trabaje para ti. Me voy a meter en un problema que a largo plazo puede costarme más que una amenaza. Quiero saber por qué voy a trabajar contigo.
Habiendo acabado con la mitad del cigarrillo, la rubia también se sumergió en sus pensamientos, reconsiderando si era buena idea contarle a Kendall de sus motivos y lo que haría. Chistó, dio otra calada de tabaco para tirarlo sobre la tierra sin pavimentar donde se encontraban.
—Quiero que Lara se largue a otro lugar.
—Sé más específica.
La chica suspiró.
—Desde que ella y sus hijos llegaron a la casa de mi jefe, su hermano, los problemas y el trabajo fueron en subida. Yoko, ve a recoger a mis hijos. Yoko, arregla aquello. Yoko, ve personalmente a los lugares donde debería estar para pedir disculpas por faltar. Yoko, Yoko, y más Yoko. Limpiarle el culo a Lara implica tiempo. Tiempo que le quito a mi trabajo principal, que es el no darle problemas a mi jefe y evitar que esté de malas cuando llegue a casa. Y tu enamorada es un problema que le rompe las pelotas.
Kendall se había perdido en las serias, pero adorables manías de Yoko a la hora de hablar. Desconocía si era por lo sería que se veía, o las obscenidades que soltaba cada tanto, con su peculiar acento al no decir alguna que otra palabra correcta, pero por un instante olvidó que ella comenzaba a ser una piedra en su zapato.
—Lo vuelvo a decir: una japonesa que actúa como como una imitación barata de John Wick con tetas, y hablas como latina.
—¿Y? —soltó ella, despectiva.
—He visto cosas raras, pero tú eres ese Pokémon con el que te topas una vez en la vida. Se tenía que decir y se dijo. —Se encogió de hombros—. Ahora, ¿Cómo piensas deshacerte de Lara?
—Haré que se vaya por su cuenta. Para eso, tú serás una pieza importante. Me dirás los horarios en los que se verán. Solo tienes que hacer eso, algo sencillo. Yo haré la magia.
—¿Me estás ofreciendo el doble de lo que Lara me paga, solamente para decirte la hora y lugar? No me lo creo, niña del aro. Anda, lo que sea que pienses hacer, va a desatar mucho caos. Para donde van las cosas, quieres que nos descubran.
—Descubrir a medias. Sabrán de ti, pero no por completo. Estarás bien si actúas natural, y te vas diez minutos antes que la gente entre a la escena del crimen. En el peor de los casos, a lo mejor mi jefe te verá de reojo. Pero saldrás parado.
—Por supuesto que no, eso sí que no, tetas de azúcar. Ni de pedo me voy a exponer ante Kande. ¿Quieres que me mate?
La chica vaciló, perdida en los efectos del tabaco que se había fumado. Había oído a Kendall. También rememoró toda la conversación que tuvieron, y en ningún momento mencionó el nombre de su jefe. Algo que no dejó pasar.
Por otra parte, Kendall se arrepintió segundos después de haber abierto la boca. Se maldijo a sí mismo, como también se insultó mentalmente en repetidas ocasiones. Pues el solo se había expuesto.
Ambos se miraron, como si estuvieran en la misma sintonía.
—Yo nunca te dije el nombre de mi jefe —aseveró Yoko, colocando nuevamente el seguro de las puertas—. Tú y yo tenemos otro tema pendiente.
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