23: Almas
Bajé listo para comer escondido de la gente de la sala e irme, encontrando a Jenny y su amiga en la cocina, así que supuse que la gente que escuché en la sala era su séquito de fanáticos. La chica me sonrió, seguro reconociéndome de la vez en la que les ayudé con los platos de comida, pero claro que esa sonrisa suya me decía "oh, aquí estabas príncipe mío, ahora vendré a acosarte siempre a esta casa". Uch...
—Qué tal —hablé.
—Alex —volteó Jenny a verme recién, ruborizándose como siempre—. Ah, te presento a la hermana Claudia.
La chica, también con un poco de rubor, me saludó, estreché su mano ofreciéndole una media sonrisa y un guiño.
Sí, ya, era un perro insensible, solo le daba lo que quería. Pero no me acostaría con ella, no estaba muy guapa, no como Jenny.
—¿Vas a orar con nosotros? —quiso saber la nueva.
—No, gracias. Saldré.
—¿A dónde? —esta vez Jenny preguntó—. ¿Cuándo te animarás a rezar?
Alguna de las viejas de la sala las llamó.
—Es un asunto importante. Vayan, las llaman.
—¿Estarás aquí el martes? —insistió Claudia.
—Es probable, es mi casa.
—Ha sido tu mamá la que llamó, anda —le dijo Jenny.
Oouu...
Claudia se fue, luego de mirarme de arriba abajo como si nunca hubiera visto a un hombre. Bueno, debía recordar la clase de hombres... o mejor dicho "hermanitos" que las rodeaban en su congregación.
—¿Celosa, nena? —murmuré acorralándola contra el counter de la cocina.
Jenny se acomodó los anteojos poniéndose muy nerviosa.
—No.
—Me parece que sí —ronroneé.
Se aclaró la garganta.
—Solo quería sacarla porque quería decirte algo en privado.
Arqueé una ceja.
—Bien, dilo.
—Recordé lo que te dije, y ahora haciendo conclusiones... Tú, tú debes ser algo así como un cazador de demonios y por eso te buscan —dijo asustada.
—¿Qué? —Traté de no reír pero no lo pude evitar—. Soy una persona normal.
—Yo siento que no, tienes una especie de misión.
—¡Jenny! —volvieron a llamarla.
—Te castigarán haciendo que ores el rosario cien veces si no vas. Anda.
—Quiero ayudarte —susurró mientras la tomaba por los hombros y la movía para sacarla.
—Nada de eso. Soy normal, ahora ve si no quieres que mi "normalidad" masculina te ataque.
—Pero, pero...
Le di la vuelta y de un leve palmazo en el trasero la hice brincar e ir corriendo a sentarse.
***
—Yo soy la resurrección, y la vida, dice el Señor: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá; y todo aquel que vive, y cree en mí no morirá eternamente...
Ayudaba a movilizar el féretro mientras el padre iba haciendo sus plegarias medio amenazadoras, ya que si uno no creía, al parecer no vivía eternamente. Fuera como fuera, no podía ni sonreír, todas las personas a mi alrededor estaban tristes o llorando, y Herminia... bueno la tristeza solía ser parte de su expresión normal. La miré de reojo, iba con la vista perdida en el horizonte.
Tensé los labios. Ahora sabía por qué. No quería que fuera así, no era muy justo, pero nada en este mundo lo era, las cosas malas les pasaban a todos, independientemente de si eran buenos o no. Uno no podía esperar menos siendo bueno.
Cuando fue puesto el ataúd para ser bajado, el padre siguió diciendo un montón de sus cosas mientras todos lo observaban, pero yo no retiraba mi vista de Herminia. Dos hombres empezaron a bajar el féretro hasta que tocó fondo, mientras algunos cantaban una de sus canciones súper tristes, y otros tantos lloraban. Eran pocos, pero la mayoría ya mayores.
Herminia cerró los ojos, dejando caer algunas lágrimas, cosa que al parecer solo yo noté. Tomó un puñado de tierra, y dando un paso al frente, lo arrojó.
—Al Dios todopoderoso encomendamos el alma de nuestra difunta hermana, y entregamos su cuerpo a la tierra —seguía hablando el padre—; tierra a tierra, ceniza a ceniza, polvo a polvo; en esperanza segura y cierta de la resurrección a la vida eterna...
El silencio acompañado de algunos llantos contenidos llenaba el descampado lugar.
Los hombres empezaron a echar el resto de tierra con palas, hasta que llenaron el hueco. Terminaron cubriéndolo con bloques de hierba recién cortados.
—Bienaventurados los muertos, que de aquí adelante mueren en el Señor: Sí, dice el Espíritu, que descansarán de sus trabajos... El señor esté con ustedes...
Cada uno se fue acercando a ella para darle el abrazo de despedida. La vi tratando de sonreírles mientras trataban de "alentarla", y soportando los largos, largos abrazos en los que más bien ella terminaba consolándolos. Hasta que llegué yo al último. Sonrió con la tristeza aún.
—Bueno, no quiero ser otro más de los que te digan que todo estará bien, y que tu mamá está descansando ahora... —Cosa que era raro porque había estado en coma, así que ya descansaba literalmente desde hacía tiempo—. Sé que por más que digan cosas, el dolor no se irá hasta que simplemente tenga que irse de a pocos. En fin. —Suspiré y abrí los brazos para recibirla mientras reía en silencio a pesar de las pocas lágrimas que tenía.
—Gracias —dijo con un hilo de voz.
—Ya va a pasar.
La liberé con lentitud. Ya varios se estaban retirando.
—¿Te acompaño a casa?
—Ya deberías ir a estudiar.
—Bah, por acompañarte no voy a reprobar los exámenes.
Se encogió de hombros.
***
Caminamos desde donde nos dejó el bus hasta su casa.
—¿Así que quieres intentar? ¿Que te de algún consejo? —Estaba incrédula.
—Ja. Sí, bueno. El diablillo de mi hombro izquierdo dice que siga con mi vida, el angelito de mi hombro derecho dice que haga algo contra los entes malos. —Moví mis manos como si fueran una balanza y los tuviera a uno en cada una, calculándo sus pesos—. ¿Tú a quién crees que debería escuchar?
Levanté un poco la mano derecha y arqueé una ceja, como indicando que el diablillo imaginario en mi mano izquiera pesaba más que el angelito de la derecha. Sonreí.
—Bueno, bueno —reclamó tratando de no reír. El angelito imaginario recuperó peso y le ganó al diablillo. Bajé las manos—. Obviamente debes hacer algo, pero de nada sirve si lo sientes como obligación.
—No es así, aunque no parezca.
—Vaya cambio el tuyo.
—Hay algo que no te he contado. —Esperó atenta a que continuara—. Sé que en Salas hay muchos sujetos que tienen un ente demoniaco como yo, pero sobre todo sé dónde vive por lo menos uno. Y ahora sé también de la existencia de otro demonio más, aparte del de la loca que anda obsesionada conmigo.
—Lo que significa...
—Que no puedo ni quiero quedarme con los brazos cruzados, sabiendo que puedo desapareserlos. No sé por qué, es decir... podría seguir con mi vida sin que eso me importe en lo más mínimo, pero no puedo. —Solté un suspiro—. Si hago que el mío los absorba, se haría más fuerte, no solo no serviría de ayuda sino que podría salírseme de las manos.
—Por eso estás queriendo acercarte a la energía blanca...
—Bueno sí, trato, pero no sé qué lograré.
—Solo te diré una cosa para empezar. —Ahora yo esperé a que continuara—. Cuando venga a ti el sentimiento de felicidad y plenitud, trata de mantenerlo, enfocándote en tu objetivo: atraer todo lo bueno. Practica empezar a sentir felicidad, paz. Si te despiertas de buen humor por algún motivo, trata de mantenerte así, y siente a la energía blanca en ti, siéntela como algo real, algo que te llena.
—No suena taaan difícil...
—Eso lo sé. Lo complicado es obtener el control de tus propias emociones, pero como dije, es cuestión de práctica. Hazlo todos los días, no flanquees. Empieza desde ya a sentirte feliz, sano, pleno.
Respiré hondo y asentí.
—Ok. Lo intentaré, a ver qué pasa... Solo espero no volverme un hippy. Amor y paz, brothers.
Soltó a reír, contagiándome.
—Lo dudo.
—Por cierto, no tengo tu número móvil. Lo voy a necesitar para no caer de sorpresa en tu casa.
—Ah, claro.
***
Si bien había decidido tomar una provadita de energía blanca, tenía algo pendiente.
Haría a Gato más fuerte, solo por si acaso, luego empezaría con lo de la energía. Apenas salí del colegio al día siguiente, fui al paradero de los buses que llebavan hasta Salas, el pueblo de los brujos. Miré entre los pasajeros por el extraño impulso de querer buscar a Herminia, pero nada. Quizá ya estaba paranoico. Vi al perro negro mirándome desde afuera, sentado en la asera, lo saludé moviendo la mano mientras el bus partía.
Ya en Salas, fui directo a donde ese señor me había hecho entrar, la calle estaba desértica por la hora. Lo encontré sentado en un tronco bajo el marco de la puerta. Sonrió.
—¿Crees que no sé a qué vas venido? Pierdes el tiempo, en las afueras hay una capilla abandonada, ve ahí.
Me mantenía inexpresivo, pero no pude evitar fruncir un poco el ceño. Rayos, debí saber que este sujeto estaba más avanzado.
Se puso de pie y volvió a hablar.
—Tonto. No tienes idea de nada, ¿verdad? —Apreté los puños—. Cuando un demonio tiene consciencia propia requiere de más nivel para ser controlado, y eso aumenta cada vez. No vas a llevarte al mío aunque yo no pudiera evitarlo.
—Le aseguro que el suyo no es tan fuerte.
—No puedes ni con el tuyo, niño.
—Claro que sí.
Gato apareció a mi lado. Su poder era bastante imponente, algunas de las luces de los postes de alumbrado empezaron a parpadear, a pesar de que no habían estado encendidas. Sus alas que salían de su espalda como rayos de oscuridad se llevaban la luz de la tarde, su rostro casi plano y ojos negros por completo, las garras en esas manos grises, era de pesadilla.
—Si crees que dejaré que el mío salga, estás equivocado.
—Cobarde, sabes que es porque lo podría llevar.
—Piensa lo que quieras. Aquí el único perdido eres tú.
Entró a su casa y cerró la puerta. Corrí para tratar de abrirla pero algo me repelió con fuerza y caí luego de que se me cortara la respiración. Empecé a jadear por ese golpe sorpresivo, mirando al cielo que empezaba a mostrar algunas estrellas.
—Bueno, como quieras, iré a la capilla, pero volveré por ti —amenacé poniéndome de pie.
Recogí con mi cuerpo la dignidad que me quedaba y fui directo a la capilla, siendo guiado por Gato, que corría adelante ya en su forma de gato, obviamente.
No me fue problema hacer que absorbiera a los entes oscuros de la capilla, eran de bastante bajo nivel, aunque lo suficiente como para molestar a algunas personas. Bajando del bus me encontré al perro negro moviendo la cola, ya empezaba a parecerme raro, pero no detectaba absolutamente nada de energía negra, así que solo era un desafortunado animal. Se me pegaban por alguna razón, quizá sentían mi energía, o algo, aunque ciertamente no sabía qué clase de "alma" tenía yo.
Eran ya casi las nueve de la noche cuando llegué a casa y encontré a mi prima con su bebé en brazos, visitando a mi mamá. Me miraron y sonrieron. Hice cara de asco cuando vi al gato correr y subirse al lado de Eliza.
—Ven carga a tu sobrinito —dijo mi mamá.
—Eh, no gracias. No les agrado a los bebés.
—Ay, pero qué dices, ven —insistió tomándolo en brazos y acercándose a dármelo.
Apenas pude sostenerlo con bastante torpeza cuando me lo dio. Quedó mirándome a los ojos mientras se chupaba una mano.
—Owww —exclamó Eliza—, te ves tan paternal.
En eso el bebé empezó a quejarse y llorar.
—Ahí lo tienen —dije.
—Es que tu actitud no ayuda —se quejó mi madre.
Me lo quitó y su mamá lo recibió para empezar a mecerlo. Pensé que debía poner en práctica lo que me había dicho Herminia, así que era el momento. Respiré hondo, y traté de pensar en algo que me diera un motivo para alegrarme.
Bueno, Gato era aún más fuerte que antes, aunque su forma no había cambiado, lo sentía más pesado, y eso lo corroboraban las luces de la cocina parpadeando de vez en cuando. No hacía mucho que uno de los focos había estallado, y mi madre dijo que simplemente se había quemado. Los toma corrientes también botaban chispas a veces, el problema era que el gato no se mantenía afuera. ¿Cómo era que Eliza ni los demás notaban su pesadez? Claro que aquel tipo que una vez me dijo brujo y salió corriendo había visto al gato a mi lado. Supuse que no todas las personas tenían la habilidad.
Por otro lado, si quería atraer positivismo debía dejarlo afuera, insistir más, ser más feliz, sentirme querido. Ja, querido, claro, cómo no. Para Herminia era más fácil quizá, vivía sola, no tenía que aguantar a un padre basura que apareciera en casa cuando le diera la gana. Iba a verla más seguido con esto de que me iba a tratar de enseñar a enfocarme mejor. ¿Cómo lograría eso? Ya quería verla intentándolo.
Espanté al gato y este se fue corriendo a fundirse por ahí.
—Ay, qué malo eres con el animalito —reclamó Eliza.
—Vuelve a dármelo a ver —pedí refiriéndome al bebé.
Ella torció un poco el cuerpo, negándomelo.
—Prepararé un café. —Se puso de pie mi mamá.
—No tía Carmen, ya me voy.
—Que no, hijita, que no. —Se fue a la cocina.
Rodé los ojos.
—Dámelo.
—Oye, no, dijiste que no te quieren y era cierto. Ni que fueras el padre, ¿o lo eres?
Fruncí el ceño. Ella siempre me había seducido hasta que caí con mucho gusto, claro, pero no tenía por qué repetirlo de esas formas. Ahora de cierto modo sentía algo de remordimiento, cuando antes solo me reía en silencio de su novio tonto.
—Nunca.
—Ya tendrás el tuyo. —Me sacó la lengua.
Abrí la boca, ofendido.
Un extraño ruido en la puerta me alertó, fui a ver y me encontré con el perro negro. Al verme empezó a mover la cola emocionado. Uuuchh.
—¿Qué quieres? ¿Comida? Espera, te daré pero no vuelvas —le recriminé.
Quiso entrar antes que yo pero no lo dejé, y cerré la puerta dejándolo afuera hasta que le buscara algo de comer. Le di leche y algo de lo que había quedado del almuerzo.
Terminé sentado a su lado bajo el marco de la puerta mientras las mujeres tomaban su café. ¿Cómo era que les bastaba con eso para llenar la panza? Yo necesitaba comer otro almuerzo para estar satisfecho, no solo un café ridículo.
Le acaricié la cabeza al perro que ya terminaba de comer.
—Recuerdo que tuve una mascota hace mucho —murmuré. Estaba acostumbrado a hablarles a los animales al parecer—. Era un pastor alemán. Era hembra, se llamaba Rita, un raro nombre.
No pude evitar recordarla, la había tenido desde cachorra. Jugaba con ella, dormía a veces con ella, aunque mi madre renegara al día siguiente, era mi compañera. Por un momento el recuerdo me trajo esa leve alegría que necesitaba para conseguir atraer energía buena, pero la rabia vino de pronto, al recordar que cuando salió embarazada de un perro de la calle, tuvo sus cachorros, y como mi padre no los quería, un día desaparecieron todos.
A la perra la había vendido, a los cachorros los había metido a alguna bolsa y botado a la basura. Con el dinero gastó en estupideces, y eso fue todo.
Apreté los puños, mis labios formaban una sola línea.
La nariz húmeda del perro contra mi mejilla me sacó de los pensamientos oscuros. Tomé su cabeza y lo aparté un poco, acariciándolo.
—Ya. Suficiente —dije sonriendo.
Quizá antes había sido bueno, solo que las cosas que pasaron luego me hicieron creer que era malo. Quizá mi "alma" aún era blanca. Quizá.
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