7- The Time Machine.
And now I was to see the most weird and horrible thing, I think, of all that I beheld in that future age.
La máquina del tiempo, H. G. Wells [*].
Exploro una callecita perdida del Barrio Rojo de Amsterdam como si fuese una sombra, totalmente vestido de negro: del mismo tono que mis preocupaciones.
Me he propuesto recorrerlo desde la Iglesia Oude Kerk hasta la plaza de Nieuwmarkt: cuesta hacerlo. Estoy enfundado en un foulard y protegido por una boina que me cubre parte del rostro, para evitar que la gente me reconozca.
Es algo complicado puesto que soy jugador del Manchester United y he ganado en varias ocasiones el balón de oro. Por si las moscas, también me he colocado unas gafas oscuras que, al mismo tiempo, impiden que me encandilen los neones del color de la sangre.
—¿Qué jodido regalo le llevaré a Stacy? —murmuro una y otra vez, en voz alta.
Mi mujer no ha podido acompañarme en esta ocasión, un examen médico en la clínica ginecológica la ha retenido en casa. Desea embarazarse pronto de nuestro primer hijo. Me veo en la obligación, por tanto, de conseguirle un regalo estrafalario, que resuma el espíritu del lugar en el que me encuentro.
—¿Qué te gustaría, cariño? —le pregunté antes de partir, más perdido que un pulpo en un garaje.
Porque creo que ya le he obsequiado todo y de lo más exclusivo... Bueno, todo lo que se puede tener con dinero.
—¡Ay, amor, qué poco observador eres! —me regañó, con una sonrisa, moviendo la cabeza de izquierda a derecha—. Te lo pongo sencillito: ve a uno de esos bonitos negocios del Barrio Rojo y cómprame lencería sexy. Algo original para estrenar contigo.
Y aquí estoy yo ahora, recorriendo la zona, buscando ese ≪algo original≫ para mi esposa, a la que ya le regalé conjuntos de ropa interior de Harrods, de la Maison Empreinte y de cientos de marcas. ¿Podré encontrar aquí un objeto que me haga ganar puntos con ella? Siempre siento la necesidad de compensarla.
Es imprescindible que reconozca, aunque esto me haga parecer una nenaza que, de no habérmelo solicitado ella, después del partido me hubiese mantenido lo más lejos posible de este lugar. Me hubiera quedado tirado sobre la cama de la habitación del hotel, charlando con alguno de los compañeros o poniendo algún tweet o estado.
¿El motivo? Me da tristeza. Resulta paradójico ya que, mientras transito por estas callejuelas, se escuchan conversaciones, música y risas de fondo, que ignoran cuántos sueños rotos existen por aquí. Es más, odio ver a las chicas vendiéndose en los escaparates, como si fuesen carne en los supermercados. Atraen las miradas de miles de turistas curiosos o de posibles clientes.
Ellas invitan dentro a los chicos veinteañeros que las miran, fumándose canutos sentados a la mesa del coffee shop de al lado, diciéndoles:
—Come on, darling! I'm your dream.
También emplean la misma frase con los bebedores de cerveza de amplias barrigas o con los ancianos de largas barbas y mostachos estrafalarios.
Voy a contracorriente, lo sé, sigo siendo el mismo chico sencillo de las afueras de Londres, la fama no me ha cambiado. Por más que mis nuevos amigos me inviten a sus fiestas siempre me niego. Sé cómo terminan: con tías impresionantes que traen directo de las portadas de alguna revista.
Detesto comprar ese tipo de sexo o compañía por numerosos motivos. Si toca estar solo pues lo estoy, así, sin dramas. Reconozco que en parte es porque ahora no confío en nadie, excepto en Stacy. Temo que me planten cámaras detrás de cada cama para, luego, enterarme de ello al leer los periódicos o al verme practicando el acto sexual en alguna red social o en YouTube. También me lo impide mi gran secreto, ¿para qué negarlo?
Acostumbro a poner como excusa a mi esposa y escucho, con estoicismo, las burlas de rigor:
—¡Vaya tía cachonda! ¿Me la prestas un rato? ¡Joder, James, te tiene abducido! ¿Qué más da uno o varios rolletes? ¡Espabila!
Me suelo hacer el enfadado y le grito al bromista de turno:
—¡No te atrevas a tocar a mi mujer!
Y cargo con ella de un lado a otro del planeta, como si fuese mi armadura: desde que tengo uso de razón la llevo a los sitios en los que debo jugar. ¿Por qué? Muy simple: la conozco desde niños y evita que yo me coma la cabeza en mi tiempo libre. ¡Qué ironía! Siempre nos ponen como ejemplo de vida familiar.
Me canso de dar vueltas por el Barrio Rojo. En especial, de reflexionar acerca de mis embustes. También de que las mujeres golpeen los cristales de los escaparates, pretendiendo llamar mi atención. Entro en el primer sexshop con el que me tropiezo y le compro a mi pareja un triquini con liguero, plumas y lentejuelas, en tono azul claro, que estoy seguro de que le va a sentar genial a su cuerpazo de modelo.
Stacy mantiene el tipo aunque en el presente está retirada. ¿Para qué ir de pasarela en pasarela? Al principio desfilar era su pasión y le presté toda la ayuda posible. Apenas nos veíamos: nuestros aviones se cruzaban en el cielo. Fue por esta causa que lo dejó y porque ya no le despertaba ninguna ilusión.
En mi opinión, hizo lo correcto. Tenemos veinticinco años y, aunque gastemos a manos llenas hasta la vejez, no tendremos tiempo de evaporar todo lo que hemos conseguido. Gano millones gracias al club, a los contratos publicitarios, con mi selección...
Distraído, salgo por una de las callecitas que bordean el canal. Luego zigzagueo, de norte a sur, perdiéndome. Desemboco en una zona donde hay otro tipo de negocios. Despierta mi atención una tienda de antigüedades. The Time Machine, se llama.
En el escaparate contemplo muebles art decó mezclados con otros de estilo Luis XV. Encima de un cylinder desk hay decenas de ejemplares en miniatura del libro de H. G. Wells que lleva por título, precisamente, el mismo nombre que el local: The Time Machine.
Me fascina en el acto. No consigo quitar la vista de allí: algo se me revuelve por dentro. Tal vez los recuerdos me muerden el corazón y pierdo la coraza. Entro sin dudar.
—¿Están en venta? —le pregunto al dependiente, señalando los librillos.
—Sí, por supuesto —me contesta enseguida, atento.
Por la forma en la que me observa, estoy seguro de que me ha reconocido, aunque intenta disimular su interés.
Cojo el primero que pillo. Leo el comienzo de la obra en voz muy baja:
—The Time Traveller (for so it will be convenient to speak of him) was expounding a recondite matter to us.
Tengo la sensación de que el universo complota y me ha guiado, pese a mi resistencia, a este momento exacto por una única razón: juntar las piezas y completar el puzle de mi existencia. Esas porciones que ido dejando desperdigadas a lo largo de mi carrera, relegando mi vida personal.
Así que le pido al chico:
—Me llevo todos los ejemplares y también el escritorio Luis XV sobre el que están. ¿Podrías arreglarlo para que me los envíen a la ciudad de Manchester?
Asiente al instante. Mientras él hace los trámites pertinentes, no puedo evitar transportarme al pasado. A ti.
Porque no soy capaz de dejar de pensar en ti, ¿para qué engañarme? Cierro los ojos y todavía siento la suavidad de tus labios, los besos tímidos. La sensación de libertad al recorrerte con las manos. El perfume de las gotas de sudor, al finalizar el ejercicio. También, los pensamientos que me embargaban en esos minúsculos minutos cuando era realmente yo mismo. ¿Sabes por qué? Porque lucho para seguir viviendo esta mentira y olvidarte.
Verte todos los días en los entrenamientos me consume. A veces imagino que, luego de pasarte la pelota y darte un abrazo por el gol, te pregunto:
—¿Qué tal si seguimos con lo nuestro desde el punto en el que lo dejamos?
Pero no lo hago porque sé que me responderías:
—Lo siento, créeme, te sigo queriendo pero no de esa manera.
Y, quizá, te haría recordar aquellos momentos en los que nos amábamos con locura. Piel con piel, alma con alma. Y yo, ¡tonto de mí!, a veces perdía el tiempo hablándote de tías con las que me acostaba y que nada me importaban, solo silenciaban mi verdad. Tú me contabas tus proyectos, los clubes por los que te gustaría fichar si el nuestro no contaba contigo. Con respecto a ti lo tenías muy claro, nunca dudabas.
Por lo visto eres mucho más listo que yo. No te hacen mella los insultos de los rivales cuanto te gritan en el estadio, después de que les haces un golazo:
—¡Nenaza, ve a que te folle tu novio!
Al contrario, tú te creces, porque te consideras el abanderado de esta lucha. Y te entiendo, ¡es tan cansino disimular todos los días! Aparentar ser la persona que no soy. Acostarme con mi mujer, deseando tenerte entre los brazos otra vez y para siempre.
Pero ¿qué jugador de fútbol de un equipo de primer nivel se atreve a salir del armario estando en activo? ¡Solo uno que sea suicida! Me basta, para alejar las ganas de sincerarme, escuchar esas ofensas o recordar a Justin Fashanu, que se ahorcó. A partir de la entrevista que le hizo The Sun, en la que confesó que era gay, su vida se convirtió en las piezas de un dominó, después de que cae la primera y arrastra a las demás.
Hoy, con las hormonas a tope por la victoria, me visualizaba proclamando ante los micrófonos, al finalizar el partido contra el Ajax:
—¿Para qué me preguntáis si le he sido infiel a mi esposa con esa modelo? A mí me gustan los tíos, me acuesto con Stacy solo por obligación. La quiero porque es mi mejor amiga pero no me atrae sexualmente.
Y pasaría a hablarles de ti, mi único amor verdadero. De la época en la que compartíamos la suite del hotel durante la concentración. Dos jugadores enamorados, ¿te imaginas cuántos titulares daría un romance entre dos delanteros?
Cierto que nunca nos dijimos nada. Cada vez que intentabas iniciar una conversación a fondo yo me iba por las ramas. Y tú pensabas que me acostaba contigo porque no tenía más opción, nos encontrábamos encerrados y fuera del mundo real.
Por eso seguiste adelante y yo me quedé como un cangrejo ermitaño, aislado dentro de mi concha. Así te perdí: mis miedos fueron más poderosos que mis sentimientos.
Sé que si hoy, en lugar de arrastrar los pies hasta casa, me plantara en la tuya y te lo confesase, solo me esperaría esa frase machacona:
—Lo siento, créeme, te quiero todavía pero no de la misma manera.
Y, mirándome directo con tus expresivos ojos castaños, añadirías:
—No debemos estropear nuestra amistad, se nos ha pasado el tren. Tú estás casado con Stacy, una tía increíble. Y yo vivo con Tom.
Observo el único librillo de la novela The Time Machine que he separado del resto. Lo acomodo en el hueco de la palma de la mano. Parece decirme a gritos:
—Be yourself!
Y, por primera vez, le haré caso a esa voz. Lo llevaré conmigo en el avión, incluso. Por desgracia, no puedo girar las manecillas del reloj hacia atrás pero sí cambiar el futuro. A mis veinticinco años poseo todo lo que cualquiera desea: soy rico, admirado, no conozco el fracaso profesional. Pero no tengo lo que ansío: ser yo.
Acabo de despertar en esta pequeña tienda de antigüedades de Amsterdam, a la que me ha traído el destino. Es hora de que este cangrejo salga de su caparazón.
Por los altoparlantes se escuchan las notas de la canción de Sam Smith, Not in that way. No hay duda: acabo de tomar la decisión correcta.
https://youtu.be/iPAtmBgyjZ0
https://youtu.be/92Dlk1O5Ezk
[*] Extraje la cita de la página 365 de la colección The Miniature Classics Library, de Ediciones del Prado, Madrid, 2004. La foto es de este mismo libro.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro