Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Crossover

¿Quién diría que una acción tan insignificante como pagar para sentir placer provocaría uno de los mayores conflictos en la historia de Helix?

Todo había sucedido en efecto dómino, una secuencia de sucesos plagados de risas, soberbia, sarcasmo, tristeza, dolor, amor y repudio. Desde acostarse con un familiar político, pasando de conocer a una sirvienta, ser torturado y, posteriormente recibir el trato de un perro.

Aún y con todo el inexplicable dilema, Zinder Croda hacía amagos por encontrar la acción precisa que indujo el hilo que cambió las reglas del tablero. Un juego cuyo inicio fue dado con la invasión del ejército helixano sobre la zona sur de la capital. La vivienda de los latinos y, numerosos grupos criminales. Entre ellos, el objetivo de la fuerza armada que no tardó en rodear las zonas que operaban estaba claro, matar a todo aquel que llevase un arma.

Los gritos y disparos retumbaban desde la lejanía. Civiles huyendo lo más rápido posible para no ser confundidos que pasaban a un lado del joven que caminaba en dirección contraria, con una calma que reflejaba seguridad.

—¡Es hoy! ¡Es hoy! —los humanos no sabrían a qué dirección ir si vieran al perro con alas de grifo que volaba por encima de Zinder.

Envolvente en un manto despectivo, el chico hizo de oidos sordos para evitar corajes innecesarios respecto a las palabras de lo que el ente demoníaco tenía para vomitar.

—Yo te lo advertí. Te dije que lo mataras antes de que aprendiera a usar al morboso. Tuviste la oportunidad de hacerlo, cobarde —soltó una carcajada—. Si antes tenía mis dudas, ahora confirmo que eres estúpido por naturaleza. Naciste así, y si todo sale mal, morirás siendo el rey de los soberanos pendejos. ¿Qué ganaste con burlarte de sus traumas? Te dije que lo mataras, que él tenía a uno de los siete.

—¿No puedes contra un rey? —infló los pulmones con el aire infectado por la pólvora y el humo de los incendios—. Y pensar que los sirvientes de la bestia marina son de pecho frío.

—Perdimos la ventaja, a ella no le va a gustar —las tenebrosas risas del perro sesaron, comportándose con la misma seriedad que Zinder—. Deja de cambiar el futuro. Puedes provocar una guerra que haría ver a las pasadas como una pelea de inválidos. Si los del otro mundo te descubren... —vaciló—. Solo, no alteres algo a escala mundial. Todo tiene que llegar a su tiempo. Ni un segundo más, ni un segundo menos. Y hace más de tres años que Kendall Pulicic debió morir. ¿Qué tramas? ¿Por qué mantenerlo con vida?

—¿Por qué celebras tanto? —Zinder simuló darle poca importancia al sermón de Glassialabolas—. ¿Qué se celebra hoy?

Tan pronto Zinder lo persuadió, el demonio empleó una vibra llevadera,
—Mira todo el banquete que tengo para mí —las patrullas aún no llegaban a la calle por la que cruzaban, pero el joven entendía a lo que se refería—. Son tantas muertes que no me lo puedo creer. Ochenta larvas sin elegancia, veinte larvas uniformadas. ¡Y esto solo es la entrada!

—Gracias por el apoyo —alargó los labios en una mueca, denotando sus hoyuelos—. Tómalo como un presente por los problemas.

—El problema no es conmigo, arréglate con la bestia marina. Ella fué la que apostó su cola. Yo solo soy el sirviente —acercó el osico hasta los oidos del chico—. ¿Quieres saber un dato curioso? Muchos de tus parientes y conocidos están en la lista negra.

—Lo sé, Glassia. Lo sé —cortó la conversación cuando llegó al viejo edificio frente al ambiguo mercado Laporta.

Pasaron tres años para tener un segundo enfrentamiento a gran escala, con personas entrenadas para matar. Se preparó para ese momento, o eso pensaba, en vista de la mano temblorosa que no podía encajar la llave en el cerrojo de la entrada del edificio. ¿Miedo o emoción? Todavía no se decantaba por el sentimiento producido.

Por muy amplio que fuera la desventaja para él, sentía que por fin podría canalizar todo el odio acumulado, entrando al lugar con total seguridad hasta llegar a la apenas visible recepción, puesto que solo contaba con un pequeño foco amarillo que abarcaba poco más de la redonda mesa de madera. Un lugar vacío, con el anómalo calor que envolvía el lugar a tal punto de humedecerle la ropa.

—¡Movió a todo el puto ejército! —los disfóricos gritos de Margarita Potra se escuchaban desde el momento en abrió la puerta de entrada—. ¡Teníamos un trato! ¡Puto Kande! Me cago en sus muertos.

Zinder se unió a las dos mujeres en la mesa, siendo percibido por la castaña con los ojos puestos en él.

—Dame algo bueno —la orden de Margarita era clara.

Ni siquiera la cólera de la Potra era suficiente para destruir la templanza que tuvo al tomar uno de los largos cigarrillos blancos puestos en la cajetilla al centro de la mesa. Lo llevó a los labios, prendió con el encendedor plateado de sus bolsillos y respondió:

—Llevé a los ancianos a las embajadas. Están a salvo, por ahora —tomó asiento—. Y no fué tu hermano. Lucrecia hizo que el primer ministro diera la orden de matarnos a todos.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó la joven pelirroja.

—Un perro con alas de grifo me lo dijo.

—¡Deja de decir mamadas, chamaco pendejo! —clamó la castaña, dando un golpe en la mesa—. El puto ejército está matando a los nuestros como moscas. Y no sé nada de Peack.

—¿Dónde está ella? —preguntó Zinder.

—Fué por Kendall. La mandé con unos salvadoreños para ganar tiempo en lo que saca al chamaco —tomó un cigarro para aplacar la ansiedad—. Ya pasó una hora. Ya debería haber salido. Tampoco sé nada de los malditos Laporta.

—Si yo fuera Peack, ya me hubiera ido de este infierno —acotó la gitana, desvergonzada, bostezando por el cansancio acumulado—. Sentido común, díganme si no harían lo mismo que ella —señaló a Margarita—. Le cortaste la lengua frente a su papá. ¿Cómo crees que se sintió Humberto Laporta al ver que humillaban a su hija consentida?

—Ella casi nos vende —refutó la castaña—. Humberto sabe cómo es esto. Éramos nosotros o su hija.

—Solo un mal padre se quedaría sin hacer nada después de ver cómo torturan a su hija —dijo Zinder, dándole otra calada al cigarro—. Si los Laporta no responden es por algo.

—De seguro ya se los llevó su puta madre —Margarita seguía reacia a creer que su mejor amigo la había traicionado—. Ellos viven cerca de la zona norte. Les llegaron de sorpresa.

—Si ya están muertos ¿por qué no se hizo ruido? —cuestionó la pelirroja, colocando el faluche verde de su cabeza sobre la mesa—. El ejército llegó entero, parecía que no habían luchado. Es extraño... ¿Y si Humberto nos vendió?

—Imposible —negó dicha posibilidad—. Podrá ser una mierda de persona, pero no es una rata.

—Supongamos que nos vendió... —dijo Zinder, recibiendo una mirada fulminante de Margarita—. Tenemos al batallón más grande del país sobre nosotros, hay que esperar lo peor. Peack y Humberto serán tratados como unas putas ratas vendidas hasta que muestren lo contrario.

—Luego lloramos la traición de los Laporta —la gitana tomó la palabra—. En menos de una hora habrán rodeado toda la zona sur. Busquemos cómo salir de la capital.

—Prefiero ser comida para caníbales antes de dejar que la puta de Lucrecia se quede con el sur —interrumpió Zinder—. Podemos ganar.

—Somos menos de tres mil —farfulló Margarita, con una amarga sonrisa de  resignación— menos que eso, a lo mucho quinientos de nosotros contra todos ellos. Esa perra ganó.

—Trinidad decía que se puede encontrar oro debajo de los escombros —Zinder volvió a llamar la atención—. Mientras jugabas a la reunión familiar con Kande, hablé con la gente de tu hermana íntima.

—Sonia está más jodida que nosotros —quería gritar, pero el fracaso ante sus ojos le quitaron las energías—. No tenemos nada. Debemos irnos de aquí.

—Tenemos suerte de que seas la menor de tus hermanas, y de tener a Yoko con nosotros —de sus bolsillos sacó una bolsa transparente que contenía cigarros de cannabis—. La mayordoma de Angela Ackerman aceptó ayudarnos, siempre y cuando le demos a Yoko.

—Raymundo —la Potra apretó los dientes—: ¿Hablaste con Angela? ¿Le pediste ayuda a esa gorda mamona?

—La hermana de Yoko nos ayudará a ganar tiempo en lo que Angela haga que el ministro cancele la invasión.

—Aunque Angela sea mi hermana, no arriesgaría tanto por mí. Una sirvienta no es suficiente, ¿Qué más pidieron?

—Si salimos con vida, mañana en la noche me veré con ella.

—Ahí va Zinder Croda y su pito a salvar el mundo —la pelirroja rodó los ojos—. Vaya sorpresa.

El único hombre en la recepción extrajo un bolígrafo con papel que tenía la estructura de la ciudad de los bolsillos de su sudadera, desplegándolo en la mesa para vista de las mujeres.

—Tengo conocidos en el ejército. La idea es rodearnos de a poco, adueñándose de muchos puntos hasta llegar al edificio de Kendall y Yoko —la tinta negra de la pluma encerró el centro de la ciudad, lugar perteneciente al edificio mencionado—. Entre ellos está mi contacto, también dijo que el líder del escuadrón es Nacho Trujillo. —Señaló a la gitana—. Tshilaba y yo iremos por ellos.

—Kendall y Yoko son historia —alegó la Potra—, ni de pedo dejaré que vayan. Los necesito a los dos, ya perdí mucho en una sola noche.

—Necesitamos de "Soda Pop" para que los Ackerman nos ayuden—Tshilaba se refirió a Yoko—. Sin ella no hay trato. Tampoco quiero pelear contra Nacho, pero es eso o huir. Espero que Kendall siga siendo el mismo desalmado de antes. Con que los mantenga a raya por una hora será suficiente, pero sería mucho pedir.

—Pensé que te querías largar —Margarita la encaró.

—Quería, cuando no teníamos chances de ganar —de la pequeña mochila buscó una caja de madera que contenía las cartas del tarot—. Me niego a perder contra la puta de Lucrecia.

La gitana barajó las cartas hasta colocarlas en la mesa, de modo que pudiera predecir lo que pasaría.

—El loco. La rueda invertida. La muerte —sintió un hueco en el estómago—. Estamos jugando a la ruleta rusa. Habrán muertes por todas partes. Nadie, ni Zinder o yo tenemos la garantía de sobrevivir hasta que todo acabe. Cualquiera puede morir. ¿Cuál es el plan?

—Vamos por esos inútiles, traemos a Yoko y luego nos reunimos con su hermana para frenar al ejército hasta que les den la orden de retirarse. También espero que Kendall no se haya oxidado.

—Son dos contra un chingo de gente —agregó Margarita— aunque Kendall se les una, es imposible que ganen.

—Tshilaba y yo nos las arreglaremos —contestó Zinder—. Llamé a Salazar para decirle que su papá va por Kendall. Irá si le damos la oportunidad de tener un mano a mano con Nacho. Seremos cuatro, no hay manera de que nos ganen tan fácil.

—Con Salazar dentro —masculló Tshilaba— puedo mandar a mi dúo para apoyar a Rebecca.

—Cuando me diga que está aquí, le diré a los míos que hagan de carnada para que ella los mate por la espalda.

—¿Y si fracasan? —preguntó Margarita—. No puedo confiar en ustedes.

—Entiendo que te estés cagando por ser tu primera batalla —dijo Tshilaba— también estuve asustada. Ya te acostumbrarás.

—Conozco cada rincón de la zona sur, los soldados no. Tenemos esa ventaja —Zinder tomó un segundo cigarro—. Volveremos antes del amanecer. Y en caso de que no... —suspiró con desdén—. Toma a Yonder, a mis hijos y salgan de aquí. Abajo de nosotros hay un camino que los llevará al fraccionamiento Los Arcos, donde vive Angela. Son como cinco kilómetros, Yonder se lo sabe. Si no llegamos después de las siete, corran y no miren atrás.

—¿Cómo planteaste todo esto? —preguntó Margarita.

—Llevo tres años planeando mi revancha contra Lucrecia. Es el todo por el nada.

—A todo esto, no pensé que Kendall viviera mucho tiempo —inquirió Tshilaba—. El sida ya lo debió haber matado.

—¿Qué? —preguntó Zinder, conmocionado.

—Cuando Kendall llegó a la capital, muchos peces gordos comenzaron a caer. El niño se estaba volviendo un peligro en potencia, necesitaba frenarlo —chistó tras recibir una mirada despreciable por parte de Zinder—. Mi cuerpo original estaba muriendo por varias enfermedades que se podían contagiar, una de esas era el sida. Antes de poseer el cuerpo de Isela —señaló el cuerpo de la sobrina con el que podía moverse a voluntad— tuve sexo con él para contagiarle todo lo que tenía, y matarlo.

—Él no morirá —inquirió Zinder, con algo de pavor en sus palabras—. El sida no puede matar a la lujuria personificada.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro