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Cinco gestos en la cara: parte dos

Por un momento sintió que un gran peso se le había quitado de encima al momento de abandonar la tienda. No obstante, Yoko demostró que las comoras solo eran la punta del iceberg. Su paso por unas cuantas zapaterías, seguido del salón de belleza para arreglar el descuido de su imagen, hasta una ardua manicura y pedicura terminaron por rematar sus energías por hacer algo de sus gustos.

—Extraño ser rubia —dijo Yoko al tocar un mechón de su cabello ondulado, producto del nuevo peinado—. No sé cuándo volveré a tenerlo como antes. Aún me sigo preguntando si era necesario decolorarlo. ¿No se te ocurrió comprar un tinte negro, en vez de esta mierda de color?

Los tratamientos de Yoko consumieron toda la tarde, motivo por el que las cuatro hamburguesas doble carne y la pizza tamaño grande era su segunda comida. Nada como estar al exterior, sentados en una de las mesas de la primera planta, delante de los pequeños locales de comida rápida, cerca del supermercado.

—De seguro ya gastaste todo tu dinero —trató de cambiar el tema con el objetivo de evadir algún conflicto. Estaba muy cansado como para lidiar con una pelea innecesaria—. Debiste dejar que pagara la comida.

—¿Por qué insistes en pagar? —preguntó Yoko—. Lo mismo dijiste en la mañana, en el restaurante, la pastelería y en la tienda de ropa. Cada vez que pago pones cara de culo.

—¿Qué cara? —tomó una hamburguesa, dándole un bocado, siendo despectivo con la chica.

—La que tienes justo ahora —hizo lo mismo, pero con otra hamburguesa—. No hay nada de malo con que yo invite.

—No lo tomes a mal, pero es extraño. La gente me mira como si fuera un mantenido.

—¿Y lo eres?

—Hoy tuve los méritos para merecer ese título. Sin contar mi pasado.

—A la mierda con lo que esos subnormales digan —alcanzó la gaseosa más cercana a ella para bajarse la comida—. Sus vidas son tan miserables que necesitan juzgar la del resto para olvidar que están en el mundo única y exclusivamente para desperdiciar oxígeno.

Los comentarios recibidos en la boutique llegaron a Kendall como martillazos a su cabeza: “¡Qué mono! Ella le compra ropa".  ”Yo quiero una así". "Yo no me veo gastando dinero por alguien". "Yo estoy para que me consientan, no para mantener a un vividor". "Esa niña desperdicia su dinero en un mantenido, no se quiere ni un poco".

No era la primera vez que alguien pagaba por él. De hecho, nunca tuvo necesidad de gastar dinero en ropa, perfumes o comida. Siempre hubo una clienta que le daba dinero para esas cosas. En varias ocasiones era acompañado por sus patrocinadoras, y la mayoría de veces escuchaba comentarios de ese tipo. Parte de él se entretenía por ello, debido a lo afortunado que se sentía de ser un gigoló. Gozaba del enojo y la envidia, pero con Yoko no se sentía de la misma forma. Simplemente no entendía porqué tanta molestia por no contar con el presupuesto para tomar la batuta. Tal vez era su ego que no le permitía sentirse inferior ante Yoko, quizás y la nulidad de ver a la chica como una cartera de la que podía sacar provecho evitaba que pudiera sentirse a gusto con hacer que ella gaste el dinero que tanto le costó ganar en él.

—Está mal que gastes tu dinero en mí —inquirió con desdén—. Lo agradezco, pero deberías seguir gastando en ti, y solo en ti —estaba decidido a no volver a escuchar comentarios como los de antes, por lo que intuyó que solicitarle a la chica de no gastar en él sería la mejor forma de conseguirlo.

—¿Por qué está mal comprarte algo que querías? —cuestionó con evidente molestia, dejando su hamburguesa en la mesa, sin limpiar el aderezo en la comisura de sus labios—. ¿Quién dijo que no puedo pagar en una cita? ¿O te molesta que me vean contigo? ¿Es porque te han visto conmigo vestida de sirvienta? ¿Te avergüenza salir con una sirvienta, y de paso que ella tenga más dinero que tú? —habló en voz baja, pero tajante—. ¡Por favor, Kendall! Que me metan dos dedos en el culo si soy la primera mujer en regalarte algo.

—Nunca dije eso —objetó de la misma forma que ella— no trates de poner palabras en mi boca. Jamás me avergonzaría de ti, y lo sabes.

—No lo sé, Kendall. A veces actúas de una forma que me confunde —no se quedó callada y siguió—. Puedes ser muy maduro, pero otras veces te ahogas en un vaso de agua por cosas sin sentido. Como ahora. Se supone que la mujer soy yo, pero en ocasiones actúas como una puta caprichosa que no ha recibido una verga por meses. Ya ni yo que llevaba mucho tiempo sin sexo me porté así —juntó ambas manos para recargar su mentón—: ¿Por qué te avergüenza que pague por ti? Apuesto que el resto de señoras sin amor propio que te cogías también te daban obsequios. Seguro que a ellas no les hiciste malas caras. ¿Por qué en vez de un gracias recibo un escupitajo?

—No pensé que te molestarías por estar callado.

—A veces el silencio habla por sí solo —aseveró Yoko, tomando una servilleta para retirar la mayonesa con ketchup en los labios. Se apeó para abandonar la mesa—. Si te da pena estar conmigo, debemos andar por separado —caminó hasta perderse en el súper mercado dentro de la plaza.

Yoko no dio cabida a una disculpa de un Kendall estupefacto, que la veía perderse entre la multitud que caminaba por doquier.

Su postura estaba reacia a admitir toda lla culpabilidad de dicha discusión —si se podía llamar así—. En ningún momento la insultó, o dijo alguna grosería que ofendiera a su persona. Todo lo contrario. Siempre le daba su más sincera opinión en cuanto a su cambio de imagen se refería. Ninguna palabra pasaba de una broma o cumplido. Sus líos internos eran de él, nunca se metería con la chica que hasta el momento lo había apoyado, sabiendo que sus intenciones fueron buenas. De ahí nació esa leve punzada de arreglar ese malentendido.

«Mierda, parece que nunca he salido con una chica —se dijo ensimismado, mirando la comida que estaba intacta salvo las hamburguesas con un mordisco que cada uno les dio—. Debe ser un puto cliché que mis tantas caras no puedan engañarte. Ahora resulta que puedes ser la única que no puedo engañar».

Debido a que dejaron las tantas bolsas en paquetería era que ambos podían caminar sin traerlas a todas partes. Mismo lugar en donde Kendall dejó la comida que Yoko había comprado.

Su paso por los pasillos llenos de distintos productos se volvían efímeros conforme buscaba a la chica sin éxito alguno. Para ese entonces llevaba recorriendo la mayor parte del supermercado. Estuvo desde los artículos del hogar, cruzando la ropa, terminando en los productos lácteos donde ahora se encontraba.

—No me la sigas liando, chinita —susurró con estrés—: ¿cuántos vividores se necesitan para encontrar a una sirvienta estoica? —preguntó sarcásticamente.

Buscó por todos los lugares que Yoko visitaría, pero no encontró nada. Solo quedaba la zona de juguetes, farmacia y electrónica. Los lugares que tenían una baja probabilidad de que estuviera. Incluso intuyó que ya se había marchado. Sin nada que perder salvo las migajas de esperanzas en su plato, caminó, empezando por la pequeña farmacia.

«Tiene que ser una maldita broma» vomitó para si mismo al momento de ver a la chica parada frente a las puertas de la botica. Ella no se inmutó cuando sintió la presencia de Kendall, ya que sus instintos no detectaron indicios de peligro. Hasta se dio el lujo de no mirar en dirección a él al acercarse, ni siquiera de reojo.

—Nunca dejas de sorprenderme —dijo Kendall.

—¿Quieres pagar algo? —respondió Yoko tras otro tanto de silencio—. Dame dinero.

—Seguro —de su cartera extrajo uno de los tres billetes—. No entiendo porqué estás aquí. En casa tenemos un botiquín completo. No creo que necesites algo de una farmacia.

—¿Tienes ganas de ser papá? Porque yo no quiero tener la panza como pelota de playa —tomó el dinero para adentrarse en la farmacia—. ¿Ya olvidaste que lo hicimos a pelo?

Luego de unos minutos, ella apareció con una delgada bolsa de doble asa. En vez de llegar con el chico, dobló a la derecha, en dirección a la segunda salida del súper, cerca del segundo ascensor.

«Dale —alcanzó a la chica para caminar a su lado—. Siempre tiene que ser a la mala».

—Chinita —dijo lo más amable posible—. Malentendiste las cosas.

—Aléjate de mi —sentenció Yoko—. Puede que te encuentres con una clienta. Capaz y piense que ya sentaste cabeza si te ve conmigo. No querrás perder algo de plata por estar cerca de mí.

—¡Oye! —exclamó, conteniendo el tono de su voz—. Todo tiene un límite. ¿Qué te sucede?

