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16 - En la fiesta.

Cuando Tomoyo volvió a su departamento ese martes se encontró con Eriol, Nakuru y Will, quienes ya habían empacado todas sus pertenencias, por lo que en menos de una hora ya estaba en el que se su suponía seria su nuevo hogar de ahora en adelante. Will se quedó con ellos ese día y la pareja fue realmente feliz al ver lo alegre que estaba su pequeña.

Los siguientes días se pasaron volando para la amatista. Todo parecía un hermoso sueño, despertar junto a Eriol, pasar la tarde con Nakuru, quien cada día se veía más feliz, su alegría era tanta que en algún punto de daba miedo. Todos los intentos que hizo para hablar con Alfred no tuvieron ningún fruto. Su madre todavía no sabía que se había mudado, era evidente que el hechizo de Eriol se había acabado, pues Sonomi había vuelto a ser fría y poco le importaba lo que hiciera su hija más allá de su presencia en la fiesta del sábado.

—Amor, ¿tienes una fiesta hoy, no? —preguntó Eriol sirviéndole una taza de té como cada mañana.

—Ehhh... sí, ¿Cómo lo sabes?

—Tomoyo las últimas tres llamadas de tu madre fueron para recordarte eso —dijo con una sonrisa que pronto desapareció—. Él va a estar ¿no? —Tomoyo solo asintió—. Bien... ¿recuerdas nuestro acuerdo sobre "ese" problema?

—No necesitas recordármelo, ya sé que hay que solucionarlo, o más bien que tengo qué...

—Solo quería pautar algunos detalles.

—¿Detalles? —preguntó Tomoyo lanzándole una mirada seria al mago—... dijiste que no harías nada...

—Yo no dije eso amor... yo dije que si tú no te encargabas pronto lo haría yo... lo que me vuelve a los detalles, tienes hasta las diez de la noche para ocuparte.

—Eriol no puedes hablar en serio... hoy es esa maldita fiesta no hay forma...

—Solo díselo amor —concluyó el mago poniéndose de pie—, Nakuru y yo pasaremos el día con mis padres imagino que tienes mucho que hacer, tu madre te espera —susurró en un tono algo triste—. Te amo reina mía —dijo antes de besarla.

—Ni creas que eso te va a servir siempre —susurró Tomoyo sobre los labios del mago.

—Cuando ya no sirva encontrare otra cosa que si —concluyó Eriol entre risas.

Los nervios de Tomoyo se dispararon desde que entró en la casa de su madre. Esa mujer no podía dejarla tranquila ni un momento, recordándole todo lo que debía hacer esa noche, a quienes no podía olvidar saludar y que debía sonreír todo el tiempo. A todas las presiones de su madre debía sumarle el hecho de que tenía que terminar con Alfred la noche en que se suponía se comprometerían en público. La verdad era que Tomoyo daría lo que fue por estar en cualquier otro lugar, lo que hacía completamente atractiva la idea de Eriol de fugarse a una isla del Pacífico.

Dibujó una sonrisa en su rostro y entró en el salón de aquel hotel donde se realizaba la fiesta. El lugar estaba repleto de gente que charlaba y bailaba, más algunos periodistas, por lo visto sus familias pretendían hacer eso muy grande. Desde que la amatista ingresó allí las personas comenzaron a acercarse a ella para saludarla y felicitarla, cosa que la hacía sentirse realmente mal consigo misma, ¿Cómo decirles a esas personas que eso era un error y que no habría compromiso?

De repente sintió unas manos en su cintura que la giraron y antes de que pudiera hacer cualquier cosa Alfred la estaba besando. Una extraña sensación recorrió su cuerpo y sus ojos miraron con desprecio a aquel rubio que no la soltaba, como respuesta él entorno los ojos y sonrió. El rostro de Tomoyo se negaba a sonreír y después de esforzarse logró esbozar una endeble y temblorosa sonrisa.

—Hola amor, me dijeron que estuviste llamándome —susurró Alfred mientras la amatista se zafaba de su agarre.

—Necesito hablar contigo —respondió Tomoyo todavía esforzándose por mantener la sonrisa.

—Tendrá que ser luego, hay unas cuantas personas a las que quiero presentarte —dijo en un tono serio sin borrar la sonrisa de su rostro mientras la volvía a sujetar de la cintura, ahora un poco más fuerte, y comenzaba a guiarla hacia un grupo de personas.

—Pero en verdad...

—Luego —sentenció Alfred y como ya estaban demasiado cerca de aquel grupo de personas el tema quedo allí.

Desde ese momento la pareja se lo pasó saludando personas. Alfred mantenía a Tomoyo yendo y viniendo pero era más que evidente que no quería escucharla, cosa que ya estaba fastidiando bastante a la amatista, que solo intentaba mantenerse tranquila y sonreír. Volvieron a acercarse a otro grupo de personas y la respiración de Tomoyo se detuvo al notar que la mujer que estaba con el hombre que Alfred intentaba presentarle, era esa condenada pelirroja.

—¡Tomoyo tanto tiempo sin verte! —exclamó la mujer en un tono amistoso que a la amatista se le antojó muy falso.

—WOW, no creí que se conocieran —dijo el rubio mirando a su novia quien simplemente no sonreía ni hablaba.

—Claro, es muy amiga de un amigo mío, Eriol Hiragizawa —comentó Kaho con un tono algo malicioso. Tomoyo sintió la fría mirada de Alfred sobre ella y sin dudarlo se soltó de su agarre.

—Disculpen —susurró y sin esperar un segundo se alejó de allí rápidamente haciendo todo lo posible por perderse entre la multitud.

La respiración de la amatista estaba agitada y todo en lo que podía pensar era en Eriol. Salió a uno de los balcones a tomar aire y para su sorpresa allí se encontró con Cler.

—¿Estas bien Tomoyo?

—No acabo de ver a... ¿Qué haces aquí Cler?

—Es difícil que hagas negocios en Londres sin escuchar el apellido Hiragizawa... y seamos realistas, esto tiene más que ver con los negocios que cualquier otra cosa.

—No sé bien por qué pero Alfred no los quiere para nada.

—Déjame corregirte, al que no quiere es a Eriol, ¿quieres saber por qué? —preguntó sonriente la mujer y Tomoyo solo asintió—. Los detalles se los preguntas a él. Eriol y Alfred fueron al mismo colegio y desde pequeños siempre compitieron, el tema es que Eriol siempre ganaba de una manera u otra, incluso cuando perdía hacia algo que terminaba avergonzando a Alfred y aunque después de los diez años hizo gran parte de sus estudios en Japón, cuando volvía aquí a su colegio, su competencia volvía a iniciar... para Eriol siempre fue un juego pero para Alfred no, incluso ahora intenta superarlo en lo que son negocios y demás... creo que ahora aflojo un poco con los cinco años de ausencia de Eriol

—No creo que sea así...

—Viste a Kaho ¿no? —Tomoyo soltó el aire lentamente— no te preocupes todo estará bien —concluyó Cler con una sonrisa pícara que de inmediato le recordó al mago.

—¿Qué hora es? —susurró Tomoyo mientras volvía a entrar al salón.

Caminó entre la gente mirando a su alrededor en busca de un reloj.

—No es posible —susurró al ver el enorme reloj sobre la chimenea, que marcaba las diez y cinco.

—Eso digo yo ¿Dónde estabas? —dijo Alfred volviendo a agarrarla de la cintura y guiándola hacia el centro de la pista de baile— se hace tarde —concluyó con una sonrisa.

Tomoyo sentía que los nervios la matarían de un momento a otro. Sentía todos los ojos sobre ella y al volver a mirar a Alfred, este estaba sacando una cajita dorada que solo podía contener una cosa.

—Tomoyo Daidouji... eres todo lo que podría desear —la amatista comenzó a implorar que la tierra se tragara a ese hombre en ese preciso momento, y estaba más que segura de que su expresión podía ser de cualquier cosa menos de felicidad...

—MAMI —ese grito interrumpió la declaración del rubio y todos los presentes comenzaron a mirarse confundidos.

Los ojos de la amatista buscaron a aquella pequeña y rápidamente la encontraron a unos pocos metros acercándose a ella, llevaba un precioso vestido blanco con detalles en azul que se le hizo muy familiar. Una enorme sonrisa apareció en el rostro de Tomoyo y sin importarle nada se acercó a ella y la levantó en brazos.

—Hola mi princesa, estas hermosa.

—Gracias mami, me gustó mucho el vestido, papá dijo que lo hiciste para mí —Nakuru hablaba muy rápido y el silencio inundó el lugar, nadie podía creer lo que veía y escuchaba.

—Hola amor —dijo Eriol antes de dejar un corto beso en los labios de Tomoyo sin darle la más mínima importancia a todos los presentes—, disculpa, se me hizo tarde, no me acostumbro a peinar a nuestra niña todavía.

Ahora el silencio comenzaba a ser destrozado por los murmullos. Tomoyo miró algo alarmada a su alrededor y sus ojos se detuvieron en la mirada furiosa de Alfred.

—¿Qué es esto? —gritó el rubio realmente enojado. Tomoyo desvió su mirada un momento hacia Eriol y este solo le hizo una seña para que continuara.

—Es mi familia... mi hija y su padre, el hombre al que amo... en verdad lo siento Alfred intente...

—Intentaste ¿qué... humillarme? Eres una...

—Cuidado con lo que vas a decir Still —dijo Eriol en un tono amenazante entre dientes. De repente se vieron rodeados por Sonomi, los padres de Alfred, los de Eriol y unas cuantas personas más entre ellas Kaho y algunos de los fotógrafos y periodistas que habían sido invitados, por lo visto nadie quería perderse ningún detalle.

Eriol y Tomoyo se miraron mientras Nakuru se abrazaba con fuerza a su madre, era más que evidente que el ambiente había cambiado completamente y en esa mirada la pareja acordó seguir hasta el final, ya no había vuelta atrás.

—Tu eres un —intentó hablar Alfred mirando con odio al pelinegro...

—¿QUE SIGNIFICA ESTO TOMOYO? —vociferó Sonomi interrumpiendo al rubio y asustando a Nakuru quien rápidamente intentó esconderse en el cuerpo de la amatista. La furia y el odio se veían en los ojos de aquella mujer que se acercaba lentamente a la pelinegra. Eriol tomó en brazos a Nakuru y sujetó la mano de Tomoyo.

—Ya lo dije es mi familia, a la que tuve que dejar hace tres años porque hace tiempo que tú lo arruinas todo a menos que sea un negocio —respondió la amatista en un tono serio y completamente dolido, la seguridad en sus palabras era evidente para cualquiera, después de todo habían hecho que la historia coincidiera—... volví contigo y acepte tus condiciones para mantener a salvo a las personas que más amo y acepte toda esta farsa con Alfred para que termines tu negocio y me dejes en paz...

—Pero eso no es posible —se quejó Sonomi sin poder terminar de creer lo que escuchaba.

—Sonomi, solo mira a esa niña y dime que no se parece a nuestra Tomoyo —todos se voltearon a ver a aquel hombre que se atrevía a interrumpir a Sonomi. Este era alto y probablemente rondaba los sesenta años, su cabello era negro aunque ya estaba un poco poblado de canas y sus ojos eran de un hermoso gris que por momentos parecía azulado.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó una sorprendida Sonomi.

—¡¿Importa?! Solo mira a esa niña —dijo el hombre en un tono serio y los ojos de Sonomi se centraron en Nakuru, quien le devolvió la mirada con algo de recelo y Sonomi se sorprendió aún más al notar que esa niña tenía los mismos ojos y un enorme parecido a su hija.

—Papá —susurró Tomoyo tendiéndole su mano libre a aquel hombre.

—Disculpa, pero me moría por ver esa sonrisa... la más hermosa que he visto en mucho tiempo —susurró el hombre acercándose a su hija

—No pue... No... es verdad... es... —comenzó a decir Sonomi, pero de repente se silenció al igual que todos en el lugar. Eriol miró a su alrededor y todos estaban congelados a excepción de esa mujer que ahora se acercaba a él.

—Lo que vayas a decir dilo ya, este hechizo te llevara demasiada energía —dijo lanzándole una mirada llena de desprecio a la pelirroja.

—¿Que rayos es esto Eriol, esa niña no puede ser tu hija?

—Puede que no te guste, pero sí es mi hija.

—No... no es posible... debe ser de cualquier otro...

—¿Quieres que la haga hacer magia para que pruebe que es mía?

—No puede ser...

—Kaho voy a decirte esto solo una vez —la interrumpió—, no quiero verte cerca de mí o mi familia nunca más, tu hechizo ya no existe y te aseguro que no querrás verme enojado... ahh si le hiciste algo a Sonomi más te vale que lo quites en este momento —la mirada de Eriol en verdad daba miedo y la pelirroja supo que en ese momento ya no podía hacer absolutamente nada, se acercó a Sonomi, pasó la mano por la espalda de la mujer y siguió su camino, sintiendo en todo momento la fría mirada del mago sobre ella.

En cuanto Kaho salió del salón los murmullos volvieron a inundar el lugar. Sintió la mano de Tomoyo apretando la suya y con un rápido vistazo intentó saber que sucedía. Sus ojos se centraron en Sonomi y una sonrisa apareció en su rostro al ver las lágrimas en los ojos de la mujer.

—Amor creo que mejor nos vamos, que tus padres vengan con nosotros, creo que hay mucho que explicarles —dijo Eriol mirando algo molesto a su alrededor.

Las personas que los rodeaban ya comenzaban a molestar al mago y podía sentir que allí había varias personas más con magia y como fuera no le gustaba estar rodeado de ellos, después de haber pertenecido por tanto tiempo al consejo de magos, solo por pedido de Kaho, ahora no quería saber nada con ellos.

De repente Eriol sujetó a Nakuru pegándola más a su cuerpo y se movió con una velocidad que a más de uno le pareció increíble y se sorprendieron al notar que ese movimiento había sido para esquivar un golpe de Alfred. Las miradas, cargadas de odio, de ambos hombres chocaron y por un momento Tomoyo sintió miedo, nunca había visto esa expresión en Eriol.

—Ve con mamá cielo —susurró el mago dejando a Nakuru en el suelo. La niña se apresuró hacia los brazos de la amatista y en cuanto Tomoyo la abrazó los ojos de Eriol volvieron a centrarse en aquel furioso Alfred.

—Eres un maldito —soltó entre dientes el rubio y antes de que pudiera decir cualquier otra cosa Eriol le puso un puñetazo en la mandíbula, al instante le torció el brazo hasta inmovilizarlo y con una patada hizo que terminara de rodillas en el piso. Todo lo que Alfred podía hacer era quejarse del dolor.

—Tú eres un maldito imbécil... te vuelves a acercar a mi familia y te rompo un brazo —dijo en un tono que delataba lo molesto que estaba y apretó más fuerte su agarre antes de soltarlo, asegurándose así de que quedara marca.

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