Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Como los niños con los payasos

La ironía se figuraba en la discreta sonrisa de Kendall, llena de amargura  y pesar. Pues era la tercera noche que pasaba en una cama distinta de manera consecutiva junto a Yoko que dormía a un lado suyo. El problema no era que fuese un nómada en sus veladas. Entonces: ¿por qué sentía esa opresión en el pecho?
Estaba acostumbrado a ir de cama en cama, de mujer tras mujer. La diferencia era que tenía la libertad de abandonar los aposentos una vez terminado el coito con sus clientas. El juego había cambiado. Ya no tenía la libertad de salir, y estaba obligado a compartir la cama matrimonial con la única chica que le hacía compañía en todo el meollo en el que estaba metido

La luz que marcaba la temperatura del aire acondicionado radiaba lo suficiente para vislumbrar la angosta habitación de paredes azules y techo blanco donde se encontraban, con eso pudo percatarse que, nuevamente, la rubia lloró antes de perderse en Morfeo. Sus párpados la delataban, incluso la dificultad de sus respiraciones que eran obstruidas por el flujo nasal acumulado en la nazir.

—¿Otra vez, chinita? —con delicadeza acarició la húmeda mejilla de Yoko, perteneciente a la mitad del rostro que no estaba hundido en la almohada—. Han sido unos días de mierda, ¿verdad.

Kendall no esperaba reacción alguna, sin embargo, debido a sus palabras y el suave tacto que le daba a la chica; ella, de manera inconsciente tomó la mano del chico por unos segundos antes de invadir su cintura en un abrazo, dejándose llevar por el sueño que tenía al estar con una persona importante para ella, al menos mientras dormía. Afortunadamente Kendall se había acomodado de modo que su hombro no se viese lastimado, pues con tres noches supo que la chica necesitaba abrazar algo para poder dormir con tranquilidad. Lo descubrió cuando se libraba de sus abrazos y, a los pocos segundos comenzaba a moverse bruscamente, como si tuviese pesadillas.

—Descansa ahora que puedes. No sabemos si será la última vez que podremos dormir como si nada.

Kendall no comprendía la confianza que había entre la chica y él, dado que era tanta como para actuar como personas que se conocían de toda la vida.
Al menos  por parte de Yoko, debido a la familiaridad que tenía con la hermana de Kendall —chica con la que se crió de toda la vida— se percató de algunos comportamientos que ambos gemelos compartían. Razón por la que no tardó en adaptarse a las costumbres del chico que, contra todo pronóstico llegaba a ser ordenado y con modales cuando se lo proponía.

—Ahora que te veo bien —comentó Yoko— tienes los mismos ojos que Yonder y el señor Pulisic. Fuí demasiado estúpida para no notarlo.

—¿Qué? —dudoso, Kendall desvío su atención en la revista para adultos que miraba con descaro para fijarse en la chica.

Por motivos que iban de la mano con la mala higiene del lugar, tanto que la chica llevaba limpiando desde las primeras horas de la mañana para no alterar el TOC en ella, era por eso que se encontraba fregando las orillas del piso, donde la mugre pegada le obligaba a ejercer presión con la fibra de alambre que usó para lavar todo el piso. Kendall, sin abandonar el asiento cerca de la oxidada mesa redonda, tomó el cigarrillo situado en su oreja que iba a encender, de no ser por la mirada de la chica que se lo prohibió sin decir una palabra.

—Cuando estás cerca puedo notar que tienes la misma nariz que la señora Pulisic que en paz descanse. Hasta le sacaste la sonrisa —soltó unas pequeñas risillas— todo lo contrario a Yonder, que casi no sonríe, solamente que esté con su... novio o lo que sea que el chico con el que vive sea de ella. Se parece más al señor Pulisic.

—Es aquí donde debo sorprenderme de saber que me parezco mucho a los supuestos padres que me dejaron a mi suerte, ¿no? —Kendall suspiró, estirando los labios en una mueca entre sarcasmo y amargura—. De hecho, nunca los he visto en persona. La mujer que me parió, o la señora Pulisic como le dices, solo la ví en fotos que mi verdadera mamá, la que me crió me enseñaba de pequeño. A Kande lo veo en los periódicos o por televisión en los debates que casi siempre gana. De ahí en fuera, no sé nada de ellos.

—La próxima semana se cumplirá un mes y medio desde que la señora Pulisic falleció de cáncer.

—Ah, ¿si? Mis condolencias para ti —sonó muy indiferente—. Me imagino que fuiste muy cercana a ella.

—Ella me ayudaba a estudiar junto a Yonder, desde que íbamos al kindergarden. Era como una segunda mamá por cuidarme en todo el día porque mi verdadera madre se la pasaba trabajando de sirvienta.

—Tenía entendido que los Pulisic invertían a largo plazo. Pero no me imaginé que serían tan hijos de puta para adoctrinar a niños para que les fuesen leales desde su nacimiento.

—Ni ella ni el señor Pulisic me obligaron a hacer algo que no quisiera. Yo trabajé para ellos como gesto de agradecimiento por lo que hicieron por mi madre y por mí —el comentario del chico pareció ofenderle—. Siempre fui tratada como alguien de la familia.

Por evidentes motivos, Kendall pareció estar molesto por escuchar a la rubia.
—Como una de la familia, eh. Debió ser divertido.

Ella se percató del disgusto que evocaba el tema de la familia en él. Guardó silencio hasta terminar de fregar el último rincón del piso para pararse, llegar a la mesa donde había una jarra de agua con dos vasos, servirsey humedecer su paladar.

—Desconozco del porqué te abandonaron. Ellos siempre dijeron que Yonder era su única hija. Debieron tener sus motivos para abandonarte.

—Eso no justifica que se hayan comportado como unos reverendos hijos de mil puta. Aunque no los conocí directamente, sé de muchas cosas que hicieron. Cosas que te harían cambiar esa imagen que tienes de ellos. No por nada son de la misma mierda que el resto de larvas que viven en la zona norte. —miró el techo—. Si no van a hacerse cargo de sus hijos, entonces ¿para qué chingados los tienen?

Ella permaneció seria, inmune a los insultos del chico hacia las personas que tanto admiraba.
—Dije que debieron tener sus motivos para abandonarte, mas no dije que fue lo correcto. Te recomendaría que le preguntaras a tu padre, pero luego recordé que nos escondemos de él, y se me pasa. No soy quien para juzgarlos, mucho menos cuando siempre recibí cosas buenas de ellos.

—Concuerdo. Sería muy hipócrita que lo hicieras. Al final solo eres la sirvienta. —asintió con la cabeza—. Mis chaquetas mentales son solo mías. Cosa entre ellos y yo. Sería más hijo de puta de mi parte pedir que estés de acuerdo conmigo.

—¡Exacto! —mostró una actitud menos tajante para apaciguar el ambiente, haciendo una pésima imitación del acento argentino—. Yo solo soy la sirvienta. Lo que no niego es que una parte de mí siente rencor por el señor... digo, de tu padre por como dejó morir a la señora Pulisic. Por muy agradecida que esté, eso jamás se lo perdonaré. Mucho menos que impidió que Yonder la viera en sus últimos minutos de vida.

Por primera vez rieron sin el ludibrio presente. Se miraron y, sin decir otra cosa entendieron que ya habían acabado con el tema.
La chica se miró de pies a cabeza para percatarse de las holgadas prendas que usaba, las cuales se ensuciaron por permanecer en el suelo. No le molestaba que el delgado pantalón corto y la larga polera verde le hicieran ver como una vagabunda, dado que estaba dispuesta a tomar un baño, eso antes de escuchar unos golpes de la puerta.
Cuando la chica se dispuso a abrir la puerta por la costumbre de hacerlo en su trabajo, el chico la detuvo para señalar los harapos que traía, a lo que se detuvo para ir al baño mientras él atendía a quien pensaba y era la directora.

—¡Dichosos mis ojos! —exclamó Kendall—. Parece que la invoqué con el pensamiento. Estamos más conectados de lo que parece.

La mujer voluptuosa pasó a un lado del chico muy campante, sobreexagerando su caminata con el menear de sus caderas hasta llegar a la mesa para sentarse en la silla donde él estuvo.

—Tienen menos de doce horas que llegaron y ya hicieron de esta pocilga de algo habitable —dijo la pelinegra mientras miraba los lugares donde anteriormente estaban muy deplorables, comparado a lo despejado que se encontraba gracias a Yoko—. Hace dos años que nadie metía mano en el cuarto. Necesitaba un putazo de león africano, y ustedes se lo dieron.

—Deberías darle las gracias a la chinita. Llevó horas sintiéndose "Cenicienta" al tallar todo el piso.

—Por algo es que esa chiquilla era sirvienta de Kande —rió— dicen que la gente con dinero son los más puercos que hay. Debe estar acostumbrada.

—Olvidando que mi futuro culito es buena para los quehaceres como buena ama de casa —fue hasta la mujer para tomar la segunda silla para estar de cara con ella, con esa fingida sonrisa tranquila—: ¿tienes algo para mí?

