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Crossover, crossover y más crossover

La masacre de horas antes que desató una serie de diversas reacciones y comentarios entre la familia de la víctima principal acerca de lo sucedido en el hotel pichaloca. No por nada se supo que se encontraron alrededor de cincuenta muertos en las veinte habitaciones ocupadas.

—¿Es aquí? —preguntó Kande Pulisic cuando estuvo fuera del motel—. ¿En ésta pocilga mataron a Lara?

Las rocosas paredes que portaban un toque de una aparente buena mano de obra, tan desgastadas por el paso de los años revolvían el estómago del barbón de traje azul marino. Tanto el silencio en el entorno, como las cintas amarillas que prohibían el paso en las entradas de vehículos y a pie eran el condimento perfecto para ese mediodía soleado. Uno muy fuerte y caluroso, así como sofocante para el hombre que comenzaba a mojar las prendas de sudor.

—Los hombres que envió reconocieron uno de los autos que le pertenecen —dijo el joven chófer a un lado de Kande— también encontraron a Akiko degollada tras el volante.

El hombre de larga cabellera negra atada en una cola baja avanzó entre los servicios de emergencias que custodiaban el motel, llevando cadáver tras cadáver entre bolsas negras, a la par de buscar huellas del, o los responsables.
Su andar sobre los oscuros y anchos caminos sobre habitaciones con garaje se detuvieron en el que, momentos antes había sido abordado por Lara Pulisic.

—Es aquí, señor.

Una sensación que hace un lustro no sentía asedió su interior. Ésa que era carcomida por la ansiedad que dejaba un leve temblor en sus manos cubiertas de guantes desechables negros. Aunque su hermana dictaminada por un papel de adopción por sus padres no era alguien de confianza para él, mucho menos una persona cuyo beneficio podría sacar de ella. Sin embargo, por el tiempo vivido, y la responsabilidad que la mujer le dedicó en su adolescencia desde el día en que sus padres murieron en un asalto después de salir de una obra de teatro, ella se había ganado migajas de su respeto, suficiente como para decir que sentía afecto hacia ella. Motivos que le hicieron tener paciencia con ella y sus hijos durante el tiempo que vivió en su casa.

—Señor —el joven chófer dudó antes de hablar—: ¿se encuentra bien?

Kande no respondió al instante. Sus profundos ojos celestes se perdieron en la puerta del garaje, pues, una diminuta parte de él sentía miedo de entrar a la habitación y esperarse el peor de los escenarios como le habían contado por llamada, cuando le informaron de la aterradora manera en que su hermana terminó.

—Dicen que el señor Trujillo lo espera dentro, junto a la señora Benedetto.

—Estaré ocupado con ellos —dijo Kande— trata de mantenerte callado. Nacho y Lucrecia son de los que no hablan con extraños presentes. Pero haré que lo hagan mientras estás conmigo.

Muy a fuerzas avanzó en cuanto la puerta mecánica del garaje se elevaba hasta dejar ver la escena que terminó de impactar al hombre.
Sangre de su hermana. Era todo lo que pensaba a cada segundo que sus ojos se mantenían en el escenario repleto de sangre y carne fresca salpicada en las paredes, el auto y el suelo en el interior del garaje con el coche donde estaba el cuerpo sin vida de una de sus sirvientas más antiguas y leales.

—¡Mierda! —exclamó el joven que acompañaba a Kande antes de vomitar los panqueques que desayunó.

El barbudo avanzó hasta llegar a la puerta de la habitación que, dudoso de saber si aguantaría ver los restos del cadáver de su hermana, giró del pomo para ser la tercera persona en el cuarto, dejando al chico que no paraba de vomitar.

—Mejor quédate afuera —ordenó antes de entrar.

Como si lo antes visto hubiese sido un aperitivo de entrada que lo preparaba para lo que se venía, Kande no pudo evitar vacilar por ver más sangre en las paredes color melón.
Era de ella, su hermana. Pudo detectarlo en el momento de ver el cuerpo sin extremidades de la difunta yacente en la cama, con el característico vestido de una pieza rasgado del vientre abierto y falto de intestinos. Ya que su rostro estaba desfigurado con cortadas no podía ser reconocible salvo su castaño y canoso cabello disperso por la cama por ser cortado de manera descuidada.

—Suelo ver cada cosa por mi trabajo. Pero ésto supera los homicidios que están debajo de la media —dijo el hombre de camisa blanca manga larga sentado en el diván junto a una mujer pelirroja—. Quien hizo esto debe ser demasiado estupido y enfermo.

Kande no prestó atención a lo dicho por el hombre de bigote. Siguió mirando el cuerpo de su hermana mientras los temblores en sus manos aumentaban. Succionó una buena bocanada de aire, cerró los ojos y trató de tener la mente lo más fría posible.

—Aunque terminamos mal con el divorcio —dijo el hombre de vestimentas rurales, serio, pero no triste o afligido por su exesposa— no deseé que terminara así.

—A parte de Akiko, ¿había alguien más con ella? —preguntó Kande.

—En el baño —no queriendo, la gitana de largo cabello ondulado señaló la puerta cerrada que daba con el baño.

Sin decir nada, Kande se aproximó a la puerta que abrió para percatarse de la escena que superaba por mucho lo de su hermana. Justo en la tina llena de agua y sangre se encontraban las extremidades de su hermana. No conforme con eso, sobre el líquido yacían los restos de otro par de cuerpos flotando dentro de la tina. Rápidamente se fijó en una oreja que flotaba con lentitud. Al denotar que ésta contaba con un zarcillo de oro con una esmeralda colgando, supo a quien le pertenecía, dado que el accesorio era un regalo que le había dado a Yoko, su sirvienta de confianza, la cual recibió dicho objeto en su cumpleaños número veintidós.

—¿Ya encontraron a los culpables? —preguntó al momento de salir del sanitario, mirando al par de personas estoicas.

—Están en eso —dijo la gitana— ya hay policías y nuestro personal vigilando los alrededores y gran parte de la capital.

—Las cámaras —dijo Kande, muy calmado para sorpresa de ella— debe haber algo grabado.

—Naranjas —respondió el hombre de bigote— borraron todo lo que pasó en la mañana. Lo único que se logró salvar fué una vieja camioneta que salió y entró.

—¿Mataron a todos? —preguntó Kande—. ¿Hubieron más muertos como Lara y Yoko?

—No quedó nadie vivo —contestó la pelirroja—. Lara y los que están en la tina hechos sopa fueron los únicos que murieron de esa forma. El resto solo recibió un disparo en la cabeza.

—Supongo que se ve la placa y el modelo del último que salió del motel.

—Apenas y se puede ver que la camioneta salió del lugar —dijo la pelirroja.

—Si llegan a dar con el asesino de Lara, traiganlo conmigo —aseveró Kande— lo quiero vivo. Pueden romperle las piernas, o torturarlo, pero no lo maten. Yo le daré el tiro de gracia. Ésto es sangre por sangre.

—Tienes tantos enemigos, Kande —prosiguió la pelirroja—. Pudo ser cualquiera. Pero lo de Lara... se ve que se tomaron su tiempo antes de matarla. Fué gente que está acostumbrada a las masacres.

—¿Hay alguien que se te venga a la mente? —cuestionó el tipo de bigote.

La gitana vaciló al tiempo de recordar algo que la estremeció, provocando que se le erizara la piel.
—De hecho si. Piernas y brazos cortados para meterlos en una tina. Es algo que en su momento haría Trinidad o su hijo.

—Es cierto —apoyó el de bigote—. Una vez dijiste que enviaste al hijo de Trini para acabar con unos pandilleros salvadoreños. Tiene sentido que el haya sido. Tampoco es una sorpresa, al final ése niño odia a Kande después de hacer que el ex prometido de su hija le pusiera las manos encima a la chica. Lucrecia, sigo pensando que fué un error que dejaras escapar a ese niño.

—Tampoco descarto a mi pequeño —dijo ella—. Después de todo estamos en guerra con él y su madrina. Supongo que ya dieron el primer golpe. Veo que tu cerebro todavía funciona, Nacho. Me alegra saber que no solo hay balas y muerte en tu cabeza.

Kande se limitó a escuchar al par antes de volver al cadáver de su hermana. La analizó por unos momentos antes de sacar un collar de plata con una cruz para colocarla encima de su pecho. Estoico, miró a la mujer rumana con determinación.

—Lucrecia, si el hijo de Trinidad Jeager fué quien mató a Lara: juro por la memoria de mi hermana que lo romperé hasta que no quede nada de él.

—Cariño —dijo ella, con cierto glamour en sus palabras—, estamos en una guerra. Es obvio que tendríamos bajas. Okey, acepto que cruzó la línea con dejar a tu hermana como carne de taquero, pero tampoco es que no te lo hayas ganado. Recuerda lo que le hiciste a tu hija. Para mí pequeño, tu nena es lo más valioso que tiene. Estaba cantado que comenzaría a atacar donde más nos dolería. A parte, tampoco hemos confirmado que él haya sido.

