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Las condiciones

En cuanto Eriol salió de la sorpresa se centró en la pequeña que acababa de sentarse y lo seguía mirando con una sonrisa, desde el lugar que solía utilizar Nakuru,.

―Ehh... tu... que... quien ―las palabras no podían tomar forma en su mente. No era capaz de crear una frase, así como tampoco podía creer lo que tenía ante sus ojos...

―¿Papi y mi desayuno? ―preguntó la pequeña de ojos azules, idénticos a los de Eriol.

―¿Qué? ¿Quién eres tú? ―logró preguntar finalmente el pelinegro que no dejaba de sorprenderse con lo parecida que era esa niña a Nakuru.

―¡Papá!... Nakuru Hiiragizawa ―respondió la pequeña pelinegra a un muy confundido Eriol.

―¡Spinel! ―llamó el mago antes de mirar el sitio donde había visto la figura de su guardián, pero este ya no estaba allí.

Sintió que algo se restregaba contra su pierna y al mirar se encontró con su guardián, o mejor dicho con un gato negro que ronroneaba y caminaba entre sus pies.

―Spi ―gritó la pequeña muy contenta y se apresuró a agarrar el gato, el cual intentó resistirse, pero finalmente cedió ante la niña.

―¿Qué rayos sucede aquí? ―vociferó Eriol ya muy molesto.

―¡Papá! ―dijo le niña mirándolo sorprendida.

―Yo no soy tu padre, ¿Qué hicieron? ―gritó el pelinegro, muy enojado por no comprender que estaba pasando.

El grito asustó a la pequeña, quien sin esperar un instante comenzó a llorar mientras Spinel escapaba de sus manos. Eriol se regañó mentalmente, en verdad no ganaba nada con molestarse pues fuera lo que fuera que hayan hecho sus guardianes, ella ahora era una niña e iba a actuar como tal, seguramente ni recordaba que había sido su guardiana y ni hablar de Spinel. Debía ser más astuto si quería obtener algo de información.

―Lo siento Nakuru ―dijo acariciando la cabeza de la pequeña, pero esta no dejaba de llorar. Suspiró y levantó a la pequeña en brazos―... en verdad lo siento, papá no tuvo una buena noche ―susurró mientras sentía que ella lo abrazaba y comenzaba a tranquilizarse.

―¡Tía Yuuko dijo que te enojarías conmigo! ―dijo la pequeña entre hipidos.

―¡¿Tía Yuuko?! ―repitió Eriol entre dientes―, no te preocupes, no estoy enojado contigo ―concluyó tratando de calmar a la niña― ¿Por qué no vas y te vistes? Yo prepararé el desayuno y luego saldremos ―agregó el mago dejando a la pequeña nuevamente en el suelo y esta le mostró una sonrisa.

―Me tienes que ayudar no sé dónde está mi ropa ―dijo mirando la enorme remera que cubría su cuerpito.

Eriol siguió a la niña hasta la habitación de la guardiana, la cual estaba completamente desordenada, había ropa amontonada en una silla, sobre un mueble y esparcida por la alfombra, las cortinas estaban abiertas de par en par, al igual que las puertas del armario y varios cajones. El mago miró en silencio el lugar y por dentro deseo tirar en fósforo encendido y destruir aquel vórtice de entropía que su guardiana llamaba habitación.

―Lo ves no hay nada mío ―dijo a niña levantando una remera muy escotada del piso y mostrándosela a su padre―... ¿crees que mamá haya guardado mi ropa en otro lugar? ―los ojos de Eriol volaron de la remera a la pequeña. «¡Mamá! ¿De quién está hablando?» se preguntó el pelinegro, pero prefirió dejarlo para luego pues solo había una persona que podía darle las respuestas que él necesitaba.

―No lo sé... busquemos algo aquí ―sugirió el pelinegro para salir de aquel tema, no quería que Nakuru comenzara a llorar nuevamente.

Se acercó al armario y buscó hasta encontrar un vestido más o menos recatado, una calza, un sweater y unas zapatillas de lona.

―Papá eso no me va a quedar ―dijo en un tono muy dulce la niña mientras Eriol dejaba las cosas sobre la cama.

―Solo déjame hacer algo y ya verás como si te queda ―respondió el mago y con unos movimientos de sus manos la ropa comenzó a encogerse, ante la mirada sorprendida de Nakuru―... ¿puedes vestirte sola? ―la niña asintió alegremente y el pelinegro salió de la habitación rumbo a la cocina nuevamente.

Al volver a entrar en aquella habitación encontró a Spinel sobre la mesada bebiendo el café que él había dejado allí.

―¡Spinel no! ―dijo en un tono serio. El animal lo miró un momento y luego siguió tomando aquella oscura sustancia―... ¿Qué demonios hicieron ustedes dos? Deja de tomar eso no sé si es bueno para gatos ―agregó tomando la taza y tirando el líquido en el lavado, consiguiendo que el gato lo mirara serio― ¿Qué voy a hacer con ustedes?

Finalmente preparó el desayuno para la pequeña Nakuru. Cuando esta volvió a entrar en la cocina tuvo que terminar de acomodarle la ropa y atarle los cordones. En cuanto terminaron de desayunar tomó a la niña y a Spinel los subió al auto y salieron rumbo a aquel baldío que daba acceso a la tienda de la bruja de las dimensiones. Yuuko tenía mucho que explicarle y un hechizo que deshacer, porque verdaderamente él no podía ser padre de nadie en ese momento.

Tomó el teléfono y llamó a la empresa, ya era tarde y no sabía a qué hora iba a llegar, tenía que posponer sus citas de ese día.

―Papá no debes usar el celular mientras conduces ―se escuchó la vocecita de la pequeña que iba en el asiento de atrás jugando con Spinel.

―Ya lo sé, pero es importante.

En verdad el mago no podía creer lo que le estaba pasando. Hizo la llamada lo más corta posible y luego solo se concentró en el camino, tenía que dejar de darle vueltas a todo eso, seguramente la bruja lo arreglaría.

Estacionó el auto a mitad de cuadra y caminaron unos cuantos metros hasta el baldío, donde todo aquel que lo necesitara podía ver la entrada de la tienda. La pequeña inmediatamente entró en aquella edificación seguida por el gato. Eriol observó el lugar y suspiró antes de entrar, para tratar de relajarse. Siguió el mismo camino que había hecho al trote la pequeña pelinegra y al entrar en la sala encontró a Nakuru y Yuuko abrazadas, como si esa mujer en verdad fuera una tía que hace mucho no veía a la pequeña.

Los rojos ojos de la mujer se centraron en el pelinegro que se había quedado en la puerta observándolas. La bruja pudo ver en aquellos azules ojos la furia del mago a punto de estallar y como si nada bajó a la niña.

―Hermosa mía, ¿por qué no vas a la cocina a buscar a Maru y Moro, y salen afuera a jugar? Yo tengo que hablar con papá ―la pequeña asintió y en un instante estaba corriendo hacia la cocina.

―¡¿Papá?! ¿Qué hiciste? ―dijo Eriol dejando salir algo de su enojo.

―Mi trabajo cumplí un deseo a cambio de un precio equivalente ―respondió la mujer muy tranquila mientras le hacía una seña al pelinegro para indicarle que se sentara.

―¿Qué deseo, que implica esto?

―Bueno sabrás que no puedo contarte todos los detalles ―la bruja hizo un momento de silencio y Eriol le lanzó una mirada sería―... tus guardianes te quieren mucho y les preocupa que no eres feliz, te empeñas en seguir un capricho que solo te amarga, eso dijo Nakuru, y como tú pareces no prestarles atención decidieron tomar medidas más... drásticas.

―Drástico... esto me parece mucho más que drástico...

―Para ser feliz necesitas una familia, alguien que te amé y a quien tú puedas amar...

―Un momento... ellos no pueden decidir eso y lo sabes.

―Claro que lo sé, solo te cuento en rasgos generales... creo que iré directo al punto sino no terminaremos nunca, Nakuru quería vivir la infancia, algo que no tuvo y Spinel de rebote se convirtió simplemente en una mascota. Tú los creaste así que eres su amo y por ende su padre. El mundo a tu alrededor creerá lo que le digas, nadie recordara la existencia de Nakuru tu guardiana o asistente... ya de por si Na se parece a ti aunque puede ir cambiando un poco cuando conozca a su madre...

―¡¿QUÉ?! ―interrumpió el mago.

―Creo que me exprese mal, disculpa, puede ir cambiando cuando conozcas a alguien que te haga feliz y cuando seas realmente feliz Nakuru y Spinel volverán a sus formas reales.

―¿Y si eso no sucede... si no conozco a nadie que me haga feliz?

―Entonces serás padre soltero, al menos por cinco años... ahh no puedes enviarla a un internado ni nada por el estilo si está lejos de ti por más de 48 horas tanto ella como Spinel morirán.

―¡No puedo creerlo! ¿Cómo se te ocurre hacer algo así? No quiero, no puedo ser padre en este momento...

―Eriol serás un excelente padre y no fue cosa mía, sino de tus guardianes ―respondió la bruja con una sonrisa que molestó aún más al pelinegro.

―¿Qué tengo que hacer, cuánto tengo que pagar para revertir esto?

―No hay magia que cambie esto Eriol, debes aceptar las condiciones que acabo de decirte o perderás a tus guardianes.

―Eso no puede ser ¿qué pago quieres?

―La vida de tus guardianes para romper el hechizo ―respondió en un tono serio la bruja. Esta respuesta molestó aún más al mago que se puso de pie de un salto.

―No puedes pedir eso ―dijo Eriol comenzando a caminar de un lugar a otro―... ¡¿qué te ofrecieron como pago?!

―En verdad hicimos una apuesta ―respondió Yuuko y se quedó en silencio.

―¡¿No me vas a decir nada más?! ―agregó el pelinegro en un suspiro―... Será mejor que nos vayamos ya que por lo visto tengo que hacer varios cambios en mi vida.

―Eriol no te enojes, recuerda que hicieron esto porque te quieren...

―Y yo acepto tus condiciones porque también los quiero ―esas fueron las últimas palabras que Eriol le dirigió a la bruja, antes de darse la vuelta y salir de aquella sala.

En el patio de entrada encontró a su pequeña pelinegra jugando con los dos "niñas" de Yuuko y a Spinel dormitando sobre una piedra junto al pequeño estanque.

―Nakuru nos vamos ―dijo en un tono que delataba su molestia.

Al instante la pequeña y el gato lo miraron, antes de acercarse a él con muy pocas ganas.

―Quiero jugar un rato más.

―No, tenemos que irnos, tengo mucho que hacer.

―Pero...

―Na por favor vamos ―dijo tratando de mostrar una sonrisa, pero su mal humor era muy evidente―... te compraré un helado.

―SII HELADO ―gritó la pequeña agarrando a Spinel y girando con el en brazos antes de salir a los saltitos de aquel lugar.

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