—Dame un respiro, chulo de mora azul —suspiró con cansancio— ten la delicadeza de ofrecerme un vaso de agua que desde ayer no he parado de estar pegada al teléfono para hacer una reunión con las personas que podrían salvar tu pellejo. —Metió la mano en medio de sus senos expuestos por el pronunciado escote de su traje de oficinista para sacar una arrugada cajetilla de cigarros para colocar el pitillo verde de uno en sus labios y prenderlo con los cerillos que también estaba entre sus pechos—. Tienes mucha suerte. Parece que los astros están de tu lado. Mira que conseguir un encuentro con los viejos que se equiparan con tu papi el vikingo, eso sí está cabrón. Pero nada que no pueda hacer cuando me concentro.

—Del uno al diez, ¿qué tan riesgoso es lo que debo hacer? —preguntó—. No me has dicho nada de lo que quieres.

—Vamos paso a paso. Primero debía ver si ellos aceptarían reclutarte —masculló—, ahora que lo conseguí ya podemos hablar de negocios. Lo que nos importa. De hecho, acabo reunirme con mi jefe, quien resolvió el requisito más difícil y tedioso. Espero y estés preparado, que no me puse en cuatro para que ese anciano me lamiera el culo con su boca apestosa. Me da repelús de recordar la sensación de su lengua podrida dentro de mi lindo trasero. Y eso que el hoyo oscuro es un lugar muy sucio para que me queje de ese decrépito rabo verde.

—Sabía que tarde o temprano ese rechoncho y sabroso culito tuyo se sacrificaría por el equipo —con los fósforos de la mujer encendió el cigarro entre su oreja para hacerle compañía mientras daba una calada—. Ahora vayamos al grano, suéltalo de una vez. ¿En qué mierda me has metido?

—Desde que Lara murió, los asesinatos entre la zona norte y sur se alborotó más que las hormonas de una puberta con alcohol encima. Kande no se tomó bien la muerte de su hermana, y ahora culpa a las personas con las que me contacté para ayudarte. A raíz de todo ese embrollo aproveché para echarle de mi cosecha a la hora de abogar por ti. Gracias a eso, ellos se tomaron la declaración de guerra que Kande les hizo como un llamado a conquistar los territorios de la zona norte.

Atenazado por el pavor de imaginar lo que ella inventó acerca de él, Kendall sintió un escalofrío que recorrió su espalda, lo que provocó que dejase el cigarro en el cenicero cuadrado en medio de la mesa.

—¿Qué dijiste exactamente? —preguntó inquisitivo.

—Que fuiste cómplice de la muerte de Lara —extendió los brazos con júbilo—. ¡Nuestros nuevos aliados están más que satisfechos con tu contratación!

—Maldito culo ensalivado —dio un fuerte golpe sobre la mesa—. ¡¿Tienes una puta idea de lo que acabas de hacer?! Me pusiste una soga en el cuello. Ahora no solo tendré que preocuparme de Kande, sino que tendré que protegerme de gente que piensa que yo inicié un conflicto del cual no tenía planeado, ni formé parte.

—Tranquilo, muñeco —comentó muy relajada ante la cólera del chico—. Todo está perfectamente calculado. A primeras parece que te condené, pero no es así. De hecho, esas personas están más que encantadas de tener entre sus filas a otro de los hijos de Trinidad Jeager.

—Maldita viuda traga chotas —farfulló mientras la miraba con ira—. Me expusiste. Ni Judas se atrevió a tanto.

—Se dice gracias. De no ser por mí, ahora mismo estuvieras descuartizado mientras tus restos son lanzados en las profundidades del mar. Escucha, Kendall: tuve que darles información de nosotros, no solo de ti. También de la chica para que pudieran aceptarnos. Esa gente es muy peligrosa, por lo que no confían en cualquier pendejo. A leguas parece que tu vida depende de ellos, pero déjame asegurarte algo: si tú caes, yo también lo haré. No por nada me arriesgué por ti. Si no lo valieras, ni siquiera te estuviera escondiendo. Y créeme que eso es suficiente para que también amanezca en una cajuela. —Debido a tener el cigarrillo encendido y sin darle muchas inhaladas, dejó el pitillo en el cenicero junto al de Kendall—. Tienes dos opciones: aceptas lo que hice y escuchas de lo que trabajarás de ahora en adelante, o te largas ahora mismo junto a la chica para estar a tu suerte, con el riesgo de que Kande los encuentre. Tú decides.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro