6- La cazadora de ojos color tormenta (@RétameSiTeAtreves).
Los jefes del clan le ordenaron que dejara a la chica en paz. A partir de ese momento tenía prohibido aparecerse en los alrededores de su cueva. Inclusive le vetaron la posibilidad de cazar los ciervos que vivían en las cercanías. Lo conocían muy bien, sabían que era un pretexto para verla.
Frente a él lucían severos aunque, según le había comentado Luna, su hermana mayor, se reían igual que los demás, haciéndose la misma pregunta que el resto:
—¿Cómo le puede gustar a Ur esa extraña si es tan fea?
No entendían que los rasgos que a ellos les causaban risa y aversión, precisamente eran los que más lo fascinaban. La muchacha debía de tener dieciséis, su misma edad. Acariciaba con la vista su piel blanca, mucho más clara que la de él, pensando que debajo de la mano sería tan suave como la espuma del mar que veía al despertar. Quería perderse en los ojos del color del cielo cuando amenazaba tormenta, que se resguardaban detrás de sus arcos un poco pronunciados, como si tuvieran vergüenza.
A veces soñaba y abrazaba la piel de oso, dormido, creyendo que era el cuerpo de ella. Por desgracia regresaba a la realidad en el momento justo en el que rozaba con el suyo el rostro liso y sin mentón de su chica. Era suya, dijeran lo que dijesen.
Estaba seguro de que ella intuía su presencia, mientras intentaba atrapar conejos o asir algún pez esquivo entre las manos, con las olas rompiendo a la altura de las rodillas. Se atrevía a jurar, por la diosa madre, que no era ajena a él en tanto permanecía escondido detrás de las rocas.
Se escapaba de las cacerías para contemplarla por las mañanas, desnuda, cuando se bañaba en el lago cercano. A pesar de que era bastante más baja que las mujeres de su clan, sus caderas y piernas robustas lo atraían y lo dejaban babeando, hasta que algún peligro lo obligaba a entrar en estado de alerta.
Además, al observarlas y detener la mirada en los pechos, se animaba a asegurar que era capaz de darle un montón de hijos sanos como ella. Uniría su fuerza y determinación a la astucia de Ur, que era descendiente de los hombres que venían del otro lado del mar. Lo atestiguaban cientos de historias que iban de padres a hijos y que contaban por la noche sentados alrededor de la fogata. La mayoría de ellas acerca de las fieras salvajes a las que se debieron enfrentar y del líquido que había tragado a hombres y mujeres valientes.
Debido a la prohibición, cuando la vio luchando dentro del agua como de ordinario, decidió seguir sus instintos y hacer caso omiso de la opinión de los demás.
Salió de su escondite, empuñando la lanza corta. Se acercó a la joven sacando pecho y estirándose lo más posible, como si quisiese atrapar una gaviota con la boca. No tenía la musculatura de los compañeros de la muchacha pero era más alto que ellos y un cazador de primera. Sin titubear, ensartó con la punta afilada el pez que tanto se le resistía.
Luego se lo entregó, diciendo al mismo tiempo:
—Tuyo.
Ella le sonrió. Los dientes le brillaron entre sus labios gruesos, como el sol después de una lluvia furiosa con truenos y relámpagos. En agradecimiento le tocó la cara, con dulzura, y se alejó del sitio corriendo.
A partir de ahí, él se le acercaba. Le frotaba los cabellos rojizos, con ganas, creyendo que en ellos se habían instalado las llamas de la fogata. Cuando llegaba acompañada por los suyos, en cambio, se mantenía alejado, consolándose con sus sueños.
Sin embargo, al cabo de siete lunas ella le gritó:
—¡Ven!
La palabra que siempre pronunciaba antes de cogerla por la mano y llevarla hasta el bosque de pinos, donde permanecían apartados del mundo durante horas.
Caminó despacio, con la incertidumbre dentro. Los miembros del clan de su novia lo miraban tranquilos, como si fuese lo más natural verlo aparecer agazapado de detrás de unas rocas.
Al llegar, la muchacha le hizo un gesto, llevando la mano de él a ella.
—¿Tú y yo? —la interrogó el joven, asombrado.
—Tú y yo —repitió lentamente, señalando hacia una cueva un poco apartada del resto.
—Te llamaré Fuego —le dijo él, sonriendo.
Caminaron hasta allí. El clan de su amada, tan diferente al de él en sus costumbres, no cuestionaba esa unión, todo lo contrario, la favorecía.
A diario Ur se felicitaba de su suerte. Cuando llegaba de cazar y ella lo esperaba fuera, dando risitas. Lo abrazaba, muy fuerte, oliéndolo para saber si había sufrido alguna herida.
Y continuaban juntos, sus huesos unidos en el abrazo, cuando miles de años después los encontró en las cuevas de Gibraltar el antropólogo Jacob Parker.
—Muy, muy curioso —expresó este en voz alta, moviendo la cabeza.
—¿Qué es lo curioso, profesor? —lo interrogó su ayudante, ansioso por conocer la respuesta.
—Estos son los restos de dos individuos que rondaban los sesenta años —le explicó y luego, señalando los cráneos, añadió—: Una hembra neandertal y un hombre homo sapiens. Lo insólito no es que estuviesen juntos sino que vivieran hasta esa edad.
Insólito para el profesor, que no sabía que el amor entre Ur y Fuego era de esos sin etiquetas y que permanece inmutable hasta el fin de los tiempos.
https://youtu.be/M7zNIvADa-s
El cuento se me ocurrió leyendo unos artículos de El País, Ideas, de la edición del domingo 25 de septiembre de 2016:
1- Un pasado complicado. Enredos de familia, de Javier Sampedro.
2- Misterios y problemas, de Juan Luis Arsuaga.
3- ¿Qué hay de nuevo, neandertales?, de Antonio Rosas.
4- El genetista que quiso ser Indiana Jones, de Luis Doncel.
Si tenéis curiosidad sobre el tema, aquí os dejo algunos vídeos que estuve viendo.
1- Apocalipsis Neandertal - Documental
https://youtu.be/exAp_bdT0Qs
2- Cómo vivía el hombre de neandertal- Documental.
https://youtu.be/BU-TmDjWaCU
3- Historia De La Humanidad. Cap 1. La Prehistoria El Hombre De Neandertal
https://youtu.be/wq-fGEhXuxM
4- EL HOMOSAPIENS TIENE GENES NEANDERTALES- Documental.
https://youtu.be/T4YCwFas5yc
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