—Todo apunta a que es él —dijo Nacho Trujillo—. Como dijiste: Kande tiene muchos enemigos. Pero ninguno tiene los huevos para atacarnos directamente. Solo ése mocoso haría algo así.

—Mató a mi hermana y a mis empleadas —farfulló el de barba— mujeres que no tenían que ver con nuestros asuntos. Akiko era una vagabunda antes de que le diera trabajo. Yoko con tan solo veintitrés años era la mejor sirvienta que tenía. Lara podía ser una gorda mantenida, pero ella nunca se metió con ese huérfano bastardo.

—¡Tú lo dijiste! —exclamó Nacho, con el repentino cambio de ambiente que le hizo mostrar una sonrisa que escondía sus emociones—. El chico es un huérfano. ¿Se les olvidó que ustedes dos mataron a su madre? Kande, Lucrecia, además de lo que ustedes le hicieron a él y a sus hijas, el niño tiene motivos muy válidos para lo que hizo. Pero no descartemos otras posibilidades. Quizás y fué mera coincidencia que todo apunte a tu yerno, Lucrecia.

—Además de Zinder —dijo Kande, sosegado ante la presión—: ¿qué otra arma humana que está en nuestra contra puede hacer masacres como la de hoy?

El trío meditó antes de seguir con la plática. Mientras Lucrecia Benedetto reacomodaba el vestido guinda pegado a su voluptuosa figura, tallando sus anchas caderas, Nacho Trujillo extrajo una pequeña bolsa cuadrada de su pantalón para inhalar de la sustancia semejante al talco. En cuanto a Kande, simplemente se quedó sumido en sus pensamientos.

—Si al final fué tu yerno el que mató a mi hermana —dijo el barbón que llamó la atención de la pelirroja— no tendré piedad con él.

—Tranquilo, vaquero —dijo ella en un tono coqueto— ése tierno conejito es mío. Así como aplasté a su madre, yo me encargaré de hacerle lo mismo. Te dejaré golpearlo hasta que pierda la conciencia, pero no lo matarás.

—Ya lo veremos

Kande estaba decidido a salir de la habitación, habiéndo acabado con lo que tenía que ver y decir. Lo que no esperaba era que la pelirroja que rodó los ojos abandonara el diván donde estaba sentada para abrazarlo por la espalda.

—Te ves muy estresado —divertida, pasó una de sus largas y delgadas manos sobre la entrepierna de un Kande que parecía estar cansado de la situación—. ¿Hace cuanto que no has vaciado esas bolas de toro?

—Lucrecia —dijo Kande tras un largo suspiro— no es buen momento para estar de golfa.

—Me gusta cuando me hablas sucio, vikingo —mordió el lóbulo del barbudo mientras seguía acariciando su miembro—. Sabes, por las prisas y las vueltas no tuve mi mañanero —susurró a su oreja de manera sensual— tú lo necesitas, yo lo necesito. Sé que tu esposa, mi ex que en paz descanse, junto a las otras rameras de los clubes no te dejan satisfecho. Venga, vayamos a una habitación donde no hayan muertos y descarguemos nuestra calentura.

Sorpresivamente Kande se dio media vuelta para apresar las manos de la  sonriente rumana en cuanto la ponía sobre la pared, mientras la miraba cual león hambriento a un cordero recién nacido. Estaba molesto, cansado, frustrado y todo lo que terminara en ado, mientras que ella seguía gozando del placer que le daba la agresividad del hombre fornido.

—No despiertes a una bestia que no puedes controlar —aseveró Kande.

—Que se haga como en los viejos tiempos —ensanchó su sonrisa, evidenciando su blanca dentadura de colmillos sobresalientes al mismo tiempo que un aura carmesí se formó en sus pupilas avellana—. ¡Escúpeme mientras me agarras del cuello al tratarme como puta! Pero a mí niño lo dejas en paz. Él es mío, yo se lo quité a su madre, así que me pertenece. Nachito —volvió la visita al hombre de bigote—: ¿nos quieres acompañar? Dejaré que ocupes el agujero de atrás.

Nacho Trujillo y Lucrecia Benedetto son personajes que aparecen en otras obras.

Si quieres saber más de ellos, y de lo que aquí se menciona, puedes pasarte a leer el vergel de los clandestinos.

Puede que muchos no entiendan por completo lo que pasó. Pero poco a poco lo sabrán.

Sin más que decir, se despide el chico que solo viene a escribir. ¡Chao;

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