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27: Soledad

Miraba a la nada, en el poco transcurrido y tétrico lugar. Incluso parecía que era alguna pesadilla... quizá. De ahí me despertaría... Mis ojos se fueron a una mujer que rezaba a un santo cuya estatua estaba en un rincón.

Si supiera...

—Aquí están sus pertenencias, joven. —La enfermera me dio una bolsa del hospital.

Asentí en silencio y la abrí. Estaba su ropa doblada, su bolso, una bolsa más pequeña que también abrí. Un par de anillos y un collar. Lo saqué despacio, era una fina cadena con el dije de una cruz.

—Aun no logramos contactar a ningún familiar. Por favor necesitamos que responda. ¿Conoce usted a alguno?

Negué con un leve movimiento de cabeza.

Luego de que pasara todo, la policía había aparecido porque los vecinos reportaron gritos y hasta explosiones.

Idiotas.

—¿Estuvieron usando algún tipo de explosivo?

—Ya dije que cayó desmayada.

—Ya llegó el investigador Augusto —dijo otro oficial—. Aunque con su esposa, y ha venido con ella y su bebé porque ella no estaba y no podía dejar solo al...

—No interesa. Que pasen.

Dejaron entrar a la familia y apreté los puños al verlos.

Eliza, y su estúpido ahora esposo.

—Qué conveniente, ¿no, Eliza? Que tu esposo sea investigador de criminalística, o lo que sea que es, porque está aquí.

—Esperaré afuera mejor, está algo perturbado —dijo ella haciéndose la inocente y llevando a su cría.

—Claro, huye, zorra —murmuré bajo.

El esposo estúpido frunció el ceño.

—Que seas su primo no significa que seré considerado contigo. Qué casualidad que hayas estado tú solo con ella, sin testigos, y solo "se desmayara". Sin contar los arañazos en tu espalda.

—Piensa lo que quieras —dije con rabia por su malicia al pensar—, me da igual. Ya he dicho que eso lo hizo mi gato en mi casa.

—Revisarán su cuerpo, y de ser necesario tomaremos tu ADN. Tienes la maldita suerte de ser menor de edad, sino te habríamos encerrado ya hasta esclarecer el asunto.

—Ja. —Recosté la cabeza contra el respaldo de la silla—. Maldita suerte... Sin duda.

Era mi edad un problema, porque de haber sido mayor, me hubiera podido largar lejos desde mucho antes.

—Desde ya, no me agrada tu actitud cínica.

Se fue bajo mi mirada de odio.


***

Vi a los perros blancos esperando en la puerta de su casa, sin poder entrar.

—Hola —los saludé sin ánimos.

Luego de probar con un par de llaves, la tercera abrió la puerta. Los perros entraron con prisa, los seguí a mi ritmo lento y cerré, puse la bolsa con cosas en el sofá tras suspirar.

Los perros habían ido a las habitaciones al parecer, y ahora regresaban a buscar en la cocina.

—No sé por qué buscan... saben que no está.

Lucero me miró y se relamió el hocico. Sirio solo miraba fijo, y hasta juraría que molesto.

—Ustedes no me odian más de lo que me odio a mí mismo.

El animal giró y se fue, Lucero tardó un par de segundos pero finalmente también se retiró con la cabeza baja.


Al volver a mi casa, pasé de largo a mi madre y sus gritos por llegar casi a media noche y fui directo a mi habitación. El mundo apestaba.

Cerré de un portazo, la puerta no se cerró así que le di un golpe tras otro. Gruñí y la dejé así para pasar a arrancar de la pared los pocos de posters que tenía, de un auto, de futbol, de mujeres. Todo era estúpido. Los despedacé y me dejé caer sentado en la cama, con la angustia y la culpa destruyéndome, aguanté el sollozo y enterré la cara en la almohada para gritar con todas mis fuerzas mientras le daba puñetazos al colchón.

Esas malditas lo pagarían, lo harían. No iba a quedarme ahí, iba a eliminar de verdad a todo ente oscuro que se interpusiera, todo aquel que simplemente existiera. Giré y quedé viendo el vacío techo, saqué de mi bolsillo el collar de cruz y lo miré colgando entre mis dedos.

No era justo, no era justo para nada. Yo debía haber desaparecido, no ella, yo era el que no valía.


***


Miraba mi plato con avena mientras daban las noticias en la televisión.

"Otro caso de caída en coma, que no tiene explicación. El de una joven que fue encontrada desmayada por un parque. Se están haciendo las investigaciones, pero así como en los otros casos, es probable que no se halle motivo."

Habían atacado a más. El asunto había estado en mis narices y no me había detenido a sospechar, ni cómo para adivinar... había visto las noticias y no me detuve a siquiera pensar.

—Se te enfría el desayuno.

—No comeré —lo hice a un lado—, no tengo hambre.

—¿Y así piensas estudiar? —habló el entrometido de mi padre.

—Ya no lo haré, será para la próxima.

—¿Cómo que ya no? —exclamó mi mamá.

—Sería desperdiciar dinero en inscripción, porque no estoy bien preparado. —Me puse de pie para ir por mi mochila.

—Pero ya le avisé a tu tía y...

—Bueno, no sé quién te mandó a divulgarlo, ahora ve tú qué haces.

—Más te vale que busques trabajo, que aquí nadie te va a mantener, sinvergüenza —interpuso mi padre.

—Ni a ti —respondí con la cólera en aumento—, así que también te vas preparando para largarte, inútil de mierda.

Se levantó como bestia y mi madre empezó a gritar desesperada que no me tocara, Melody empezó a llorar, y ahí estaba nuevamente el circo de siempre. El asco de vida.

—Vete ya al colegio, no armes más problemas de los que hay —me empezó a empujar mi mamá.

Salí cerrando la puerta de golpe, pero no iba al colegio, fui directo a la casa de Diane, antes de que la muy zorra saliera.


Cuando abrió la puerta intentó cerrarla pero entré empujándola.

—¡Habla de una vez lo que sabes! —Retrocedió—. ¡Y ni creas que me va a temblar la mano solo porque eres mujer!

—¡Eres un energúmeno! ¡De nada te sirve buscar excusas, sabes bien que fue por tu culpa!

Soltó un corto grito cuando la tomé por los hombros con brusquedad.

—¡Habla! —Empezó a llorar—. Tú y tus lágrimas de cocodrilo —gruñí.

—Eres de alma blanca aún —sollozó.

—Lo sé, eso lo dijiste, ¡¿qué más?!

—Primero quise a tu demonio, y amenacé con matarte porque sabía que te ibas a querer proteger consiguiendo más energía negra para él. Quería alimentar a Darky, pero me explicó algunas cosas, y lo que temí pasó... Suéltame, me haces doler —se quejó. La moví y la senté en su sofá, me miró con susto—. Ahora si sigues siendo blanco, ella te eliminará como lo hizo con tu amiga... Por eso quise apurarme en que tu alma se hiciera negra. Y no solo yo... tu demonio también. Fue atraído por tu moribunda luz, porque tu alma está por oscurecerse desde hace tiempo, y él sabe bien que un alma blanca que se convierte en negra es mil veces más valiosa y poderosa para un demonio.

—Ese maldito bastardo —murmuré entre dientes.

Por eso quería que matara personas, por eso ese maldito juego del martes trece. Quería hacer que manchara mi alma para comérsela cuando muriera.

Diane bajó la vista y lloró más.

—Yo te quiero mucho...

—¡Cállate!

—¡Es verdad!

—¡Nunca! —La amenacé con el dedo índice—. Nunca. ¿Escuchaste? Nunca voy a mirarte. Tú y esa perra acabaron con algo muy valioso, y al parecer con las almas de otras personas también. Nadie les ha dado ese derecho. ¡Así que te pudres en el infierno, no me importa!

Lloró con más fuerza y se cubrió el rostro.

—¡Tenía que hacerlo! Iba a matarme si no, o llevarse a Darky, es mi único amigo.

—¡Me importa un carajo, ya te dije! Además si sabes que se llevará tu alma cuando mueras, ¡no sé por qué mierda sigues con el cuento ese!

—Alex... —Se puso de pie para intentar abrazarme pero la empujé haciéndola caer sentada al sofá otra vez.

—No hay más que decir.

Salí dejándola ahí, llorando como la tonta que era.


***

Entré a la habitación lúgubre del asilo, la anciana Lucy había aceptado verme como visitante. Sonrió semi sentada en la cama, e hizo señales para que me sentara en la silla a su lado.

—Me han dado más calmantes para el dolor, pero el sueño es cada vez más difícil de conseguir.

—Descuide, podré ayudarla...

—¿Herminia te mandó en su lugar?

Tardé unos segundos en responder.

—Sí...

—Ella es tan buena, es un ángel, ¿verdad?

—Sí... —Lo era—. Lo es...

Parpadeó mirando al techo con cierta nostalgia.

—Algo le ha pasado... Pero te da pena decírselo a una anciana creyendo que se deprimirá más...

Bajé la vista.

—N-no... Bueno... ¿Por qué dice eso?

Volteó a verme y señaló el collar de cruz que colgaba de mi cuello. Lo tomé y volví a meterlo bajo mi camisa.

—Lo lamento...

—Descuida.

—No... En verdad, lo lamento —insistí con tristeza.

—No estés triste. Ella era un ángel, ha de estar en un lugar hermoso...

Suspiré y cerré los ojos. Me puse de pie y recobré el semblante normal, no iba a poder contarle la verdad tampoco.

—Bueno, le ayudaré a dormir, ¿le parece?

—Sí. Gracias, joven. —Cerró los ojos—. ¿Vendrás luego?

—Por supuesto.

Sonrió y se acomodó. Respiré hondo y extendí las manos para pasarle algo de tranquilidad, algo que yo también pedía a gritos, pero mi culpa me estaba carcomiendo. Sin embargo, despejé mi mente lo más que pude, y visualicé la luz.

El calor empezó a pasearse por mí, esa energía amable y cálida.

—Ella te apreciaba mucho —susurró—. A veces me contaba sobre ti. —Sonreí de forma leve, sintiendo que saber eso me brindaba algo de consuelo, y hacía más fuerte la energía que estaba atrayendo—. Cuando supo que habías caído por una de las casonas de por aquí, se preocupó mucho, tanto que te trajo a una de estas habitaciones y estuvo contigo. Sentí celos porque me descuidó toda esa noche.

Reí suavemente.

—Lo siento...

—No, está bien... ¿Sabes? Ella tenía alas de luz... Sé que estoy cerca de morir, por eso yo y algunos otros se las veíamos, pero los doctores no me creyeron...

—Sí, era de esperar, y no piense en la muerte.

—A veces da miedo...

—Le aseguro que no va a pasar nada, ni va a sufrir...

—Gracias —respiró tranquila—. Buenas noches.

Abrí los ojos y la vi, reposaba con tranquilidad. Bajé las manos, no pude evitar sentir melancolía, miré alrededor, seguir ahí no me ayudaba mucho, menos con lo que había contado la señora. Aun no podía creer lo idiota que era, lo idiota que siempre había sido.

—Tú también tienes alas —murmuró semi dormida.


***

Al andar por las calles, al verlos a todos perdidos en sus cosas, perdidos en sus teléfonos, llenos de vicios, preocupados por la ropa que usarían, por la música estúpida, por los autos, por la televisión basura, por los chismes de las vecinas, ¡me era desesperante!

Ahora incluso verlos entrar a capillas y rezar se me hacía tremendamente primitivo, era como ver a la gente entrar a orar a una tienda, o peor, a ovejas entrar a un corral. Un intento inútil de entender a Dios, de siquiera sentir una milésima de él. No había nada ahí, solo almas negras en pena y almas negras en sus interiores buscando desde ya, un poco de salvación, un poco de luz, tan solo una pizca, porque tan solo esa pizca significaba alivio.

Creían que ser "cercano" a Dios mediante religiones o rezos era lo máximo, que era lo que te aseguraba la salvación, a pesar de que en sus interiores seguían sintiéndose indignos. Porque lo eran, porque todos lo éramos.

Nadie entendía que Dios no estaba en las capillas, no estaba en ningún otro sitio sino en nosotros mismos, que el hecho de que algunos lo sintieran yendo a rezar era su propio parecer, porque concentrándose lo hubieran sentido en donde fuera que estuvieran, no solo en la iglesia.


Terminé frente a la puerta de su casa. Volví a suspirar, y aunque el yo de antes se hubiera burlado de mí mismo como un marica que solo suspiraba como niña, ese yo no estaba por ningún lado. Abrí la puerta con la llave que ya llevaba guardada conmigo.

Lucero se acercó moviendo la cola despacio.

—Hola, chico. —Le sobé la cabeza.

Sirio miraba distante y serio como siempre.

Fui a la cocina y abrí la bolsa de comida para perro que había llevado. Llené sus platos y se los acerqué. Lucero empezó a comer, pero Sirio no.

—Sí, ya sé, creo que siempre me odiaste. Hiciste bien.

Caí sentado en el sofá. Miré al techo y así estuve hasta que una húmeda nariz chocó el dorso de mi mano, vi a Lucero a mi lado y volví a sobarle la cabeza.

—Haré que lo paguen, hablo en serio.

—No ganarías nada con eso.

Miré con sorpresa al perro, pero no había sido Lucero, había sido Sirio.

—Ah, ya te dignaste a hablarme. —Frunció el ceño, y eso se me hizo bastante raro, considerando que era un perro—. No sé cómo hicieron todo este tiempo para que creyera que eran perros normales, incluso tú —miré a Lucero—, te quisiste montar a una perra. ¡Qué vergüenza!

Bajó las orejas y lloriqueó.

—Si fuéramos obvios las demás personas se habrían dado cuenta.

—Si fuéramos obvios por todo el mundo ustedes nos estarían haciendo experimentos.

Tensé los labios.

—Bueno, como sea. Ahora me tienen que explicar, si están por ahí con otras formas, ¿por qué mierda nunca hacen nada cuando alguien sufre?

—Creímos que ya lo tenías claro. —Sirio frunció más el ceño—. No somos sus salvadores, no está en nuestras reglas, ustedes solos buscan sus distintas perdiciones. Nosotros estamos aquí para guiar a quien quiera escuchar, y a quien sea capaz de escuchar. Y no sé si habrás visto... pero casi nadie es digno, casi nadie es capaz. Ustedes no se dedican a enriquecer sus espíritus, nosotros guiamos a quienes van bien en esa labor, lo hacemos con señales. Ustedes son los únicos que se pueden salvar a sí mismos.

—Exterminaron a ese demonio...

—Rompió las reglas. Su labor es cazar a las almas condenadas y oscuras, no a los futuros ángeles. Tampoco tienen por qué presentarse ante humanos.

—Los otros escaparon a tiempo —agregó Lucero—. Pudimos haberlo detenido antes, pero nos tomó por sorpresa. Estando en forma terrenal no podemos captarlos ni ellos a nosotros.

—Si sigue esto así, los arcángeles tendrán que adelantar su venida.

—Ok, eso no suena muy agradable. Y no sé bajo qué clase de código se rigen ustedes, pero no es nada justo lo que ha pasado, y siempre pasan cosas de ese tipo aquí.

—Ya lo dijimos. Somos imparciales.

—No tienen corazón, eso es lo que pasa. —Me puse de pie con enfado.

—El bien y el mal conviven juntos.

—El mal está entre ustedes, y a veces también gana.

—La batalla se libra día y noche, ha sido así durante toda la existencia. No existe uno sin el otro, la opción está en cada uno de ustedes.

—Eso es a lo que le llaman: libre albedrío.

—Algo así como el ying y el yang —medité—, esa mamada de los japoneses.

—Chinos.

—¡Lo que sea! Si llego a ser uno como ustedes no andaré tranquilo viendo cómo se destruyen los humanos.

—Quítales algo que puedan alabar...

—Y alabarán algo más.

—Quítales algo por lo que puedan pelear...

—Y pelearán por algo más.

Bufé porque tenían razón.

—Pero hay muchos inocentes que no saben... Los niños, ¿qué me dicen de los niños?

—Estamos aquí para guiar a las almas. Somos imparciales. Eso responde a todas las preguntas que quieras hacer.

—Sí, al parecer, y también me decepcionan. Creí que Dios era amor, que era todas las cosas buenas.

—Si ustedes lo buscan de manera correcta lo tendrán.

—Pero si te detienes a intentar sentirlo, lo sabrías... Está ahí, está en el sol, en los animales, en el cielo, en el mar...

—Todos tus átomos vibran. Tras eso hay energía, y esa energía que mueve cada molécula de cada cosa existente, ¿quién crees que es?

—Te ves a ti mismo como un pedazo de carne, pero solo eres otra expresión de energía, otra expresión de Dios.

—Él está en todos nosotros.

—Y es todo lo demás también.

—No lo entiendes aún, ni lo harás.

—Seh, seh, ya. No sé por qué se turnan para hablar, ¡marean!

—No mal interpretes —dijo Lucero dando un paso adelante—, las vidas humanas son pasajeras, las almas que en ellas habitan son eternas. Para dejártelo más claro, si alguien muere, su alma vuelve a nacer en otra vida para seguir con su proceso de purificación. Lo que cultiva de su vida anterior son los sentimientos.

—Los sentimientos que en tu vida abundaron, son lo único que uno se lleva a la tumba —continuó Sirio—. Dios no quiere que sufran, pero sus cuerpos humanos son algo primitivos, lo bueno que tienen es mejores capacidades motoras e intelectuales. Pero ustedes buscan cómo destruirse, no contentos con ello, buscan cómo destruir a los demás. Dios lo lamenta pero no puede interferir.

—No podemos ir por ahí liquidando humanos solo porque sus almas se están haciendo negras. Eso incluiría hasta a niños.

—Es una gran prueba, pero eso es lo que hace almas blancas fuertes y poderosas.

—Él quiere que sean como él. Es por eso que Dios dice que la vida es eterna. No teman, porque su presencia es digna para todo aquel que sea y viva en él. ¿Y qué es él?

—¿Amor? —susurré.

Asintieron.

—Pero no el que crees, no el de pareja, ese es otra forma de amor, muy fuerte eso sí. El "amor" de Dios consiste en que simplemente amas, como un estado de ser, tú solo amas y eso es lo que haces sentir. Eres bueno, tu aura se ilumina más, compartes, y ese compartir es como una recompensa para ti. Porque amas la vida, te amas a ti, a todos los seres. Amas.

—Cuando el amor se convierte para ti en un estado de ser, es como una fragancia que desprendes, tiene belleza y posee algo que está muy por encima de lo físico. Es divino.

—Dios es eso y mucho más. Pero por ahora es todo lo que necesitas saber. Sígueme.

Sirio me guio hasta una habitación, supe que era la de Herminia, claro. La cama tendida, cubierta por una manta de color granate, un velador con una vieja lámpara, un escritorio, un pequeño televisor. Sonreí, así que sí veía televisión. Como no estaba en la sala llegué a preguntarme si veía.

—Casi no.

—No te metas a mi mente —le recriminé.

—Los pensamientos emiten frecuencias que nosotros como seres energéticos podemos captar. No te sorprendas. Dios también es ciencia... Aquí —señaló con la nariz uno de los cajones del velador.

Lo abrí y encontré un viejo cuaderno, miré al perro, pero ya había salido dejándome solo. Me tomé la libertad de agarrarlo y sentarme en la cama para revisarlo. Pasé por las páginas, era algo así como su diario, o algo en donde anotaba cosas, había una que otra receta de cocina, y apuntes médicos. Pero sobre todo, experiencias de ella.



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