30: Misión
Quedé tonto, admirando la majestuosidad de esas criaturas, incluyendo a los que eran oscuros. No sentía el efecto de híper felicidad o híper miedo quizá porque lo estaban controlando.
—Ángeles y persona testigo —la voz de uno de los seres blancos hizo una especie de eco, aunque no había movido la boca para nada—, estamos aquí por llamado.
—Hemos venido a dar nuestro veredicto.
¿Qué?
—Las reglas se están rompiendo —miró casi con enfado al demonio de su derecha. Casi, porque parecía obvio que carecían de sentimientos, eran seres elevados de pura energía. Volvió a plantarme los fríos ojos amarillos—. Y tu alma agoniza. Al haber sido el único testigo y al tener una habilidad especial, ahora tienes permitido actuar contra los demonios cuyas acciones fueron en contra del orden establecido.
—Está demás que vengas y me lo digas —dije con algo de rabia—, pensaba hacerlo de todos modos. No necesito su permiso.
—Está habiendo más demonios —interpuso el otro ser con la misma imparcialidad—. El mundo se está llenando de energía negra.
—Tú, al contrario de nosotros, puedes intervenir, por ser persona y por ser un acto de justicia, mientras no vaya contra las leyes supremas.
—Los nuestros no tienen por qué empezar a querer tomar el control —habló uno de los demonios—, la base está en el equilibrio, ellos tienen una misión, y eso es todo. Todos la tenemos. Faltar a la ley no está permitido.
—No sé por qué no los mantienen controlados —reclamé—, hay humanos implicados en esto y lo saben...
—Dios no condena, ustedes se lo hacen, oscurecen sus almas, y mientras los puros suben, nosotros los demonios nos encargamos de la escoria que queda. Conocemos cada uno de sus miedos y podemos perseguirlos eternamente atormentándoles con eso, pero es preferible absorberlos. Así que no debes tú tampoco faltar a las leyes o tu alma terminará oscureciéndose.
—La culpa no te ayuda. Las cosas han pasado así, y no por eso vas a dejar que te carcoman las pesadillas.
Apreté los puños.
—Lo dices fácil porque no lo sientes.
—Te equivocas, todos sentimos las pérdidas de los nuestros, sentimos cada una de esas almas. Es por eso que estamos aquí, ahora que podemos, para ya darle un fin.
—Pues qué tarde actúan.
—Eres la primera persona de alma blanca testigo, antes no ha habido, y es por eso que acudimos a ti, para que intervengas. Nosotros no podemos, ya lo dijimos, porque la energía de Dios viene a tomar forma terrenal en los seres, seres como tú, que pueden llevar a cabo acciones en su área.
—Aunque sabemos que es arriesgado porque podrías tomarlo como venganza y eso podría ser la gota que derramaría el vaso de tu agonizante alma.
—Si sientes que no podrás, tendremos que esperar, aunque eso significaría más desapariciones de ángeles. Esos demonios están bien escondidos, como todos.
Casi entendía lo que querían, pero temían. Y yo también quería hacerles pagar, aunque no debía dejarme llevar por el sentimiento de odio, lo cual era muy arriesgado, pero no me importó, si no lo detenía yo, quién sabía cuándo alguien más iba a poder. No necesitaba que vinieran a decírmelo, yo estaba más que dispuesto a actuar... por ella.
—Lo haré. No lo arruinaré. Es más, si pudiera me cambiaría por ella, pero no puedo así que estoy con el deseo de hacer algo por lo que pasó, porque fue mi culpa, porque estaba ciego. Sé quiénes son y sé que podría volver a encontrarlos.
El, al parecer arcángel, me miró fijo.
"Sé que no estás seguro de poder hacerlo, y que mientes" —susurró en mi cabeza.
—Ten mucho cuidado, persona.
Asentí. Claro, había olvidado que mi mente era un libro abierto para esos seres. Sentí algo extraño y volteé, el gato en su forma de demonio se acercó flotando, apreté los puños, pero quedé ahí al ver que solo estaba viendo a los cuatro seres altos. Me di cuenta de que ahora ellos miraban fijo a Lucero, a Sirio, y a Gato, y ellos les mantenían también la mirada.
—Qué... ¿Se están diciendo algo? —Se mantuvieron inmóviles y en silencio varios segundos más. Miré al cielo mientras cruzaba los brazos—. Claro, ignoren al humano —murmuré.
Vi la hora en el móvil y lo guardé en el bolsillo otra vez. ¿Para qué me tenían ahí si entre ellos se hablaban seguramente en una frecuencia distinta de energía que yo no era capaz de captar?
—Nos despedimos —volvió su voz a mi mente.
Y en ese instante desaparecieron. Miré a mis costados y me encontré con los perros y el gato negro.
—Muy bien, ¿me van a decir que se dijeron en secretito? ¿O voy a tener que quedarme con la duda por no ser un asunto de "persona"?
—Vamos a entrenarte.
—¿Eh?
—Puedes repeler demonios, si puedes hacer eso también puedes despedir energía, hasta encerrarlos para que podamos acabar con él sin que escape. Así que trabajaremos en eso.
—Cambiaremos de forma la próxima vez que nos veas.
—¿De forma? —Eso me confundió, ¿qué planeaban?—. Bueno, con tal de que no se hagan viejitos verdes y me hagan cargarlos en la espalda... —Ahora ellos parecieron confundirse—. Olvídenlo, mal chiste, si no han visto la película...
—Veo la escena en tu mente —dijo Lucero moviendo la cola.
—Ahora puedes volver a lo que estabas haciendo. —Sirio dio media vuelta—. Danos tiempo para recargarnos.
Desaparecieron en destellos dejándome ahí como idiota en medio de la nada, para volver a la ciudad solo.
***
...Nos encargamos de sus almas...
—Sí, sí, amenaza. No lucen tan aterradores...
Me sentía flotar, una espesa niebla cubría la ciudad, apenas veía a las personas caminar cerca.
—¿Qué cosa quieren?
...No te equivoques. En la dimensión divina, nuestra dimensión, las perspectivas cambian.
Miré a mi alrededor, las personas no eran personas, parecían ser sombras deambulando. Por alguna razón, muchas miraban hacia arriba, algunas intentaban alcanzar las alturas brincando de forma inútil. Empecé a andar, sintiendo cada vez más pesadez, un aura maligna oprimía.
...Nosotros conocemos tus peores pesadillas...
Todo era llantos, lamentos. Caminaban sin rumbo, ni siquiera me notaban.
—Alex.
Volteé asustado y abrí mucho los ojos. Herminia.
El pánico me inundó al ver una enorme masa negra detrás de ella. Corrí pero no avanzaba, cuando me percaté, estaba flotando, y empezaba a alejarme del suelo. Miré al cielo, que parecía poseer un enorme foco de luz, pudiendo detectar entre tanta iluminación, algunas figuras blancas que parecían custodiar las alturas.
—¡No, no quiero ir aún! ¡NO!
Entré en desesperación al ver a Herminia desaparecer, y peor al ver desde más alto a las miles de sombras gritando y pidiendo por ayuda, siendo perseguidas por entes oscuros y aterradores.
Gritos desgarradores, pedidos de auxilio y piedad. El mundo entero lleno de tinieblas, y de sombras negras siendo perseguidas por miles de demonios de ojos amarillos y enormes dientes en punta. Una sombra me tomó del brazo y grité. Su toque quemaba como el fuego, me di cuenta también de que yo era pura luz. Otro brincó y me tumbó al suelo.
—¡Llévame! —chilló una.
—¡BASTA, DÉJENME!
—¡LLÉVAME ARRIBA!
Escuchaba sus chillidos infernales en todo mi ser, estaba vulnerable. Sentí su sufrimiento. Vinieron los demonios y se les abalanzaron mientras yo era golpeado por todos lados con brusquedad al estar en medio del forcejeo, mientras esas almas negras eran devoradas, desgarradas, por un demonio tras otro y yo gritaba sintiendo todo su dolor y angustia.
—¡No! —exclamé.
Una señora me miró raro. El bus aceleró y reaccioné. Vi el nombre de la calle y me paré de golpe para pedir bajarme, ya que me había pasado el lugar. Al pisar suelo en el paradero respiré hondo. Miré alrededor, era la ciudad, eran las personas reales. Todo lo otro había sido una pesadilla. O quizá una advertencia de algún demonio de los que había visto, quizá consideraba que no me había ocasionado el temor suficiente. Advirtiéndome así, iba a ser más difícil que me dejara influenciar, dejando que mi alma se volviera negra.
Y claro, viendo lo que les esperaba a las almas negras, no era una buena idea.
Caminaba por el parque central cuando una mujer me atajó.
—¿Vas a hablar hoy?
Reconocí que era una de las personas que habían estado atentas a lo que decía el tipo de la biblia. Llebava una caja, vendía caramelos por ahí al parecer.
—No, señora, yo no soy de los que hablan...
Otro señor que lustraba zapatos también se acercó.
—Pero entonces ¿quién nos va a enseñar?
—Es que... —Empezaron a rodearme.
—Nos hiciste sentir bien, chico, Dios está contigo.
—Deberías andar una biblia también, tú puedes.
—No, yo no creo en eso —negué—, ahí hay muchas blasfemias inventadas por el hombre, que en gran parte solo es capaz de imaginar a un Dios más parecido a él, castigador y sanguinario, que a lo que en verdad es Dios de por sí.
—¿Y entonces?
—Es que no es que deban seguir a alguien siempre, todo está en ustedes, no hay que seguir a nadie... Cada uno debe conectarse con Dios de forma individual.
—Le conté a mi familia lo que habías hablado y de algún modo los siento más felices.
—Bueno, eso me alegra, sigan así...
—Yo me repito que soy feliz y nada pasa —refutó otro.
—Es que no es cuestión de repetírtelo, debes sentirlo. Debes tener la actitud. Piensen, el idioma que hablamos las personas es creado por el hombre, pero ¿qué me dicen de los sentimientos? Esos vienen con nosotros, en todos, absolutamente todos. ¿Por qué lo creen?
—¿Es de Dios?
—Puede decirse que sí. En parte. El idioma que hablamos es invento del hombre al igual que las religiones, igual que las fronteras de los países. La gente no se da cuenta de que no le pertenece a un país, sino al planeta. Los sentimientos son algo así, eso está más allá de nosotros, sean malos o buenos, están en todos. Los sentimientos malos atraen más cosas y energías malas, mientras que los buenos atraen cosas y energías buenas. Por Dios, hombre —recriminé—, eso ya lo he dicho.
Asintió algo avergonzado.
—Bueno, estaré feliz aunque todo me lo quiera impedir...
—Al decir eso ya tú solo te estás fastidiando. Ya sé que al inicio suena simple pero ahora van viendo que no lo es tanto, ¿verdad? —Asintieron—. No se compliquen. Sé que puede tardar pero no flanqueen, esto es importante, si quieren dudar cambien inmediatamente de pensamiento. —Miré al hombre—. Ten fe en que si Dios viene a ti sentirás una inmensa felicidad, y no lo dejes ir, él te protegerá —volví a ver a los demás—, pero NO lo dejen ir. Atraiganlo desde ahora siendo felices, solo ustedes pueden. Ustedes tienen el control para que sus vidas no sigan la corriente de eso que algunos llaman "destino", eso también lo he dicho. Si toman el control, obtendrán toda cosa buena que deseen.
—Como que tienes poder de convencer.
—Niño. —Un señor mayor se abrió paso—. Hablaste de energía. ¿Puedes curar?
Parpadeé confundido.
—N-no sé... bueno... puedo intentarlo, pero también depende de usted. Nuestro cuerpo puede curarse, si se centra en su enfermedad la seguirá perpetuando. Siéntase sano ahora. —Me acerqué a él, era más bajo y estaba débil. Puse mis manos en su cabeza y cerré los ojos—. ¿De que sufre?
—Problemas de respiración.
—Um... Bueno, ya no piense en eso. —Empecé a sentir el calor amable de esa energía que venía de algún lado del universo—. Dios es energía —hablé casi en susurro—, y está en todas partes, en muchas formas, muchísimas. Y ahora le aseguro que está siendo curado. Es así.
—Bendito seas, niño —murmuró con la voz quebrada. Abrí los ojos y lo miré, estaba feliz—. Me siento bastante bien, de hecho podría jurar que he sentido bastante calor, y ahora se está discipando pero me siento bien.
El resto de personas se le acercaron sorprendidas.
—Bueno, ya sabe, visualícese sano. Ahora debo ir a estudiar.
Empezaron a agradecer y a pedir que volviera porque iban a traer a más de sus conocidos a que escucharan pero negué, no sabía de donde me salían las palabras, no tenía más para decir, y debía estudiar.
—Bueno, aun así vuelve a repetir lo que sabes, vuelve otro día, estaremos por aquí.
—No prometo nada pero lo intentaré...
Aceptaron y salí corriendo disculpándome porque ya se me hacía tarde para entrar a la biblioteca.
***
Luego de estudiar toda la bendita tarde había ido a visitar a la señora Lucy, los dolores la atacaban con más frecuencia, y sentía algo de lástima porque al final, a la larga, no iba a poder hacer nada. Era el ciclo de la vida.
—Dígame, ¿por si acaso no sabe usted si Herminia tenía algún... novio? ¿Quizá por ahí escuchó algún nombre...?
Sonrió apenas.
—No... ¿Por qué?
—Solo decía...
—Una vez nomás pasó que alguien, al parecer novio, vino a verla pero ella no quiso salir.
—Umm...
Debía haber alguien más que supiera de eso, no iba a rendirme aún. Quizá alguno de los ángeles.
—Al único que conocí de manera formal, eres tú.
Reí en silencio.
—No... No llegué a serlo...
—No te creo, qué lástima. Te dormiste.
—Ja... tal vez. Aunque ella sentía que era muy menor.
—Ay, por eso no hay problema, hijito, los menores tienen más energía.
No pude evitar reír con ella.
***
Las semanas de exámenes en el colegio estuve más concentrado que nunca en mi vida. Diane no me dirigía la palabra y eso estaba bien para mí porque igual no pensaba hablarle. Me había desentendido de mis amigos también. Sirio y Lucero no me habían dicho si estaban listos aun, o era que no me querían molestar, solo esperaba que nada pasara hasta después del examen.
También había tenido que hacer a un lado a Claudia, ya que si me encontraba en la sala tratando de estudiar y los otros se distraían con algo, ella no perdía tiempo e intentaba toquetearme de algún modo. Sabía que las religiosas estaban desesperadas por macho pero no tanto. ¡Santo Dios!
Estudiaba todos los días e iba un rato al hospital luego, le brindaba energía al cuerpo de Herminia, no quería que se debilitara. O estaba loco o en verdad era muy terco. No quería que la desconectaran, no podía decirle adiós, no tenía el valor. En mí había nacido la ciega esperanza de que quizá iba a poder hacer algo por ella. Luego venía mi razonamiento a decirme que su alma ya no existía y no había solución, pero lo hacía a un lado antes de que me volviera a arrastrar a las tinieblas de la desesperación.
Sí, quizá estaba perdiendo la cabeza, y no me daba cuenta.
Salí del hospital con la vista baja cuando un par de piernas casi cubiertas por completo por una falda se interpusieron.
—Hola.
Miré a Jenny bastante feliz de verme. Sonreí de forma leve.
—¿Ya no vas a decir que Dios me bendiga?
Se avergonzó y ruborizó un poco.
—Era un saludo un poco mecanizado como tú decías, pero a ti sí quiero que te bendiga, por otro lado, no quiero que te molestes porque ya sé lo que piensas...
—Humm. —Empecé a andar y ella me siguió—. No sé si me ha bendecido o no.
—¿Ya estás mejor?
—A veces sí... otras veces no. Sé que debo alejar el sentimiento de culpa, y todo eso pero no es tan fácil.
Volteó a mirar al hospital y luego volvió a verme.
—¿Aun no saben si despertará? Escuché que la desconectarían si empezaba a debilitarse...
—No, no lo harán aun.
—Quizá —bajó la vista—, quizá si lo hacen puedas cerrar esa etapa y dejar ir para iniciar de nuevo...
—Nada —dije con molestia—, incluso sé que es donante de órganos y que los quieren, pero no podrán hacer nada mientras no se debilite.
—Pero, Alex...
—No quiero hablar de eso.
Continuamos andando en silencio. La miré de reojo, iba algo triste. Suspiré y le sobé la cabeza.
—Ya. No estés triste. Hablemos de algo alegre. O si gustas dime algo que te moleste, no sé, de tu hermano gordo por ejemplo...
Soltó una corta risa y la detuvo aclarándose la garganta.
—Yo... Me voy a casar.
Abrí mucho los ojos.
—Wao. ¿Y quién es el afortunado?
—Estuvo en aquella fiesta cuando fuiste y...
—¿El perdedor narizón o el perdedor de camisita a cuadros?
Frunció un poco el ceño y enrojeció.
—El... El narizón —soltó en un hilo de voz.
Reí un poco.
—Tu familia te lo ha impuesto, ¿no? Solo porque es uno de los hermanitos de tu iglesia. Me compadezco de tus hijos, te van a salir feos como la madre. —Negué con la cabeza chasqueando los dientes—. Y por cierto, no será uno ni dos, quizá cinco porque el tipo de seguro es virgen y lleva años aguantándose, no va a querer protegerse y te va a tener dale que dale. Te vas a inflar, te vas a poner enorrr...
—Ok, ok, ya, suficiente. —Volví a reír por su cara de desesperación—. No quiero...
—No, es obvio que no quieres. Por tu bien, no debes.
—Pero debo hacerlo.
—¿Por qué? ¿Porque el mastodonte te lo está ordenando?
—Se llama José, y sí... —suspiró—, pero es que es mejor para mí...
—Patrañas. Eso te quiere hacer creer. Ah, y qué milagro tú no tienes un nombre religioso.
—Yo soy Jenny María.
—Pf. Claro.
Se detuvo asustada y al ver al frente supe por qué. Su séquito de religiosos.
—¡¿Otra vez con ese?! —bufó el gordo.
—¿Disculpa? —Me crucé de brazos—. Exprésate bien, gordo.
Si las miradas mataran, sin duda me hubiera caído ahí mismo. El sujeto se enfureció más de lo que estaba.
—Jenny, te vienes ahora mismo con nosotros —ordenó—. ¡Ya no vas a volver a salir sola! ¡Ya estoy harto de que se te peguen mal nacidos!
—Oye, tonto —reclamé—, a ver si te guardas tus ordenes, estamos en la calle. ¡Y no sé cómo hablas de Dios, si apuesto a que vives maldiciendo!
Gritarle a una mujer sin razón no era muy correcto al menos para mí, y en la calle daba pie a que las personas la hicieran sentir incluso más miserable y avergonzada. Hasta juraba que lo hacía a propósito justamente por eso.
—Tú no te metas, no eres más que escoria, una mala influencia.
—Alex —habló Jenny con susto para que no siguiera.
—No, no creas que voy a permitir que la humilles —reté al tipo.
—¡No tienes por qué meterte en este asunto!
—¡¿Te crees que porque tu libro ese dice que la mujer debe aceptar todo lo que el hombre exija, tienes derecho a manejar su vida?! ¡Deja de usar la palabra de Dios, porque él no dijo muchas de las cosas que están en ese libro, eso fue escrito por hombres, antiguos y todavía ciegos en cuanto a la realidad!
—¡Deja de ponerle dudas en la cabeza!
Dio un paso enojado como energúmeno. Jenny intentó jalarme pero no me dejé, al contrario, también avancé.
—¡A ver, mastodonte, ven, golpea! ¡A ver qué tan hombre eres!
Algunas mujeres empezaban a lanzar sus gritos de susto o pedir que alguien nos separara, pero el gordo no avanzó más. Sonreí de lado con burla.
—Ya no peleen —Jenny se puso entre ambos—. Lo siento —me miró—. Adiós, Alex.
Arqué una ceja.
Los vi irse. Resoplé y negué en silencio. Claudia, que estaba entre el gentío, me sonrió y se quiso despedir con un movimiento de mano pero solo retiré la vista con molestia y me fui.
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