La mestiza se paró en seco, tomó a Kendall de la mano para llevarlo a un lugar sin gente cerca y encararlo.

—¿Qué me pasa a mí? —usó la punta de su dedo índice para señalar al chico, con evidente enfado—. Mejor dicho: ¿Qué te pasa a ti?  Me levanto antes de que salga el sol para limpiar un lugar que estaba más sucio que nuestros traseros cuando Carmela nos dejaba sin agua para bañarnos. Eso sin contar que todos los días cocino las cosas que me pides, lavo tu ropa y acepto ver lo que quieras aunque tus gustos no sean igual a los míos. No esperaba un gracias, solo quería tener un día feliz, libre de trabajo junto a ti. ¿Y qué recibo a cambio? Vergüenza de tu parte solo porque unas cuantas cucarachas te señalaron porque pagué unas cuentas insignificantes.

—Que no es vergüenza.

—Ponte en mis zapatos, solo por un momento —interrumpió al chico—. Imagina que la persona más importante de tu vida le importe más la opinión del resto que estar contigo.

Kendall permaneció callado hasta que la chica estaba a punto de emprender su caminata.

—No es vergüenza ni orgullo. Estoy molesto porque no puedo hacer lo mismo por ti —buscó las palabras adecuadas para mantener la atención de la chica que se detuvo para devolverle aquellos redondos ojos esmeralda—. Es frustrante saber que por el momento no tengo lo suficiente para valer por los dos, ni siquiera para mí. Me paso por la punta de la verga lo que piense el resto, pero sus palabras me recuerdan que me falta mucho. Mucho para superar tus expectativas. Aprecio lo que haces por mí, de verdad que si. Ahora quiero que hagas lo mismo y te pongas en mi lugar. ¿Cómo te sentirías si no tuvieras lo suficiente para responder por la persona más importante que tienes?

Yoko ya no tenía más motivos para estar molesta, su expresión de enojo solo era un vestigio del mal rato —aunque una parte de ella seguía enfadada—. Ahora tenía una perspectiva distinta, algo que el chico trataba de guardar. Para desgracia del Kendall, ella no podía sentir lo mismo. Pero eso no quería decir que sería tan egoísta como para no empatizar con él.

—Aunque soy una simple sirvienta, algunos hijos de gente con mucha pasta intentaron algo conmigo. El dinero de sus padres es tanto que se daban el lujo de comprarme cosas caras. Ropa, collares, flores, perfumes. Nunca entendí porqué lo hacían. Los consideraba unos idiotas por gastar dinero a lo estúpido —dio unos pasos para acercarse a Kendall—. Creo que ahora lo entiendo. Supongo que es algo que haces por la persona que te gusta —ablandó su semblante, pero siguiendo con la firmeza de sus palabras como en un principio—. No soy de las que gasta el dinero con los demás, pero quería hacer algo por ti.

Una parte de él dudaba de intentar algo con Yoko. Pero lo dicho por la chica ayudaban a dicipar toda perplejidad. Aunque tenía sus sospechas, que la boca de ella lo confirmara hizo que la balanza entre querer y no querer se pudiera inclinar a la opción de solicitar la formalidad de una nueva relación entre ellos.

—No quería que lo malinterpretaras —torció los labios de modo que no parecieran distinguir si era una sonrisa o una mueca—. Lo bueno es que ahora estamos en la misma sintonía, y confirmamos que sentimos lo mismo.

—Nunca dije que te había perdonado —tocó el pecho del pelinegro, volviendo a usar su dedo índice—. Gracias a ésta gonorrea desperdiciamos mucha comida. Y ya no pienso comprar comida.

—¿Me crees pendejo?

—A veces.

—Solo un hijo de papi desperdiciaría la comida —le propició un ligero a la nariz de Yoko, con el ambiente menos denso.

—¡Sapo culiao! Pasarás la noche en la caja —le devolvió la agresión—. ¿Dónde está la comida? Tengo mucha hambre.

—En paquetería, junto a la ropa.

—Maldita sea, está hasta el otro lado.

—Pues avancemos de una —tomó la mano de la chica al caminar, cuyo rechazo por tal gesto era inexistente, pero si inusual por mostrar esa clase de afecto en público. Era extraño. Se mantenía seria, pero a la vez de acuerdo con que la gente a su alrededor los viera de la mano—. Estoy empalagado de ver a tanta gente, vayamos a un lugar más privado. Ya tuvimos mucho movimiento por hoy. ¿O quieres visitar otro lugar?

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